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Por Jaume Portell Caño
Cuando Gideon Gono puso su firma para que saliera en ese billete, difícilmente podría imaginarse que unos años después aquel objeto se convertiría en una pieza de coleccionista. El billete de 100 billones de dólares de Zimbabue tenía la firma del banquero responsable del Banco Central de este país africano, pero en el año 2008 los zimbabuenses ya habían dejado de creer en su moneda. El billete valía menos que el papel en el que había sido impreso y, en un giro ridículo de la historia, hoy se vende por precios que oscilan entre los cuatro y los 175 dólares estadounidenses en Amazon. Las penurias, como en tantos otros sitios, dieron lugar a chistes ingeniosos, incluso en un terreno poco fértil para el humor como es el de los tipos de cambio, que se preocupa de saber cuántas monedas son necesarias para conseguir la divisa de otro país. Cuando una moneda pierde su valor, se requieren grandes cantidades para adquirir solamente un dólar de Estados Unidos, un euro o una libra británica. La pérdida del poder adquisitivo hace que los ciudadanos tengan problemas para satisfacer sus necesidades más básicas, y en los casos más extremos la situación les puede acabar arruinando.
En Zimbabue, las finanzas engendraron un género humorístico propio: «Uno de esos chistes, por desgracia cierto, era que en el momento en que terminaras de calcular el tipo de cambio, este ya habría cambiado y, por lo tanto, no era necesario hacer este ejercicio inútil y poco rentable», explicaba el banquero Kudzai Gumunyu en su libro Hard Boiled Index: Surviving Zimbabwe’s hyperinflation. En algunas ocasiones, los precios subían dos veces mientras la gente hacía cola en el supermercado. El título del libro, un relato personal que mezcla la sátira y el análisis económico, apela al particular método de recuento que usaban muchos ciudadanos en esos días: tres huevos duros equivalían a un dólar estadounidense, y el precio de ese alimento básico servía para medir cómo avanzaba la inflación. Gumunyu publicó el libro a principios de 2019, y difícilmente podía imaginarse una repetición de la situación: «Lo más inquietante es que lo estamos viviendo por segunda vez. Actualmente, la inflación es de un 780 %», comenta en declaraciones a Mundo Negro.
Y eso que, a finales de 2017, sucedió lo que parecía imposible unos meses antes: el único presidente que el país había conocido desde la independencia en 1980, Robert Mugabe, fue depuesto en un golpe de Estado. La caída de Mugabe era la consecuencia de una pelea interna por el poder dentro del partido gobernante, el ZANU-PF. El conflicto, parecido al de otros países gobernados por agrupaciones antaño revolucionarias, enfrentaba a los tecnócratas y a la élite militar. Los primeros, acostumbrados a la gestión y con titulación universitaria, entienden la organización del país como algo que les pertenece; los militares, envejecidos y convertidos en grandes propietarios, no dejan de recordar que sin su victoria militar los tecnócratas ni siquiera existirían. En un principio, estos últimos, aliados con Grace Mugabe, la esposa del presidente, parecían listos para heredar el país, pero en un cambio drástico de la situación, fueron los militares los que acabaron consiguiéndolo. Emerson Mnangagwa, conocido con el sobrenombre de El cocodrilo, se convirtió en el segundo presidente de Zimbabue a finales de noviembre de 2017. Mnangagwa, miembro de la vieja guardia de Mugabe, quiso desmarcarse de su predecesor con una foto junto a la entonces presidenta del FMI, Christine Lagarde, en una de sus primeras apariciones públicas. Zimbabue, tras años de sanciones, quería demostrar que volvía a estar a punto para los negocios con los países occidentales.
Este año, Zimbabue apareció de nuevo en la prensa económica por una noticia destacada: con el mundo en vilo por el coronavirus, y en un momento de escasas rentabilidades, la Bolsa de Zimbabue había crecido un 600 % desde el inicio del año. En enero, la Bolsa estaba por debajo de los 800 puntos; a finales de junio, superaba los 5.900. De nuevo, más allá del titular, había una realidad triste: el mercado bursatil zimbabuense se había convertido en un caso único en el mundo; en lugar de buscar enriquecerse, los que depositaban su dinero allí intentaban que sus ahorros en dólares de Zimbabue no desaparecieran. «Si la gente mantiene su dinero en el banco, perderá valor», señala Gumunyu, que actualmente vive en Nigeria. Y añade: «Para evitarlo, invertirán en activos que puedan mantener ese valor. Eso se puede conseguir comprando dólares, pero ahora mismo están muy demandados y hay muy poca oferta. Por ello, las clases medias invierten en compañías que tienen muchos activos físicos que les permitirán protegerse».
El ascenso de la Bolsa acabó en una guerra verbal del Gobierno contra Old Mutual, una multinacional de gestión de fondos de pensiones con presencia en las bolsas de -Sudáfrica, Zimbabue y Reino Unido. La circunstancia de que la multinacional estuviera en los tres parqués daba seguridad a la gente y, en algunos casos, facilitaba que alguien comprara acciones en Zimbabue y las vendiera en el Reino Unido o en Sudáfrica. Pero el ZANU-PF actuó rápidamente, acusando a la empresa de estar dejando al país sin divisas fuertes. En una decisión insólita, el Ejecutivo cerró la Bolsa a finales de junio durante un mes. Old Mutual es un gigante financiero que actúa en el país desde 1902, cuando era aún una colonia británica, pero algunos periodistas como Hopewell Chin’ono señalaron el escapismo del Gobierno ante los problemas: «El ZANU-PF culpó a Old Mutual por el desastre económico actual. Dicen que Zimbabue tiene una buena base económica. También culparon a los diplomáticos extranjeros por su fracaso en arreglar la economía. Culparon a la oposición del fracaso del Gobierno a la hora de conseguir líneas de crédito internacionales». Diez días después del tuit, tras varias críticas al Gobierno por su gestión de la pandemia, Chin’ono fue encarcelado, en una ola de detenciones que también afectó a la escritora Tsitsi Dambarembga. Ambos fueron finalmente liberados. La Bolsa acabó abriendo de nuevo a principios de agosto y, tras una leve caída, ya está cerca de los niveles de antes del cierre gubernamental.
