Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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Habría tenido respuestas a cosas que me han ido sucediendo desde entonces. Para mí es muy importante esa época en la que estás construyendo tu identidad, en la que empiezas a ser consciente de ciertas experiencias que vives, y a mí me faltó un punto de información, un lugar al que poder acudir para comprender lo que me sucedía. Algunas situaciones que en aquel momento toleraba, ya fuera con el silencio o con una risa cómplice, podría haberlas enfocado de una manera distinta. También habría sido útil para mis compañeros blancos del colegio y del instituto. Habrían sabido cómo me hacía sentir esa diferencia de trato, esa forma de mirar diferente. Crecemos en un entorno que tiene una forma de mirar que es racista debido a todos los inputs que recibimos en libros, películas, series, en muchos aspectos de nuestra sociedad.
En personas como mi hermano, que acaba de cumplir 18 años. Trato de contar las cosas de un modo sencillo y cercano. A menudo, la forma en la que hablamos de racismo hace que mucha gente se aleje, y creo que a través de las experiencias, y con un lenguaje cercano, permito que adolescentes que están conformando su identidad también tengan acceso a ese conocimiento. Como el libro incluye muchas referencias y bibliografía, una persona más mayor, más formada, también lo puede leer, explorar otros materiales y sentirse satisfecha.
Sin duda, para mí es un objetivo primordial. El racismo es un tema que está muy presente en el sistema educativo, especialmente en la educación obligatoria, donde la diversidad racial es enorme, solo hay que asomarse a cualquier recreo, y sin embargo la conversación antirracista está totalmente ausente en todos los estamentos, ya sea entre los directores de instituto, que creen que por tener un patio de colegio con diversidad ya no hay racismo; entre los profesores, que no tienen herramientas para actuar ante las distintas situaciones que se producen; y entre los alumnos, que no reciben ningún tipo de conocimiento en este sentido. La juventud española está creciendo desde la perspectiva del racismo, sin un conocimiento antirracista, y el libro puede ser útil para llenar ese vacío. Lo están comprando muchos padres pensando en sus hijos, y creo que serán los propios alumnos y las propias asociaciones de madres y padres las que lo van a proponer, porque la necesidad está ahí.
No. Tenemos ejemplos a nuestro alrededor, Francia, Reino Unido, Estados Unidos, donde las sociedades son mucho más diversas racialmente que la española desde hace mucho tiempo, varias generaciones, y sin embargo el racismo estructural sigue muy presente. Eso demuestra que esa diversidad racial no ha redundado en una sociedad más antirracista. Para que tengamos una sociedad libre de racismo hay que reconocer su existencia, conocer cómo se manifiesta y tomar las acciones antirracistas pertinentes para erradicarlo. Seguimos teniendo una concepción del racismo muy ligada a Adolf Hitler y al nazismo, a la esclavitud en Estados Unidos y al apartheid en Sudáfrica. El cambio que generamos al hablar de racismo estructural consiste en trazar una línea que va desde el hecho de llamar «conguito» a un niño negro, o cualquier otro apelativo despectivo, hasta las muertes en el Mediterráneo, de lo más cotidiano y más micro a lo que tiene que ver con las políticas institucionales. Al igual que la sociedad está empezando a entender que el machismo es una cuestión estructural que no solo se refiere a los asesinatos, en esta cuestión tenemos que hacer exactamente lo mismo, ampliar el significado del racismo. Es un trabajo de -conocimiento antirracista difícil, pero lo estamos haciendo con este libro, con la ola del Black Lives Matter que llega de Estados Unidos, con las luchas anticoloniales en África… Esto ayuda a entender la línea que va uniendo todos los puntos.
Me ha escrito mucha gente que, como yo, han crecido aquí y tienen padres que fueron migrantes. En el libro cuento que yo no tuve nacionalidad española hasta los ocho años, y hubo un chaval que me mandó una foto de su permiso de residencia en el cual ponía que había nacido en Las Palmas y que era extranjero. Hay personas que se sienten muy identificadas cuando hablo de los locutorios, un homenaje que yo quería hacer a esos espacios que conectaban con gente muy cercana que estaba muy lejos. He recibido comentarios de periodistas que me dicen que es una herramienta muy útil para su trabajo sobre migración, racismo o identidad. Estoy recibiendo bastante cariño y tengo la sensación de que es un libro que no viene a romper, que es constructivo. Por eso el último capítulo trata sobre cómo ser antirracista. Después de reconocer cómo se manifiesta ese racismo, tenemos que activarnos.
Sí, para conectar especialmente con otra gente que tuviera una historia parecida, o con cualquiera que se acerque al libro. Contar desde los sentimientos, desde algo profundo, ayuda a empatizar de una manera muy radical. Por ejemplo, cuento que una noche salí de fiesta con mis colegas de Huesca y cuando no me dejaron entrar en una discoteca por ser negro, me fui a casa a llorar. Lo cuento para que se entienda lo que nos hace sentir y que, en este caso, llorar fue una acción antirracista más. Son sensaciones compartidas. Una mujer que sufra machismo o una persona que sufra LGTBIfobia también se pueden encontrar en muchos de esos sentimientos. Para mí ha sido, además, un ejercicio de sanación, de cerrar heridas. Contar cómo me sentía dentro de mi grupo de amigos, tanto del colegio como de la universidad, cuando mi identidad dentro del grupo estaba conformada en base a mi condición racial y se producían constantemente comentarios en ese sentido, es una forma de cerrar la herida. Quería que esas personas, que todavía me acompañan, lo leyeran, supieran cómo me sentía, y después pasar página.
