Giampaolo Musumeci: «Los traficantes actúan porque Europa no hace nada»

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Giampaolo Musumeci, periodista y coautor de Confesiones de un traficante de personas.

 

Es una de las facetas más desconocidas de las migraciones. Los traficantes de personas se aprovechan de las fronteras y de los deseos de emigrar para crear uno de los negocios más lucrativos de cuantos existen al margen de la ley. El periodista especializado en inmigración Giampaolo Musumeci investigó el fenómeno junto a Andrea di Nicola, criminólogo en la Universidad de Trento, y pusieron por escrito sus conclusiones en Confesiones de un traficante de personas (Altamarea Ediciones).

 

¿Por qué entrevistar a traficantes de personas?

Es la parte que falta en el relato global de la emigración. La idea es girar la cámara 180 grados y ver la perspectiva de quien organiza el viaje; tratar de entender si el traficante de seres humanos es un villano o, quizá, también alguien que presta un servicio.

 

¿No se puede cruzar África y llegar a Europa sin recurrir a traficantes?

Es muy difícil. Imagine un ghanés que va a la embajada italiana de Accra y dice: «Yo quiero trabajar en Italia». Imposible. Este es uno de los puntos centrales del libro: el traficante brinda al migrante la posibilidad de un servicio que Europa no ofrece. El migrante quiere moverse, y Europa no se lo consiente de manera legal.

 

Un camión de migrantes sale de Agadez (Níger) en dirección al desierto. Fotografía: Getty

 

Si una barca de migrantes se hunde o un camión se pierde en el desierto, ¿quién reclama?

Esta es la gran diferencia entre el tráfico de migrantes, drogas, armas u órganos…. Si pierdo a mis clientes entre Agadez y Argelia y han pagado, en principio no es un problema. Si pierdo 500 kilos de cocaína o dos cajas de Kaláshnikov, tengo un problema serio. La demanda de migraciones es constante. Si los pierdo, habrá otra camioneta con otros 100 migrantes. Esto es verdad solo en parte. El buen traficante intenta no perder a los migrantes. Su objetivo no es usar la violencia contra ellos, sino hacerles llegar a Europa y ganar dinero. La violencia es un instrumento, pero el objetivo es el negocio. Muchos traficantes trabajan su reputación para posicionarse, porque si soy de Accra, o de Lagos y quiero ir a España, hablaré con amigos o con alguien que haya llegado.

 

Los traficantes se autojustifican. ¿No hay un riesgo de que un discurso como el de su libro sirva para dar una imagen edulcorada de lo que supone traficar con seres humanos como mercancía?

El libro recoge la voz del traficante. Y, como cualquier criminal, se autoabsuelve. Al mismo tiempo, es verdad que ofrece un servicio que nadie más presta; los eritreos en Asmara no pueden ir a la embajada italiana diciendo: «Vale, yo no quiero hacer el servicio militar desde los 18 hasta los 48 años, ganando dos dólares al día, si se da bien…». Hay un vacío de las instituciones europeas que llenan las organizaciones criminales. Muchos migrantes dicen que su «agente» estuvo fantástico porque los rescató de morir y los llevó a Europa, aunque haya sido caro. Otros dicen que su traficante libio era un «maldito bastardo». Pero todo esto sucede porque Europa no actúa. Si están las oenegés en el Mediterráneo es también porque no está Europa. Al no hacer nada, deja espacio a otros actores. Y no siempre son instituciones legales, sino organizaciones criminales. ¡Que Europa haga algo! Si llenase ese vacío, el criminal estaría fuera. No se trata de levantar muros, porque los muros crean vacíos. Un muro para los migrantes solo hace que la vuelta que tengan que dar sea más larga: más traficantes, más dinero…

 

 

La valla entre España y Marruecos en Melilla. Fotografía: Getty

 

Un medio español publicó que los barcos de las oenegés contribuían a que hubiera más muertes en el Mediterráneo. Según la información, los traficantes dan el aviso nada más zarpar y se desentienden; aseguran que crean un efecto llamada y los migrantes cruzan el Mediterráneo sabiendo que los salvarán. ¿Tiene esto algo de verdad o es una visión interesada?

