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La historia precolonial de Uganda está marcada por la rivalidad que los reinos de Bunyoro y Buganda mantuvieron desde el siglo XVI hasta la llegada de los europeos. Bunyoro fue el primer poder hegemónico de la región, alcanzando su cénit entre los siglos XVI y XVII. Pueblo de origen nilótico, llegaron a la región de los Grandes Lagos a través de los actuales Sudán y Sudán del Sur para establecer su capital en Hoima, al oeste de la actual Uganda y a orillas del lago Alberto. Bunyoro basó su legitimidad sobre la tierra que ocupaba en la mitología. Afirmaban ser los descendientes directos de la dinastía Chwezi, soberanos del legendario y poderoso imperio de Kitara. Tanto es así, que con frecuencia se autodenominan Bunyoro-Kitara, aún en la actualidad. Sin embargo, la arqueología no ha podido demostrar la existencia de los Chwezi ni de Kitara. Más allá de la tradición oral, el poder de este reino se fundamentaba en la posesión de valiosas materias primas. Producían grano y madera, y sus ricos pastos sustentaban grandes rebaños. La tierra les brindaba hierro y especialmente sal, clave tanto para la población como para el ganado.
Alrededor del año 1700, empezó a desarrollarse a orillas del lago Victoria un poder alternativo a Bunyoro. Buganda inició su ascenso gracias a una agricultura eficiente, basada principalmente en el cultivo de plátanos. El fértil suelo volcánico de la orilla norte del lago Victoria, combinado con las abundantes precipitaciones, permitieron la rápida expansión de este cultivo. Esto, junto a la abundante pesca del lago, proporcionó a los bagandas (habitantes de Buganda) una dieta extraordinariamente rica que se tradujo en un rápido y continuo crecimiento demográfico que acabaría por eclipsar a Bunyoro.
Aunque durante los siglos XVII y XVIII, los banyoros (habitantes de Bunyoro) habían seguido comerciando y creciendo, cometieron el error de no establecer un marco legal que garantizara sucesiones pacíficas al trono. La administración estaba descentralizada y fragmentada en principados independientes. La situación explotó a finales del XVIII, cuando el monarca Olimi VIII murió sin dirimir la sucesión entre sus dos hijos. Inevitablemente, esta situación dio lugar a luchas intestinas por la herencia del título real que desgarraron el reino. Mientras tanto, la expansión de Buganda había cortado el acceso de sus enemigos al lago Victoria y a las rutas comerciales en la costa suajili, en África oriental. Para colmo, en la década de 1840, la poderosa provincia de Toro se independizó de Bunyoro, convirtiéndose en un reino independiente, llevándose con él los campos de sal más importantes. Cuanto más se apagaba la llama de Bunyoro, más brillaba la de Buganda.
Al contrario que su rival, Buganda había logrado crear una monarquía fuerte que aglutinaba el poder de los diferentes clanes, al tiempo que recaudaba impuestos y tributos. De esta manera, había empezado a crear un vasto ejército y una flota de canoas para fortificar sus orillas en el lago Victoria. Atraídos por la nueva potencia, los comerciantes árabes de la costa suajili no tardaron en introducir armas de fuego en el reino a cambio de esclavos, marfil y demás productos del interior del continente.
A finales de la década de 1860, Bunyoro atravesaba una dura guerra civil. Sin embargo, fue durante este conflicto cuando surgió el más poderoso omukama (monarca de Bunyoro) de la historia del reino: Kabalega. Formidable estratega, copió las rutas establecidas por los bagandas para comerciar con los árabes e importar armas de fuego. Retomó el control de las provincias díscolas y forzó el retroceso de Buganda a sus fronteras originales. Consciente de la importancia de un poder centralizado y fuerte, Kabalega reforzó la monarquía, así como el ejército. En 1870, se sistematizó el intercambio de armas por marfil con los comerciantes de Zanzíbar. Como resultado de todo ello, en 1880 Bunyoro había resurgido con un poder renovado, al tiempo que Buganda empezaba a decaer. Para el final de la década, las fuerzas de ambos reinos estaban a la par.
