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Cuando se habla del futuro del continente africano no puedo dejar de pensar en la pregunta que me hizo un día el joven Youssouf Diallo. Estábamos en Nandoumari, uno de los últimos pueblos de Senegal antes de llegar a la frontera con Guinea. El sol abrasador había dejado paso a uno levemente más respetuoso a media tarde. Fue entonces cuando llegué a casa de Alseyni Diallo. Alseyni, un hombre que se acercaba a los 40 años, tenía el pelo corto, una camiseta azul y estaba sentado en el suelo mientras respondía con tranquilidad a mis preguntas sobre su viaje hasta Libia. Había gastado miles de euros y acabó encarcelado y sometido a torturas de todo tipo antes de volver a Senegal en un vuelo de la Organización Internacional de las Migraciones. Lo que el lenguaje burocrático describe como «un retorno voluntario». De vuelta a la casilla de salida, ahora tenía un trabajo en la reserva de chimpancés local, con un sueldo de unos 300 euros al mes. Una suerte en el contexto de la zona, pero insuficiente para colmar su curiosidad de una vida mejor en otra parte: «Si tuviera la oportunidad, quizá volvería a intentarlo», me dijo. Youssouf nos observó en silencio hasta que le hice una pregunta:
–Teniendo en cuenta lo que ha sufrido Alseyni, ¿tú intentarías ir a Europa como él?, ¿te arriesgarías a sufrir lo mismo?
Entonces Youssouf tomó las riendas:
–Deja que sea yo quien te haga una pregunta ahora. ¿Cuál es el salario mínimo en España?
–Unos 1 000 euros.
Youssouf se encogió de hombros y sonrió, como diciendo que no había más que hablar. Intenté añadirle contexto –«la vida en España es muy cara, con 1 000 euros no harías nada, no tendrías dinero y tu vida sería un infierno»–, pero Youssouf ya había decidido. Se pasaba el día trabajando como mecánico, yendo a hacer reparaciones hasta la vecina Malí, cambiando piezas y sudando a mares intentando dar vida a coches destartalados a cambio de unos 50 euros al mes. Con poco más de 20 años, la idea de ganar en un mes lo que ganaría en veinte meses en Kedougou le pareció el proyecto más estimulante que uno puede tener en su vida. Ni tuve ni tengo muchos recursos para convencerle de lo contrario: más allá de Kedougou, la situación de la deuda externa solo refuerza los impulsos de la gente como Youssouf.
Senegal debe pagar, según las cifras del Banco Mundial, 4 000 millones de dólares de vencimientos de deuda en 2026. El Gobierno senegalés, liderado por Bassirou Diomaye Faye, acaba de descubrir que su predecesor en el cargo, Macky Sall, les dejó un país con una deuda de casi el 100 % del PIB, en comparación con el 75 % que esperaban tener. Serán años de menos inversión en educación, sanidad y agricultura para poder pagar a los acreedores. Y, en consecuencia, de menos oportunidades para los jóvenes que quieren entrar en el mercado laboral.
En Bobo-Diulasso, la segunda ciudad más grande de Burkina Faso, Worokia Sawadogo tiene problemas parecidos a los de Youssouf, aunque los afronta con un hilo de esperanza gracias a un nuevo gobierno que recita viejos eslóganes. A sus 33 años, Sawadogo divide su tiempo entre la costura y las hectáreas de maíz que cultiva junto al resto de su familia. Vive con sus padres en el barrio de Sarfolao: «Tengo una máquina en casa y me espabilo para tener un poco de dinero para vivir», cuenta. Sus clientes le traen los tejidos y ella los cose y les cobra por el servicio. Para tener una tienda de ropa propia debería disponer de un capital inicial que no tiene: «Hay que tener mucho dinero para hacer una confección destinada a la venta», lamenta.