Ese debate existe en Italia desde que la marina militar italiana puso en marcha la operación Mare Nostrum con barcos que salvaban a los migrantes y que luego se abandonó. Según el Instituto de Estudios de Política Internacional, que es un think tank italiano muy bueno en datos, o la Organización Internacional de las Migraciones y el ACNUR, no se genera ningún efecto llamada. Las salidas no dependen de la presencia de barcos de las oenegés. El migrante que parte de Accra o de Benín City, ¿sabe que está el Aquarius a 20 millas naúticas de la costa de Libia? No lo saben, pero los traficantes sí, y aprovechan la oportunidad echando al mar barcas que no pueden llegar a Italia. Antes usaban pesqueros de madera y han empezado a usar botes de goma con motores Yamaha de 25 caballos y 50 litros de gasolina. En todo caso, cambia la modalidad del tráfico, pero no es un factor que atraiga a los migrantes y no aumenta el flujo. Lo que sí dicen los datos, y es muy grave, es que las muertes aumentan cuando no hay presencia de las oenegés. Y están aumentando no solo a nivel porcentual, sino también a nivel absoluto en los primeros meses de 2019.
Esta narrativa de que con las barcas de las oenegés toda África vendrá hacia nosotros… Cada cuatro meses los periódicos italianos de derecha dicen que un millón de africanos están en Libia preparados para ir a Europa. Nunca ha habido un millón de africanos para venir a Europa. Se olvida que la mayor parte de africanos que se mueven lo hacen dentro del continente africano. Se olvida que el 97% de la población mundial no emigra. Existe una narrativa de la emergencia que no está vinculada a los propios hechos. Y entonces hay que estar todo el día en Twitter desmintiendo: «No, no es verdad que…, no es verdad que…». Deberíamos contar lo que sucede, no solo lo que dicen los políticos.

 

¿Qué tendría que hacer Europa?

Mire el presupuesto de Frontex, que ha crecido muchísimo y no hace tareas de rescate sino control de fronteras. ¿Qué podemos decir? Europa gasta millones en un acuerdo con Turquía; España gasta en su acuerdo con Marruecos; Italia ha pagado a Al Sarraj y a las milicias para bloquear el flujo de Libia. Haré una metáfora fea: supongamos que la inmigración es una enfermedad, que no lo es: yo me tomo una aspirina para el Ébola, mejora un poco la fiebre y después me muero. No vamos a la raíz del fenómeno. Al migrante de Benin City o de Accra, ¿le conviene estar allí o venir a Europa? Si yo hago que para un nigeriano sea más conveniente estar en Nigeria, ¿para qué venir? Dejando a un lado a los refugiados de guerra, eso de que todos quieren venir no es verdad; los refugiados nigerianos que huyen de Boko Haram no vienen a Europa: están en Chad, en Níger y en Camerún y quieren volver a casa. Pienso, con Andrea de Nicoli, que la solución pasa por hacer corredores humanitarios con una oferta institucional y legal con respecto al traficante. Y por crear condiciones en los países de origen y no en los de tránsito; no hay que hacer el acuerdo con Libia porque no son emigrantes libios sino eritreos, somalíes, sudaneses, nigerianos… Hay que invertir con financiación, empresas, información… Hay casos positivos: en Senegal, por ejemplo, donde el ministro senegalés de Exteriores ha hecho una campaña diciendo: «Cuidado con ir a Europa, en Italia vas a estar vendiendo bolsos falsificados…». A largo plazo dará sus frutos.

 

Matteo Salvini, vicepresidente y ministro de Interior del Gobierno de Italia. Prometió antes de llegar al poder que echaría a 500.000 migrantes sin papeles. Fotografía: Getty

 

Y habrá que asumir que las migraciones son parte de la normalidad, ¿no? Además, hay que tener unos recursos mínimos para hacerlo…

Totalmente. Emigra la media burguesía, o uno de la ciudad que tiene algo de dinero y que tal vez se haya relacionado con alguien en Facebook, o ya tiene un amigo en Madrid… No son unos desgraciados en pueblos perdidos.

Los subsaharianos que pasan por Libia, ¿se convierten en solicitantes de asilo legítimos por las condiciones inhumanas y amenazantes que viven allí?

Sí, hay dos estratos: uno jurídica internacional y otra real, de facto, En el momento en el que un migrante económico llega a Libia puede acabar pasando tres meses en prisión, que le pegue la policía, sea vendido a una milicia, abandonado en el desierto… Si después va a Trípoli y de ahí a Italia automáticamente merece una protección internacional. Si pasas el infierno de Libia, no puedes ser abandonado en el mar. Por otra parte, Libia, durante años, con Gadafi, fue un punto de destino para los subsaharianos que iban a trabajar en la construcción, en las carreteras… Pero es verdad que en el momento en el que entra uno en Libia ahora es un delirio, un infierno…

 

En el libro explica una trama en Uganda para hacer pasar por refugiados procedentes de Congo, ¿cómo puede fallar así ACNUR?

La puesta en escena teatral forma parte de la técnica de los traficantes y también de los migrantes. Hay traficantes que reconstruyen una identidad, como en el caso de ese «pastor» ugandés, que decía: «tú vienes de Kinshasa, pero no está en guerra, ¿cómo lo hacemos? Dices que eres de Kivu del Norte. Yo te cuento una historia: en tu pueblo llegó la milicia mai-mai, han asesinado a todos, te la aprendes de memoria…». Esto es normal. Hay refugiados dentro de Schengen en los que los migrantes económicos entraron como turistas… Es un teatro. Pero el ACNUR y la policía afinan las técnicas para saber la verdad. Por ejemplo, conocí una siria en Lugano, que llegó hasta suiza por motivos de salud. La embajadas española, italiana o alemana no la ayudaron; en la embajada suiza sí, pero usaron Google Maps y le preguntaron por detalles muy precisos de la zona de donde venía. Fue un interrogatorio muy profundo y detallado.

