La historia que se resiste a desaparecer

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Los jóvenes se alejan poco a poco de la cultura de las máscaras en Burkina Faso



Por  Èlia Borràs desde Uagadugú (Burkina Faso)



El éxodo urbano de los jóvenes compromete la cultura de las máscaras en Burkina Faso. El desconocimiento de su significado y la explotación comercial son otros de los retos a los que se enfrenta esta tradición anclada en las raíces de los pueblos burkineses. Para preservarla, el Gobierno ha declarado el 15 de mayo Día de las Costumbres y las Tradiciones.


Las máscaras no son solo pedazos de madera bien talladas. Tampoco una escultura ni un objeto de decoración colgado de una pared. «Si has nacido en una cultura donde las máscaras tienen poder, nunca podrás salir de esto, aunque las religiones, tanto el islam como el cristianismo, lo han desordenado todo», explica Ahmed Traoré, artesano de la madera en el Village Artisanal de Uagadugú, capital de Burkina Faso. Este carpintero, que puede elaborar tanto un plato de madera como una máscara bwaba –típica de la etnia bobo, mayoritaria en el oeste del país–, hace más de 20 años que se dedica a esculpir las máscaras que se utilizan en las ceremonias y rituales de todo el país. En Burkina Faso hay 65 etnias y cada una tiene su lengua y su cultura. No obstante, la mayoría coinciden en la tradición animista, la que venera a los ancestros y encarna en los objetos las almas de la naturaleza, tanto humanas como de animales y vegetales.


Las máscaras son objetos sagrados que aparecen durante los funerales, las bodas, las ceremonias para dar el inicio a la cosecha o para pedir más lluvia, pero nunca se sabe quién está detrás de ellas. También hay máscaras familiares e incluso personales, que se pueden tener en casa para venerar cuando se necesite. Además, están las conocidas como «pasaporte», mucho más pequeñas, de tamaño de bolsillo para poder viajar con ellas. «Una máscara por sí misma no tiene poder, pero una vez se la llevan al pueblo, allí hacen una ceremonia, le atan pelos de personas, la lavan con brebajes e inclusive se pueden hacer sacrificios para que después pueda ser venerada», explica Ahmed. 

Ahmed Traoré con un taburete propio de la etnia bobo, a la que pertenece. Fotografía: Èlia Borrás



Los primeros pasos

Las máscaras son un sistema y un lazo que une lo terrenal con lo espiritual y, además, consiguen mantener la cultura y los valores de una sociedad. Por ejemplo, solo aquellos que hayan pasado el rito de iniciación podrán portar las máscaras y bailar con ellas. Milogo, de 30 años, es un joven de la etnia bobo. Cada año, a inicios de marzo, el jefe del pueblo reúne a todos los hombres de la comunidad para informarles sobre quiénes son los elegidos para el rito de iniciación. Este paso iniciático marca un antes y un después en la vida de los jóvenes de todas las comunidades porque les permite pasar a la etapa adulta, lo que significa, también, ser portadores de la tradición y, por tanto, garantes de la continuidad de las ceremonias con las máscaras. Es en estos pasos iniciáticos cuando los jóvenes aprenden los bailes, el significado y el lenguaje secreto de las máscaras. Durante este mes, los elegidos conviven en el bosque para aprender el significado profundo de esta tradición, que se preserva gracias a la cultura oral. Después, el jefe del pueblo –una persona a la que se le otorgan poderes casi divinos, con frecuencia mayor y respetada por los miembros de esa comunidad– decidirá el día que las máscaras van a salir del bosque para participar de la ceremonia. «Es el momento en el que las máscaras vuelven del campo para bailar. La ceremonia dura tres días», apunta Milogo. Pero no todo el mundo puede participar de esta fiesta sagrada. En la etnia bobo y en el pueblo de Milogo solo pueden participar las mujeres muy mayores y las pulot, tal como se conoce a las mujeres de la etnia peúl [una comunidad nómada presente en todo el Sahel]. «Ya sabes que con los peúles tenemos la paténtese a plaisanterie», afirma Milogo. 