A veces colabora con Catsya, una ONG catalana que le encarga la confección de algunos tejidos que luego se venden para financiar las actividades de la organización. Burkina Faso vive en la efervescencia de los discursos revolucionarios desde la llegada al poder del capitán Ibrahim Traoré en septiembre de 2022. Tras un golpe de Estado, este militar prometió a los burkineses resucitar políticamente el espíritu de Thomas Sankara y recuperar el territorio controlado por los yihadistas.
Sankara, un revolucionario panafricanista, sacudió la política del Sahel en los años 80 con medidas innovadoras en agricultura, economía y género, pero su trayectoria fue cortada de raíz con su asesinato en 1987, propiciado por elementos cercanos a Francia, la antigua metrópolis. Hoy Worokia Sawadogo es optimista respecto al rumbo del país: «Creo que las cosas mejorarán, sobre todo con el actual Gobierno. Se están rehabilitando hospitales con la ayuda de China y Médicos Sin Fronteras y en las escuelas se están poniendo encima de la mesa más programas adaptados a nuestra realidad».
El Gobierno eliminó el francés como lengua oficial y lo puso al mismo nivel que el diula y el mooré, dos de los idiomas más hablados en Burkina Faso. El gran obstáculo para la política burkinesa serán los crecientes pagos de deuda: este año serán de 464 millones de dólares, una cifra que seguirá al alza cada año hasta 2029. Pese a los eslóganes de autosuficiencia económica del Ejecutivo de Traoré, el país se encuentra inmerso en un programa de ajuste del FMI a cambio de recibir 300 millones de dólares hasta 2027. Desde septiembre de 2023, el FMI revisa cada seis meses el estado de la economía burkinesa. Si el país africano cumple lo prometido, recibe una nueva ronda de financiación. Las medidas propuestas por el FMI incluyen un aumento de impuestos y una subida de los precios de la energía, junto a una limitación de los salarios del funcionariado. Para conseguir unos ingresos extra, el Gobierno intenta negociar con las empresas mineras presentes en el país, una política que también están siguiendo sus vecinos en Níger y Malí. En un momento de precios máximos del oro en el mercado mundial, Burkina Faso necesitará cada dólar para cuadrar sus presupuestos.
Una de las cartas de presentación de la administración de Traoré es la promoción de la soberanía alimentaria. Las entregas de fertilizantes y maquinaria a los campesinos son anunciadas con insistencia por sus partidarios en redes sociales. Según los datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, este año las cosechas de arroz serán más cuantiosas que en años anteriores. El consumo ha aumentado tanto que, sin embargo, la dependencia de las importaciones también ha subido: del 65 % al 71 % del total. Otras circunstancias inciden en la situación de los agricultores: algunos cultivan maíz para consumo propio, pero una parte de su cosecha va a Brakina, la marca de cerveza más popular en Burkina Faso. Brakina es propiedad del grupo Castel, una empresa francesa. En «el país de los hombres íntegros», en medio de los discursos soberanistas, incluso el acto de beber cerveza sirve para financiar a las empresas de la antigua metrópolis.
Ni Senegal ni Burkina Faso viven una situación excepcional con la deuda. Más bien se trata de una tendencia que se repite en todo el continente africano y en otros países del sur global. Tal y como adelantó el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) a finales de febrero, «los pagos de intereses superan el 10 % de los ingresos gubernamentales en 56 países en desarrollo –casi el doble que hace una década–. Entre ellos, 17 países destinan más del 20 % al pago de intereses, un umbral asociado al riesgo de impago». Teniendo eso en cuenta, el PNUD insta a los líderes a priorizar tres reformas clave: un marco de reestructuración de la deuda más eficaz, una iniciativa sistémica de alivio de la deuda y una reducción de los costes de endeudamiento demasiado altos.
En 2024 y 2025 el continente africano habrá pagado más de 218 000 millones de dólares en vencimientos de deudas, según el International Debt Statistics del Banco Mundial. El 45 % de esos pagos se harán a acreedores privados. Angola, Sudáfrica y Egipto serán los países que más dinero pagarán entre estos dos años, con desembolsos que en algunos bonos superan el 9 % de interés. Angola es el país africano donde los bancos españoles han comprado más títulos de deuda: en total, el país africano debía 722 millones de dólares en 2023 a las entidades financieras españolas. Según UNCTAD, tanto Angola como Egipto gastan seis veces más en pagar los intereses de la deuda que en sanidad.
