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Por María José León / Bikop (Camerún)
Son las siete y media de la mañana en Bikop. Aunque el sol aún no ha decidido asomarse y calentar los tejados de cinc de las casas de adobe de esta zona selvática del centro del país, la vida bulle. Además de la iglesia, dos colegios, el bar y la tienda de productos imprescindibles, se encuentra el centro de salud de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Las puertas ya se han abierto y los pacientes han empezado a coger las fichas que marcan los turnos. Hoy hay caras nuevas pero, como es viernes, la visita periódica al médico es rutina para muchos. Los hay que podrían hacer a ciegas el camino hasta la consulta donde se distribuyen los antirretrovirales o allí donde se toma el pulso al corazón de los enfermos cardíacos.
En esta región, a dos horas de la capital, Yaundé, se avecina el final de la temporada de lluvias, lo que significa una mejora del estado de los caminos que cruzan, como rojas cicatrices, los campos de cacao de los que viven sus habitantes. Pero la estación seca no termina de dar tregua a las infecciones de paludismo. Hoy también se diagnosticarán, como es costumbre, dengues, filarias, hepatitis, gripes, parásitos intestinales y una serie de enfermedades tropicales o de todas latitudes que siguen mermando la calidad de vida de los más de 23 millones de cameruneses.
Es la hermana María Rosario García, Rosi, médico y superiora regional de la congregación, quien nos explica que estas patologías se siguen identificando en el dispensario de Bikop, pero que en los últimos años ha cobrado mayor importancia la diferencia entre dolencias agudas y crónicas: “Llamamos crónica a toda enfermedad que no se cura con un tratamiento en un tiempo limitado”. Si tomamos el ejemplo de la bronquiolitis, uno de los motivos de consulta pediátrica más frecuente en la región, en los casos menos graves, un tratamiento de varios días basta para eliminar la afección. Pero hoy, como cada día, uno de cada cuatro pacientes que acuda al centro lo hará para recoger la medicación para luchar contra otro intruso que, por el momento, no va a abandonar sus cuerpos: el VIH.
Es la evolución en el tratamiento de esta enfermedad, y el hecho de que sea gratuito desde 2007 para los cameruneses seropositivos –el 4,5 por ciento de la población, según ONUSIDA–, “lo que ha permitido”, corrobora la hermana Rosi, “que la población entre en una dinámica de enfermedad crónica. Paralelamente, los métodos de diagnóstico han mejorado enormemente en el país en los últimos 20 años, lo que nos ayuda a ver enfermedades que antes pasaban inadvertidas”. La religiosa, que lleva 21 años en África, ha vivido también otro cambio crucial: el aumento de la esperanza de vida de los cameruneses. “No es que el cáncer, la artrosis, el reumatismo, la diabetes o la hipertensión no existieran antes. Es que, por un lado, no las podíamos diagnosticar y, por otro, las personas no vivían lo suficiente como para que se manifestaran”. Cada vez hay más población anciana en el país, y mucha en la zona rural donde trabaja esta congregación, y son estos –las mamás y papás, como aquí se les llama por el respeto a las canas–, los que acuden al centro de salud con corazones cansados o articulaciones gastadas y doloridas por una vida dedicada al trabajo manual en el campo.
La apuesta por acompañar
En 2016 la misión de las Esclavas cumplió 50 años en Camerún. Una edad que supone un lapso de tiempo suficiente como para constatar que este cambio de paradigma no se ha dado de la noche a la mañana, y que aún queda mucho por hacer. Explican que la sociedad camerunesa estaba acostumbrada a enfermedades agudas y mortales, por lo que el sentido de una dolencia crónica no existía. “La magia o brujería era el diagnóstico de las cosas que no se comprendían”, revela la hermana Rosi, “como el cáncer, el sida o la inmunodepresión”. Las hermanas que trabajan en el ámbito médico confiesan venir de una realidad distinta, la que da la urgencia y la necesidad de salvar vidas.
También ha tenido que adaptarse el Gobierno, reconocen, al que alaban su iniciativa en programas de formación y educación para la salud, lo que ha aumentado la capacidad de la población de comprender la dinámica de ciertas afecciones de las que antes casi no se hablaba.
