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Nigeria, tras las presidenciales de 2019

Por Gift Robinson

Nigeria acumula méritos y deméritos para convetirse en referencia en el continente africano. El autor del texto, periodista nigeriano, muestra sus dudas acerca de lo que puede acontecer en esta segunda legislatura de Buhari, en la que la población seguirá siendo la que pierda la partida.

La situación de Nigeria no ha cambiado de forma significativa en los últimos meses. De hecho, el país se parece bastante al retrato que presentaba antes de las elecciones del pasado mes de febrero que permitieron la reelección de Muhamadu Buhari. No hay cambios, pero este inmovilismo no llama la atención de nadie. El país sigue rezagado en cuanto al desarrollo de sus infraestructuras. No hay buenas carreteras. No hay estabilidad. El país vive en medio de una lacerante decadencia moral. Las estructuras educativas son insuficientes [los alumnos pasan apenas cinco años en las aulas, si son chicas; y 7,6 años si son chicos, según el Índice de Desarrollo Humano 2018]. Y el ruinoso estado del sistema de salud [el país cuenta con 5 camas de hospital por cada 10.000 habitantes, y tan solo 0,4 médicos por cada 1.000 ciudadanos, según Africa South of the Sahara 2019] pone en peligro la vida de los nigerianos.

Pero no solo eso. El país también padece otras enfermedades: tribalismo, nepotismo, conflictos entre las diferentes comunidades religiosas, interminables luchas de poder, corrupción, malversación de fondos… La impresión es que buena parte de la clase política nigeriana se considera «esclava» de esa realidad, lo que convierte a la ciudadanía en una víctima del sistema.

Desplazados internos en el campo de Jimeta. Fotografía: Getty
Inseguridad y pobreza


A pesar de prometer que sería capaz de reescribir la historia de Nigeria, el presidente Buhari no ha conseguido erradicar la inseguridad ni la extrema pobreza que azotan al país. Esta falta de liderazgo ha suscitado una gran inquietud entre los nigerianos, muchos de los cuales solo han encontrado respuesta en la emigración [según el African Statistical Yearbook 2017, los migrantes nigerianos llegaban a 1.093.644 ese año]. Escapan de la situación para buscar mejores expectativas de vida fuera de las fronteras de su país.

Me inclino a pensar que la inseguridad es el resultado de la falta de voluntad política del Gobierno para abordarla con sinceridad y transparencia. A pesar de que han trascendido varias iniciativas gubernamentales, dotadas con importantes recursos económicos, la sensación es que no se logra contener la violencia. Esta herida también tiene graves consecuencias económicas. Numerosos inversores extranjeros ya se han retirado del país, y otros poco a poco están tomando distancia a la espera de ver cómo evoluciona la situación. El mal funcionamiento del mercado bursátil nigeriano no es ajeno a la inseguridad: el miedo es un mal consejero para aquellos dispuestos a hacer negocios [En 2017 la Bolsa de Valores de Nigeria fue la segunda más importante del continente, con un volumen de capitalización de 37.000 millones de dólares].

Mientras que la sociedad civil nigeriana quiere confiar en los cambios prometidos por el Gobierno para esta legislatura, el partido de Buhari, el Congreso de Todos los Progresistas (APC, por sus siglas en inglés), parece mucho más preocupado en garantizar los intereses personales de sus miembros, y que estos puedan velar por sus negocios personales, indiferentes ante la complicada situación del pueblo. Por eso, aunque los dirigentes corruptos sigan teniendo sus pies en Nigeria, su cabeza está en el extranjero, donde acumulan riquezas y propiedades, mientras millones de conciudadanos quedan atrapados en la más abyecta pobreza.

A pesar de que la ciudadanía se ha despertado con vigor en diversos países africanos, demostrando a sus gobernantes que ha llegado la hora de cambiar la forma de hacer política, en Nigeria la codicia de la clase dirigente, aunque indigna a la gente, todavía no ha suscitado movimientos sociales significativos de oposición. [Algunos países sí están tomando decisiones que afectan a los mandatarios nigerianos. El pasado 24 de julio se conoció que el Gobierno de Estados Unidos había impuesto restricciones al visado de algunos políticos del país –no ha trascendido ni su nombre ni su formación política– «que se cree que son responsables o cómplices de socavar la democracia en Nigeria», tal y como señaló el portavoz del Departamento de Estado, Morgan Ortagus. «Estas personas –añadió– han operado con impunidad a expensas del pueblo nigeriano y han socavado los principios democráticos y los derechos humanos»]. Muchos nigerianos estamos cansados de las injusticias que se suceden en nuestra tierra, pero no llegamos a ponernos de acuerdo en cuál de ellas debería abordarse primero.

Lo que sí es cierto es que una buena parte de la sociedad ha perdido el interés por lo que acontece en el país y se ha desentendido de la actividad política. Eso se ha traducido, en las últimas elecciones, con la más baja participación en la historia de la democracia nigeriana. La percepción es que no importa la fiabilidad del sistema electoral, sino que el propio electorado ha llegado a asumir que su voto no cuenta, en medio de un sistema que tan solo se preocupa de reciclar a los mismos líderes políticos de siempre. De hecho, una de las cuestiones que más llamaron la atención de los pasados comicios fue la diferencia de edad entre los dos principales candidatos –Muhammadu Buhari, del APC, de 76 años; y Atiku Abubakar, del Partido Democrático Popular, de 72– y la mayoría de la población nigeriana, que tiene una media de 18 años. Además, más de la mitad de los electores estaban en una horquilla entre los 18 y los 35 años.

