La sombra de Mugabe

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La oposición negocia una nueva coalición para las presidenciales de 2023

En Zimbabue no pudieron evitar mirar de reojo, unos entusiasmados y otros preocupados, el giro en el Ejecutivo que vivió Zambia el pasado verano. La herencia política e histórica es diferente, pero la necesidad de que el país salga de la crisis socioeconómica y avance es la misma.

Evita cambiar tu dinero a dólares zimbabuenses. Ni se te ocurra hacerlo, porque mañana puedes pasar a no tener nada. En cualquier sitio aceptarán encantados los dólares estadounidenses». Esta fue la directriz que recibí poco antes de aterrizar en Harare. Sin comprender muy bien la advertencia, convencida de que mi interlocutora exageraba, entendí a lo que se refería en cuanto comprobé el precio de productos básicos de los mercados y puestos callejeros. La hiperinflación en Zimbabue (con una media anual del 133 %) comenzó en el año 2000, cuando empezaron a verse los frutos de la reforma agraria del presidente Robert Mugabe –que asumió el poder 20 años antes, tras la independencia– provocando un violento enfrentamiento interno que, a su vez, fue respondido con sanciones económicas que siguen en vigor por parte de EE. UU., Australia y la Unión Europea.

Fotografía: Carla Fibla García-Sala

Con casi 15 millones de habitantes, Zimbabue no es capaz de reaccionar a catástrofes naturales como el ciclón Idai en 2019 –-afectó a 270.000 personas y las pérdidas en viviendas, escuelas, hospitales y tierras de cultivo arrasadas por las inundaciones se valoraron en unos 600 millones de dólares–, ni ante las heridas no curadas del pasado, como la masacre de Gukurahundi, en 1983 –que se saldó con 20.000 muertos, la mayor parte de la minoría ndebele–, cuyas víctimas aún no han sido exhumadas y enterradas según las costumbres locales.

El actual presidente, Emmerson Mnangagwa, ocupaba la cartera de Seguridad en aquellos primeros años del régimen de Mugabe, y lejos de aprovechar la caída de su predecesor en 2017 para encaminar la situación socioeconómica del país, ha dedicado su primer mandato a reforzar su figura con un autoritarismo que muchos consideran superior al del propio Mugabe, que falleció en 2019.

Oposición organizada 

Jakob Ngarivhume, líder del partido Transformar Zimbabue (TZ), tiene una agenda apretada. Es uno de los más activos opositores al partido en el poder, Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU-PF, por sus siglas en inglés). «TZ es un partido necesario porque pertenece a la generación joven que cree que debemos cambiar la cultura de los políticos en este país, creemos en la transformación. Nuestra cultura política se ha caracterizado por el odio y la falta de responsabilidad y transparencia», explica -Ngarivhume convencido de que la respuesta está en los jóvenes. 

«Los que están al mando de la explotación de las minas y la agricultura están saqueando los ministerios y tienen apoyos fuera del país. Necesitamos cambiar esa cultura, decir que Zimbabue pertenece a todos los zimbabuenses y que las oportunidades se deben compartir de forma equitativa», continúa Ngarivhume, para el que la lucha contra la corrupción estructural del país es clave. 

Varios manifestantes se protegen de disparos procedentes de una sede del ZANU-PF en Harare después de las elecciones de 2018. Fotografía: Marco Longari / Getty



De hecho, el 21 de julio de 2020 le detuvieron poco antes de la gran marcha del Movimiento Nacional Contra la Corrupción, en el que participa TZ, y no recuperó la libertad hasta 45 días después. «El régimen se asustó de que esta iniciativa uniera a la población de una manera que no se ha visto en años. Por eso nos detuvieron, ejercieron represión, pegaron a la gente, hubo muertes y algunas personas decidieron exiliarse», añade. Cuando nos recibe en su casa de Harare, que también hace las veces de oficina, comparte que todavía debe presentarse tres veces a la semana en el tribunal –aún no ha sido juzgado porque, como apunta, «es la rutina con los detenidos políticos»– y que hace más de un año que le retiraron el pasaporte, impidiéndole asistir a congresos y reuniones para avanzar en las alianzas de su formación. 

Ngarivhume se queja de la táctica oficial de dividir a la ciudadanía aprovechando la pobreza instaurada en el país. «Todo está peor que cuando gobernaba Mugabe. El régimen es más represivo. Me llegan casi cada día mensajes de amenazas al móvil. Además, la vida cotidiana de la gente ha empeorado, la dictadura se ha enraizado en el sistema».

TZ se presenta como un pequeño partido de oposición muy combativo pero, como explica Ngarivhume, ya están estudiando la necesidad de unirse en una nueva coalición para derrotar a la ZANU-PF. «Las de 2023 serán unas elecciones difíciles, pero podemos lograr un cambio en la política de este país. Los jóvenes tienen que estar presentes. La diferencia con 2018 es que llevamos preparándonos desde mucho antes de que lleguen los comicios, con tiempo para convencer a la gente para que vote por el cambio. Y las redes sociales ahora son una fuerza más».

