Enemigas de la mala suerte

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Hermanas de María Inmaculada en Bamako(Malí)



Por Alfonso Masoliver desde Bamako (Malí)



El 13 de febrero se celebra la Jornada Nacional de Manos Unidas. Este año, la campaña lleva por lema «Nuestra indiferencia los condena al olvido». Algunos proyectos que las Hermanas de María Inmaculada desarrollan en el país son posibles gracias a esta organización.

No todo lo malo que ocurre en África es por culpa de los villanos. La vida no es como en las películas. Muchas de las cosas que suceden en África se reducen a la mala suerte. Uno nace, rompe a llorar en las manos de la matrona e inmediatamente se le asigna al bando de la buena o la mala suerte. Y si acontece lo último, es probable que le ocurran cosas malas, por lo que tendrá que esforzarse mucho más que las personas con buena suerte. Es una faena. Pero así funciona la mala suerte. Cuando una niña que nace en un pueblecito al sur de Malí es enviada por su padre a la capital para que vaya a la escuela y reciba una educación adecuada, pero sin saber que para recibir dicha educación hace falta pagar unas tasas escolares que no se puede permitir, la niña se encuentra en la capital viviendo en casa de un amigo de su padre, sola, sin oportunidades, apenas sin futuro. A priori, esta niña carga con una suerte nefasta. 

Su padre no tiene la culpa de nada; solo pensaba que bastaría con llevar a la niña a Bamako para encontrarle plaza en el colegio. El amigo que recibe a la niña tampoco es culpable; al contrario, la recibe en su casa y la cuida como si fuera su propia hija. Pero la niña no puede ir al colegio, hay facturas que pagar y la luz no se enciende sola. Padre y amigo hablan una noche por teléfono y deciden que la pequeña no puede volver al pueblo –sería humillante reconocer ante todos que no puede pagarle una educación a su hija–. Deciden que ya es hora de que la niña se ponga a trabajar. A los tres les entristece mucho esta situación pero es inevitable: tan inevitable como la propia suerte. 

Basta con apagar el televisor y abrir los ojos para comprender que esta situación es común en algunos países africanos. Muchas niñas se ven arrastradas a matrimonios forzados con hombres que les doblan la edad –según UNICEF, en África occidental y central, casi cuatro de cada 10 mujeres se casan antes de los 18 años–, otras son enviadas directamente a trabajar en los campos de cultivo que rodean la aldea. Pero en muchos otros casos, quizá más de los que nos dice el televisor, las niñas sufren el estigma de la mala suerte.

La hermana Ana de Barba Araújo con una de las jóvenes que participan en proyectos de las Hermanas de María Inmaculada en Bamako. Fotografía: Hermanas de María Inmaculada


El peligro de ser cristiano

Las hermanas de María Inmaculada sirven en un complejo de edificios muy próximo al mítico río Níger como antídoto ante la mala suerte de Bamako. Ellas viven allí y acogen a muchas de estas niñas que vinieron a la capital derrochando sueños pero que bruscamente se encontraron con un muro de dificultades. Saben que la mejor manera de combatir el mal fario es mediante la caridad, el amor y la naturalidad. Por eso cuando entramos en su centro de acogida en Bamako –el país, donde los católicos son el 1,5 % de la población, se encuentra sumido en una grave crisis política (ver p. 9) y en un largo conflicto contra el yihadismo– no encontramos la estricta seguridad armada de los hoteles, ni las caras de malas pulgas de guardias que nos cachean y nos piden la documentación. En lugar de eso, nos recibe un hombre con la mirada dulzona y una sonrisa naciente que nos saluda, se presenta y nos deja pasar. La seguridad del centro se sustenta en la amabilidad, y a mí eso me asombra. 

Hablando con la hermana Ana de Barba Araújo, me cuenta que hace pocas semanas secuestraron a un sacerdote maliense en una aldea al norte de la capital. Al religioso no le hicieron daño. Simplemente amenazaron con ejecutarle si la comunidad no se rendía a los yihadistas. La aldea se rindió y el sacerdote fue puesto en libertad sin un rasguño. Pero también recuerda que hace poco que los yihadistas liberaron a la monja colombiana Gloria Cecilia Narváez, que pasó cinco años retenida por los radicales musulmanes hasta que perdieron el interés por ella. Cinco años. A la hermana Ana podría pasarle lo mismo y lo sabe, igual que sus compañeras, pero eso no quita para que me diga con toda la naturalidad del mundo, sentados en un pequeño salón bebiendo vasos de agua fría, que «una de las hermanas regresará mañana del norte. Estará solo un par de días aquí antes de regresar, pero quizá quieras hablar con ella». Aquí se cuentan historias de matanzas en el bosque, de ejecuciones indiscriminadas, robos, bombardeos… Pero las hermanas van al norte y regresan al sur con la misma naturalidad con la que nosotros cogemos un autobús de Santander a Pontevedra, por poner un ejemplo. 

