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Por P. Juan González Núñez
Hay dos famosas descripciones de la fiesta del Timket dejadas por dos viajeros ilustres en dos momentos distintos de la historia reciente. Una es del explorador escocés James Bruce, en 1770, y la otra del periodista inglés Graham Hancock en 1990, 220 años después, ambas en la ciudad de Gondar. La de este último se puede encontrar en su fascinante libro Símbolo y señal. Los dos, por motivos muy personales, estaban interesados no tanto en la conmemoración del Bautismo del Señor, cuanto en averiguar qué podría haber de verdad en la creencia de la Iglesia etíope de que las Tablas de la Ley dadas por Dios a Moisés se conservaban en la ciudad de Axum, y de las cuales cada Iglesia ortodoxa de Etiopía disponía de una copia que sacaba en procesión una vez al año, justo en la fiesta del Timket. Curiosamente, su descripción de las ceremonias se podría aplicar literalmente a la fiesta del Timket tal como hoy se celebrar en cada Iglesia de la nación.
Timket significa bautismo y, en este caso, se refiere a la conmemoración del bautismo de Jesús en el Jordán, fiesta que también se celebra en el calendario latino tres domingos después de la Navidad. Pero la celebración etíope tiene un rasgo original, no compartido con ninguna otra Iglesia, y es la fusión en una misma celebración de dos elementos, uno del Nuevo Testamento, que es el bautismo de Jesús, y el otro del Antiguo, que es el protagonismo que adquiere el Tabot o Tablas de la Ley, el cual acaba siendo el verdadero centro de la fiesta.
Una arraigadísima tradición etíope, tenida como indudablemente histórica por la Iglesia ortodoxa, sostiene que la reina de Saba –que fue a Jerusalén a admirar la sabiduría de Salomón– sería en realidad la reina de Etiopía, la cual, tras su visita al rey judío, volvió a su tierra encinta de él y dio a luz a un hijo, que se llamó Menelik I. Cuando este creció, quiso conocer a su padre e hizo una visita a Jerusalén, de donde volvió trayendo consigo el Arca de la Alianza que, junto con el hijo del sumo sacerdote y de otros jóvenes judíos, sustrajo del templo de Jerusalén, sustituyéndola por una falsa. Tras muchas vicisitudes, el arca sería depositada en la ciudad de Axum, donde se conserva hasta hoy en una capilla cercana a la iglesia madre, custodiada por un monje que no se separa de ella ni de día ni de noche. El Arca o Tabot es el objeto tangible más sagrado que la Iglesia ortodoxa venera. La palabra tabot se refiere tanto al Arca como a las Tablas de la Ley depositadas en ella. Cuando una nueva iglesia es construida, el patriarca bendice una copia de las tablas, es decir, una lastra de madera o piedra, que es puesta dentro de un cofre y colocada en el «santo de los santos», la parte más sagrada y recóndita de los tres compartimentos en que toda iglesia ortodoxa se divide y a la que solo los sacerdotes tienen acceso. Desde ese momento, la iglesia se considera bendecida.
La fiesta del Timket se suele celebrar el día 19, pero esta vez, al ser año bisiesto, se celebra el 20. Comienza el día anterior con la salida de los tabots de cada iglesia y su traslado a un lugar donde haya abundante agua y que permita una gran concentración de gente. El ambiente festivo se desata hacia el mediodía. Niños, jóvenes y mayores salen a la calle. La mayoría llevan el traje nacional: las mujeres, vestidos de color blanco, bordados con cruces; los niños también con trajes blancos; los hombres con el gabí, un chal que ponen sobre sus hombros, también invariablemente blanco.
Se acercan a la iglesia; o a sus respectivas iglesias, si se trata de una ciudad donde haya varias. Se arremolinan en su exterior pues, en general, los templos son pequeños y el interior está ocupado por los cantores, los diáconos y los sacerdotes, que en esta ocasión visten de impecable blanco, con un vistoso turbante, el tem-tem. Entre la multitud, se van formando coros que cantan y danzan en torno al tambor. Son cantos de iglesia, unos en ge’ez, la antigua lengua conservada en la liturgia, otros más modernos en amárico, la lengua franca de Etiopía. No faltan danzas y danzantes que poco o nada tienen que ver con lo sagrado. Pero es fiesta y hay cabida para todo, también para danzas tradicionales y para espontáneos que exhiben sus propios talentos.
Hacia las tres de la tarde, la campana de la iglesia suena. Hay un momento de silencio y expectación, que se rompe cuando sacerdotes ataviados con los multicolores ornamentos sagrados –y bajo las también multicolores sombrillas– aparecen en la puerta de la iglesia. Uno de ellos, el que va en el centro, tiene una postura especialmente hierática y lleva sobre su cabeza un objeto plano envuelto en ricos lienzos. Es el Tabot. En ese momento, un concierto de gritos y ululaciones rompe el aire. Cuando se calma, la procesión comienza su recorrido hacia el lugar donde los tabots se concentrarán. El recorrido puede ser largo, hasta de cinco kilómetros y más. Se marcha de forma irregular, a veces deprisa, a veces despacio, a veces la procesión se detiene porque se ha llegado a un lugar significativo o porque los tabots provenientes de otras iglesias se unen para seguir la marcha juntos. Durante todo el tiempo, la multitud acompaña con sus cantos y danzas.
