Historias de color y dolor

en |



Pintores de cayucos, una profesión a la sombra de la migración en Senegal



Por Soraya Aybar, desde Saint Louis (Senegal)





En Saint Louis, al norte de Senegal, la construcción de cayucos es uno de los negocios más arraigados entre la población. Sus colores llamativos y su estructura dicen mucho de sus propietarios, de su profesión y de sus objetivos. Pescadores y migrantes comparten espacio y un futuro incierto. 



Mamadou está apoyado sobre una banqueta de madera. Mira su obra de arte. El joven, de no más de 30 años, camina encima del fango que se ha creado a orillas del canal que separa la parte más turística de la isla de Saint Louis (Senegal) de la lengua de la playa de Ndar Toute. Con las manos salpicadas por la pintura blanca y roja, recorre con una brocha gorda la parte más baja de una de las barcazas que colorean los ríos, las playas y el mar senegalés. Aunque queda mucho trabajo por hacer y Mamadou es uno de los pocos que practican este oficio, le puede la ilusión. «Es un honor ser pintor. En esta ciudad no somos más de diez en total», cuenta con orgullo. 

Su familia vive en Saint Louis desde hace más de 50 años. Con una caña de pescar delante, y una brocha detrás, Mamadou cuenta que tanto la pesca como el arte los han acompañado siempre. «Mi padre solía ir a faenar antes de la salida del sol y, en las últimas horas del día, venía aquí a pintar los cayucos como yo», apunta. Cuando era más pequeño, Mamadou decía que quería ser como su progenitor. Hoy ya lo ha conseguido. «Es un oficio extendido en mi familia, casi todos nos hemos dedicado a lo mismo», añade.

A pesar de la tradición y de los esfuerzos por seguir con el linaje familiar, Mamadou insiste en que los salarios siguen siendo bajos. «Me encantaría dedicarme solamente a pintar, pero no podría comer ni dar de comer», apunta. El joven cuenta que primero suelen regatear el precio con el constructor del cayuco, y en ese tira y afloja no supera los 100.000 francos CFA, alrededor de 150 euros por embarcación. «Hay veces que puedo tardar hasta tres semanas en pintar todo un barco. Depende de las lluvias, de si hay oferta de pinturas y de si podemos comprarlas», explica. 


Mamadou, uno de los pocos pintores de cayucos de Saint Louis. En la imagen superior, un grupo de pescadores salen a faenar desde la orilla de la playa de Saint Louis. Fotografías: Francisco Sarrio Volpi

Un origen turbulento 

A más de 400 kilómetros, cerca de la frontera con Guinea-Bissau, nace el elemento madre de los cayucos que Mamadou pinta y mima: la madera de teca de la región de Casamance, una de las más ricas en vegetación y bosques en todo el país. Allí, y según fuentes oficiales del Gobierno -senegalés, más de 60.000 personas han sido desplazadas y alrededor de 230 pueblos han quedado desiertos, en manos de las guerrillas de la zona. 

El denominado Movimiento de Fuerzas Democráticas de Casamance, también conocido por las siglas MFDC, ha reivindicado desde 1982 la independencia de la región. Al principio como un movimiento político e impulsado por una discriminación histórica a la población, hoy se ha convertido en uno de los principales grupos armados en contra de las Fuerzas Armadas senegalesas. En esa disputa, la madera se encuentra entre las cartas que juegan ambas partes. Según fuentes locales, tanto el Ejército como el MFDC están detrás del tráfico ilegal de la misma. En ese contexto, el 6 de enero de 2018 cerca de 14 leñadores fallecieron en el bosque sagrado de Bayottes, al suroeste de Ziguinchor, la capital de -Casamance. 

La madera de teca, también conocida como la madera del lujo, es tan resistente que es aclamada por los constructores de Saint Louis, una de las zonas pesqueras más concurridas del país. «La madera de Casamance puede tardar días o semanas en llegar hasta aquí, y cuando lo hace, no todos la pueden comprar», cuenta Sidi, uno de los locales que pasea alrededor del cayuco en el que trabaja Mamadou. Después de una partida y un camino turbulento, empieza la construcción. A orillas del puerto, el ruido de los martillazos se funde con el de las olas. Un grupo de jóvenes aprieta con fuerza un tornillo oxidado contra una de las placas de la preciada madera. De abajo hasta arriba, estilizando las dos puntas, la trasera y delantera, van levantando uno de los miles de barcos que están varados en la playa de este rincón de África occidental. 

Aunque en apariencia todas son similares, los objetivos de cada embarcación se afinan durante la construcción. Cuanto más hondo sea el fondo, más gente podrá entrar en ella y, por lo tanto, más personas se embarcarán en una de las rutas migratorias más letales del Atlántico. En cambio, para aquellos que solamente van a salir a faenar, unas baldas horizontales se cruzan de lado a lado, para que la tripulación pueda sentarse. En este caso, los pescadores salen al mar de estreno, con la pintura y la teca relucientes. En el primero, los barcos están reutilizados y los cascarones, que ya han perdido su color, solo tienen una última oportunidad para navegar. 


