Gemelas separadas

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Kinshasa y Brazzaville, las dos capitales más cercanas del mundo


El río Congo, que fluye entre Kinshasa y Brazzaville, impide que ambas sean una sola ciudad. Con una historia común, no han crecido a la misma velocidad. Las  dos capitales más cercanas del mundo están separadas por cuatro kilómetros de agua dulce.



A finales del siglo XIX, las potencias europeas empezaron a dividir y repartirse el mundo. En la región que atraviesa el río Congo, Francia ocupaba la orilla derecha y Bélgica la izquierda. Con estrategias coloniales diferentes, sus políticas urbanas fueron muy similares. 

En 1880, el italofrancés Pierre Savorgnan de Brazza, con mandato de Francia, fundó la ciudad de Brazzaville. Por su parte, el angloamericano Henry Morton Stanley, enviado por el rey belga Leopoldo II, fundó un año más tarde el puesto de Leopoldville, la actual Kinshasa, justo enfrente. Eran aldeas habitadas por pescadores que se refugiaban en sencillas chozas de adobe. El río marcaba la frontera entre los reinos kongo y teke, facilitaba los intercambios naturales entre los habitantes de las dos orillas, que hablaban la misma lengua, el lingala, y tenían los mismos hábitos.

Segregación

Las dos ciudades se diseñaron sobre el principio de la separación entre blancos y negros. Los barrios europeos albergaban a las clases dominantes, había fábricas, comercios, zonas residenciales… Los barrios negros estaban separados: eran las zonas más fácilmente inundables y acogían los mercados tradicionales.

En Brazzaville, la población autóctona se instaló en pueblos que rodeaban el barrio blanco, que el sociólogo francés Georges Balandier denominó «los Brazzavilles negros»: Poto Poto, Bacongo y Makélékélé. Estaban separados de la «ciudad» por una especie de tierra de nadie. 

Según el historiador belga Emile Capelle, no todos los negros podían vivir en Leopoldville. Los que lo intentaban tenían que presentar un justificante de empadronamiento y permisos de salida y de entrada, de residencia y de trabajo. Aunque la segregación racial ha sido abolida, la estratificación es visible en ambas ciudades, aunque hoy el color de la piel ha sido sustituido por otro criterio: la riqueza. 

En la actualidad, el antiguo barrio blanco –la comuna de Gombe en Kinshasa, y la de Plateau en Brazzaville–, alberga a aquellos que dirigen el aparato del Estado, las empresas, las organizaciones internacionales y las embajadas. Cuando los habitantes de comunas como Lemba, Matete, Selembao o Bandalungwa van a Gombe para trabajar, hacer compras o trámites administrativos, dicen «Tokei ville», –«vamos a la ciudad»–; y «Tozongi ndako» o «Tozongi mboka» –«vamos a casa» o «vamos al pueblo»– cuando emprenden el viaje de vuelta.

Kinshasa es la capital y la ciudad más grande de RDC –acoge al 7 % de su población–. Su explosión demográfica se debe a una tasa de natalidad elevada y a los flujos migratorios, instigados por la pobreza en el campo y la inseguridad en algunas zonas del país. Según el profesor Jean–Pierre Bwalwel, el distrito de Leopoldville se creó el 12 de enero de 1923. En 1929 tenía 1.200 habitantes; en 1948, 180.000, y en 1960, con la independencia, 400.000. Según la proyección de la ONU, su población llegará a los 83 millones en 2100.

A pesar del hundimiento del tejido económico durante la etapa de Mobutu Sese Seko en el poder, la capital de RDC ha seguido siendo un polo de atracción y oportunidades para todos los congoleños. Kinshasa es conocida en el interior del país por su prosperidad, además de ser un puente con el extranjero. «Hoy en día, igual que muchas ciudades africanas, se considera el lugar donde todas las esperanzas son realizables», explica Bwalwel.

Pero esta presión demográfica acentúa las desigualdades sociales y -tiene consecuencias en la gestión de las infraestructuras. Cientos de miles de familias sobreviven en viviendas hacinadas, se comunican a través de calles y carreteras en pésimo estado y se enfrentan a condiciones sanitarias precarias, malnutrición o insalubridad crónica. Ante la falta de soluciones duraderas a estos problemas, los habitantes de Kinshasa muestran su dinamismo y resistencia, y en la mayoría de los casos confían en sí mismos para resolver los problemas. 


11 de septiembre de 1960: un grupo de hombres comentan en el puerto de Kinshasa los acontecimientos posteriores a la destitución de Patrice Lumumba. Fotografía: Getty

El espejo de una nación

El tamaño de Brazzaville no tiene nada que ver con el de Kinshasa, seis veces mayor. En la capital de República de Congo vive casi la mitad de la población del país: 2,5 millones –el país tiene 5,4 millones–.