Llegados al lugar señalado, una gran tienda espera a los tabots, que serán depositados en ella, al resguardo de las miradas del público. Cantos, sermones, oraciones, bullicio… seguirán hasta bien entrada la noche. Cada uno de los presentes buscará su momento para tomar algo a modo de cena y para dormir un rato al aire libre, tratando de defenderse del frío, que en las noches de enero suele ser intenso.
Por la mañana temprano del día 20, los sacerdotes celebran la Eucaristía. Luego se acercarán al lugar del agua, sea esta río o estanque, y la bendecirán introduciendo en ella la cruz de mano y aspergiendo abundantemente a la muchedumbre, que no hace remilgos ante el agua que salpica su traje nuevo. Tras ese momento, allí donde hay posibilidad, se produce el pandemonio: todo el mundo se arroja al agua, a salpicarse unos a otros, a chapotear, a nadar… vestidos, desnudos o a medio vestir. Las madres meten a sus niños de pecho.
A media mañana, todo el bullicio acuático termina para comenzar el camino de retorno de los tabots a sus iglesias acompañados de la muchedumbre, que los sigue cantando y danzando. En momentos solemnes, como la llegada de los tabots a su iglesia de origen, tiene lugar una danza especialmente majestuosa, realizada por los sacerdotes, diáconos o cantores. Estos se colocan en dos filas frente a frente. En su mano derecha tendrán el sistro y en la izquierda el makomia, un largo palo con el que marcan el ritmo. Uno o dos sonadores de tambor giran en medio de las dos filas, las cuales se acercan y se alejan al son de la melodía. Esta va in crescendo hasta llegar a un momento álgido tras el cual la danza concluye. Es la llamada danza de David y recuerda el pasaje de la Biblia donde se dice que, cuando el Arca fue trasladada de la casa de Obededom a la ciudad de David, este iba danzando delante de ella.
Hay ciudades especialmente famosas por la celebración del Timket y a ellas acuden muchos peregrinos de otras partes de la nación. Axum, Gondar y Adís Abeba son las principales, quizá por lo solemne y sugestivo del escenario donde se celebra la fiesta. En Axum, se celebra en Mai Shum (Agua del Jefe), un enorme estanque excavado en la roca. Es muy antiguo; la tradición dice que es del tiempo de la reina de Saba (siglo X a. C.) y que a él venía a bañarse la reina. Aunque no sea más que una tradición, da un halo de solemnidad y misterio a la celebración.
En Gondar, el Timket se celebra en los llamados Baños de Fasil, y esto sí que es historia estricta. El emperador Fasil fundó la ciudad de Gondar en 1635 y, además del famoso castillo que lleva su nombre, construyó una gran piscina con una casita en el centro, a la que se accede por un puente: era el lugar donde él acostumbraba a bañarse. Actualmente, aquella se llena solo para la fiesta del Timket. Los tabots pasan la noche en la casita y, por la mañana, el sacerdote principal bendice el agua desde el balcón. Tras la bendición, centenares de fieles se echan a la piscina donde se empapan, se sumergen y nadan a sus anchas.
Adís Abeba es una ciudad demasiado grande como para que los tabots de sus 250 iglesias se concentren en un solo lugar. Lo hacen en varios puntos. Pero hay un escenario privilegiado donde la celebración adquiere especial solemnidad y adonde suele acudir el patriarca o máxima autoridad de la Iglesia ortodoxa. Es el Jan Mieda o Campo de Su Majestad, una enorme explanada al este de la ciudad que el emperador Menelik II (1889-1913) había usado como hipódromo y como campo de aterrizaje de los primeros aviones que volaron en Etiopía. Como en la explanada no hay río ni estanque alguno, se construyó una pequeña piscina de cemento y azulejos rodeada por una verja. Los sacerdotes entran dentro del cerramiento, protegidos de la multitud, y así pueden desarrollar ordenadamente las funciones litúrgicas. El patriarca bendice el agua introduciendo en ella su cruz manual. Luego viene la aspersión con ramos y también calderos y mangueras. En la piscina hay agua suficiente para asperger a todos y empapar a quien se ponga a tiro. Los tabots que se concentran en Jan Mieda superan la decena y pasan la noche en una gran tienda montada no lejos de la piscina. Las ceremonias de Adís Abeba son cada vez más vistosas, variadas y bien organizadas, en contraste con el estilo más tradicional y repetitivo de Axum o Gondar.
Cuando Graham Hancock participó en la ceremonia del Timket de Gondar en 1990, estaba absorbido, casi obsesionado, por el tema que traía entre manos de si el Arca de la Alianza estaba realmente en Etiopía. Así, mientras veía a los sacerdotes bailando delante del tabot, se figuraba estar viendo al rey David danzando delante del Arca hace ahora 3.000 años. Y no pudo menos que reafirmarse en su ya formada –aunque poco fundada– convicción de que la verdadera arca estaba en Axum. Aparte de que exista el peligro de que cada uno encuentre en lo que ve no lo que hay sino lo que haya, es incuestionable que el Tabot y todo el ritual que lo rodea nos habla de la enorme influencia del Antiguo Testamento en la vida y en la liturgia de la Iglesia ortodoxa. Y cualquiera que sea la explicación que se da –hay de hecho muchas teorías– es necesario admitir una fuerte presencia judía previa a la llegada del cristianismo, el cual asumiría mucho de lo que ya en el terreno religioso se estaba practicando. Así se explica el ensamblaje, en la fiesta del Timket, de dos eventos sacros que aparentemente poco o nada tienen que ver entre sí: el bautismo de Jesús y la veneración de las Tablas de la Ley.
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