Este concepto, patrimonio inmaterial de la UNESCO, que podría traducirse como «alianza de broma» [ver MN nº 629, pp. 34-39], es también parte del cimiento que une las etnias y las mantiene en paz. «La alianza de broma no es una relación personal, sino una estructura social que teatraliza y hace broma de los conflictos del pasado para facilitar la búsqueda de la paz», explica Doti Bruno Sanou, doctor en Historia. Los bobos y los peúles, de tradición agrícola y ganadera, respectivamente, tuvieron conflictos y ahora se ríen entre ellos y se hacen bromas. Aun así, no pueden contraer matrimonio entre ellos. Por este motivo, las únicas excluidas de las ceremonias son las mujeres en edad de casarse. Estos engranajes sociales no escritos son los que se aprenden en los ritos de iniciación y estructuran la comunidad en los pueblos de Burkina Faso. «Las máscaras o las estatuas tienen una función social y religiosa que encarna el espíritu de los ancestros y los animales totémicos», explica Vincent Ouattara, profesor titular de Cultura y Literatura Africana en la Universidad Norbert Zongo de Kudugu.

Imagen del estadio donde se celebra la Semana Nacional de la Cutura en Bobo-Diulaso. Fotografía: Èlia Borrás



Máscaras y taburetes

«Yo utilizo madera de aquí para esculpir», explica Ahmed. Madera de fromager, karité y nére, aunque no todas sirven para hacer máscaras. «La madera de nére solo se utiliza para hacer taburetes», explica. Porque las máscaras no son los únicos objetos venerados o las únicas formas de expresarse: la etnia lobi, por ejemplo, tiene unos taburetes de madera. Para los hombres tiene tres patas y la cara esculpida de una persona en la parte trasera. Los lobis no tienen jerarquías y cada cual «cuida de su espalda», como representa su taburete. Además, eran matriarcales y los hijos e hijas adoptaban los nombres de sus madres. Allí no hay máscaras, pero las mujeres mayores tienen en su casa una estatua que representa a dios y a la que se refieren con el nombre de batebá

Los bobos, que sí tienen máscaras, regalan un taburete de cuatro patas al hombre después de su boda. Es tradición que la mujer prepare en él la primera comida que cocine en la casa. Ahmed coge un taburete y se lo aproxima al abdomen: «Así es como caminamos para ir a las reuniones comunitarias». Lo adapta a su cuerpo con un simple movimiento orgánico, sin pensarlo. 

Un participante en la ceremonia de apertura de la Semana Nacional de la Cultura de Bobo-Diulasso. Fotografía: Èlia Borrás



Los jóvenes y las máscaras

«Los jóvenes han olvidado las zonas rurales, viven en la ciudad y no saben ni cuáles son las máscaras de su etnia», se queja Ahmed, a la vez que reconoce cómo todo el mundo tiene la necesidad de volver al pueblo para reunirse con sus máscaras y sus objetos venerados. «Si un día prometiste algo a la máscara estás obligado a volver, si no lo haces, vas a tener siempre más mala suerte», apuntala, y añade: «Hay muchos creyentes en otras religiones que cuando llega fin de año se van al pueblo para devolverle lo que le deben a su máscara», explica riéndose. 

En 2024, por miedo a perder estas tradiciones, el Gobierno de Burkina Faso decretó el 15 de mayo como Día de las Costumbres y las Tradiciones, una jornada festiva para hacer rituales y poner en valor la cultura. No obstante, el 72 % de la población burkinesa vive en zonas rurales, donde la cultura de las máscaras se mantiene más viva. Según Ouattara, el problema no es que se pierda la tradición, sino que las máscaras se mercantilicen y entren en el juego comercial. «Hay artistas que se dedican a hacer copias para después venderlas y al final solo sirven como objeto decorativo», afirma. Además, subraya la importancia de saber diferenciar entre las máscaras creadas para los rituales y las que son puramente artísticas.

No obstante, Ouattara, también destaca los esfuerzos de los Estados africanos para proteger esta tradición. «Existe el festival de máscaras de Porto-Novo, en Benín, y el de Pouni, en Burkina Faso», subraya. Este último se celebra desde el año 1990 a 130 kilómetros de la capital burkinesa. Durante tres días, la música acompaña el baile de las máscaras que provienen de diferentes regiones. «Es magnífico y tiene muchísimo valor», explica Ouattara. Otra cita es el Festival Internacional de las Máscaras y el Arte que se celebra en Dedougou, la cuarta ciudad más importante del país, un evento que se tuvo que suspender en 2022 debido a la inseguridad por la presencia de grupos terrorista en la región de Boucle de Mouhon, pero que en 2024 volvió a acoger las volteretas, los vestidos de tejidos naturales trenzados a mano, la música y la danza extenuante de las máscaras. «Estamos sacrificando y destruyendo la tradición por motivos comerciales, no por la modernización de nuestra sociedad», concluye Ouattara.  

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