En este contexto, entran en escena los exploradores victorianos Burton, Speke y los Baker a la búsqueda de las fuentes del Nilo Blanco (el jesuita español Pedro Páez fue el primer europeo en conocer el nacimiento del Nilo Azul en 1618). A los exploradores les siguieron los misioneros. El cristianismo caló entre los jefes clánicos de Buganda, quienes forzaron al kabaka (monarca de Buganda) Mwanga II a firmar, en 1894, el protectorado con los británicos. Esta maniobra era vista por la élite baganda como un matrimonio de conveniencia para imponerse definitivamente a Bunyoro. Kabalega, por su parte, no estaba dispuesto a pactar con los blancos. Esta resistencia fue sometida mediante una fuerza compuesta por soldados de Buganda y un contingente de mercenarios sudaneses aliados suyos, todos ellos liderados por ocho mandos británicos, que masacró a los banyoros y destruyó Hoima, la capital del reino.
En 1899, Buganda había logrado imponerse definitivamente a su enemigo, alcanzando su máxima expansión a expensas suya. Los bagandas llegaron a administrar territorios de otras tribus mediante la figura del indirect ruler –el indirect rule fue un sistema de gobierno utilizado por británicos y franceses en algunas colonias asiáticas y africanas por el que se servían de estructuras de poder autóctonas tradicionales–, lo que provocó lógicos recelos entre sus vecinos, especialmente en Bunyoro, que duran en la actualidad. Sin embargo, y a pesar del trato favorable, Mwanga II no tardó en hartarse del control británico que limitaba su poder. Por otra parte, el kabaka había dejado de ser útil para los intereses del protectorado. Así, los británicos se deshicieron de los dos monarcas más poderosos de la Uganda precolonial, exiliando a los dos enemigos acérrimos, omukama Kabalega y kabaka Mwanga II en Seychelles. En su lugar, colocaron en ambos tronos a niños que pudieran ser títeres de la metrópolis. Estos pequeños reyes fueron depuestos al poco tiempo por el régimen colonial británico acusados de incompetencia. De esta manera, ambos reinos acabaron sometidos al Imperio británico e integrados posteriormente en un país creado ex novo: Uganda. No es coincidencia que el nombre del estado moderno tome el nombre de Buganda. Uganda era el nombre con el que los suajilis conocían al reino de Buganda. Una clara muestra del papel preponderante que este alcanzó bajo el protectorado británico a finales del siglo XIX.
En la actual república de Uganda, además de Bunyoro y Buganda, existen otros reinos, de menor entidad pero de profundo arraigo en su -territorio. Todos ellos fueron abolidos en 1967 tras el golpe de Estado de Milton Obote. No serían reinstituidos -hasta 1995, bajo el mandato del actual presidente, Yoweri Museveni, que les concedió el estatus de instituciones culturales, anulando por tanto la autoridad política que ostentaban en tiempos anteriores a la colonia.
El reino de Busoga, con capital en la ciudad de Bugembe, se encuentra en la orilla septentrional del lago Victoria. De hecho, tiene el honor de contar en su territorio, en la localidad de Jinja, con las legendarias fuentes del Nilo, que nace en dicho lago. Los habitantes de Busoga son los basogas y su lengua es el lusoga. Al contrario que en otros reinos, en Busoga no existía la figura del monarca. En su lugar, los basogas se organizaban en 11 jefaturas hereditarias llamadas sazas. Sin embargo, en 1906 el protectorado británico unió las sazas en torno al lukiiko (parlamento), en el que los cabezas de cada jefatura elegirían al líder, que pasaría a ser el soberano del reino y su representante frente al Gobierno colonial. Con esta unificación, Busoga resultaba más fácil de controlar. Años más tarde, en 1919, el presidente del lukiiko pasó a ostentar el título de kyabazinga, auténtico rey de facto. El título real se obtiene mediante la elección del lukiiko y es vitalicio. El actual kyabazinga es Gabula Nadiope IV, coronado en 2014 después de tensiones sucesorias provocadas por la falta de consenso del lukiiko.
