José Esquinas: «El hambre está en la raíz de muchos otros problemas»

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Tiene 72 años y es hijo y nieto de campesinos. Estudió agronomía y genética en España y Estados Unidos. Ha trabajado en el campo, en los laboratorios y en las aulas, y durante 30 años en la FAO. Se dedica a compartir sus experiencias, principalmente en la lucha contra el hambre.

 

 

¿Qué es para ti el hambre?

Es el tema más grave con el que nos enfrentamos, porque está en la raíz de problemas que consideramos muy graves, al menos desde occidente, como la inmigración ilegal, la violencia internacional o las pandemias.

¿Cuál es el estado actual?

El número de hambrientos en el mundo hoy es de más de 800 millones de personas. Como consecuencia del hambre y la malnutrición mueren cada año 17 millones, lo que significa que cada día pierden la vida 40.000 personas, la mayoría niños y mujeres.

José Esquinas el día de la entrevista / Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

Mucha gente piensa que el  hambre ha existido siempre, que no se puede evitar.

Que no se puede evitar, en el siglo XXI, es una gran mentira. Según datos de Naciones Unidas, con un 2,5% de lo que la humanidad gasta en armamento podríamos erradicar el hambre en el mundo. Con el 3% de lo que occidente ha gastado en los últimos 12 años en salvar a la banca, también. Escuchamos constantemente que hay que producir más porque no hay comida suficiente para todos. Pero hoy producimos en el mundo el 60% más de los alimentos que necesita la humanidad entera. El problema no es de falta de alimentos: es de acceso a esos alimentos que ya están en el mercado internacional pero que no llegan a la mesa ni a la boca del que tiene hambre.

¿Qué pasa con esos alimentos?

Estamos desperdiciando y tirando a la basura 1.300 millones de toneladas métricas de alimentos cada año. En España desperdiciamos 169 kilos por habitante y año, y un tercio lo tiramos a la basura en envases sin abrir. El problema es que falta voluntad política para acabar con el hambre.

Sueles decir que esto no se resuelve porque el hambre no es contagiosa.

Se han invertido cantidades  ingentes de dinero a nivel para enfrentar pandemias como la gripe aviar, la fiebre porcina o, muy recientemente, la gripe A. ¿Sabes el número de personas que han muerto como consecuencia de la gripe A desde que apareció hace ocho años? Unas 17.000 personas. Menos de la mitad de los que se mueren de hambre en un solo día. El hambre no es contagiosa. Pero sí es enormemente peligrosa.

Peligrosa para todos, quieres decir.

Es una de las mayores amenazas para la humanidad en este mundo globalizado e interdependiente. En esta pequeña barca que se llama Tierra, si se hace un agujero, y me da igual que esté en Etiopía, en España, en Estados Unidos o en la India, la que está en peligro es la nave Tierra. O nos salvamos todos, o perecemos todos. Cuando apareció la crisis alimentaria de 2008, el número de muertos como consecuencia del hambre se incrementó un 20%. La consecuencia fueron revueltas callejeras en más de 60 países, y en muchos de ellos cayeron los gobiernos. El hambre y la pobreza desencadenaron la primavera árabe.

Es fácil conectar hambre con emigración ilegal.

Si en mi país puedo vivir bien, no tengo por qué arriesgarme. Aquí no somos conscientes de que el riesgo al coger una patera para trasladarse a Europa, aunque es altísimo, a veces es mucho menor que el riesgo de quedarse en casa y que yo y mi familia muramos de hambre. No importa cuántas sean las vallas que pongas o las concertinas criminales que coloques en esas vallas. El riesgo probablemente es menor. Debemos ir a las raíces y no luchar con bombas, sino con alimentos.

También hablabas de la violencia internacional y las epidemias

Donde hay hambre y pobreza la vida tiene poco valor, y el terreno está abonado para que uno se la juegue, con razones o sin ellas. Y las grandes pandemias, como el ébola, aparecen en los lugares donde los seres humanos son más vulnerables como consecuencia del hambre y la desnutrición. Sin seguridad alimentaria no hay ni podrá haber nunca ni paz ni seguridad mundial.

