Publicado por José Carlos Rodríguez Soto en |
Por José Carlos Rodríguez Soto, periodista y trabajador humanitario
«¿Señor, busca usted la muerte?». Cuando dije al taxista que quería ir por la avenida de Francia hasta la «rotonda de las Serpientes», se negó en redondo. Después de intentarlo, sin éxito, con otros dos taxis y otras tantas motos, me lie la manta a la cabeza y eché a andar. Pronto comprendí la razón de la persistente negativa. Nada más dejar atrás los destartalados kioscos del barrio de Castors, me adentré por un asfalto carcomido flanqueado por casas destruidas, invadidas por hierbajos. Cuando me di cuenta, dejé de ver un alma por la calle y tuve miedo. ¿Estaba en Bangui o en Alepo? Llamé a un amigo del vecino barrio del PK5, donde se atrincheraban las milicias musulmanas de autodefensa, y me aseguró que aquella mañana todo estaba tranquilo y no era probable que ocurriera nada malo… «¡Insha’Allah!».
Los tres kilómetros se me hicieron eternos. En la rotonda me esperaban los jefes de barrio de la zona, que me guiaron por vecindarios abandonados llenos de viviendas reducidas a escombros tras el paso de hombres armados: Bazanga, Sara-Blague, Mustafa, Kolongo…
Desde el año 2013 he recorrido a pie docenas de barrios de Bangui: muchos de ellos, testigos de un conflicto que ha sembrado muerte y tristeza en decenas de miles de sus habitantes. Otros, al lado del río Oubangui, con hermosísimas vistas y otros viveros efervescentes de mercadillos, bares con música de rap, soukous congoleño o reggae de artistas locales como Ozaguin y Losseba que levantan el ánimo, y chiringuitos donde se agolpa la gente a comprar platitos de carne a la brasa con picante y que dan fe de que, a pesar de todo, la vida sigue.
Mi primera incursión, con temor y temblor, por la avenida de Francia fue en 2015. Hoy el lugar esta irreconocible: las grandes barriadas de casas destruidas se han vuelto a reconstruir como por arte de magia, con apoyo de organizaciones humanitarias, y los desplazados han vuelto. En sus arcenes hay carpinterías improvisadas y talleres de soldadura al aire libre. Cristianos y musulmanes, que hace años se enfrentaron, hoy trabajan juntos y sus hijos van a las mismas escuelas. El vecino PK5 es un volcán cosmopolita donde los minaretes de sus mezquitas miran a los campanarios de las iglesias vecinas. La expresión «cohesión social» se ha convertido en un sortilegio que evoca los deseos de pasar página y volver a vivir en paz. Asociaciones de jóvenes o de mujeres organizan partidos de fútbol, conciertos de música o trabajos comunitarios de limpieza de calles por la citada cohesión.
A Bangui la llamaban La coqueta. Hoy, con sus calles llenas de baches, basuras que se acumulan y un tráfico caótico, poco queda de esa belleza. Pero vuelven a mi memoria los días en que cristianos y musulmanes acudían temprano el sábado por la mañana, rastrillo en mano, para limpiar los barrios destruidos de la avenida de Francia y se abrazaban emocionados, y solo por eso merecería el título de la ciudad más bonita del mundo.
Fotografía: Miguel Medina / Getty