No parece que vaya a haber grandes cambios en el papel de la Comisión Electoral Independiente, órgano encargado de garantizar unas elecciones transparentes y justas, porque no se ha anunciado ninguna medida que haga pensar que vaya a ser realmente independiente, pero desde la oposición se sigue planteando como crucial su transformación. Algunas de las demandas pasan porque los medios de comunicación estén presentes y que no sea la televisión pública, la única del país, el aval de que el recuento se hace con garantías. 

La plaza de la capital donde tienen lugar las manifestaciones contra el régimen. Fotografía: Carla Fibla García-Sala

Más votos, mayor margen de victoria

En las elecciones presidenciales de 2018, -organizadas ocho meses después del golpe de Estado que terminó con casi 40 años de poder de Mugabe, el ZANU-PF se presentó con mayoría en la Asamblea General y el Senado frente al Movimiento para el Cambio Democrático (MDC, por sus siglas en inglés). Mnangagwa fue el candidato del ZANU-PF y -Morgan Tsvangirai el líder de la coalición opositora que dirigía el MDC, pero en febrero de 2018 Tsvangirai –que ocupó la cartera de primer ministro entre 2009 y 2013– murió de un cáncer y le sustituyó Nelson Chamisa. Mnangagwa logró el 50,8 % de los votos –venció en seis de las diez provincias del país– frente al 44,3 % de Chamisa que, entre otras ciudades, obtuvo la mayoría en la capital, Harare.

«Nelson Chamisa ganó las elecciones presidenciales, pero por un margen demasiado pequeño, necesitamos más votos. Hay que luchar por reformas electorales clave –apunta Ngarivhume–, la oposición puede cambiar el país. Tiene que haber un cambio de gabinete en 2023. Aunque tengamos que sacrificarnos, eso será lo que transforme Zimbabue». 

Job Sikuala, es uno de los principales abogados del MDC. También está convencido de que la movilización debe ser mayor, pero sin la presencia de observadores del partido en cada uno de los colegios donde se vote no serán capaces de lograr que las elecciones sean transparentes. Hace falta un esfuerzo humano y económico, una mayor implicación de los simpatizantes de los partidos de la oposición y que los jóvenes se sientan parte del cambio. «Lo que ha pasado en Zambia pasará en Zimbabue, y será en 2023. Nada puede pararlo. La única diferencia es que allí la situación era mejor. La gente de Zimbabue ha sufrido más y lleva demasiado tiempo bajo una dictadura, por eso es imposible que en 2023 sigamos igual».

Evitar una victoria ajustada es el objetivo para que el resultado «no sea manipulado», así como «impedir que se avancen resultados parciales». Es la lección aprendida por el MDC, que trabaja en una campaña centrada en la «protección de los derechos de la gente, una masiva industrialización del país y la creación de empleos», explica Sikuala.

Jakob Ngarivhume, líder del partido Transformar Zimbabue. Fotografía: Carla Fibla García-Sala



Sin entrar en su predilección por una u otra formación política, -Peter Kawonde, abogado especializado en derechos humanos, explica que «Zimbabue es un país curioso porque todo parece perfecto en la superficie», pero «cuando hay una confrontación en el poder político, surgen los problemas». Los ejemplos son múltiples, como las restricciones por la covid-19, que no afectan a los mítines del -ZANU-PF y sí a los de la oposición, o las limitaciones de movimiento o de libertad de expresión para los que cuestionan medidas institucionales.

«En las elecciones hay dos momentos. Por una parte, el transcurso de las mismas, durante el día electoral, y, por otra, el resultado. En 2018 el resultado fue muy disputado. Por eso, los abogados deben prepararse, porque se planteará un desafío. El proceso debe ser libre y justo, sin violencia, todas las formaciones registradas deberán poder hacer campaña, que haya observadores electorales en los colegios…», concluye Kawonde.

Después de haber trabajado como corresponsal para la BBC, entre otros medios internacionales, además de haber ganado varios premios, Hopewell Chin´ono, periodista independiente detenido en tres ocasiones y que en la actualidad solo puede ejercer su profesión en las redes sociales, ha decidido quedarse en el país y seguir haciendo periodismo de investigación. Asegura que «el principal problema de Zimbabue es la corrupción, por eso el régimen está fuera de la ley», y no duda en aportar nombres, datos y documentación para exponer los casos en los que dirigentes de la ZANU-PF están impidiendo que el país prospere.   




«Hay que reconducir al país hacia la democracia»

Nelson Chamisa, líder del Movimiento para el Cambio Democrático (MCD)

¿Habrá en Zimbabue un cambio como el vivido en Zambia?

