La cultura de los hilos

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El sector textil en Ghana sustenta la economía de miles de familias


Por Margalida Fullana Cànaves



La costura y las telas hablan de Ghana, no solo por los millones de euros que genera el sector todos los años, sino por lo arraigada que está esta tradición en todos los rincones del país. Ciudades como Kpando, donde los talleres invaden las calles, son una muestra de ello.



En Kpando, una ciudad de unos 28.000 habitantes ubicada en la región de Volta, en Ghana, hay dos negocios que destacan por encima del resto: las peluquerías y los talleres de costura. Si bien es verdad que el primero pasa un poco más desapercibido, la relevancia del segundo es tan grande que los vecinos de esta urbe pueden toparse, tan solo en su calle principal, con hasta 20 puestos de confección de prendas a medida. De hecho, hay un local por cada 280 habitantes.

Xorlali maneja el volante de la máquina de coser como si lo hubiese hecho toda su vida, pero solo hace dos años que terminó sus prácticas. «En la escuela me enseñaron mucha teoría, pero necesitaba tocarla con mis propias manos», recuerda mientras marca con una tiza el patrón de un vestido. Es uno de los 19 niños que viven en el orfanato ghanés Ryvanz-Mia, capitaneado por mama Esi, una mujer de unos 70 años con un porte firme.

Entre retales apilados y bolsas de plástico repletas de telas aún sin usar, este joven de 23 años trabaja con empeño para convertirse en el mejor costurero de Kpando. Su taller no tiene ventanas, pero posee un gran portal con vistas a la calle y cuenta con una pequeña nevera llena de botellas de agua. Entre puntada y puntada, aún tiene tiempo para vender algunas galletas caseras a los pocos transeúntes que pasan por esta calle sin asfaltar. Muchas tardes, los mayores se reúnen aquí para ver películas africanas, en su mayoría producciones románticas que narran amores imposibles. Sin embargo, los más pequeños de la casa, de entre tres y seis años, se asoman con disimulo para curiosear qué hacen los adultos.

Rodeado por estas cuatro paredes, poco más de unos cinco metros cuadrados, Xorlali cose ropa para sus «hermanos», diseña prendas para algunos vecinos y atiende encargos de decenas de conocidos. Tiene una libreta de páginas amarillas en la que anota las medidas de sus clientes, pero ya es capaz de coser los uniformes de los otros niños del orfanato sin la ayuda de ningún patrón y en tiempo récord: menos de 35 minutos por cada pieza. Y cuando algo le falla o le cuesta, mama Esi le enseña cómo hacerlo.


Ilustración de un libro de texto donde se muestran diferentes tipos de cuello para prendas de vestir. Fotografía: Margalida Fullana Cànaves


Más allá de las telas

Se nota que la producción textil es un sector muy relevante. Tanto es así que en los libros de texto de la Delta Preparatory School, también en Kpando, hay temas y temas dedicados a la costura. Desde los diferentes tipos de mangas, hasta la confección de distintos modelos de cuellos, pasando por los principales utensilios y los pasos a seguir para coser zurcidos. El temario forma parte de una asignatura de diseño y tecnología en la que también aprenden dibujo técnico y algunas recetas de cocina tradicional. 

No es de extrañar, pues los talleres de costura ocupan la mayor parte de los quioscos de esta ciudad. Son pequeñas instalaciones, construidas con placas de metal o ladrillos, que destacan por sus coloridas y llamativas fachadas. En su interior, llaman la atención unos carteles que muestran el «menú de prendas», en los que aparecen decenas de modelos luciendo diferentes ropajes, en su gran mayoría, hechos con kente, el tejido más famoso del país. Fabricado a partir de seda y algodón, contiene multitud de significados, también adoptados en muchas otras zonas del continente, como Sudáfrica, Benín o Congo, entre otros: el color amarillo simboliza la riqueza, el verde hace referencia a la vegetación, el morado representa la feminidad…

«Es muy común que vayas por la calle y alguien te pregunte para saber quién te ha hecho la ropa que llevas», señala Xorlali. A diferencia de la capital, Accra, y de la segunda ciudad con mayor población, Kumasi, en Kpando es difícil encontrar ropa de primera mano. No obstante, se pueden adquirir telas de mil colores por unos 80 céntimos de euro el metro. «Me encanta cuando alguien dice que soy su costurero y recomienda mi trabajo», añade con una sonrisa de oreja a oreja.