Tres jóvenes pescadores delante de su embarcación. Fotografía: Francisco Sarrio Volpi


El atrezo y los símbolos

Ibra Niang vive en Lepe (Huelva) desde 2019. Antes, tentó a la suerte entre la fuerza y la oscuridad de una noche oscura en Senegal. Este migrante senegalés, de 36 años, salió del país porque una discapacidad física en la pierna y la escasez de peces debido a la explotación de empresas europeas y asiáticas le impedían seguir trabajando. Era pescador y pintor, igual que Mamadou.

Ibra mantiene vivas sus dotes artísticas y vende sus obras, donde ilustra aquella noche de travesía e infierno. «Ha sido lo más duro que he hecho nunca», cuenta desde España. Sobre el lienzo, encima de un atril de madera blanca, no falta color. Su paleta, como la de Mamadou, está manchada por el rojo, amarillo, verde y blanco, los colores que él mismo resalta como los más populares entre los cayucos senegaleses. «El rojo simboliza la sangre derramada; el amarillo es el símbolo del oro y del éxito; el verde es el color de la esperanza, mientras que el blanco es la luz que nos acompaña», apunta. 

Entre las decenas de cayucos, alguna que otra estrella blanca se cuela en las puntas más altas. Casi presidiendo la salida al mar. «Cuando no hay una estrella, el dueño del barco quiere resaltar los colores del panafricanismo. En cambio, la estrella resalta la bandera de Senegal», explica el artista. 

A miles de kilómetros, en Saint Louis, los barcos recorren el canal hasta salir a mar abierto, en lo que se convierte en un desfile de arte y color. La bandera de Estados Unidos ocupa la proa del barco de un joven que sale a navegar solo. Enseguida, un grupo de pescadores señalan, entre vítores y carcajadas, la insignia de los Chicago Bulls, el equipo de baloncesto profesional de Chicago. 

No todo son elogios al país norteamericano. Hay alguna que otra ilustración con alusiones a Europa, sobre todo a España o Francia. «Los dueños de los barcos pintan estas banderas porque ahí es a donde quieren viajar o donde sueñan vivir en el futuro», cuenta Niang. El fútbol tampoco se queda atrás. El escudo del Fútbol Club Barcelona o del Real Madrid recuerdan que estamos en uno de los países más forofos y punteros en el deporte del balón. «Nos encanta el futbol español», revela Niang. 


Decenas de cayucos ocupan la lengua de la playa de Ndar Toute. Fotografía: Francisco Sarrio Volpi


Un año mortal

«Yo no viajé en una patera como las que ves en Senegal. Empecé el viaje en Marruecos. En una embarcación de plástico, sin color», revela Niang. El joven, que vivió en uno de los asentamientos improvisados para migrantes en Lepe, llegó a España en 2019. Junto con otras 32 personas, a su llegada fue su hermano quien le acogió en la península. En la actualidad se dedica al arte y expone cuadros que vende en Lepe, en la provincia de Huelva o en diferentes puntos del país. También lo hace a través de su página web. Es de los afortunados que cruzaron, con éxito, una de las rutas migratorias más mortales y que, hoy, cumple un sueño. 

En su país natal, a escasos metros de Mamadou, decenas de jóvenes se agolpan en la playa de Ndar Toute. Desde allí salen algunos de los cayucos que navegan el Atlántico hacia las islas Canarias. En busca de otra vida, ni peor, ni mejor. «Es increíble cómo en estos barcos que pinto se agolpan tantos jóvenes, mujeres y niños que quieren llegar hasta Europa. Yo nunca lo entenderé», revela Mamadou. Hasta el momento, 2023 registra uno de los peores números en las rutas migratorias marítimas. Más de 21.000 migrantes han llegado hasta las costas españolas y solamente entre los meses de julio y agosto hasta 9.000 africanos arriesgaron su vida en el mar. 

El balance migratorio en la primera mitad de 2023 no solo es más elevado, sino también el más mortífero en la historia de la ruta canaria. La cifra de personas que sobrevivieron en ese itinerario durante 2022 cayó con respecto al año anterior, pero aumentó en comparación con los primeros meses de 2023. La cifra de fallecidos se eleva hasta los 800 muertos. 

En 2022, la Unión Europea registró más de 300.000 intentos de entradas de migrantes a través de las diferentes fronteras, marítimas y terrestres. Entonces, la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas, FRONTEX, lo cifró como el dato más alto desde 2016, sin incluir a los 13 millones de refugiados ucranianos que han salido de su país. Precisamente la ruta más popular era la de  los Balcanes. Hoy las entradas por el Mediterráneo central han desbancado a las corrientes migratorias procedentes de Siria o Afganistán, para dar paso a las provenientes de Libia, Túnez o países del Sahel como Malí o Níger. Hasta mediados de año, las llegadas por el Mediterráneo central, que desemboca en Italia, han crecido casi un 300 %. FRONTEX ya ha advertido de que las tendencias migratorias provocarán que 2023 termine con una cifra récord de llegadas.   

Colabora con Mundo Negro

Estamos comprometidos con la información sobre África

Si te gusta lo que hacemos, suscríbete a nuestra revista o colabora con nuestro proyecto