Sí. El poder es de los ciudadanos, del voto de los jóvenes…, eso es la democracia, permitir a los ciudadanos elegir en libertad a sus líderes. No hay razón para no pensar que lo que ocurrió en Malaui y Zambia no vaya a pasar en Zimbabue. El autoritarismo se está alejando de África. Aunque persisten elementos en el país que quieren seguir en el poder, usan la violencia y manipulan las elecciones, somos los siguientes.

Fotografía: Carla Fibla García-Sala
¿Quiénes son esos elementos?

Los que están en el poder, Mnangagwa. Creíamos que con la salida de Mugabe habría una nueva forma de hacer política, pero era un bebé en comparación con Mnangagwa, que ha perfeccionado el autoritarismo e instaurado el totalitarismo y la autocracia.

¿Por qué los resultados en 2023 no serán similares a 2018?

Ganamos, pero engañaron al anunciarlo. Acudimos al Tribunal Constitucional, mataron a gente en la calle cuando intentaban expresarse y se nos calló cuando pedíamos transparencia. Hemos aprendido la lección, no volverán a salirse con la suya.

¿Cómo?

Nos aseguraremos de controlar cada mesa electoral. Y ganaremos de forma contundente, con una amplia mayoría. Nuestro error fue ganar por un margen estrecho. El dictador tiene pánico, no está cómodo con la situación actual, sabe que vamos a gobernar el país. 

¿Qué papel jugarán los jóvenes?

Uno principal, como en todas las revoluciones, porque son los más afectados por el desempleo y la falta de gobernanza. Tienen energía y tiempo, son creativos, conscientes, y pueden jugar ese papel. 

¿Qué es lo más urgente que debe hacerse en Zimbabue?

Hay que darle la vuelta al nivel de vida y a la toxicidad en nuestra política. Nos odiamos sin una razón aparente. Debemos encontrarnos y dialogar, enfrentarnos a nuestro problema y decidir cómo lo encaramos. Hay que reconducir al país hacia la democracia y la legitimidad. Desde la salida de Mugabe, el país no ha retomado la senda democrática. Las sanciones, el mal gobierno, ser una república bananera… Debemos ocuparnos de eso.

¿Tiene el MDC mayor presencia en el mundo rural ahora que en 2018? 

Obtuvimos 2,6 millones de votos y Mnangagwa menos de dos millones. La Comisión Electoral anunció 2,4 millones para Mnangagwa y a nosotros nos dio 2,2. No somos débiles en las zonas rurales. La ZANU-PF es impopular por los métodos que usa, las tácticas para violar los derechos de la gente en zonas donde no se les apoya.

¿Cómo darle la vuelta a esa situación?

No tenemos un ejército, no somos un movimiento de liberación ni un grupo terrorista, no usamos armas, sino la llamada a las masas. Nuestra fuerza es la gente, que son los que cuestionan al Estado. En las próximas elecciones será el Estado frente a la gente, el miedo frente a la esperanza, la oscuridad frente a la luz. Y si triunfa la oscuridad, es cuestión de tiempo que llegue la luz. Llevamos demasiado tiempo en la oscuridad.

¿En qué centrará su campaña?

Empleo, comida, dignidad… La gente quiere felicidad, y hay que recuperarla. Es muy duro ser zimbabuense, hay que luchar por cada pequeña cosa, hasta para respirar, lavarte, vestirte, educar a tus hijos, tener electricidad o agua. En Zimbabue no funciona el liderazgo, a pesar de que es un país con gente fantástica, buena, simpática, acogedora, todo lo contrario que los que nos gobiernan.

¿Persiste la sombra de Mugabe? 

La dictadura se ha recrudecido, Mnangagwa es peor y el país lo ­sufre.

Ha sufrido varios intentos de asesinato, ¿de qué tiene miedo?

De decepcionar a la gente de Zimbabue porque tienen mucha esperanza. Es importante el lugar que ocupan los ciudadanos, a los que hay que servir con integridad, sacrificio y responsabilidad… A pesar de todos los problemas que tenemos, ni un solo líder ha pedido nunca perdón en Zimbabue. Nos levantamos una mañana sin agua y nadie se disculpa, otro día sin electricidad y nadie se explica, con las carreteras cortadas y nadie es responsable de ello, con ciudadanos que han sido asesinados y testigos que dicen que fue el Ejército y nadie asume responsabilidades. Mi miedo es decepcionar a la gente haciendo lo mismo contra lo que la gente está luchando. El país está sumido en la corrupción, pero lo controlaré.

¿Por qué teme decepcionar a la población?

Por no proporcionar una gobernanza responsable y justificada. Les ha pasado a otros líderes. La gente lucha por el cambio, para luego darse cuenta de que no se han movido del lugar del que procedían, y eso es decepcionante. Debo ser extremadamente consciente, sensible e impedir que ocurran esas cosas.

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