«La cultura es lo mejor que puede cultivar el hombre»

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Hassane Kouyaté, artista


Por Nicolás Castellano Flores



Debería haber vuelto a España como comisario de Harmatán, un certamen nómada de cultura africana que se tendría que haber celebrado entre el 31 de marzo y el 5 de abril pasados. Pero el coronavirus lo reprogramó para 2021. Griot, actor, narrador, percusionista y director de escena, el artista burkinés habla con MUNDO NEGRO.



En su última visita a España fue premiado por su trayectoria en el MAPAS, el Mercado Profesional de Encuentro de Creadores de Tenerife. ¿Qué significa que reconozcan su trabajo en nuestro país? 

Este premio me hizo ser consciente de todo el trabajo que me queda por hacer. Es un honor para mí, pero es más que eso, es un reconocimiento del trabajo que he podido culminar con todas las personas que están conmigo. Nunca trabajo solo, soy un abanderado de todo un pueblo, de todos aquellos que luchan por cambiar las cosas, por la emancipación de los pueblos. 



La de Tenerife fue su primera visita a España tras el fallecimiento del escritor tangerino Antonio Lozano, por lo que no pudo compartir esas conversaciones tan enriquecedoras que mantenía con él.

Antonio, siempre lo digo, es un hermano de vida, un hermano que se elige, y tengo mucha suerte de haberme encontrado con él para toda la vida. Es más, es un ejemplo vital, es un hombre que me ha hecho crecer, que me ha llenado, y que continúa haciéndome crecer, porque nuestra conversación continúa esté él vivo o muerto. No puedo parar de hablar de él porque es infinito, es extraordinario. 


En este sentido, ha dicho que la muerte debe sentir vergüenza de haberse llevado a Lozano.

La muerte siente vergüenza. Tenemos que continuar hablando de esta persona tan querida para que la muerte sienta vergüenza de haberse llevado a Antonio al otro lado.


Desde hace casi dos años dirige uno de los festivales más importantes de la francofonía, el de Limoges, al que este año incorporará una obra de Lozano, Me llamo Suleimán.

Asumí la dirección del Festival de la Francofonía de Limoges con la intención de que fuera un lugar para descubrir las distintas disciplinas de la cultura: desde la literatura al cine, el teatro, la música o la danza. Así que en el programa de 2020 habrá creaciones de todo el mundo, y en ese sentido quiero incluir este escrito de Antonio Lozano que habla de las migraciones africanas hacia Europa. Es importante que llegue al Festival en este momento de la historia de Limoges. 


¿Qué piensa de autores como Stephen Smith (ver MN 648, mayo 2019, pp. 14-19) que insisten en la idea de que todos los jóvenes africanos, tarde o temprano, quieren migrar a Europa?

Es muy pretencioso pensar que Europa es el paraíso de la humanidad. Es África la que tiene el petróleo, el oro, el agua, la cultura, todo. Les diría a los europeos que dejen de robar a África con la complicidad de algunos africanos. Es pretencioso decir que todos los jóvenes quieren ir a Europa. No se puede decir que África va a venir aquí –a Europa–. Decir eso demuestra ignorancia o mala intención intelectual. Tengo mucha confianza en esta juventud africana. Creo que pronto nosotros, los africanos, estaremos negando los permisos de residencia a los europeos que quieran venir a África –ríe a carcajadas. 


¿Es posible una mayor presencia de la creación teatral africana en los escenarios europeos?

El teatro y su lenguaje están más vivos que nunca en África, pero partiendo de la base de que el lenguaje teatral africano rompe a menudo con un cierto tipo de teatro preconcebido. Pero hay, sobre todo, una cuestión económica. El teatro se enfrenta al reto de tener medios técnicos y económicos para mover a 25 o 50 personas en el escenario para una obra y que pueda girar por otros países. Esa cultura de producción y de gira internacional es muy débil de momento. Como decimos en África, «yo bailo donde sudo», así que hay que trabajar. Los africanos no son solo músicos o bailarines, el africano es bueno en las artes visuales, se expresa en todas las disciplinas, y ha llegado el momento de que se vea el teatro africano fuera del continente.


Sus obras giran ya por toda África y por medio mundo…

Tengo la suerte de que cada uno de mis espectáculos giran siempre por, al menos, entre 15 y 20 países africanos. Estamos empezando a tejer redes africanas para la difusión del espectáculo. Hay muchos jóvenes creadores que han comenzado a trabajar en esta línea, y por eso soy muy, muy optimista. Tengo ya 55 años, pero cuando miro desde donde vengo digo ‘¡Guau! ¡Qué progresión hemos tenido!’. ¿Cómo fue posible que levantara mi propio centro? Pero lo fue: abrí el primer centro cultural privado de Bobo-Diulasso, la segunda ciudad de Burkina Faso. Allí creé el primer festival privado del país, y hoy hay más de 50 salas de arte y más de 200 festivales en Burkina. Estoy feliz de que eso signifique que hay más trabajo para los artistas, que hay más creación allí. 