Así que el hambre no es algo tan ajeno y lejano como pensamos

No podemos pensar que si hay hambre en África, en Asia o en Haití, no nos afecta. Si hay goteras en la cocina, no es la cocina la que está en peligro. Es la casa entera. Es de una miopía política tremenda intentar cerrar la puerta de la cocina poniendo vallas. Sin duda los que están en la cocina van a entrar en el comedor y en el dormitorio. Tendríamos que plantearnos que lo que hasta ahora no hemos sabido hacer por caridad, por solidaridad o por fraternidad,  hoy no tenemos más opción que hacerlo aunque solo sea por egoísmo inteligente. Al menos, seamos inteligentes.

 

José Esquinas el día de la entrevista / Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

 

Vas más allá. No estamos en riesgo nosotros. También nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.

El sistema agroalimentario que tenemos ahora permite desperdiciar una tercera parte de la producción mundial de alimentos. Los recursos naturales –tierra, agua, aire, diversidad biológica y energía-, que han sido transformados en alimentos, no son solo nuestros. Como dice un proverbio africano, los tenemos en préstamos de nuestros hijos. Están ahí para uso y disfrute de esta generación y todas las que vendrán después. En la producción de los 1.300 millones de toneladas métricas de alimentos que al año no llegan a la boca del consumidor se han utilizado 1.400 millones de hectáreas de tierra fértil -28 veces la superficie de España; una cuarta parte del agua dulce utilizada en el planeta para agricultura y alimentación; 300 millones de barriles de petróleo. Y los gases invernadero provocados contribuyen con más del 20% a los cambios climáticos. No es solo que no tengamos derecho a desperdiciar de esta manera. Es que además estamos eliminando los instrumentos básicos para que nuestros hijos, nuestros nietos y nuestros biznietos puedan seguir alimentándose.

Desde tu punto de vista, ¿dónde están las soluciones?

Hay que producir más a nivel local. Hay que acerca la producción al consumo y evitar, por ejemplo, lo que ocurre hoy en España donde el alimento medio recorre 2.500 kilómetros antes de llegar a nuestras bocas. Cuando tienes hambre puedes conseguir los alimentos en el mercado internacional, si tienes dinero y puedes afrontar la enorme volatilidad de los precios, o producirlo tú mismo. Tú o tu vecino. Uno no puede controlar lo que se produce en otros países, ni el precio que va a tener.

Estamos hablando de recuperar la soberanía alimentaria

Te pongo un ejemplo. Hay un país en África occidental que no había padecido hambrunas a lo largo de su historia. Se necesitaban cientos de miles de pequeños agricultores para producir los alimentos con los que se alimentaba el país. Hace unos treinta años el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aconsejan al gobierno de este país que produzca menos alimentos y más algodón. El argumento fue que el país tiene unas condiciones agroecológicas y climáticas excelentes para producir algodón y no tan buenas para producir alimentos. Si todos los esfuerzos de personas y recursos se utilizaran para producir algodón, este se podría vender a un precio muy bueno en el mercado internacional, principalmente en Estados Unidos y Europa, y habría suficiente dinero para la alimentación de toda la población. Incluso sobraría. Así que se desarrolló una política que incentivaba la producción de algodón y desincentivaba la de alimentos. Fue un gran éxito. En diez años, la producción de algodón creció enormemente y la de alimentos decreció, pero no importaba porque con lo que se ganaba vendiendo algodón se podía alimentar a toda la población. Los pequeños agricultores vendieron sus fincas a grandes industrias del algodón, trabajaban allí como jornaleros , ganaban lo suficiente para vivir y comían mejor que antes. Pero en 2008 apareció la crisis alimentaria y en tres meses se multiplicaron por dos o por tres los precios de los alimentos básicos: el trigo, el arroz, el maíz y la patata. En occidente esto afectó menos. En España usamos el 17% de nuestros salario medio en comprar alimentos, muy poco. Pero en este país africano, y en muchos otros países en desarrollo, se está utilizando el 70 o el 80% del salario medio en comprar alimentos. Si el precio se multiplica por dos o por tres, ya no pueden comer. Así ocurrió y apareció la primera hambruna, y junto a las revueltas callejeras , la población pidió a las autoridades que les fueran devueltas sus tierras para producir sus propios alimentos. La respuesta del gobierno fue: “Hemos vendido la gallina de los huevos de oro. Esto ya no es nuestro”. El país no solo perdió la soberanía alimentaria, la capacidad de producir sus alimentos, sino que perdió también la soberanía política. Ahora este país depende de las limosnas, de las ayudas externas que uno no puede controlar, y que muchas veces se reciben a cambio de una hipoteca política.

