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Por Sebastián Ruiz-Cabrera
El Festival Panafricano de Cine y Televisión de Uagadugú (Burkina Faso) celebra sus bodas de plata. Este evento se ha consolidado como una de las citas culturales más importantes del continente africano.
[Foto superior: Getty Images]
A unos 600 kilómetros al sur de Tombuctú (Malí) el Sahara da paso a un Sahel a caballo entre la terquedad del desierto y fértiles zonas frondosas hasta llegar a la legendaria ciudad de Uagadugú, en Burkina Faso, sede del Moro-Naba, del rey de los mossis. Este imperio se mantuvo casi intacto de la influencia de los reinos de Malí o el Songhay hasta la época de la colonización francesa, a finales del siglo XIX. Ahora, una vez cada dos años, peregrinos de todos los rincones de África y más allá acuden a esta polvorienta ciudad de palmeras y buganvillas para celebrar un festival único en el continente.
Hay focos. También algo de alfombra roja. Una conexión saltimbanqui a Internet por sobrecarga en la red. Temperaturas que oscilan los 40 grados. Y ganas de poder ver de cerca a unos artistas que, sin duda, aquí son los directores.
La costumbre aprueba que el ágora de los cotilleos sea desde hace años el Hotel de l’Indépendance, donde los productores franceses de cuello blanco (que son mayoría) y periodistas africanos que lucen galas coloridas debatan en la piscina los méritos de las películas que no han visto. El Festival Panafricano de Cine y Televisión de Uagadugú (FESPACO) –que este año tiene lugar entre el 25 de febrero y el 5 de marzo– celebra sus bodas de plata; 25 años promocionando y divulgando los cines africanos bajo el lema “Formación y oficio del cine y el audiovisual”.
Citas como Cannes (Francia), Toronto (Canadá) o la Berlinale (Alemania), pelean por la pureza de un séptimo arte que naufraga en conceptos exclusivos para intelectuales, para circuitos donde la reflexión prima siempre sobre el disfrute de un buen producto. En Burkina Faso también. Pero el FESPACO te recuerda que estás en África: venta ambulante de juguetes de alambre hechos a mano, el rebaño de vacas de cuernos largos que bloquean los taxis de los famosos, el polvo rojizo del desierto ahí fuera, las mujeres que llevan bandejas de naranjas sobre sus cabezas, o las cancelaciones de los vuelos y la denegación de los visados de miembros del jurado a última hora, que quedan retenidos en aeropuertos de media África.
El Étalon de Oro es el máximo galardón del FESPACO y representa a la princesa Yennenga, la fundadora legendaria del pueblo mossi, la que los guió al galope en un Étalon (semental) blanco. Leyenda o no, lo que sí es cierto es que los mossis son la etnia mayoritaria de Burkina Faso y que el premio al mejor largometraje se embolsa unos 30.000 euros, el segundo (Étalon de Plata) unos 15.000 euros, y el tercero (Étalon de Bronce), unos 7.600 euros.
22 galardones desde 1972
La primera edición del FESPACO tuvo lugar en 1969, y la entrega de premios comenzó en 1972 con toda una declaración de intenciones: la denuncia de la poligamia de la cinta Le Wazzou polygame, del realizador nigerino Oumarou Ganda, obtuvo el máximo galardón, un atrevimiento para la época. Desde entonces países tan diversos como Sudáfrica, Malí, Senegal, Etiopía, Nigeria o Costa de Marfil –este año país invitado– han conseguido el reconocimiento del jurado. El último Étalon de Oro, en 2015, fue a parar a manos del realizador marroquí Hicam Ayouch por Fièvres, una bofetada a la conciencia en la que exploraba las identidades de un niño de 13 años desorientado en los suburbios de París y la de sus abuelos inmigrantes y musulmanes practicantes paralizados por la situación de exclusión de su familia.
La quiniela de Mundo Negro
Es difícil apostar a caballo ganador en esta edición. No obstante, tres títulos apuntan alto. El francosenegalés Alain Gomis –ganador ya en 2013–, del que hablamos en el anterior número, presenta Félicité, un drama ubicado en Kinshasa, la capital de RDC. El francomaliense Daouda Coulibaly se estrena en tierras africanas con Wùlu (a la derecha, crítica de la película), un trabajo sobre el narcotráfico en Malí. Zin’naariya, una metáfora sobre las costumbres en el Sahel y las influencias de Occidente de la nigerina Rahmatou Keïta también se presenta como una de las favoritas. En total se proyectarán más de 150 películas.
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