 

 

Concentración en Marsella en apoyo al barco Aquarius, dedicado al rescate de migrantes en el Mediterráneo. Fotografía: Getty

 

Dicen en el libro que se hace un periodismo de bufanda. ¿Cuáles son los principales bandos?

Norte y sur. Se anula la complejidad del fenómeno y no se quieren afrontar los matices. En la derecha, típicamente en Italia Il Giornale, Libero, La Verità: «Que se cierren las puertas», «Cero clandestinos», «Italia para los italianos», «Invasión»… Por otra parte, los periódicos de la izquierda tienen una retórica que me parece un poco cansina: «Pobres inmigrantes», «Los derechos humanos»… Y es verdad, pero creo que, si lo ves desde el punto de vista de la eficacia del mensaje sobre el público, por un lado hay artillería pesada y «Pobres» por el otro… La hinchada norte vence. Es difícil encontrar un espacio neutro que diga: «Vamos a ver el fenómeno, los números…, vamos a entender qué se puede hacer». Es un debate polarizado, y para mí no es un buen servicio para el público, porque no da información sino ideología. Soy bastante pesimista en cuanto al estado de la información sobre este tema.

Entonces se usa a los migrantes para infundir miedo y difundir ideas… ¿Es su peso mediático más simbólico que representativo?

Te puedo decir que en Italia hay una sobrerrepresentación. Hace poco hablé con un familiar que vive en una zona rural en la que hay poquísimos emigrantes. Él lee un periódico de derecha, y me dice: «Voy por la calle y, ¡terrible!, las veo con el velo y me miran». Le pregunto si le ha pasado algo, si le han insultado… «No, qué va, pero me miran mal». Hay muchísimo humo que viene también de Facebook, de las redes sociales.

 

Afirma que está en juego la identidad de Europa. ¿Puede desarrollar la idea?

¿Qué Europa queremos en 2050? Es la gran pregunta que, creo yo, un ciudadano europeo debe hacer y los políticos deben responder. Los resurgimientos identitarios, populistas o fascistas trabajan sobre la ignorancia y la memoria corta. Ahora se lee menos, los periódicos dan pena y la gente se informa en las redes. No hay un esfuerzo por comprender los detalles, solo eslóganes.
De aquí a 2050, la población en África crecerá un 115 %; en Nigeria habrá 400 millones de personas y será el tercer país del mundo más poblado. Está claro que puede afectar a los flujos migratorios. No digo que sea una emergencia, pero quizá recibamos flujos importantes. La pregunta es qué Europa queremos.Hay experimentos que han salido muy mal: pienso en Saint Denis en París, en Molenbeek… Molenbeek es un enclave marroquí a las puertas de Bruselas. Tiene 80.000 habitantes y 65.000 son marroquíes del Rif. Entras allí y escuchas el dialecto del norte del país. Hay 45 mezquitas legales con imanes que no sabemos qué dicen. En Rosengard, periferia de Malmö (Suecia), hay bandas que hacen la guerra por la droga con bombas de mano. Hay decenas de muertos al año. Un colega mío ha hecho un reportaje sobre esta historia. Acojamos a los migrantes, pero ¿cómo? ¿Habilitamos un lugar alejado del centro y los metemos a todos allí? La emigración es estructural: siempre ha existido y siempre existirá. Por tanto, la política debe activarse. ¡En Rosengard hay un solo centro deportivo para 50.000 habitantes! No se trata de hacer un discurso identitario, étnico. Yo espero que mi hijo se pueda casar con una senegalesa. Me gusta el encuentro de culturas. Me gusta ver en Milán a los marroquíes, a los ghaneses… Pero cuando digo eso me dicen que soy buenista…. En Molenbeek entrevisté a una víctima del atentado terrorista de la estación de Malbek: un chico de origen marroquí nacido en Bélgica. Le pregunté si se sentía belga o marroquí. Me dijo que no le gustaba la pregunta porque su pasaporte era belga, pero en la escuela le decían: «Marroquí de mierda»; y cuando iba a Marruecos le decían que era belga. «Mi identidad está en crisis», decía. «Los belgas me dicen que no soy un verdadero belga porque no bebo cerveza. Me parece que hay que reflexionar sobre la poca atención que se da a estas personas. Quizá no les ayudamos a tener una identidad. Quizá la etiqueta étnica está desapareciendo y trabajar sobre la identidad europea sería más ecuménico… No lo sé. Me impactó esta historia. «No soy belga ni marroquí, ¿qué soy yo?». Bastante fuerte.

 

Foto de portada: Gonzalo Gómez

 

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