Etiopía, la tierra de los rastafaris

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La ciudad de shashamane se ha convertido en el foco de una reivindicación histórica
El pasado mes de julio, el Gobierno etíope decidió dar el carné de identidad a los cerca de mil rastafaris, la mayoría jamaicanos, que viven en Etiopía. Se cumplía así, casi cincuenta años más tarde, la petición que en 1969 dirigieran al entonces emperador Haile Selassie. Pero solo a medias, porque con este carné no podrán votar en las elecciones.

Por Juan González Núñez (Etiopía)

Hace 41 años que en mis regulares viajes desde Adís Abeba hacia el sur debo pasar por la pequeña ciudad de Shashamane. Nada más entrar, uno no puede menos que fijarse en un llamativo portón pintado de varios colores, junto con la imagen del emperador Haile Selassie y el inevitable león de Judá que le simboliza. El portón ha sido repintado varias veces, pero siguiendo siempre las mismas pautas. Me decía a mí mismo que tenía que pararme un día a ver lo que hay detrás. Nunca lo hice, entre otras cosas porque, si te paras un momento, un enjambre de curiosos y de improvisados guías se te echa encima, ofreciéndose a enseñarte todo lo enseñable a cambio –acuerdo tácito pero infalible– de una recompensa.

El empujón definitivo para vencer resistencias me lo dio la noticia de que a finales de julio del año pasado el Gobierno etíope decidió conceder el carné de identidad a todos los rastas extranjeros que viven actualmente en Etiopía, y cuyo número dicen que se acerca a los mil. Esa decisión nos hace saber a los profanos en materia de rastas que éstos han estado viviendo en Etiopía, desde hace más de medio siglo, como si no existieran a efectos jurídicos. Bien, un cierto privilegio sí tenían pues, mientras los demás extranjeros estamos sometidos a un control draconiano, con un carné de residentes a renovar cada año y ¡ay de ti si te olvidas!, los rastas entraban como turistas y aquí se quedaban sin que nadie les molestara. Solo que, al no tener identidad, tampoco tenían derecho, en principio, a cosas tan elementales como abrir una cuenta bancaria o poseer una propiedad a su nombre. Digo «en principio» porque las autoridades locales sí les daban un carné que les servía para andar por casa. Aunque no se trata todavía de la plena ciudadanía etíope, el nuevo carné les da visibilidad jurídica y los rastas han recibido la noticia con gran alegría.

Los rastafaris

¿Quiénes son estos rastas o rastafaris, y cómo es que vinieron a parar a Etiopía y, más en concreto, a Shashamane, una pequeña ciudad sin gran significación en el mapa administrativo etíope? Para responder, hay que irse un centenar de años atrás. Fue en 1920 cuando Marcus Garvey, un jamaicano promotor de la vuelta de los afrodescendientes a su patria de origen, dijo una frase que tendría más repercusión de lo que él mismo se hubiera imaginado: «Mirad a África, un rey negro será coronado, porque el día de la liberación está cerca». Una década más tarde, Ras Tafari Makonnen –de ahí el nombre de rastafaris– fue coronado emperador de Etiopía con el nombre de Haile Selassie I y muchos jamaicanos lo identificaron con el anunciado rey. Pasando a más, llegaron a rendirle culto como a la encarnación de Dios, es decir, el mesías salvador para el pueblo negro, lo mismo que Jesús lo era para los blancos.

Los repatriados comenzaron a llegar en 1955 y alcanzaron su punto álgido a finales de los años 60

El movimiento se difundió en los sectores menos favorecidos de la sociedad y tomó desde el comienzo tintes radicales antisistema, lo que les acarreó dificultades con las autoridades jamaicanas. Poco a poco, se extendió hacia otros países, comenzando por las otras islas del Caribe con importante presencia de los afrodescendientes, como Trinidad y Tobago, Guadalupe, Martinica… para más tarde alcanzar otros continentes. Hoy se calcula que el movimiento rastafari cuenta con cerca de un millón de seguidores en todo el mundo. La pertenencia al movimiento del famoso cantante de reggae, Bob Marley, le dio especial notoriedad.

