
Publicado por Javier Fariñas Martín en |
«Todo iba bien mientras perdía, pero todo cambió cuando empecé a ganar».
Hind Abatorab apunta más alto con sus palabras de lo que puede parecer. Su caso concreto, el de una piloto de carreras abriéndose hueco en un entorno donde la presencia femenina tiende a cosificarse, podría extrapolarse también al de tantas mujeres en tantos lugares del mundo que no molestan mientras no destacan, pero que se convierten en un obstáculo o una pesadilla cuando empiezan a superar a sus compañeros de pupitre o profesión.
Abatorab nació en El Djadida (Marruecos) en 1978. Pronto, demasiado pronto, comenzó a familiarizarse con los coches. Ha contado en alguna entrevista que sería con cerca de seis años cuando tuvo su primera experiencia al volante. Su padre, Mostafa, además de un buen aficionado al automovilismo, regentaba una autoescuela en la localidad. Por las tardes, antes o después de las tareas pendientes de matemáticas o lengua, su progenitor le dejaba coger el coche. Podemos reconstruir la imagen. Una niña que apenas levantaba unos palmos del suelo, al volante bajo la tutela del padre.
La vida de la piloto marroquí transitó por el anonimato de la vida en su ciudad y en su entorno familiar. Casada y con dos hijos, en El Djadida no había circuitos para poder matar el gusanillo de la velocidad. Tampoco había equipos de automovilismo. No había escaleras para alcanzar el sueño. Pero al final de la primera década de los 2000 todo comenzó a cambiar. Los hechos se sucedieron. Se trasladó a Casablanca, ciudad con un remoto pasado automovilístico –20 años antes del nacimiento de Abatorab acogió en el circuito de Ain-Diab el Gran Premio de Marruecos, última carrera del Mundial de Fórmula 1 del 58–. Pero más allá del árbol genealógico de su nuevo hogar, lo que hizo que la marroquí se aproximara a su sueño fue el descubrimiento de un club de automovilismo local al que se apuntó. Eso le permitió comenzar a foguearse en la velocidad. Además, su padre creó su propio equipo y dejó un asiento libre para ella. Los entrenamientos y las carreras empezaron a llegar. En declaraciones a Jeune Afrique reconoció que «estaba nerviosa, me daba vergüenza ser la única mujer en la carrera».
Los primeros reconocimientos tardaron en llegar, pero llegaron. En 2015 terminó tercera en el campeonato nacional. En declaraciones recogidas por el portal Le360 reconoció que «es mi mejor recuerdo. No fue fácil lograr semejante resultado». Su primer gran triunfo llegó en 2016 en la categoría M3 –para coches de más de 2000 c. c.–. Un año más tarde alcanzó la victoria en M1 –para coches de menos de 1600 c. c.–. No era infrecuente entonces ver a Abatorab saltar de un coche a otro para participar en ambas categorías. Su pericia al volante no le eximió de riesgos añadidos. Algunos contrincantes no dudaron en intentar atropellarla o sacarla de la carretera durante las competiciones, lo que la obligó a instalar cámaras en su vehículo para poder documentar los incidentes en carrera.
Para algunos estaba destinada a no ganar, a no competir, a no montarse en un coche de carreras. Pero lo hizo. Y entonces todo cambió.
Ilustración: Tina Ramos Ekongo