Todo el bullicio de Bamako, que es algo parecido a una enredadera de estrépitos que manan de las motocicletas, los taxis, los camiones y el caminar de tres millones de personas, una trepadora ruidosa que crece y se arrastra entre los edificios de la ciudad, desaparece abruptamente cuando entramos en el centro de acogida de las Hermanas de María Inmaculada. Casi parece que toda la mala suerte se queda fuera, junto al ruido, y que dentro de su centro de acogida solo hay espacio para las niñas y la buena suerte. 



La costura y la peluquería son dos de las salidas laborales que las Hermanas de María Inmaculada ofrecen a jóvenes procedentes de todo el país. Fotografía: John Images / Getty


Costureras, cocineras y peluqueras

Nos recibe con una sonrisa la hermana Ana. Es española. Lleva más de diez años viviendo aquí. La influencia de todas las personas que se han acercado a ella a lo largo de este tiempo se percibe en su acento. Dice que es de Madrid pero no tiene acento madrileño. Ni canario, ni gallego, ni catalán. Tiene el acento de una persona que lleva viviendo en Bamako más de diez años. Es difícil de explicar. Pero cuando nos muestra el centro comenzamos a comprenderlo. 

Las niñas aprenden aquí tres posibles oficios: el de costurera, el de cocinera y el de peluquera. Aprenden los tres para que puedan escoger el que más les guste. Alguno pensará que lo ideal sería que aprendiesen lo que enseña la escuela, pero la vida no es como en las películas. Por otro -lado, algunas de las niñas que hay aquí proceden de hogares donde no se les permite ir a formarse, y si sus progenitores supiesen que vienen a escondidas para aprender matemáticas con las religiosas… No. Lo mejor en esta situación es ser realistas. Una mujer africana que no tiene la oportunidad de ir a la escuela tiene, generalizando la cuestión, tres opciones: la primera, casarse con un hombre del que dependerá toda la vida y que la tratará como le venga en gana, según le convenga; la segunda, aprender un oficio o montar un negocio hasta convertirse en una mujer fuerte y dueña de sí misma que, si bien podrá casarse, nunca dependerá de su marido en términos económicos. La tercera opción es la calle. 

Las hermanas de María Inmaculada de Bamako trabajan muy duro para que sus niñas quepan dentro de la segunda categoría. No se molestan en calibrar las hipótesis, desdeñan la fantasía. Y un total de 500 chicas de entre 12 y 23 años se benefician hoy de las casas de acogida que tienen por todo el país. 

Durante mi visita al centro tengo la oportunidad de recorrer las diferentes clases. La maestra llama la atención a sus alumnas y pide que formen una fila con sus diseños de ropa: ellas obedecen y me enseñan sus diminutas maravillas. Vestidos rebosantes de color, camisas con los hombros abultados, faldas largas que llegan hasta los tobillos y se parecen a cascadas infinitas que se funden con el suelo. Los colores de África se condensan dentro del aula, dentro del centro de acogida de las Hermanas de María Inmaculada, dentro de Bamako, dentro de Malí. Allí las niñas pisan con eficiencia el pedal de la máquina de coser y recogen este mundo colorido, para otorgarle una forma que las satisfaga. Recuperan un poder que casi se les escapó cuando llegaron a la capital. 

El profesor de cocina tiene muchos sueños, entre otros el de enseñar a sus alumnas a ser grandes cocineras. Tiene toda la ilusión puesta en ellas. Me muestra los cacharros de cocina, el congelador donde reposan impacientes las bolsas de masa madre, los armarios a rebosar de cucharas, cuencos, utensilios divertidísimos. Saca el móvil para enseñarme las 200 hamburguesas que cocinaron el Día de la Hispanidad para los militares españoles destinados en Malí. Está muy orgulloso, muy contento porque hace pocas semanas que los militares españoles organizaron una colecta para el centro de acogida, y esas hamburguesas, cocinadas por sus avezadas alumnas, son una forma de agradecimiento.

La profesora de peluquería explica a las niñas cómo peinarse. Ella misma, dentro de su elegancia natural, viste con tal sofisticación y naturalidad que no parece una maestra dentro del aula, sino la protagonista de un original desfile de modelos. Las niñas cuchichean excitadas, comparan sus uñas postizas y se pegan los dedos con el pegamento hasta que aprenden a utilizarlo sin accidentes. Aprenden. Aprenden todos los días a desafiar al destino: un puñado de hermanas y de voluntarios les están enseñando que la mala suerte puede combatirse si contamos con las herramientas adecuadas. 

Fotografía: Michele Cattani / Getty


Reuniones dominicales

La hermana Ana me asegura que las niñas tienen muchas dudas cuando entran en el centro. Ahora mismo son 90 viviendo allí, y todas tienen dudas –«¿Podré ser peluquera de verdad? ¿Conseguiré ganar dinero gracias a mis platos? ¿Tendré que venderme en la calle o podré vender mis vestidos?»–. Tienen muchas dudas. El mundo de allí afuera es despiadado, ellas lo saben bien. Muchas de las recién llegadas aparecen dubitativas, como si no quisieran creer que es posible combatir a la mala suerte, como si, después del fiasco de la escuela, su vida consistirá en una sucesión odiosa de fracasos, uno tras otro. 