El emperador Haile Selassie nunca aceptó ni favoreció en manera alguna el título divino que los rastas le atribuían. Más bien, trató de disuadirlos. Sin embargo, cultivó una especial relación con ellos y en 1966 visitó Jamaica, donde los rastas le recibieron con cantos como «Hosanna al Hijo de David». En 1948 destinó, precisamente en Shashamane, 500 acres (2 kilómetros cuadrados) de terreno de su propio patrimonio personal para todos los afrodescendientes que quisieran volver a la tierra de sus raíces. Pero los rastas fueron casi los únicos que aprovecharon la oferta. Repatriación era la palabra mágica: volvían a su patria tras el cautiverio de Babilonia. En el caso de los jamaicanos, la repatriación era doblemente tal, pues existe entre ellos la tradición de que su origen está en Etiopía, más concretamente en una comarca de la región de Wollo llamada Jama. De ahí vendría el nombre de Jamaica.

Los repatriados comenzaron a llegar a partir de 1955 y alcanzaron su punto álgido a finales de los años 60, cuando en Shashamane podía haber unos 2000 rastas. A partir de esa fecha, el número comenzó a declinar, sobre todo desde el destronamiento de Haile Selassie en 1974 y de su muerte al año siguiente. El régimen marxista de Mengistu Haile Mariam no fue ciertamente tan tierno con ellos como lo había sido el emperador. Una buena parte de su tierra les fue secuestrada para distribuirla entre una población local, que crecía cada vez más mientras los rastas eran cada vez menos.

Ras Hailu posa en Shashamane junto a uno de sus trabajos en el que aparece el emperador Haile Selassie. Fotografía: Getty Images

La vida en Shashamane

Mi primera dificultad para entender qué es lo que hay hoy en Shashamane fueron mis propias suposiciones. Me imaginaba un gran recinto bien delimitado por una valla o algún otro signo inconfundible dentro del cual los rastas vivieran separados del resto de la población. No hay tal recinto. La zona que a ellos perteneció ha sido urbanizada con nuevas calles a lo largo de las cuales se alinean las viviendas o compounds de rastas y no rastas indistintamente. Digo compounds porque no son las casas propiamente tales las que se asoman a la calle sino una verja o portón que da acceso a una propiedad, más o menos grande, donde hay invariablemente un patio con abundante vegetación y diversas construcciones, en general modestas. También la verja que da a la calle es modesta, consistente muchas veces en una lámina de zinc enmarcada en cuatro palos. Las viviendas de los rastas se suelen distinguir por la presencia de alguno de sus símbolos, como los colores de la bandera etíope o el león de Judá.

No es fácil obtener una información coherente de las breves y esporádicas conversaciones que logro mantener. Resulta muy difícil hacer concordar sus datos. La discordancia más llamativa es el número de rastas en Shashamane, que para unos es de unos 300, mientras que para otros asciende a 3.000. Concluyo que la primera cifra cuenta sólo los extranjeros y la segunda a toda la abigarrada comunidad mestiza. Judá (o Desta) es un joven que habla un inglés sacado de no sé qué museo. Lleva las trenzas rasta y un gorro con la bandera de Etiopía, también a lo rasta. Se golpea el pecho con entusiasmo cuando habla y afirma con orgullo ser agricultor. Con el mismo entusiasmo afirma ser oromo y ser musulmán; pero rasta, después de todo. Vengo a saber que su madre es oriunda de la República Dominicana y su padre un etíope de la etnia oromo. Tras cincuenta años de mezclas, sin duda que hay muchos y muchas tan mestizos de sangre y de religión como Ras Judá.