Congo es uno de los países más urbanizados de África, con casi el 70 % de su población residiendo en ciudades. Este desequilibrio rural-urbano tiene como consecuencia una baja producción agrícola, ganadera y pesquera. 

Brazzaville empezó a desarrollarse durante el proceso de descolonización, sobre todo cuando las nuevas autoridades la eligieron como la capital, en detrimento de Pointe Noire. Pero en la primera mitad de los años 70, el país cayó en una profunda crisis económica, ya que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial redujeron las ayudas y los créditos, y obligaron al Gobierno a realizar recortes presupuestarios, especialmente en el gasto social.

Las infraestructuras de transporte se degradaron y las políticas urbanísticas que debían mejorar o garantizar el acceso al agua potable, la electricidad, la sanidad o la educación quedaron reducidas a casi nada. 

La guerra civil –de 1997 a 1999– fue despiadada y Brazzaville se convirtió en el centro de los enfrentamientos entre los bandos del difunto presidente, Pascal Lissouba, y del actual, Denis Sassou-Nguesso. 

Poto Poto es uno de los barrios más antiguos de Brazzaville y alberga las principales empresas y comercios de la ciudad. Desde su fundación, la capital ha acogido a muchos extranjeros. Senegaleses, malienses, togoleños, benineses, burkineses, nigerianos o guineanos que habían acompañado a Savorgnan de Brazza se instalaron allí. Muchos de ellos nunca regresaron a su país y algunos se nacionalizaron congoleños. Durante décadas, se especializaron en la pesca y el comercio, que llegaron a controlar en el país. Ahora compiten con congoleños de RDC, chinos e indios.

Imagen por satélite de Brazzaville y Kinshasa a ambas orillas del río Congo. Fotografía: Planet Observer / Getty


Comercio en las dos ciudades

Kinshasa y Brazzaville, por su proximidad y población, generan un volumen comercial significativo. De ambos lados del río cruzan para comprar suministros y hacer negocios. Según los analistas, el comercio transfronterizo informal representa una parte muy importante de los intercambios entre las dos capitales. Los productos alimenticios son, con diferencia, los que más se compran y venden entre ambas poblaciones.

Procedente de Kinshasa, en Brazzaville se descarga pescado, mandioca, aceite de palma, café, pollo congelado, espaguetis, galletas… Algunos de estos productos proceden del interior de RDC, sobre todo de las provincias de Kwilu, Kwango y Maindombe.

El muelle FIMA y el puerto de Yoro son los dos lugares de aprovisionamiento de los habitantes de B-razzaville, mientras que los de -Kinshasa lo hacen en el muelle de Ngobila. Estos últimos importan ropa y tejidos de Brazzaville, sobre todo telas wax fabricadas en República de Congo que luego venden en las provincias de Ecuador y Kasai, y en el resto del país a través del río.

Judith Singa es de Pointe Noire, la segunda ciudad más grande de Congo. Viuda de 40 años y madre de tres hijos, regenta una tienda en Poto Poto, donde vive desde hace 11 años: «Solía hacer viajes regulares de ida y vuelta de Brazzaville a Kinshasa», explica. «Compraba pollos congelados y el negocio prosperó. Hace cuatro años cambié y abrí una tienda de telas. La mayoría de mis clientes son vecinos de Kinshasa». Como ella, muchas otras mujeres de ambas orillas comercian en el río.

En 2021, el escritor Gaston M’Bemba-Ndumba publicó el libro titulado Femmes et petits commerces du fleuve Congo entre Brazzaville et Kinshasa en el que analiza el comercio a pequeña escala y los intercambios entre las mujeres de ambas ciudades. Fruto de la observación constató que «la mayoría de los productos utilizados para blanquear la piel proceden de Kinshasa y quienes los venden en Brazzaville son mujeres que utilizaban estos productos». Según su análisis, el pequeño comercio femenino es la parte más representativa del sector comercial entre Brazzaville y Kinshasa, que, en su mayor parte, sigue siendo informal. Sus actividades comerciales se concentran en la restauración, la venta de alimentos frescos y de ropa. Aunque algunas son mayoristas, la mayoría son comerciantes minoristas.  

En Port Nzimbi –nombre de un antiguo general del Ejército en tiempos de Mobutu–, en Kinshasa, unas 50 mujeres de la capital exponen el pondu –hojas de mandioca, alimento básico en el país–, que compran al por mayor en las islas del río y venden al por menor muy temprano. Mamá Nicole, de 43 años y madre de cuatro hijos, habla de ello: «A veces cruzo a Brazzaville, donde tengo algunos clientes. Gracias a este trabajo puedo enviar a mis hijos a la escuela». El policía que vigila los movimientos de las vendedoras de pondu nos cuenta que ha trabajado durante más de diez años en varios puestos fronterizos a lo largo del río, y confirma que la mayor parte del pequeño comercio entre ambas orillas lo llevan a cabo mujeres.

