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Una fundación catalana combate la desnutrición en Ibo
Las apariencias engañan, dice el refrán. Lo señalan la sabiduría y el habla popular, pero también la mozambiqueña isla de Ibo, donde el rostro del paraíso esconde la dureza de la malnutrición. Es una realidad que no pasa desapercibida para aquel preocupado por la vida del prójimo. Así le ocurrió a Elena Raposo y a Luis Álvarez, quienes aterrizaron en la isla hace 10 años, y se han quedado vinculados a ella para siempre.
Las guías turísticas de Mozambique venden el archipiélago de las Quirimbas como una de las últimas joyas del Índico: arrecifes de coral; playas sembradas de cocoteros; complejos de lujo para turistas con Visa Oro y avioneta privada. Pero si el visitante dedicara unas horas a recorrer la isla de Ibo, la más poblada del archipiélago gracias a sus acuíferos de agua dulce, vería que el paraíso tiene otra cara: niños malnutridos; gente viviendo en cabañas infrahumanas; familias enteras cuya dieta diaria es arroz y pescado; fundamentalismo islámico en auge… Eso sí, todo ello adobado con las puestas de sol más rojizas del sur de África.
Esa dura realidad es la que cautivó al empresario catalán Luis Álvarez y a su mujer, Elena Raposo, restauradora de arte, cuando aterrizaron en Ibo por primera vez hace diez años. “Fue como un sueño amenazado por un desafío. Tanta belleza natural corrompida por una malnutrición infantil endémica. El día que abandonábamos la isla decidimos hacer algo por Ibo. Nada más regresar a Barcelona creamos la fundación que lleva su nombre” recuerda Luis.
El archipiélago de las Quirimbas está a tan solo una hora de navegación de la costa norte de Mozambique (algo más si el trayecto se hace en un dhow, barco de vela triangular de origen árabe). Pertenece a la provincia de Cabo Delgado; de hecho Ibo fue su capital hasta que, en el año 1929, los portugueses decidieron trasladarla a Pemba. En la actualidad, Pemba es una boyante ciudad en constante crecimiento gracias a las ingentes bolsas de gas y petróleo descubiertas en la zona.
Del enorme legado colonial destacan tres fortalezas, dos preciosas iglesias, imponentes almacenes frente al mar y un buen número de mansiones y palacios de estilo manuelino, algunos de ellos caídos en el abandono.
La Fundación Ibo arrancó su proyecto estrella en el año 2010. Se llama Centro de Ayuda a la Nutrición Infantil, pero todo el mundo en la isla le conoce por sus siglas, CANI. Ocupa un señorial edificio en la calle principal y cada mañana bulle con el trasiego de madres que alimentan a sus bebes al tiempo que aprenden recetas para enriquecer las papillas. Por la tarde, el CANI se trasforma en una escuela infantil. Tres días a la semana, los monitores de la Fundación recorren la isla (diez kilómetros de largo y cinco de ancho). “Al principio era todo muy complicado porque las madres desconfiaban de nosotros y se negaban a traer a sus niños al centro. Ahora es todo más fácil: las propias vecinas nos avisan cuando saben que alguna criatura está desnutrida” nos cuenta, apoyado en su bici, Mussa Momade.
Tras cinco años ayudando a las madres a criar a sus bebés, en el CANI se han dado cuenta de que el problema de Ibo no se ajusta a los parámetros de la hambruna africana. “La cuestión es más compleja: no se trata de escasez de recursos sino de cultura. Hambre no es lo mismo que desnutrición. En la isla hay alimentos suficientes para los 5.000 habitantes, lo que intentamos es enseñarles cómo tienen que conseguir una dieta equilibrada”. Lo cuenta Estrella León, una mujer canaria que ha dedicado su vida a la cooperación internacional. Lleva cuatro años viviendo en Mozambique, donde se asentó después de recorrer varios países africanos. Aterrizó en la isla hace medio año para coordinar los proyectos de la Fundación Ibo. “Lo más importante es enseñar a las familias las recetas para una alimentación nutritiva para los niños, pero teniendo en cuenta que esto es una isla en el océano Índico. Por eso tenemos que trabajar con los recursos propios, sin esperar que les venga nada de fuera”.
Abdul es el jefe médico del centro nutricional. Supervisa cada mañana la tarea de pesar y medir a los niños, para hacerles un seguimiento individualizado. “El secreto de nuestro éxito está en la papilla. Utilizamos los productos locales que las madres tienen más a mano: coco, pescado, banana, de todo. La clave está en enseñar a las mujeres a combinar estos alimentos”.
En la cocina del CANI lo primero que llama la atención es lo limpio y ordenado que está todo y lo segundo, un papel visible donde se registran los menús de la semana. “Hacemos papillas variadas: de huevo, de pescado y coco, de patata dulce, de arroz, de banana y miel”, recita orgullosa Totina Nuro, la cocinera.
El éxito del proyecto está avalado por la estadística. “Cada vez vienen menos niños y bebés al CANI y ese es el baremo de la eficacia del proyecto. Por eso estamos extendiéndolo a otras islas de las Quirimbas, como Matame, pero debemos ir paso a paso”, cuenta Estrella.
La Fundación Ibo está haciendo una apuesta integral por el desarrollo armónico y sostenible de la isla. A pocos metros del CANI está la escuela-taller de carpintería. Han aprovechado un viejo edificio que ya había sido una carpinteria durante la época colonial y que ahora está dedicada a enseñar la técnica del trabajo de la madera a los jóvenes de la isla. Maujudo Lja, capataz del centro, sabe cómo tratar a sus alumnos. “Lo primero que les digo cuando llegan es que tienen que cumplir con el horario que les ponemos. Después les enseñamos que tienen que respetar a los maestros. El último consejo es que tengan cuidado con las manos”.
Uno de los alumnos veteranos, Nacir Anlaue, se mueve con soltura entre los listones de umbila, una madera que traen del continente. “Si tuviera que elegir una herramienta fundamental para nuestro trabajo escogería la polaina, un cepillo de carpintero. Cuando la deslizo sobre una tabla y la aliso me doy cuenta de lo bonito que es este trabajo. Lo más complicado de hacer son las ventanas que llevan persiana ensamblada”.
La provincia de Cabo Delgado es, desde hace años, objetivo preferente de la cooperación española en el sur de Africa. La crisis de la economía española echó por tierra muchos proyectos, pero algo empieza a resurgir. “Tenemos en marcha un plan para rehabilitar algunas dependencias de la fortaleza de São João, en Ibo, para mejorar las condiciones de trabajo de los orfebres que trabajan la plata entre sus muros” nos cuenta Jesús Pérez, delegado de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) en la región norte de Mozambique.
Los primeros en ocupar la isla de Ibo fueron los árabes, que tenían a su favor la vela dhow con la que navegaron por todo el Índico; después llegaron los portugueses, que colonizaron la isla y la convirtieron en uno de los principales puertos de tráfico de esclavos del sur de África. Ahora en Ibo se ha instalado una fundación catalana con el objetivo de acabar con la desnutrición en el último paraíso de Mozambique.
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