¿Hacia qué catástrofe?

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Cuatro crisis silenciosas condicionan el futuro de Etiopía y de su primer ministro, Abiy Ahmed


Por P. Juan González Núñez desde Awasa (Etiopía) 



Mis amigos de España se quejan de que no oyen noticias sobre Etiopía. Claro está que eso les sucede a quienes se limitan a escuchar lo que les llega servido en la sobremesa. Quien quiera saber algo deberá navegar por los sitios etíopes de Internet, como hago yo, aun estando en Etiopía, si quiero saber en qué tierra vivo. En los medios oficiales poca verdad se encuentra. 

Mientras unos nada oyen, otros mandan mensajes al Congreso de EE. UU. pidiendo su inmediata intervención ante la inminente catástrofe. Y la Administración estadounidense no es ajena a esa preocupación. ¿Cómo podría serlo si de Etiopía depende la estabilidad de toda la región? A mediados de mayo (tiempo en que esto escribo), el enviado especial para el Cuerno de África, Mike Hammer, es esperado en Adís Abeba para conversaciones multilaterales.

¿Cuál es, en concreto, esa crisis a la que se pueden referir los mensajes de alarma en una nación que ha ido dando tumbos de catástrofe en catástrofe? ¿Es que hay una de proporciones apocalípticas que se cierne sobre este vapuleado país?

Los actores del drama etíope nos son conocidos, porque vienen de siglos atrás: la rivalidad política entre tres grandes regiones-etnias: Tigré, Amhara y Oromía, cuyas diferencias no ha podido acortar ni una larga historia de convivencia bajo el glorioso «imperio etíope». Amharas y tigrinos se alternaron en la hegemonía nacional, con claro predominio de los primeros, mientras los oromos, la etnia más numerosa del país, con un 34 % de la población total, esperaban su turno no siempre pacíficamente. 2018 puso fin a 27 años de férreo dominio de Tigré en favor de algo que se suponía que iba a ser un espíritu nacional que superara las viejas rivalidades étnicas y unificara a todos. El nuevo primer ministro, Abiy Ahmed, de origen amhara y oromo, hijo de padre musulmán y madre cristiana, cosmopolita, bien formado intelectualmente, de verbo fácil y carismático, parecía el hombre que encarnara ese nuevo espíritu. Sus clamorosos gestos iniciales, como la vuelta de los exiliados políticos o la paz con Eritrea, le valieron el Nobel de la Paz. 

Sin embargo, todos los males fueron viniendo en cascada, justo lo contrario de lo que se esperaba. Los conflictos interétnicos, previamente a raya, se dispararon creando en menos de un año más de tres millones de desplazados internos, con muertes, incendio de casas y destrucción de propiedades. Luego vino la guerra abierta con Tigré, cuyos líderes –los mismos que habían gobernado Etiopía durante 27 años– se habían hecho fuertes en la provincia norteña, desafiando al Gobierno federal. En la guerra contra Tigré intervinieron no solo el Ejército federal, sino otros que tenían viejas cuentas que saldar: las milicias amhara y el Ejército eritreo, llamado a escena fuera del guion. Fue una guerra sin ley, donde ambas partes se hicieron todo el mal que pudieron: pillaje, destrucción, tortura, violaciones y un saldo de 600.000 muertos. Tigré se llevó la peor parte, quedando literalmente destrozada (ver pp. 40-45). La población pasó a depender en buena parte de la ayuda humanitaria, dificultada por ambas partes: por parte del Gobierno, con procesos burocráticos; por la parte tigrina, debido a la apropiación, a mano armada, de alimentos y carburante; por ambas, por hacer negocio con las ayudas.

El pasado 17 de diciembre, miembros de la comunidad etíope en Estados Unidos se manifestaron para denunciar el uso de drones, por parte del Ejército federal, contra la comunidad amhara. Fotografía: J. Countess / Getty. En la imagen superior, dos mujeres comen en un restaurante del centro de Adís Abeba, la capital etíope. Fotografía: Michele Spatari / Getty




Tras los acuerdos de Pretoria

Los acuerdos de Pretoria, en noviembre de 2022, pusieron fin a la contienda abierta, que no a los conflictos de la trastienda, que son los que ahora están aporreando la puerta.

Los acuerdos incluían el desarme de la guerrilla tigrina, su inserción en el Ejército nacional y la vuelta a la legalidad constitucional. Por otra parte, prometían la devolución de dos importantes territorios, Wolkayt –en la frontera con Sudán– y Raya –en la parte sur–, que durante la guerra de 2022 se apropió la región amhara, expulsando de ellos a los tigrinos allí residentes. 

Fue a raíz de estos acuerdos cuando Abiy Ahmed pidió a los amharas que, igual que hacían los tigrinos, entregaran las armas y disolvieran sus milicias. Al negarse, comenzó una nueva guerra, esta vez entre el Ejército y los amharas, que sigue en curso, con parecidas atrocidades a las de la contienda anterior. 

Ante la presión de Tigré para que se cumpla lo firmado en Pretoria, so pena de volver a las hostilidades, ambas partes llegaron al acuerdo de que serán puestos en práctica totalmente para junio de este año, lo que, a simple vista, se antoja utópico. Los amharas no entregan las armas porque piensan que tampoco los tigrinos lo han hecho y que, por tanto, las necesitan para defender los territorios mencionados. Recuerdan, además, no sin razón, que esos territorios eran suyos y que los tigrinos se los apropiaron hace 30 años cuando tomaron el poder en Adís Abeba. Si los tigrinos se ponen de nuevo a luchar contra el Gobierno, peor que peor. He aquí la primera inminente catástrofe.

¿Y los oromos? Han esperado mucho tiempo su turno y ahora lo ven más cerca, mientras los otros dos rivales se desangran mutuamente. Por lo demás, Abiy Ahmed, que no quería identificarse con sus intereses étnico-nacionalistas, no tiene más remedio que apoyarse en ellos. ¿Quién si no alimentaría su Ejército? La realidad es que hoy, para bien o para mal, el Gobierno central está en gran parte en manos de los oromos. 

Pero resulta que los oromos son la mayor incógnita para el futuro de Etiopía. La región es la más insegura de la nación, debido tanto a la «limpieza étnica» practicada con los no oromos, como a las divisiones internas; no se sabe a ciencia cierta quién es quién ni de qué lado está. La gama va desde los leales al Gobierno central hasta los independentistas, pasando por los que están en la oposición legal. La guerrilla independentista siembra la muerte y el terror, sobre todo entre los mismos oromos, en algo que podríamos llamar una guerra civil interna, que será mucho más cruenta el día que lo que se dirima entre ellos sea el liderazgo nacional. He aquí la segunda hipotética catástrofe.

Y hay una tercera y una cuarta…., porque está la catástrofe humanitaria que amenaza a millones de personas, no solo en Tigré. Y está la bomba de relojería que, a juicio de cada vez más y más comentaristas políticos, es la más peligrosa e imprevisible: la del primer ministro, Abiy Ahmed, cuya actuación errática está desestabilizando no solo Etiopía, sino todo el Cuerno de África. Pero analizar esto excedería con mucho las dimensiones de este comentario de actualidad.

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