Este flujo ha dado lugar a puestos de trabajo como vendedores, porteadores, cargadores, carretilleros o mecánicos. Los puertos en ambas orillas también se han hecho famosos por el contrabando organizado, a veces con la complicidad de funcionarios de aduanas y otros servicios de control. Muchas mercancías –textiles, minerales, combustible, o café– cruzan el río sin pagar impuestos. Eso sin contar el paso clandestino de migrantes a ambos lados. 


Un hombre carga mercancías en el puerto de Kinshasa. El río Congo es una de las principales vías de comunicación para ambos países. Fotografía: John Wessels / Getty


El río, ¿un muro?

«Ebale ya Congo ezali lopango te, ezali nzela» –«el río Congo no es una barrera, es un camino»–, cantaba el famoso músico congoleño Joseph Kabasele. Hoy en día, esta afirmación debe tomarse con humor. Los dos pueblos mantienen fuertes vínculos culturales y lingüísticos, pero el acceso de una capital a la otra ya no es automático. Con el tiempo, el río se ha convertido en un muro difícil de franquear, y las relaciones se parecen cada vez más a las del gato y el ratón.

En 2014 tuvo lugar la Operación Mbata ya bakolo –«la bofetada de los ancianos»–. La Policía de Brazzaville devolvió brutalmente a Kinshasa a más de 100.000 «zaireños» acusados de varios delitos, entre ellos el de no tener los papeles en regla. Algunos llevaban más de 30 años viviendo en Brazzaville y tenían familia allí.

Esta operación tuvo un antes y un después. Provocó el cierre de las fronteras entre ambos países y contribuyó al enfriamiento de las relaciones, e incluso a la desconfianza, entre las dos capitales. Las autoridades de ambos lados de la frontera endurecieron las condiciones para cruzar. Las relaciones se estabilizaron en 2019 tras largas negociaciones entre los dos Gobiernos. En 2020, la pandemia provocó el cierre de las fronteras, lo que redujo el número de visitantes de Kinshasa a Brazzaville y viceversa.

Cruzar el río en un barco que emplea media hora cuesta entre 25 y 30 dólares. A esto hay que añadir el acoso de los funcionarios del Gobierno, sobre todo en Kinshasa. Esto dificulta aún más el paso, que se ha quedado como una prerrogativa de los ricos. El río, que antaño unía las economías de las dos ciudades, está ahora sometido a un régimen fronterizo, lo que resulta costoso para la población. Para llegar a la otra orilla, los ciudadanos utilizan a menudo embarcaciones rudimentarias, por lo que no son extraños los accidentes.

Con vistas a 2028 

El proyecto de construir un puente que una Brazzaville y Kinshasa se remonta a hace más de 30 años. Cédric Kalala, oficial de la policía fronteriza de Kinsuka, en Kinshasa, espera impaciente la finalización del proyecto: «Sería una gran ayuda para nosotros. Los congoleños del otro lado del río no son nuestros vecinos, son nuestros hermanos. En Brazzaville y -Kinshasa es difícil saber quién es de una ciudad y quién de otra. Si las autoridades construyeran un puente sobre el río, no solo se reduciría el coste de la travesía, sino también el riesgo de naufragios. La gente podría ir y volver andando para visitar a sus familiares», afirma Kalala.

El 11 de noviembre de 2019, líderes congoleños de ambos lados del río firmaron un acuerdo en -Johannesburgo (Sudáfrica) para financiar y ejecutar el proyecto. El coste estimado es de, al menos, 600 millones de dólares, e incluirá una vía férrea, una autovía, pasos peatonales y un puesto de control fronterizo a cada lado. Las obras, pospuestas en varias ocasiones, deberían finalizar en 2028.

La construcción de este puente se llevará a cabo en el marco de la Comunidad Económica de los Estados de África Central (CEEAC). Entre sus beneficios, facilitará la importación y exportación de mercancías entre Matadi y Pointe Noire y armonizará los procedimientos de migración entre los dos países. 

El proyecto se inscribe también en el marco de la Nueva Alianza para el Desarrollo de África para la conectividad de África. Además, garantizará la continuidad del corredor Trípoli (Libia)-Windhoek (Namibia), que atraviesa Chad, Camerún, los dos Congos y Angola. Los expertos estiman que el tráfico, que actualmente es de unos 750.000 pasajeros y 340.000 toneladas de carga al año, aumentará a más de cuatro millones de pasajeros y tres millones de toneladas de carga al año. Esto podría impulsar las economías de los países beneficiarios y, por supuesto, de las dos ciudades.

 

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