Al oeste de Uganda, cerca de la frontera con República Democrática de Congo, se encuentra el reino de Toro. Sus habitantes, cerca del 3 % de la población del país, son los batooro, y su lengua, el lutooro. Con capital en la ciudad de Fort Portal, el reino de Toro fue fundado en 1830, cuando Olimi I, hijo y heredero del rey de Bunyoro, declaró la independencia. Sin embargo, en 1876 fue reconquistado por el envite del poderoso Kabalega. No recuperaría su independencia definitiva hasta 1891 gracias a la intervención de la coalición formada por los bagandas y los mercenarios sudaneses al mando de los británicos que buscaba socavar el poder de Bunyoro. El actual soberano de Toro es Oyo Rukidi IV, más conocido como King Oyo. Con 27 años ostenta el título de rey más joven del mundo. Ascendió al trono con apenas tres años, sucediendo a su difunto padre, Kaboyo Olimi III. Dada su corta edad, la reina madre, Best Kemigisa, ejerció como regente hasta la mayoría de edad de su hijo.
Con capital en Mbarara, Ankole se encuentra al sudoeste de Uganda. Sus habitantes, los banyankoles, son el segundo grupo de lengua bantú del país, con más de dos millones de hablantes de runyankole. Los habitantes de este reino están divididos en dos clanes principales: los bahimas y los bairus. Los primeros son pastores y constituyen una élite privilegiada. Los bairus, por el contrario, forman el grueso de la población y viven sometidos a los bahimas, dedicándose principalmente a tareas agrícolas. A la cabeza del reino se encuentra el monarca, cuyo título es el de omugabe o mugabe.
El 20 de noviembre de 1993, John Patrick Barigye Rutashijuka se autoproclamó omugabe bajo el nombre de Ntare VI en una ceremonia que pretendía ser secreta. Sin embargo, no fue así, y Museveni se apresuró a invalidar la coronación, dejando el destino de la monarquía de Ankole en manos de los propios banyankoles. Por tanto, no se incluyó a Ankole entre los reinos restaurados en la Constitución de 1995. El Gobierno de Museveni justificó esta decisión alegando que, si el antiguo reino de Ankole se restablecía, se reactivarían las tensiones entre los bahimas y los bairus.
En la actualidad, las reivindicaciones de la élite banyankole para el reconocimiento de su antiguo reino siguen vigentes, encarnadas en la figura de Umar Asimwe. Sin embargo, resulta poco probable que se restaure la monarquía, ya que el grueso de los banyankoles son bairus sometidos a la élite bahima, favorecida tradicionalmente por el omugabe.
Cuando a principios de la década de 1960 se planteó el levantamiento del protectorado, Buganda exigió un estatus diferenciado que pasaba por convertirse en un estado monárquico, independiente de la república que empezaba a fraguarse. Milton Obote, que accedió al poder mediante un golpe de Estado en 1966, había prometido a los bagandas satisfacer sus demandas de independencia a cambio de apoyo. Finalmente no fue así. De hecho, Obote traicionó a sus socios y firmó en 1967 una nueva Constitución que establecía un régimen republicano y abolía los reinos tradicionales.
En 1995, Yoweri Museveni ratificó una nueva Constitución que reestablecía las monarquías tradicionales con carácter cultural, lo que obligaba a los bagandas a renunciar a sus aspiraciones secesionistas, al menos en teoría. Sin embargo, la cuestión baganda ha seguido –y sigue– latente en la vida política del país, a la espera de una resolución definitiva. Las tensiones entre el presidente y el kabaka Ronald Mutebi II han sido constantes y, pese a recientes acercamientos, todo indica que el problema seguirá enquistado, al menos mientras Museveni siga en el poder. O lo que parece ser lo mismo, mientras dure su salud. Será interesante ver cómo se desarrollan los acontecimientos en los próximos años, cuando el mesiánico líder ya no rija los destinos del país.
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