Aunque en algunas sociedades occidentales comprar prendas hechas a medida se puede considerar un lujo, quizás porque su precio parece elevado en comparación con la inmediatez y las aparentes facilidades que supone el fast fashion, en Ghana, y más aún en los pueblos y en las pequeñas ciudades, es un hecho cultural. Por ejemplo, en lugares como Ho y Hohoe, dos urbes ubicadas también en la región de Volta, es complicado cruzarse con tiendas de ropa al uso. Son zonas que, a pesar de contar con un gran número de habitantes, no disponen de muchas de las facilidades que sí tiene la capital ghanesa, como supermercados, establecimientos de compañías telefónicas, oficinas de correos… La tela, junto a algunos productos de primera necesidad, como el arroz, los pimientos verdes, el agua potable y las pastillas de jabón, entre otros, es una de las pocas cosas que parece que realmente sí llegan a todos los rincones del país. 


El taller que Xorlali ha montado en un antiguo trastero en las inmediaciones del orfanato Ryvanz-Mia. Fotografía: Margalida Fullana Cànaves


El sector textil ghanés

Ghana es uno de los grandes exportadores textiles del mundo. Según los últimos datos recogidos por el World Integrated Trade Solution (WITS), el país exportó durante 2019 unos 53,5 millones de dólares en este sector. De estas transacciones, la mayor parte, unos 27,9 millones, corresponden a países del África subsahariana, mientras que otros 18,4 millones proceden de América del Norte. Europa y el centro de Asia, por su parte, suman unos 1,9 millones.

Por países, ese mismo año, los principales socios textiles de Ghana fueron Estados Unidos –unos 18,3 millones de dólares–, Burkina Faso –15,7–, Togo –5,1–, Tailandia –3,2–, Benín –cerca de 2,4– y Costa de Marfil –1,9–. Si bien es cierto que se trata de cifras atractivas, hay que tener en cuenta que, mayormente, hacen referencia a negocios con una producción muy elevada, alejados de la realidad que existe más allá de las grandes ciudades del país. 

Con el movimiento de la aguja a toda velocidad, Xorlali precisa que suele cobrar unos 30 cedis por prenda, que equivalen a unos cuatro euros. «¿A que es demasiado barato?», lamenta con los ojos abiertos como platos, pero consciente de que sus beneficios irán aumentando a la par que su experiencia. Adquiere los tejidos que utiliza para sus piezas en algunos stands que hay en el centro de Kpando, pero no está muy seguro de dónde provienen. «Creo que las traen de Accra», sostiene sin darle mucha importancia.

Quien sí sabe de telas es Serafine, una mujer de unos 50 años que regenta una pequeñísima tienda de tejidos en el mercado local de la ciudad. Está sentada en un diminuto cubo de plástico, acompañada por uno de sus tres hijos. Su puesto, que solo tiene espacio para exhibir unas 50 telas, está situado en uno de los pasillos más estrechos de este gran bazar. Entre un intenso olor a especias y pescado seco, su puesto, que ni siquiera tiene luz, pasa casi -desapercibido.

«Suelo ir una vez a la semana o cada dos semanas a Accra y a la capital de Togo para comprar tela», comenta esta vendedora, que en cada viaje adquiere entre 50 y 60 piezas de tela, de unos seis metros cada una. Se desplaza hasta estas ciudades en coche o en trotro, que es como llaman aquí a los autobuses. Por lo general, hace sus compras en grandes almacenes, donde se fabrican los tejidos con algodón. «Aunque las telas son bastante -parecidas, las de Togo son más baratas», subraya.