La urgencia y el objetivo de salvar vidas siguen ahí, pero se han ampliado con el compromiso por acompañar al enfermo crónico y dignificar su enfermedad y su muerte. Una perspectiva que humaniza la salud y que enraíza con el carisma de esta congregación de carisma evangelizador y educativo. Cambia la sociedad, cambian los gobiernos y los profesionales y todo ello incide, desde hace pocos años con más fuerza, en el centro de salud de Bikop. Testigo de ello ha sido, y sigue siendo, la hermana Ana Gutiérrez –también médico y directora de la clínica desde 2012– quien señala el año 2005 como el inicio de la transformación y el “crecimiento exponencial” que ha vivido el centro de salud. Pacientes de la región, pero también de otras zonas del país y de la misma capital, acceden en Bikop a servicios de cirugía, con una sala permanentemente acondicionada, a la consulta prenatal y sala de partos, a una unidad exclusiva de atención a personas con VIH y a nuevas estructuras como farmacia, laboratorio, un programa de educación terapéutica, consulta de psicología y un servicio de ecografía, electrocardiograma, diagnóstico y seguimiento de enfermedades cardíacas, que realiza un viernes al mes la religiosa italiana Lucía Sabbadin, de las Hermanas Doroteas de la Educación. Tras los servicios, hay un personal sanitario que también ha aumentado en los últimos años: de ocho personas en 2010 se ha pasado a 20 en 2016, los cuales han tenido que adaptar su formación y conocimientos, ya que, como explica la hermana Rosi, “la cronicidad no estaba en la mente del médico camerunés y teníamos personal que no quería ni acercarse a un enfermo de sida”. En la actualidad, remarca la hermana Ana, aunque son pocos los que podrían situar a Bikop en el mapa, “el centro de salud trabaja en red con otras congregaciones y otros organismos nacionales e internacionales. Tenemos gente bien formada y buenos especialistas”. No en vano, la clínica de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús se ha convertido en un referente nacional de diagnóstico, tratamiento y acompañamiento de personas que viven con el virus del sida. En 2012, el centro trataba a 180 pacientes. En la actualidad, a cerca de 750.
Aunque los métodos de diagnóstico han mejorado y han permitido descubrir nuevas realidades en la salud de los cameruneses, la cara y cruz de las enfermedades de por vida en un país en el que no existe la seguridad social, es que, en palabras de la hermana Ana, “el tratamiento del VIH es gratuito, pero la comorbilidad se paga”. Es decir, el sida provoca una serie de efectos secundarios a largo plazo: aumenta el colesterol y aparecen ciertos tipos de cáncer. Y son los enfermos y sus familias los que costean las pruebas y tratamientos para atajar estos efectos, porque esta parte no está incluida en la gratuidad del tratamiento. Gracias a entidades como Proacis, se puede financiar en un gran porcentaje el seguimiento de personas con VIH, ya que la fundación sufraga la mitad de los gastos que generan los análisis. También permite realizar exámenes que estudian de cerca el funcionamiento de riñones e hígado, los órganos que sufren en mayor medida el peso de un tratamiento crónico. Pero la realidad es que, pese a la mejora de los índices macroeconómicos del país, los cameruneses, en general, no pueden asumir los gastos de una quimioterapia o de una intervención para extirpar un tumor. Un trasplante de corazón es aún ciencia ficción.
Cuidados paliativos
Mamá Augustine es una de las que no superó la enfermedad y murió. Hasta el último minuto siguió sangrando por la vagina, a consecuencia de un cáncer de cuello de útero. Hubiera fallecido con “dolores atroces, que son los que caracterizan este tipo de cáncer en su fase terminal”, explica con el semblante sombrío la hermana congoleña Faustine Kizimba, pero Augustine murió en su cama, “dormida como un bebé”. Es la expresión que usan los locales para comprender la ausencia de dolor que experimentan los pacientes del programa de cuidados paliativos que también han puesto en marcha las hermanas como respuesta a las necesidades recientes en materia de salud. La hermana Faustine, en Camerún desde 2004, es enfermera y superiora de la comunidad en Bikop; es, además, una de las responsables de las visitas a domicilio. Las Esclavas son pioneras, desde 2007, en la formación de personal para la introducción y práctica efectiva del concepto de los cuidados paliativos en Camerún como parte de esa medicina humana que practican. Han creado la rama camerunesa de la organización Paliativos sin Fronteras y han editado una guía profesional, referencia en la materia, con la que intentan sensibilizar sobre la importancia de dignificar la enfermedad crónica y la muerte, en una sociedad que, admite la hermana Faustine, “no siempre atiende a sus familiares como debiera. Hay muchos casos de abandono”.
