«En la guerra de Darfur no hubo ninguna moral»

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Abdelaziz Báraka Sakin, escritor.

La guerra de Darfur, poco conocida en nuestro país –como tanto de lo que sucede en esas latitudes–, se transforma en una novela de violencia, amor y venganza. En un encuentro virtual con presencia de MUNDO NEGRO, el sudanés Abdelaziz Báraka Sakin, desde su exilio en Austria, hace gala de un sentido del humor que, pese a todo, también impregna la novela. El Mesías de Darfur es la primera de sus obras traducidas al castellano.

Es uno de los pocos autores sudaneses traducidos al español, lo cual es un problema si estamos de acuerdo con lo que nos decía el escritor mauritano Mbarek Ould Beyrouk (ver MN 671, p. 50): «Un periodista debería analizar la literatura de cualquier país sobre el que quiera escribir. Es la mejor manera de comprenderlo. Es en la literatura donde mejor se expresa el espíritu de un pueblo. Me parece evidente». La comprensión se complica aún más cuando al desinterés de fuera se une un Gobierno que zancadillea a sus propios autores. El sudanés Abdelaziz Báraka Sakin se convirtió en «víctima» de su novela El Mesías de Darfur, publicada en castellano por Armaenia con la traducción de Salvador Peña Martín. «Los problemas comenzaron en 2005 cuando me prohibieron una colección de cuentos –recuerda Báraka Sakin en el encuentro con periodistas–; en 2010 volví a tener problemas con Les Jango, pero todo empeoró con El Mesías de Darfur, ya que, entonces, se prohibió toda mi obra en Sudán y me convertí en una víctima de la novela. Temí por mi vida y tuve que huir –actualmente vive en Austria como asilado político–. Todo esto pasó porque el Gobierno sudanés emitió una ley de obras artísticas donde se estipula sobre qué puede escribir un escritor y qué temas no debe tratar. Así se instauró una censura previa que impedía hablar sobre religión o la política del Gobierno. Es algo absurdo: aplicar las leyes de seguridad nacional a la literatura».

Portada de la edición en castellano de El Mesías de Darfur.


Inspiración para la literatura

A pesar de todo, Báraka Sakin se muestra satisfecho con el libro. «La pregunta de si me mereció la pena escribirlo también me la hago a mí mismo. Pero entonces recuerdo por qué lo escribí. Durante la guerra en Darfur tuve un cargo relacionado con los derechos humanos y vivía en los barracones de los militares. Un día, un amigo me invitó a quedarme en su casa y, al tener un mayor acceso a la vida civil, empecé a observar. Todos los días, cuando salía a comprar algo al mercado, veía a una mujer parada en la puerta de la escuela. Siempre estaba allí. Pregunté a mi amigo y me dijo que tres de sus hijos y su marido habían muerto en la guerra. A todos los mataron los yanyauids. La mujer había perdido la razón y aún esperaba que sus hijos salieran de la escuela. La pregunta que me hacía, y me hago, es: “Si soy escritor, y no escribo sobre esas cosas, ¿sobre qué temas voy a escribir?”. Las consecuencias que yo haya podido sufrir siempre son menos importantes que lo que le pasa a gente como esa mujer», reflexiona el autor.