El problema, para Gumunyu, es mucho más profundo y está relacionado con la estructura económica: «Nuestra balanza de pagos es negativa: nuestras importaciones siempre superan por mucho a nuestras exportaciones. A no ser que lo arreglemos, ese agujero siempre existirá y se traducirá en presión en nuestro tipo de cambio. La Bolsa se cerró para evitar la fuga de la moneda fuerte; el Gobierno pensó que con su clausura evitaría la salida de capitales, pero la inflación sigue siendo muy alta una vez ha reabierto».
Después de unos años usando divisas como el dólar estadounidense, el rand sudafricano o la pula de -Botsuana, Zimbabue introdujo de forma paulatina una moneda local paritaria con el dólar estadounidense en 2019. En poco más de un año, el tipo de cambio oficial ya es de 80 a uno, y en el mercado paralelo, para adquirir un dólar norteamericano, los zimbabuenses deben aportar más de 100 unidades de la moneda local. Con todo, el banquero en la diáspora es relativamente optimista: «Si pudiéramos aprovechar todos los recursos que tenemos creo que nos podríamos recuperar rápidamente. Las -divisiones en la arena política impiden, lamentablemente, que los negocios puedan tener la confianza suficiente para crecer o instalarse en el país». Gumunyu recuerda cómo el Gobierno de unidad de 2009 entre el ZANU-PF y la oposición pudo estabilizar rápidamente el país, y lo pone como ejemplo de lo que se podría lograr.
Dambudzo Marechera advirtió de todo lo que podría pasar, y lo hizo antes de que Mugabe tomara el poder. El escritor, que publicó The House of Hunger antes de la independencia, advertía en su obra que, probablemente, los libertadores se convertirían en tiranos. Alcohólico y con sida, Marechera murió a los 35 años, pero su obra se ha convertido en una lectura profética para los zimbabuenses que nacieron en un país que oficialmente ya era libre. Mordaz e irónico, utilizaba sus personajes para denunciar la falta de oportunidades y el sufrimiento al que todos sus ciudadanos habían sido sometidos.
El alto nivel de alfabetización, superior al 90 %, fue uno de los mayores logros del régimen de Mugabe. Gumunyu, quien se considera hijo de ese sistema, recuerda cómo tuvo tres ofertas de trabajo al salir de la universidad. «En dos casos, ni siquiera había solicitado el empleo. Entonces, parecía que el país estaba listo para despegar». En los 2000 todo cambió: «Había que corregir las disparidades en la propiedad de la tierra, que venían de la época colonial, pero creo que no se arreglaron de una manera correcta. Ahí es donde empezaron los problemas. Nuestras industrias de procesado y exportación estaban ligadas al mundo agrícola, y la reforma agraria destrozó la economía. Ahora tenemos un sistema educativo que prepara a la gente para la industria, pero ya no hay industria en la que trabajar», lamenta Gumunyu. Las expropiaciones sirvieron para recompensar a los veteranos del partido gobernante, y la productividad agrícola se desplomó. Hoy, hay muchos titulados universitarios, -pero no hay trabajos en los que puedan utilizar sus habilidades.
En pocos años, la diáspora se ha convertido en un elemento indispensable en la vida económica del país: las divisas del millón de zimbabuenses que viven fuera representan el 13,5 % del PIB. La familia de Gumunyu es un ejemplo de esa tendencia: él vive en Nigeria, sus hermanos siguen en Zimbabue y su hijo Takunda estudia en Reino Unido. En el futuro, Kudzai Gumunyu espera que las habilidades adquiridas en la diáspora servirán para montar negocios en Zimbabue: «Al final, los de la diáspora también vamos a invertir en nuestro país».
Ante la situación del coronavirus, las remesas han caído ya que muchos migrantes han perdido el empleo. Sin embargo, tienen que seguir enviando dinero a su familia. Para pagar los gastos médicos, en algunos casos, los migrantes piden créditos. Una web ofrece el pago desde el extranjero de comida y productos de higiene básicos, una forma de evitar la inflación interna que afecta a todos los sectores del país.
Los hermanos de Kudzai son profesores. Hace unos años cobraban en dólares y podían protegerse relativamente de la pérdida de poder adquisitivo. Ahora cobran en moneda local, y han pasado de percibir el equivalente a 400 dólares estadounidenses a solo 80. Con eso tienen que pagar agua, electricidad, comida, las tasas escolares y el transporte hacia el centro educativo de sus hijos. Si los más pudientes depositan los ahorros en la Bolsa, los más humildes se protegen comprando vacas, ovejas y cabras. Y esperan, si lo tienen, a que un familiar a miles de kilómetros de distancia les mande divisa fuerte o comida.
Ya solo queda la pregunta sobre la generación más joven. Takunda, el hijo de Gumunyu, estudia Administración de Empresas en Reino Unido. ¿Qué cree que hará Takunda cuando se gradúe? «Mi hijo echa de menos Zimbabue. Si consigue un buen trabajo, seguro que volverá».
Toda la fuerza de la frase, el futuro de tantos, está en ese condicional.
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