José Esquinas el día de la entrevista / Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

El futuro entonces está en los pequeños agricultores, en la agricultura familiar.

FAO y Naciones Unidas declararon 2014 Año Internacional de la Agricultura Familiar. En Europa se dijo que la agricultura familiar está obsoleta, que el futuro está en las grandes extensiones mecanizadas. Pues se equivocaron de punta a punta. Si nos planteamos quién alimenta al mundo, no cuánto se produce sino dónde se producen la mayoría de alimentos que sí llegan a la boca del que tiene hambre, resulta que el 80% de estos alimentos están producidos por el pequeño agricultor. Es este tipo de agricultura la que hoy sigue alimentando al mundo y es donde hay que poner el énfasis. La agricultura familiar nos permite mantener la capacidad de autoalimentarnos y no depender de factores que no controlamos.  Y a la vez que se fomenta la producción local y la agricultura de pequeña escala, hay que aprovechar la gran cantidad de cultivos ligados a las culturas locales, con gran poder nutritivo, que están siendo infrautilizados.

¿Como la quinoa, que se ha puesto de moda últimamente aquí?

Hay un estudio muy interesante de la FAO que demuestra que a lo largo de la historia de la humanidad se han utilizado entre 7.000 y 10.000 especies distintas. Hoy estamos cultivando comercialmente no más de 150, y solo cuatro –trigo, arroz, maíz y patata- están contribuyendo con más del 60% a la alimentación calórica humana. En prácticamente todos los países hay cultivos ligados a las tradiciones locales, como puede ser el tef, muy conocido en Etiopía, o diferentes tipos de sorgo en otros países africanos… hay que invertir y desarrollar todos estos cultivos locales, más adaptados a las condiciones edafoclimáticas y a las culturas de cada pueblo, y al gran potencial que tienen para alimentar a la humanidad hoy y en el futuro, porque a medida que van llegando los cambios climáticos tenemos que pensar que muchos de los cultivos en algunas zonas no van a poder seguir cultivándose. Con una inversión muy baja se incrementaría fuertemente la productividad de estos cultivos. Pero, ¿a quién beneficia invertir en unos cultivos que consumen los pobres?

¿Qué podemos hacer nosotros?

Alguien decía que si te consideras tan pequeño que piensas que no puedes tener un impacto en la sociedad es que nunca has dormido con un mosquito en tu habitación. Podemos influir, siendo mosquitos o moscas cojoneras. En Río 92 se decía “Piensa globalmente, actúa localmente”. Lo primero es que haya un cambio de prioridades en nuestra mente y nuestro corazón. Qué es importante y qué no lo es. Y eso se traduce en el consumo responsable. Consumir es un acto político y cuando decidimos consumir un producto u otro, estamos priorizando un sistema de producción frente a otros, y por lo tanto, un tipo de sociedad frente a otro. Carlo Petrini, presidente del movimiento Slow Food Internacional, dice que cuando compramos alimentos hay que pensar en tres factores: que sea de buena calidad, en el sentido nutritivo y en el organoléptico; que sea limpio medioambientalmente y se haya producido sin destruir los recursos naturales del planeta sobre los que se basa; y que sea justo desde el punto de vista social y en su producción se haya tratado a la gente con salarios justos, sin esclavos y sin niños. Yo añadiría que se haya producido, a ser posible, a nivel local, que sea estacional. No es preciso comer fresas en una época en la que no se producen trayéndolas de otra parte del mundo.

¿Alguna idea más?

Podemos conseguir información horizontal sobre lo que está pasando, sin depender de medios de comunicación que están vendidos. Podemos asociarnos con otras personas que luchan por un mundo mejor a través de organizaciones. Podemos influir a través de nuestro voto en temas de los que depende el futuro de la humanidad.

Saber que tienes una hija de nueve años me hace pensar que eres optimista.

Me preocupa mucho el futuro. No tanto por mí, que me queda poquito, pero sí por mi  hija y por todos los de su edad. Por las generaciones futuras, que son las grandes olvidadas, las únicas que no están representadas ni en nuestro sistema político ni en nuestro sistema económico. Pero soy optimista. Se piensa que luchar contra el hambre es utópico, pero lo que el siglo pasado era utópico hoy es una realidad. Si nos empeñamos, lo que hoy parece utópico el próximo siglo será una realidad. Decía don Miguel de Unamuno: “Una utopía lo es hasta que cinco personas consideran que es posible, porque a partir de ese momento es una posibilidad”.

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