Ha hecho cine y teatro con algunos de los más grandes de la escena mundial, pero ¿hay alguna historia que no haya podido culminar hasta ahora? 

Mi sueño es contar una epopeya, una historia de cada parte de África. Comencé basándome en los que llamo los grandes hombres y mujeres que marcaron África. Hice una obra basada en Sony Labou Tansi. Acabo de hacer otro espectáculo sobre Hampâté Bâ, y mi próxima obra será sobre 200 años de la historia de Congo. Es una adaptación del libro Congo una historia, de David Vandenbroucke. Me gustaría escribir sobre otra parte de África. Ya he trabajado sobre Soundiata Keita, sobre las historias del pueblo bámbara de Segou, todo esto es contar África. Soy un griot y me gustaría usar los medios teatrales para seguir contando historias. 


¿Cómo puede explicar un griot de nacimiento como usted lo que supone ser griot?

Los griots pertenecemos a una casta, pero no como en India, sino que en nuestro caso hablamos de castas funcionales. El griot es un contador de historias que va a los colegios, que media socialmente…; es mediador entre dos personas, familias, pueblos, países, continentes…; es el que organiza las ceremonias de iniciación, las de la muerte o los matrimonios. El griot es también músico y bailarín, y toda esta formación se hace por ósmosis: es un -aprendizaje de padre a hijo y de madre a hija. Antes era una casta cerrada, eran castas para la organización de los pilares de la sociedad. Hoy se puede ser griot por alianzas: ya no es necesario que tus padres lo sean. Yo tuve la suerte de nacer de padres griots. Mi padre es Kouyaté, y se dice que los Kouyaté son los griots de los reyes y, a su vez, son los reyes de los griots. Mi madre es Diabaté, la segunda gran familia de griots, por lo que tuve la oportunidad de crecer en una familia así. 



Un momento de la representación de Et si je les tuais tous Madame, del burkinés Aristide Tarnagda,en el 67º Festival Internacional de Teatro de Aviñón (Francia). Fotografía: Boris Horvat / Getty


¿En su centro se puede aprender a ser griot?

Sí, bueno, podemos aprender ciertas habilidades, pero no crear un griot porque es toda una vida, es una forma de vida, una filosofía, un pensamiento. Lo que sí vemos es que hoy el concepto de griot es algo más abierto.


¿Cómo analiza la pujanza cultural de la juventud africana?

La juventud africana no es la de hace 20 años. Esta juventud, muy consolidada intelectualmente, está abierta al mundo, generando una creación muy desacomplejada con respecto al resto del planeta. La creación digital en África es contemporánea, tiene una vitalidad extraordinaria y conciencia de la riqueza de nuestro continente y del resto del mundo. Hay una mutación social, una mutación democrática protagonizada por la juventud. 


Usted cita a Thomas Sankara y los cambios recientes de su país, Burkina Faso, como fuente de inspiración de sus obras, ¿Se está consolidando un cambio real en la sociedad burkinesa? ¿Esto se ve en las creaciones de hoy?

Sankara fue determinante en los planos político, económico, social y, sobre todo, cultural. Para él, el desarrollo del hombre pasaba esencialmente por la cultura y, después, por el resto de las cosas. A partir de ese momento hubo cosas que quedaron implantadas y de las que hoy estamos recogiendo los frutos. La generación de los que tienen entre 30 y 40 años nació poco antes o después de Sankara. Esta gente creció escuchando hablar de él, pero también bajo el poder posterior, casi fascista y dictatorial, del que nos hemos librado hace poco. Y en este momento de liberación se están haciendo grandes creaciones. 


Los artistas de Burkina, muchos muy jóvenes, se implicaron al máximo en el movimiento social que derrocó a Compaoré en 2014.

África no tiene otra puerta de salida que su propia juventud. Es un continente joven, y esta juventud trae un espíritu fresco. Están bien formados, aunque podrían estarlo aún mejor, y deberían ser más ambiciosos para hacer frente al resto del mundo. Por eso juegan un papel importante en mi país, por eso contribuyeron al cambio y por eso el futuro de África pasa por una juventud formada.



¿Qué papel tiene la cultura como combustible del cambio que están viviendo más de una veintena de países africanos en el último lustro?

La cultura es lo mejor que puede cultivar el hombre. Si tú quieres alienar un pueblo, solo tienes que quitarle la educación, la cultura, y desarrollar lo que llamamos una cultura del consumo sin reflexión, una cultura del desarrollo económico sin más. Te pongo como ejemplo Burkina Faso: la cultura es la construcción de la sociedad, es la base del movimiento porque es un lugar de expresión que no podemos frenar y que no solo pertenece a los artistas. Sankara, que decía cosas como que hay que dar de comer al estómago, pero que hay que dar de comer aún más al espíritu y al corazón, creó las bases de la conciencia cultural que ahora viven los jóvenes de mi país.   



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