Los yanyauids, muy presentes en la novela, son para el escritor «profesionales del crimen, mercenarios que vienen principalmente de países vecinos y que han obligado al 90 % de la población de Darfur a huir a ciudades o a campamentos de refugiados en Sudán o en Chad. El propio Gobierno organizó la llegada de los yanyauids. Les prometieron tierras y les dijeron que si mataban o echaban a la gente se las podrían quedar». La violencia, así como la ausencia de escrúpulos y de moral sobrevuelan un libro con pasajes sorprendentes, casi esperpénticos, pero profundamente anclados en la realidad del conflicto. «Durante la guerra, y en mi trabajo como asesor de derechos humanos, un día tuvimos una fiesta a la que asistían víctimas del conflicto. En un determinado momento se presentaron los yanyauids y se sumaron como si nada a la celebración. Incluso comentaban y hacían referencia a hechos que habían tenido lugar los días anteriores… “¿Os acordáis cuando os atacamos?”. Se reían y se emborrachaban… Ese día lo que pensé es que no había ninguna moral en la guerra. Los mismos grupos armados que combatían del lado del Gobierno contra los cristianos en el sur, cuando la situación cambió, se fueron al otro bando. Por eso, yo estoy contra todos», dice el autor, que se niega, en todo caso, a renunciar en su escritura al humor y a la ironía: «En efecto, la guerra es dolorosa, pero cuando se miran los detalles concretos, también se puede encontrar aquello que produce la risa», dice.

Rebeldes del Movimiento por la Justicia y la Igualdad en una aldea saqueada e incendiada por milicianos yanyauids en 2004. Fotografía: Getty


Escepticismo

El Gobierno en Sudán no es el mismo que cuando Abdelaziz Báraka Sakin escribió El Mesías de Darfur (ver monográfico sobre Sudán, MN 659). Sin embargo, el autor es bastante escéptico y no cree que se vayan a producir cambios inmediatos en su situación personal. «En realidad, los cambios han sido solo formales. Se fue Al ­Bashir, pero en general quienes estuvieron al mando durante el genocidio y los crímenes de guerra, forman ahora parte del Gobierno. Hay un jefe destacado de los yanyauids en el Consejo Soberano. Se le podría hacer responsable de los crímenes y, a pesar de que es una persona casi analfabeta que solo ha tenido tres años de instrucción en la escuela primaria, forma parte del Gobierno. De la misma manera, el presidente, suministraba armas y ayudaba en la planificación estratégica de la guerra. Hace poco hubo una manifestación de jóvenes pacíficos y los militares respondieron disparando. Así que mandan aquellos que formaron parte de la guerra, los militares, mientras que los civiles son la parte débil del Gobierno. (…) En cuanto a los libros, los míos se venden sin problema en Sudán, pero la ley sigue vigente, lo que significa que cualquiera que haya leído un libro puede ir a los tribunales y denunciar al escritor…».

Cuando el traductor termina de traducir la respuesta relacionada con el nuevo Sudán, Báraka Sakin tiene ganas de añadir un detalle más: «Hay una burla del destino, y es que este Hameidti (Mohamed Hamdan Dagalo), antiguo jefe de los yanyauids, comenzó como ladrón de burros, entró en las milicias, donde probó su pericia como asesino; después fue apoyado por el Gobierno de Al Bashir y ha acabado ahora formando parte del Gobierno –es el hombre fuerte del Consejo Militar de Transición–. Estoy seguro de que ni Gabriel García Márquez podría haber imaginado un destino semejante», dice. La literatura, de nuevo, como recurso para contar, y entender, la realidad.




La importancia de la lengua

«Siempre he pensado que en una novela, lo importante no es lo que se cuenta sino cómo se cuenta», dice el escritor, siempre dispuesto a ensayar diferentes formas de narrar. En todo caso, sus novelas no suelen contar con un héroe ni giran alrededor de una historia central exclusivamente. «Eso viene de la costumbre arraigada en la zona de tener reuniones para charlar y beber alcohol. Cuando la gente empieza a emborracharse, pierden un poco el control de la narración, de modo que se escuchan historias que se entrecruzan», explica.
En Sudán hay, al menos, cinco dialectos coloquiales del árabe. El autor recurre muchas veces a estas distintas formas, que le ayudan a transmitir detalles de la personalidad de los personajes.

Por último, Báraka Sakin observa que la literatura sudanesa tiene problemas de difusión, que explica en parte a su doble identidad. «Los sudaneses son africanos y árabes, y fuera, a veces, no se les considera ni una cosa ni la otra, con lo que perdemos cierto apoyo institucional».


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