Hissène Habré, el retorno

Former Chadian dictator Hissene Habre is escorted by military officers after being heard by judge on July 2, 2013 in Dakar. Senegalese authorities charged Hissene Habre with genocide and crimes against humanity and remanded him in custody on Tuesday in a prosecution seen by many as a milestone for African justice. The 70-year-old was also charged with war crimes and torture during his eight years in power in Chad, where rights groups say 40,000 people were killed under his rule, a court source and his lawyers told AFP. AFP PHOTO / STRINGER (Photo credit should read -/AFP/Getty Images)

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El pasado 9 de enero el nombre del exdictador chadiano Hissène Habré volvía a ocupar titulares de periódicos y minutos de radio y televisión. Ese día, el Palacio Lat Dior de Dakar acogía la apertura del proceso de apelación tras el recurso presentado por sus abogados defensores de oficio, que consideran que durante el juicio celebrado el año pasado hubo graves defectos de forma, violación de la ley y errores de procedimiento. Pero que nadie se inquiete. La condena a perpetuidad del tirano, quien por cierto ni ha comparecido ni se siente concernido por este proceso ya que no reconoce al tribunal, parece irrevocable, así como el pago de indemnizaciones a las víctimas. En todo caso, el proceso durará varios meses.

En un momento en el que la arquitectura de la Justicia mundial se tambalea por el enorme malestar africano hacia el Tribunal Penal Internacional (TPI), al que en el continente se acusa de ser un instrumento judicial de blancos contra negros, el respeto al derecho a la defensa y la pulcritud procesal del juicio seguido contra Habré, mucho más que la propia condena, representa la mejor de las noticias. Que tras un cuarto de siglo de pelea hayan sido las propias víctimas, con apoyo de organismos internacionales como Human Rights Watch, las que consiguieron llevar a Habré ante un juez es algo inédito y brillante. Pero que hayan sido la Unión Africana y Senegal quienes montaron el proceso es, al menos, igual de motivador.

Las quejas africanas hacia el TPI merecen ser escuchadas con atención. No puede ser que prácticamente todos los procesos abiertos en este organismo sean contra africanos, ni ética ni estéticamente. Que países como China, Israel o Estados Unidos no hayan firmado el Estatuto de Roma, o que toda una potencia mundial como Rusia se haya retirado recientemente, son hechos que socavan la legitimidad de este organismo y lo convierten en un espejo del injusto orden mundial cuyo cénit es la propia estructura del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Ahora bien, esto no puede significar de ninguna manera que los crímenes de guerra, contra la humanidad o genocidios queden impunes. Y tampoco puede servir de excusa para que gobernantes que recurren a la violencia y al asesinato, como Pierre Nkurunziza u Omar El-Beshir se vayan de rositas. Nadie duda de que tras la decisión del gambiano Yahya Jammeh de enrocarse en el poder estaba precisamente el miedo a dar con sus huesos en una prisión de La Haya, o de convertirse en el siguiente Habré. Hay que recordar que el país que más ha empujado para forzar la retirada de Jammeh ha sido Senegal, que incluso encabezó una intervención militar en suelo gambiano.

Es cierto que el TPI no es un paradigma del equilibrio y que está necesitado de una reforma o, incluso, de una refundación, pero el potente mensaje que manda el juicio contra Habré en Dakar es que si existe la voluntad política y la valentía suficiente, los propios africanos pueden ocuparse de sus tiranos. Y, sobre todo, de sus víctimas.

 

Fotografía: El antiguo dictador chadiano, Hissène Habré, escoltado por un policía gambiano, después de una de las sesiones del juicio que se sigue contra él en Senegal / Getty Images

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