Otro de los países africanos destacados en lo que respecta al endeudamiento es Uganda. Allí, sus jóvenes viven una situación de «desesperanza», según explica a Mundo Negro Gloria Kansiime, una economista nacional del país. Empleada en un banco al principio de su carrera, ahora trabaja de gerente para una empresa italiana: «Empecé trabajando con ellos en Uganda y a partir de allí he ido progresando», dice. Ahora, con 32 años, trabaja en una nación de África occidental, lejos de sus padres y su familia: «Es un poco difícil conseguir un buen trabajo en Uganda. Debes tener buenos contactos, conocer a alguien en los círculos del poder para asegurarte los mejores puestos», comenta. Para la mayoría de los jóvenes ugandeses, la falta de oportunidades en la economía formal se acaba traduciendo en empleos precarios o en el autoempleo –basado sobre todo en el comercio de fruta, textiles o manufacturas importadas de bajo valor añadido–. Kansiime ya lleva cinco años trabajando con la empresa italiana y ríe cuando le pregunto si ve un futuro prometedor para su país antes de responder enigmáticamente: «Nunca se sabe hasta que llegan las elecciones». El presidente ugandés, Yoweri Museveni, lleva en el poder desde 1986 y, a sus 80 años, no muestra signos de agotamiento. Por eso, añade Kansiime, es bueno trabajar fuera del país para diversificar sus oportunidades de empleo más allá de Uganda.Kansiime pertenece a la clase media ugandesa, un hecho que ha salvado de una muerte casi segura a su padre. En un país que gasta casi cinco veces más en intereses de la deuda que en sanidad, el estado de los hospitales públicos es «alarmante», según la economista: «Muchos hospitales públicos no están bien equipados y la gente acaba recurriendo a la medicina tradicional para enfermedades básicas. Si tienes algo más grave necesitarás mucho dinero». Por eso trasladaron a su padre al extranjero, gracias al consejo de algunos miembros de la familia de Kansiime que son médicos: «Teníamos familiares médicos que nos ayudaron. No me puedo ni imaginar cómo sobreviven quienes no tienen estos recursos, es desgarrador», concluye Kansiime.
Uganda exporta oro y, en los próximos años, prevé poner en marcha la exportación de petróleo. Estos recursos servirán para seguir garantizando los pagos de la deuda externa, tal y como explica Kansiime: «Tardaremos mucho tiempo en ver cómo estos recursos benefician a los más humildes. La única forma de pagar la deuda es vendiendo estos recursos». Es por ese motivo por el que muchos jóvenes «se han rendido», según explica la economista, que añade que «muchos piensan que el presidente nunca se irá, así que su meta es ganar algo de dinero, divertirse con ese dinero, beber y fumar. Hay muchas fiestas e ingesta de alcohol».
Uno de esos jóvenes ugandeses, Kaiza Rowland Raymond, estaba sin inspiración en 2019 cuando intentaba hacer una canción. Buscando en Instagram encontró el vídeo de un pastor muy conocido en Uganda que se quejaba del estilo de vida frívolo de los jóvenes que iban de fiesta en fiesta. Fue en ese momento cuando el cantante, conocido en Uganda con el sobrenombre Bigtril, creó uno de los grandes éxitos de la música ugandesa de los últimos años, Parte after Parte, una respuesta sarcástica y llena de ritmo que penetró en poco tiempo en las calles y los clubes nocturnos desde Kenia hasta Nigeria, y convirtió así una queja y una situación dramática en un éxito musical que ya acumula 2,3 millones de visitas en YouTube.
África necesitará este tipo de creatividad ante la adversidad para hacer frente al peor momento económico respecto a la deuda desde los años 80.
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