El intercambiador de transporte de Oshodi. Fotografía: Getty
Flujos migratorios

La porosidad de las fronteras nigerianas ha provocado que, junto al habitual flujo de migrantes económicos, se introduzcan también en el país miembros de grupos criminales o terroristas que operan en la zona. Esta realidad incrementa la sensación de inseguridad entre los propios nigerianos y aquellos que se acercan al país. En medio del clima generalizado de corrupción en el que se encuentra el país, algunas fuentes apuntan directamente a los funcionarios de aduanas como cooperadores necesarios de este trasiego. A cambio de sobornos más o menos magros, dejan pasar a personas, pero también diversas –y, en muchos casos, peligrosas– mercancías que circulan de forma ilícita por tierras nigerianas. El tráfico ilegal de armas forma parte sustancial de ese comercio. Según diversas investigaciones, Nigeria tiene más del 70 % de los 8 millones de armas ilegales que circulan por África, según estadísticas de 2016.

Sin embargo, lo triste e irónico del caso es que la compraventa ilegal de armamento no está vinculada únicamente a Boko Haram, a los diversos grupos terroristas que operan en el país, o a las comunidades de pastores y agricultores, que mantienen un enfrentamiento que se ha cobrado ya miles de víctimas. Entre los actores que acuden al mercado ilegal para la adquisición de armamento, se encuentra también el propio Gobierno [en el informe «Comercio de armas y conflictos», fechado por la Escola de Cultura de Pau en mayo de 2018, se indica que «en enero de 2015, el antiguo zar anticorrupción y candidato por el partido gubernamental PDP en el estado de Adamawa, Nuhu Ribadu, declaró que el Gobierno nigeriano se estaba viendo obligado a comprar armas en el mercado negro para combatir a Boko Haram porque Occidente rechazaba ofrecer ayudas militares al Ejército por el elevado clima de corrupción existente y la posibilidad de que se produjeran desviaciones de las adquisiciones. Las sospechas sobre compras en el mercado negro por parte de Nigeria se iniciaron en septiembre de 2014, cuando Sudáfrica detuvo un avión transportando 9,3 millones de dólares en efectivo, supuestamente destinado al pago de transferencias ilícitas»].

El presidente de Nigeria, Muhamadu Buhari. Fotografía: Getty

Corrupción e inflación

Mientras esto ocurre, los nigerianos siguen luchando por su supervivencia. Los precios de los bienes y servicios se han disparado [en el año 2016, según African Statistical Yearbook 2017, la inflación fue del 15,7 %], y no hay indicios de que puedan volver a la nornalidad, en buena medida porque los líderes políticos –tanto los elegidos como los designados– no están capacitados para desempeñar de manera eficaz sus funciones. La percepción es que nadie quiere ayudar a mejorar las condiciones sociales, y que los que podrían hacerlo, gobernantes y funcionarios, están demasiado ocupados en medrar y malversar fondos públicos como para empeñarse en ello.

Una de las prácticas habituales para enmascarar la corrupción es la aprobación de proyectos de infraestructuras inexistentes o ineficaces, a través de los cuales blanquean los capitales defraudados. Un ejemplo de ello es la autopista que une Lagos con la ciudad costera de Badagry, cerca de la frontera con Benín, y que ha sufrido un grave deterioro en los últimos años por falta de mantenimiento. La falta de materiales o la promesa de que los trabajos continuarían después de las elecciones del pasado mes de febrero han sido algunas de las excusas que han mantenido parado un proyecto por el que tuvieron que derribar numerosas viviendas de vecinos, y que ha condicionado la vida cotidiana y la actividad laboral de miles de nigerianos durante demasiado tiempo. Tan solo el pasado 2 de julio se reanudaron los trabajos que deberán completarse con una autopista con 10 carriles por sentido, clave para conectar la capital económica del país con el resto de países costeros de África occidental.
La Nigeria de ayer parece mejor que la Nigeria de hoy, un país que parece que pierde su valor en manos de la clase dirigente. Las últimas presidenciales fueron el ejemplo de una lucha de poder en la que muchos nigerianos se dejaron la vida. Cerca de 600 personas murieron en noviembre de 2018, en plena precampaña electoral, y al menos 58 personas fallecieron durante las elecciones.

Esta última convocatoria electoral, en definitiva, ha dejado muchas preguntas abiertas entre la sociedad civil y entre las autoridades, que se cuestionan, ante todo, la validez de los resultados, que otorgaron la victoria a Buhari. La atención internacional que generaron los comicios suscitó la esperanza de que las cosas cambiarían y que el país se convertiría en algo mejor. Sin embargo, la realidad contradice esas intuiciones.

Mientras la corrupción sigue permeando todo el sistema, Boko Haram continúa actuando. El país ha perdido la cuenta de cuántas vidas ha entregado ya a esta locura asesina. Pero la nación prosigue su camino, en medio de unas dificultades que son cada vez más evidentes para la población. Y no son pocos los que advierten de que no tardando mucho habrá otro enemigo contra el que luchar: el hambre.

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