La tentación totalitaria

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[En la imagen, un alumno y su profesor en una escuela rural cerca de Niomune (Senegal). Fotografía: Getty]

 

Dentro de cuatro meses los senegaleses están llamados a las urnas para elegir presidente y, a estas alturas, no parece que haya ningún candidato capaz de hacer sombra a la omnipresente figura de Macky Sall. Austero, discreto, trabajador, el actual jefe de Estado senegalés ha sabido mantenerse en las antípodas del perfil estridente y polémico de su antecesor y ha sido capaz de diseñar y dar los primeros pasos de un bien pensado plan que pretende convertir a Senegal en un país emergente en los próximos 15 años. La tarea es enorme, pero están en ello.

Sin embargo, entre las rendijas del relato de éxito de los siete años de mandato de Sall, de esa narrativa de la estabilidad y las buenas cifras macroeconómicas, se dejan ver algunas sombras, suficientes para que parpadeen algunas luces de alarma. Cualquier sueño de país, cualquier idea a largo plazo o iniciativa que aspire a romper con el círculo vicioso de la pobreza pasa, necesariamente, por la adecuada formación de sus jóvenes. Y Senegal arrastra desde hace años el lastre de un sistema educativo que hace aguas por todas partes y que ni siquiera es capaz de garantizar la dignidad mínima de sus profesores. Es cierto que los países del entorno no están mucho mejor, pero de este país se podría esperar mucho más.

Los enormes desafíos medioambientales tampoco han sido abordados con la contundencia que requieren, basta con comprobar, solo a modo de ejemplo, cómo la ley que prohíbe las bolsas de plástico –y que data de hace tres años– no es mucho más que papel mojado; o la escandalosa cuestión de la mendicidad infantil, que choca una y otra vez con la inacción de los poderes religiosos a quienes ningún líder, tampoco Macky Sall, ha sido capaz de parar los pies. Sin embargo, la sombra más oscura, la más tenebrosa y la que se proyecta como una seria amenaza inminente y pertinaz para toda la ciudadanía tiene que ver con la falta de independencia de la Justicia, que se ha puesto de manifiesto en su uso político para allanar el camino de Sall a la reelección, tal y como han denunciado numerosas instancias.

Comenzaba este artículo asegurando que ningún candidato parecía capaz de hacer sombra al presidente. De hecho, los únicos dos aspirantes con alguna opción, Karim Wade y Khalifa Sall, han sido excluidos de la carrera. Y esto ha sido posible porque, tras ser encarcelado, la mayoría presidencial en el Parlamento ha dejado fuera al primero, y porque la maquinaria judicial al servicio del poder se ha encargado de aplastar al exalcalde de Dakar y sus legítimas ansias de ser presidente. Este verano se lo han recordado al Gobierno senegalés tanto el Tribunal de Justicia de la CEDEAO como la ONG Amnistía Internacional, que en sendos informes dejan como unos zorros al poder judicial en este país.

Macky Sall, que se ha revelado como un buen gestor y un hábil dirigente político, haría bien en corregir el rumbo de la Justicia en su país con medidas valientes que refuercen su independencia. Los senegaleses aman demasiado su democracia como para no pasarle factura, más tarde o más temprano, por abusos tan manifiestos.

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