Publicado por Chema Caballero en |
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Desde principios de año la región del Extremo Norte de Camerún, especialmente en las zonas cercanas a Nigeria, experimenta un aumento de la violencia de Boko Haram, que no deja de ser continuación de la que ya se vivió el pasado año. Los terroristas descienden sobre las aldeas fronterizas en motos y pick-ups y las saquean. En sus incursiones siempre se producen muertes, actos de violencia sexual y, también, es normal que se llevan a niños y jóvenes que luego son forzados a unirse a sus filas.
El Ejército camerunés está desplegado en la región, incluso hay algunos cuarteles de las Brigadas de Intervención Rápidas (BIR), grupo de élite de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, siempre parecen llegar tarde a defender a los civiles, cuando los terroristas ya se han retirado con su botín. Es por ello por lo que muchos de los habitantes de estas zonas afirman (nunca en público, claro, por miedo a posibles represalias) que militares y terroristas están compinchados, que los primeros reciben dinero de los segundos para no actuar… y por eso no salen de sus cuarteles cuando los miembros de los comités de vigilancia les avisan de movimientos sospechosos. En ellos, en estos grupos de voluntarios, es en los que la población civil tiene puestas todas sus esperanzas.
Los comités de vigilancia están compuestos por voluntarios de las aldeas que recorren los límites de estas en busca de cualquier movimiento inusual. Cuando detectan alguno avisan a sus vecinos para que corran en busca de refugio, y a los militares para que actúen contra los extraños.
Los pueblos más cercanos al borde con Nigeria están casi desiertos, la mayoría de sus habitantes se han visto obligados a abandonar sus hogares y buscar refugio en casas de familiares o conocidos en otras aldeas con la esperanza de que allí no lleguen los terroristas. Muchas familias de acogida comparten a diario sus provisiones con las personas desplazadas. Esto crea mucha tensión ya que los recursos empiezan a escasear y las pocas ayudas que alcazan la zona son mínimas. Posiblemente, con la llegada de las lluvias esta situación se haga todavía más insostenible.
Human Rights Watch (HRW) se hacía eco de este aumento de la actividad terrorista en el Extremo Norte de Camerún a principios de mes y contabiliza al menos 80 muertos desde que se inició esta enésima escalada de violencia. «Boko Haram está librando una guerra contra el pueblo camerunés a un costo humano impactante», afirma la organización. Los civiles son prácticamente las únicas víctimas de este conflicto que cada año va en aumento. Ya, de por sí, el año 2020 había experimentado un crecimiento en el número de acciones de los terroristas en suelo camerunés. Según el informe Boko Haram : La violence contre les civils s’intensifie dans le nord du Cameroun, presentado en diciembre pasado por el Centro de Estudios Estratégicos para África, un grupo de expertos del Departamento de Defensa de Estados Unidos, el número de ataques de Boko Haram contra civiles en Camerún en 2020 fue mayor que en Nigeria, Níger y Chad juntos.
De ahí que HRW demande que: «A medida que la región del Extremo Norte de Camerún se convierte cada vez más en el epicentro de la violencia de Boko Haram, Camerún debería adoptar e implementar urgentemente una nueva estrategia de respeto a los derechos para proteger a los civiles en peligro en esta región».
Por el momento, no parece que las autoridades camerunesas hayan prestado atención a estas recomendaciones y la población de la zona sigue tan expuesta a los ataques, saqueos, asesinatos, violencia sexual y secuestros de la organización terrorista como antes.
Las víctimas tienen miedo a hablar y contar sus historias. Temen que el Ejército camerunés o los representantes de la administración en la zona puedan considerar sus declaraciones y quejas como un ataque directo a su gestión del conflicto o a las políticas gubernamentales. El régimen del presidente Paul Biya, en el poder desde hace casi 39 años, recela de cualquier comentario y pude llegar a ser muy cruel contra aquellos que lo ponen en duda. De ahí que las víctimas directas o indirectas del conflicto guarden silencio y se resignen a su suerte.
No hay que obviar la brutalidad con la que el Ejército camerunés puede actuar contra sus propios ciudadanos. Desde 2014, distintas organizaciones de derechos humanos, entre ellas HRW, han documentado violaciones generalizadas y crímenes de derecho internacional humanitario cometidos por las fuerzas de seguridad camerunesas desplegadas en el Extremo Norte, incluidas ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, detenciones en régimen de incomunicación, tortura sistemática y retorno forzado de refugiados.
Boko Haram por un lado, el Ejército por otro. Los civiles son las únicas víctimas de una guerra que no parece divisar un final cercano.
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