La senda de los pioneros

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Por Hno. Luis Humberto Gonzales, desde Castel D’Azzano (Italia)

Tengo 49 años y desde mi consagración religiosa he realizado diversos servicios en el Instituto de los Misioneros Combonianos al que pertenezco. Estuve cinco años en Milán como enfermero jefe del personal sanitario de la casa para ancianos que tiene la congregación. Después, pasé ocho años en una misión de primera evangelización en Etiopía como administrador de dos pequeñas escuelas, encargado del grupo juvenil y responsable de los proyectos sociales de la misión. Entre 2015 y 2021 fui ecónomo en mi provincia comboniana de origen, Perú, y ahora me encuentro en la casa de ancianos y enfermos de los Combonianos en Castel D’Azzano, muy cerca de Verona.

La comunidad acoge a 65 misioneros, en su mayoría italianos, que ya no pueden permanecer en los lugares donde estaban destinados y fueron enviados a esta residencia sanitaria para ser asistidos y acompañados hasta el día de su partida definitiva de este mundo. Muchos de ellos desempeñaron cargos significativos e importantes para el instituto y para la Iglesia en todos los continentes. Han sido formadores, superiores e incluso hay algún superior general. También hay obispos, maestros, grandes conocedores de la cultura en los países donde se encarnaron, emprendedores que abrieron caminos a las generaciones de futuros misioneros, algunos han vivido la guerra y otros tuvieron que soportar la expulsión del país donde trabajaban. Ahora todo es muy diferente para ellos porque sus fuerzas están muy limitadas.

Me encargo de la economía y la administración de esta residencia y, como enfermero, asumo la responsabilidad de garantizar que el servicio que presta el personal sanitario externo cumpla con el servicio que merecen nuestros hermanos ancianos. Comparto su vida de cada día y la aceptación serena de su situación. También estoy junto a ellos en las experiencias de dolor, sufrimiento y limitación que suponen las enfermedades degenerativas y terminales. Estos momentos se han convertido para mí en un experiencia significativa de caridad y compasión, porque los combonianos somos su familia. Además de sus parientes, amistades y conocidos, nosotros, sus hermanos, tenemos un lugar central en sus vidas. Algunos expresan su satisfacción de saber que un comboniano como ellos está ahí en estos momentos. A veces solo podemos acompañarlos físicamente, procurarles un sentimiento de cercanía haciéndoles sentirse amados cuando necesitan una mirada, una palabra o, simplemente, el contacto silencioso de una mano amiga. Otras veces los ayudamos a leer una carta, a comunicarse por teléfono o a través de videollamada, y así aprovechamos para compartir con sus familiares y amigos el itinerario sanitario que están llevando a cabo.

Acompañar a personas que han dado su vida por los más necesitados en lugares remotos y a veces peligrosos hace que me sienta privilegiado. Todo el bien que puedo llevar a estos hermanos es poco en comparación a lo que ellos han podido hacer por tantas personas. Nuestros hermanos mayores forman parte de la historia del instituto y son testigos fieles del carisma de san Daniel Comboni. Para ello basta con conocer la historia de las misiones que han abierto, las expulsiones sufridas y los compromisos y retos aceptados a lo largo de sus vidas. Solo me queda desear que tanto mis compañeros combonianos más jóvenes como yo seamos capaces de estar a la altura de aquellos que nos han precedido. Somos nosotros los que estamos sustituyendo a estos viejos evangelizadores para seguir llevando adelante en la Iglesia el espíritu misionero y el carisma de san Daniel Comboni.

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