El título juega con ese pensamiento que a mucha gente se le cruza por la mente, o verbaliza, cuando te ve. «¿Qué haces aquí? No perteneces a este sitio». Es lo mismo cuando te preguntan insistentemente de dónde eres. ¿Un negro de Huesca? Eso no puede ser. Es lo que pasó en la parada racista que me hizo la policía en el campus de Ciudad Universitaria. Me pararon e identificaron pensando que no era estudiante, que era una persona en situación irregular o sospechosa de haber cometido un delito. ¿Qué hacía un negro como yo en un sitio como la universidad?
No tengo interés en reivindicar mi españolidad, pero me veo haciéndolo una y otra vez porque el contexto y el racismo me obligan a ello. Existe la idea estereotipada de que ser español incluye ser una persona blanca, y a mí se me empuja fuera de esa idea. Lo que se sale de esa idea es extranjero. Miro en otros lugares fuera de España, como Francia y Gran Bretaña, y veo que generaciones después sigue ocurriendo. Por eso lo digo, me voy a morir y eso va a seguir siendo así. Es incómodo y triste tener que pelear con esto constantemente.
No nos podemos permitir que exista una comodidad frente al racismo. Y creo que esa comodidad es lo más extendido en nuestra sociedad. Hay gente que es activamente racista, y gente que no es activamente racista y sabe que existe el racismo, pero está cómoda no haciendo nada. Esa es la gente a la que también nos tenemos que dirigir. Insisto en que el antirracismo tiene que ser lo más cercano, lo más local, lo más micro políticamente hablando posible. No hace falta ir a grandes manifestaciones o meterse en SOS Racismo. En la cotidianidad se puede hacer antirracismo. Es evidente que necesitamos organizarnos colectivamente para acabar con este monstruo, pero en lo local, en lo cotidiano, tenemos mucho que hacer. ¿Qué puedes hacer para evitar que tu vecino, al que le compras el pan, sea deportado debido a la Ley de Extranjería que le mantiene excluido sistemáticamente? Si estás en un campo de fútbol viendo a tu chaval y un padre del equipo contrario está diciéndole «negro de mierda» a otro chaval, ese es un buen momento para ser antirracistas. O si ves que en tu grupo de wasap de la familia alguien dice que los menores inmigrantes reciben 4.500 euros en ayudas todos los meses, ahí tienes otra ocasión. El racismo se manifiesta en lo cotidiano, y por eso el libro trata de una historia que no tiene mucho glamur, la de un chico negro que nace y crece en Huesca y se va a estudiar a Madrid. En los entornos más cercanos, en el barrio, la familia, los amigos o los compañeros, podemos generar mucho cambio.
Nuestra clase política va muy retrasada. Están muy cómodos y muy anclados en la lógica del «yo no soy racista». Cuando Vox dice barbaridades racistas, parece que basta con condenarlo. Pero tenemos un Gobierno de PSOE y Unidas Podemos, supuestamente el más progresista de la historia, que lleva a cabo devoluciones en caliente, que vulnera los derechos de los menores migrantes, que genera una situación dramática en las Islas Canarias, que colapsa las citas de extranjería por no destinar recursos a algo que afecta a las vidas cotidianas de mucha gente. El -antirracismo se demuestra con acciones.
Mi gran objetivo es que el antirracismo sea algo mainstream, popular, que se hable de ello, que salga de los márgenes del activismo y de los medios especializados. Y con el libro tengo la sensación de que se están dando pasos en este sentido. He ido a hablar a Televisión Española, a la Cadena SER, he entrado de tertuliano en «La Hora de la 1», en TVE… Sentía que en la televisión, que es donde se produce el debate público, no estábamos, ni en cuestión de representación ni en cuanto a perspectiva antirracista, y estar ahí puede ayudar a llenar ese vacío. Además, quiero seguir escribiendo, tengo algún proyecto de -pódcast y mucho interés en hacer un documental sobre racismo en España, que sea actual y fácil de ver masi-vamente. A veces nos cuesta ver con perspectiva dónde estábamos, dónde estamos ahora y hacia dónde vamos. En la primera charla en la que participé éramos cinco personas y yo era la única racializada, el resto eran personas blancas. Yo estaba para dar el testimonio y las personas blancas eran las expertas. Eso era una constante hace seis o siete años. Pero a día de hoy es algo residual gracias a todo el trabajo que hemos hecho. Creo que dentro de diez años será una anomalía que se haga un debate sobre migración y no haya ninguna persona migrante o experta en migraciones. Si vamos entrando en las tertulias de televisión y empezamos a introducir esta perspectiva, la gente lo va a valorar, porque enriquece mucho más el debate.
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