Se habla de cuatro comunidades rastas en Shashamane. Entiendo que corresponden a lo que los rastas en general llaman casas o mansiones. Mi improvisado guía me lleva a la casa de oración o tabernáculo de una de ellas. Es una modesta habitación, cuyas paredes están repletas de antiguas fotografías del emperador Haile Selassie. Allí hay un rasta muy alto y delgadísimo, con hablar algo sonámbulo que, sin mediar ni una sola palabra sobre quién soy yo y qué pretendo con mi visita, emprende su discurso explicativo. Se acerca a un gran tambor, al lado de cual hay otros tambores más pequeños, y comienza a sonarlo mientras repite «With him, with him (con Él, con Él)». Porque el tambor, dice, «es nuestra forma de oración». Tras los tambores, pasa a explicar el resto de las fotos y símbolos del tabernáculo. Para él, Haile Selassie es la encarnación de Dios y está vivo; su muerte es una de las mentiras de Babilonia, que es la palabra con la que ellos designan al mundo contrario a sus creencias. Colegí que su comunidad es la llamada Nyabinghi, la más tradicional de todas. Junto al tabernáculo, hay una iglesia, pero está sin techo y no la usan ahora.

Otra comunidad o mansión es la llamada de Las 12 Tribus de Israel. En Shashamane es la más visible, porque la entrada a su tabernáculo es el portón de colores al que aludí al comienzo del artículo. Es la menos radical y la más compatible con el cristianismo. Entre otras cosas, no profesan la divinidad de Haile Selassie. A ella pertenecían Bob Marley y otros destacados artistas.

La galería de Ras Hailu Tafari (o Bandi)

En el antes mencionado portón de las 12 Tribus se anuncia también un museo. Pero tal museo ya no existe. Lo que sí existe es la Banana Art Galery, tal como se lee en un humilde cartel en una  de las calles secundarias. Más que galería la podríamos llamar taller. A la entrada, hay un tablón de anuncios donde se explica quién es Ras Hailu Tefari, el dueño de la galería. Ras Hailu nació como Bandi en la isla de San Vicente. Desde niño mostró especial inclinación y capacidad para realizar cuadros a base de hojas de banana sin usar ningún tipo de pinturas, consiguiendo diversos premios en el ámbito de las islas del Caribe. A principios de los 90 se fue a Inglaterra para organizar talleres. Allí estuvo unos cuatro años hasta que, en 1994, se convirtió al rastafarismo y vino a Etiopía. En los muros de su galería de Shashamane se exhiben algunos cuadros, la mayoría alusivos al emperador o a escenas de la vida etíope o africana. Sobre una mesa en desorden hay cuadros a medio hacer y trozos de hojas de banana secas de distintas tonalidades.

Los dreadlocks tienen, según ellos, fundamentos bíblicos. Y citan a Sansón, a los nazaríes y a Jesús

No encontré a Ras Hailu el primer día. Tuvimos que concertar una entrevista por teléfono. Dejó bien claro que la entrevista suponía un cierto dinero a pagar, de lo que dependía el que pudiera hacer fotos o grabar sus palabras. Estaba algo escamado, dijo, de que diversos medios vinieran a entrevistarlo y nunca más supiera qué es lo que publicaron o si publicaron algo. Como lo que pedía no era exagerado, pudimos llegar a un acuerdo. No quiso estar solo en la entrevista y llamó a su hermano (de religión) Ras Ahijah. Ras Ahijah llegó algo más tarde. Traía en la mano un cigarrillo toscamente liado a medio consumir. Se le había apagado y tardó en encenderlo de nuevo. Cuando lo hizo, dio alguna chupada y lo pasó a Ras Hailu, que también dio la suya, todo de manera parsimoniosa, como siguiendo un rito.

No fue fácil sacar de ellos las informaciones concretas que pensaba conseguir. Ellos cuentan las cosas a su aire, ignorando la pregunta y haciendo permanentes alusiones a la Biblia, que citan en general fuera de contexto, poniendo en relación textos que, aparentemente, nada tienen que ver. A pesar de ello, en la conversación van saliendo temas importantes sobre sus creencias y su vida en Shashamane. No tocamos directamente el tema de a cuál de las comunidades pertenecen, pero se puede colegir que son miembros de las 12 Tribus de Israel. A la cuestión de qué puesto ocupa Haile Selassie en sus creencias, afirman que ellos creen en Dios, al que dan el nombre de Yah, abreviación de Yahweh. Creen en Jesús como Dios hecho hombre y creen en el Espíritu Santo. «Y el Espíritu Santo es María», añaden. Haile Selassie es para ellos el ejemplo viviente de la vida de Jesús, por eso siguen sus huellas.