Serafine asegura que desde que comenzó la pandemia, la entrada a Togo es más complicada que de costumbre. «Han cerrado algunos de los principales accesos fronterizos y ahora tenemos que conducir por carreteras secundarias, cruzando el campo», expone. Asimismo, la vendedora explica que, aunque la Policía suele realizar controles de seguridad a la entrada y salida del país, no hay un máximo de metros de tela que se puedan transportar, por lo que intenta aprovechar cada uno de sus trayectos al máximo.

«En Telma y Accra, el precio de la tela ronda los 25 cedis por cada seis metros», calcula un poco a ojo. Esta cifra, que equivale a unos cuatro euros, le supone un beneficio de unos 11 cedis, pues en el mercado local vende cada dos metros de tela por unos 12 cedis. Normalmente, suele ganar cerca de 2.000 cedis al mes, que vienen a ser 280 euros. «En la capital, esto es perfectamente lo que hacen en tan solo un día, pero aquí no da para más», critica.



Fotografía: Margalida Fullana Cànaves


El taller de Anita

Pero de los 100 talleres de costura que hay en Kpando, uno destaca por encima del resto: el de Anita, una mujer de 30 años que en 2017 decidió abrir su propio negocio. «Empecé en 2015, cosiendo medio a escondidas en mi habitación, en casa de mis padres, y ahora tengo unas 18 empleadas», reconoce. Su espacio de trabajo se encuentra casi a las afueras de Kpando, pero no pasa desapercibido. Dispone de 16 máquinas de coser antiguas, que llevan grabado Made in the people’s Republic of China en un lateral. «Estas son para las aprendices, pero las que saben más usan estas otras», dice señalando un conjunto de nueve máquinas de coser eléctricas. 

Se nota que esta es su mayor vocación pero, aun así, utiliza sus mañanas para dar clases de cocina en un instituto a alumnos de entre 18 y 19 años para poder llevar una vida más cómoda. Mientras habla, no le quita ojo a un bebé que apenas llega al año. Es su hija y está sentada sobre un pequeño colchón, tranquila y observando todo lo que hay a su alrededor, a la vez que dos de las empleadas de Anita, que cosen vestidos sin parar, la vigilan de reojo.

«Todo el mundo tiene su target», susurra Anita riendo. Según apunta, recientemente ha subido el precio de su trabajo para acotar mejor el tipo de cliente que acude a su negocio. «Quiero que las personas que vengan a mi taller sean serias y que aprecien lo que hago», remarca. Es por esto que, a diferencia de Xorlali, puede llegar a cobrar hasta 800 cedis, unos 115 euros, por un vestido elaborado, incluyendo la tela y los abalorios. 

Pero este es un caso excepcional. Su establecimiento no solo es el más caro de Kpando, sino que también es el taller de costura al que acuden los más privilegiados cuando necesitan ropa para ocasiones especiales, y qué fecha hay más señalada en Ghana que el paso a la otra vida. «A final de mes siempre tengo más trabajo que de costumbre, porque todos los funerales suelen celebrarse en esas fechas», apunta. De hecho, para estos días, hay un código de vestimenta muy detallado: cuando el fallecido tiene más de 90 años, hay que vestirse de blanco; si está entre los 75 y los 90, de blanco y negro, y si está por debajo de los 75, de negro y rojo.

De la misma manera que Anita destaca que conoce a mucha gente que se dedica a la costura, Serafine dice haber perdido la cuenta de cuántas vendedoras de tela hay en la zona, y Xorlali, por su parte, sueña con llegar a ponerle nombre a su apreciado negocio. 

En un país donde el paisaje apenas ofrece tonalidades amarillas, marrones, azules y verdes, el kente ofrenda a los ghaneses color, tradición y futuro. Y ellos, que ven en sus ropajes algo más que hilos y costuras, no pueden evitar alegrarse cada vez que alguien estrena ropa Made in Ghana a pequeña escala.   

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