La mentalidad camerunesa prevé gastar si el enfermo tiene cura, o incluso para el entierro, pero no en los casos terminales donde, por muy duro que parezca, la familia considera que “ya no hay nada que hacer”. “Es por eso que me interesa el contexto en el que están los enfermos”, explica la hermana Faustine, “es como una catequesis a través de la cual trabajamos el cambio de mentalidad para que cuiden a sus familiares y les hagan la vida más fácil hasta el último momento”. A la vez, las religiosas administran morfina y otros paliativos del dolor, disminuyen los efectos secundarios, distribuyen medicamentos, pañales y otros útiles e, incluso, proporcionan atención espiritual o median en casos de problemas familiares o de herencias, todo con el fin de que el enfermo pueda saldar sus cuentas con la vida y cerrar los ojos con la tranquilidad con la que descansa un bebé.
Proceso de cambio
Pese a los cambios de los últimos años, el centro de salud de Bikop no cesa de adaptarse. Hay que seguir previniendo, diagnosticando, curando o acompañando a morir. Hay, sobre todo, “que consolidar nuestro crecimiento, porque ha sido muy rápido”, confiesa la hermana Ana a modo de conclusión. Todavía hay muchos retos por delante: “Cada profesional debe asumir su responsabilidad y su trabajo. Debemos terminar de informatizar el centro y mejorar los procesos de seguimiento de los pacientes, personalizar el tratamiento”. Para evitar que este se abandone, algo de lo que es testigo cada día Pélagie Kambale que, de lunes a viernes, deja su vida en la ciudad para anunciar a diario nuevas infecciones por VIH y ayudar a los diagnosticados a tomar sus medicinas. “Sobre todo con los jóvenes”, explica, “porque son los que más dificultad tienen para comprender no solo que sufren una afección de por vida sino que, por el momento, deberán seguir un tratamiento a diario el resto de sus días”. Otra gran tarea es evitar nuevos seropositivos, sobre todo niños de madres infectadas, y reforzar los programas de prevención. En palabras de la hermana Ana, “luchar contra la ignorancia. Evitar que el sida avance y se cumplan las expectativas nacionales e internacionales. Reducir también la infección de tuberculosis, que es elevada”. Informar y educar a la población, pero también permitirles acceder a procesos de diagnóstico precoz y tratamiento a precios asequibles.
“Las enfermedades crónicas acentúan las diferencias de clase social”, se queja la hermana Rosi, quien también señala a la falta de buenas carreteras y vías de comunicación, sobre todo en la zona rural, como uno de los principales obstáculos en el acceso a la salud de las clases menos favorecidas. Ambas religiosas recuerdan que hay que seguir la lucha contra el paludismo, una enfermedad “que ya no está de moda” y que sigue siendo de las primeras causas de mortalidad en el país, mientras que otras, como la anemia, son una “muerte silenciosa”, según la Organización Mundial de la Salud. Sin olvidar que las nuevas enfermedades crónicas exigen una corresponsabilidad por parte del paciente. “Es hacer ver que el médico no hace milagros”, que es el paciente quien tiene que adoptar comportamientos sanos y respetar su tratamiento.
Son las dos y media en el centro de salud de Bikop. El último paciente de la consulta de cardiología de sor Lucía avanza con dificultad. Debe pesar cerca de 200 kilos, algo que es aún difícil de ver aquí, y más en el campo, a pesar de que la obesidad también avanza en Camerún. Otra nueva enfermedad que habrá que empezar a comprender y tratar.
El sol salió hace rato y ha enviado a los pocos enfermos que quedan a resguardarse bajo el palio central de la clínica. Reina la calma. La vida sigue. También la enfermedad y la muerte en este remoto rincón de la selva de Camerún.
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