Teddy Dan, artista rastafari y músico originario de Jamaica, camina al lado de varias obras de arte en la pared de su casa. Fotografía: Getty Images

La comunidad tiene sus momentos de oración hechos de lecturas de la Biblia, cantos, danzas, batir de palmas y de tambores. Tienen sus sacerdotes, aunque no acceden a ese título por imposición de manos, sino por consenso de la comunidad. Ras Hailu es el sacerdote supremo de su comunidad en Shashamane. Me enseña un cuadro en el que aparece vestido con sus indumentos. Como parte de la liturgia, se fuma marihuana. Tenía necesariamente que salir el tema de la marihuana, pues es uno de los detalles con que más se identifica a los rastas. Todo rasta cultiva marihuana en su jardín y la consume bien como infusión cuando está verde o bien fumándola cuando está seca. Se excluye todo proceso químico en su tratamiento. Ni qué decir tiene que el cigarrillo que tan ceremoniosamente compartían Ras Hailú y Ras Ahijah no era otra cosa que marihuana. Ellos la llaman sacramento o hierba sagrada. Llámenla como quieran, no deja de pasarles una factura que es bien notoria en la forma supereufórica o sonámbula que es frecuente percibir en los miembros de la comunidad rasta.

Otros rasgos del rastafarismo van emergiendo a lo largo de la conversación. Hay una tendencia a lo que, según ellos, es natural. No usan fertilizantes o insecticidas. Muchos rastas son vegetarianos y abstemios. Se advierte en los rastas la tendencia, típica de grupos minoritarios radicales, a aferrarse a detalles nimios que creen que les dan identidad: llevan un gorro especial, hacen un uso profuso de la bandera etíope, se tratan entre sí como hermanos, y a la esposa la llaman reina o emperatriz. Y, sobre todo, están las conocidas trenzas rasta o dreadlocks. Ras Hailu luce largas trenzas de color blanco, como blanco es ya lo que se le ve del pelo original. Los dreadlocks tienen, según ellos, fundamentos bíblicos. Y citan a Sansón, a los nazaríes, a Jesús mismo.

Pasado, presente y futuro

¿Por qué la vuelta del exilio babilónico a la tierra de los orígenes, que parecía tomar proporciones épicas en los años 60, languideció a partir de los 70? Hay varias explicaciones. La más obvia sería los dramáticos cambios políticos en Etiopía, con la revolución marxista que en 1974 destronó y asesinó al emperador, desmontando de un plumazo los presupuestos del rastafarismo más puro. Pero hay otros motivos internos al movimiento. Los rastas llegados de Jamaica eran gente más bien pobre, de una nación pobre y venían a una nación más pobre todavía. Encontraban tierras para cultivar y para sobrevivir como campesinos pobres. Pero, sin capitales, sin una gran preparación profesional o académica, les era difícil abrirse camino y contribuir de forma significativa al desarrollo de Etiopía, que era uno de los objetivos señalados por el emperador. Además de la agricultura, han ido desarrollando algunas profesiones como carpintería, mecánica, alguna tienda… siempre en pequeña escala. Los que pudieron hacerse una cierta fortuna, se fueron a Adís Abeba. La mayoría de los expatriados que viven hoy en Shashamane llegaron hace unos 20 años. El movimiento actual de inmigración es escaso.

No ha habido mayores conflictos entre los rastas y la población de Shashamane, salvo la atribución mutua de algunos estereotipos peyorativos: los etíopes se refieren a los rastas como monos y los rastas a los etíopes como faltos de ética profesional. Ha habido un constante intercambio matrimonial. La mayoría de los que llegan de fuera son varones y toman mujeres etíopes. Estamos ante un proceso que, a la larga, acabará integrando a la población rasta tanto racial, política como religiosamente, dentro de la gran comunidad etíope.

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