Por esta razón, todos los domingos, las religiosas organizan comidas, juegos o reuniones con algunas de sus antiguas alumnas. Ellas ya no tienen dudas. Ahora trabajan en esta o aquella peluquería, cocinan en una u otra esquina, tejen sus vestidos con una agilidad y un gusto envidiables. Las chiquillas forman corrillos en torno a las antiguas alumnas para escuchar sus historias de éxito y esperanza. Se agarran a esas historias con la misma fuerza con que sujetan la máquina de coser. Habitualmente sus historias concuerdan, empatizan con facilidad, de manera que estas reuniones dominicales hacen tanto bien en la moral dubitativa de las chiquillas como 100 clases de cocina, como 200 hamburguesas. La mayoría de las antiguas alumnas trabajan ahora como empleadas de hogar, en un entorno seguro y respetuoso para ellas y, por supuesto, mucho más agradable de lo que habían imaginado cuando entraron en el centro de acogida por primera vez. 

Lo bueno y lo malo se relativiza. Lo ideal sería que las niñas fueran a la escuela. Pero, mala suerte: no pudo ser. Luego entran en este santuario de belleza sin imágenes, una -belleza exclusiva en actos, y saludan al hombrecillo adormilado en la puerta de entrada. Van a clase. Duermen. Algunas rezan a Jesús; otras, musulmanas, a Alá. Esto es porque en las casas de Dios, en las casas que de verdad pertenecen a Dios, hay sitio para todos. Incluso para las que peor suerte tienen.  






«Las Hermanas están con las más necesitadas»
Belén Bertrand, resp. proyectos en Malí de Manos Unidas

Por Javier Fariñas Martín


Fotografía: Javier Fariñas Martín

¿Cuántos proyectos tiene abiertos Manos Unidas (MU) en Malí?

Ahora tenemos siete solicitudes –la entrevista tiene lugar a finales de diciembre de 2021–, aunque todos los meses nos llegan peticiones. Una de las últimas es de las Hermanas de María Inmaculada de Béleko. Allí ya financiamos la construcción de las aulas de primaria y secundaria, y ahora quieren ampliar con un bloque para la dirección y la sala de profesores. Debemos estudiarlo con rapidez para que se pueda construir antes del período de lluvias. Es un sitio aislado al que solo se puede acceder en barca.

¿Y cuántos han apoyado en los últimos años?

Entre 2012 y 2021 se han financiado 38 proyectos por un montante de 2.433.858 euros.

¿La inestabilidad que vive el país desde 2012 condiciona su trabajo?

Hasta 2012 viajábamos todos los años a Malí, algo que se tuvo que suspender y que no se ha podido retomar. Desde entonces solo hemos podido continuar los proyectos con las congregaciones religiosas. Conocemos a las personas, sus misiones y, no menos importante, podemos comunicarnos fácilmente con ellas, lo que nos permite hacer un seguimiento de manera muy sencilla. Con otras organizaciones no hemos podido hacer lo mismo. 

¿Cuáles son sus prioridades a la hora de valorar los proyectos?

La educación y la sanidad. En cuanto a la salud, pretendemos dar respuesta a sus necesidades a través de maternidades y dispensarios, con especial atención a mujeres y niños. Luego está el agua, que es otro caballo de batalla que tenemos. Sin agua, la mujer no tiene acceso a nada porque emplea todo el día en ir a por leña y agua. Y si los niños echan una mano… entonces no pueden ir a la escuela. Eso sí, vamos viendo cambios. En las zonas rurales percibimos cómo las niñas, aunque poco a poco, se incorporan cada vez más a la escuela.

Varios de esos proyectos son con las Hermanas de María Inmaculada. ¿Desde cuándo trabaja MU con ellas?

Cuando me hice cargo en MU de los proyectos del país, ya habíamos desarrollado muchos proyectos con ellas. Uno de ellos es el centro para chicas que tienen en Bamako. De hecho, se las apoyó en la construcción de esas instalaciones. En este lugar desarrollan muchos proyectos con las más vulnerables, con niñas, que vienen de todas las partes del país. 

¿Colaboran con ellas solo en Bamako?

No, también lo hacemos en las misiones de Niono, Segou y Béleko. Las Hermanas se dedican siempre a las niñas y a las mujeres más necesitadas, formándolas en todo tipo de campos. 

¿Con qué otras congregaciones tienen proyectos?

Con muchas: Salesianas, Salesianos, Franciscanas, Hermanas del Ángel de la Guarda… También con dos congregaciones locales, las Hijas del Corazón Inmaculado de María y las Hermanas de la Anunciación de Bobo-Dioulasso. Esta última es burkinesa, pero también tiene comunidades en Malí. 

¿Han recibido peticiones de proyectos vinculados a la pandemia?

No. La incidencia allí es muy baja. Aunque no hay estadísticas fiables que avalen la veracidad del escaso impacto del virus en el continente, los responsables de dispensarios o maternidades con los que tenemos contacto nos dicen que apenas hay contagios, que la mortalidad sigue siendo la misma que hace dos años y que está causada por los problemas propios que padecen desde hace décadas. Viven muchísimo en la calle, casi no se desplazan, y eso influye en este hecho. 

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