Publicado por Begoña Iñarra en |
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A mi vuelta a África observo cambios enormes tanto en Nairobi, como en Uagadugú o en cualquier otra gran ciudad africana. Los nuevos edificios, cada vez más altos, aumentan: bancos y empresas internacionales, templos de diferentes religiones, universidades, carreteras donde el tráfico está cada vez más congestionado… Los atuendos de la gente indican diferentes países de procedencia y confesiones religiosas. Fuera del centro se alzan nuevos barrios, algunos modernos y otros mucho más pobres, donde tengo la impresión de estar en otro mundo. Pero aún allí abundan los quioscos de tarjetas para móviles y las parabólicas. Es una África distinta y mejor que la de mi primer viaje en 1970.
Los cambios en África, como en el resto del mundo, son de paradigma. Veíamos las cosas de cierta manera y los nuevos conocimientos científicos hacen que hoy las percibamos de manera diferente. Este cambio tiene lugar en todos los ámbitos y va penetrando en todas las capas de la sociedad. Una vez se establece el cambio de paradigma no se puede volver atrás, a las hipótesis del pasado. Los cambios son profundos, pero hasta el simple uso de tecnologías tan extendidas en África como el teléfono móvil contribuye a cambiar el comportamiento y la visión del mundo.
Teléfonos, ordenadores, Internet o redes sociales como Facebook y Twitter facilitan que la gente se organice espontáneamente. Lo experimentamos en España el 12 de marzo de 2004, cuando una convocatoria a través de mensajes de móvil congregó a miles de ciudadanos para manifestarse contra el Gobierno del Partido Popular, influyendo en el resultado electoral. Las redes sociales jugaron un fuerte papel en la primaveras árabes y hoy, a través Facebook, se organizan encuentros multitudinarios en las plazas públicas de cualquier lugar.
Las personas reaccionan de distinta manera ante cambios profundos. Unos intentan volver a la seguridad del pasado, a la tradición, a lo conocido, a simplificar la realidad en un mundo cada vez más complejo. El pasado, el antes, es siempre mejor que el presente. Son personas sin esperanza, sin ilusión, porque solo ven lo negativo del cambio y no sus posibilidades. El crecimiento de los guardianes del pasado se manifiesta en el aumento de la extrema derecha y del terrorismo. Otros ven solo con las gafas del futuro, para ellos todo lo moderno es bueno, sin discernir –en doctrinas y propuestas– lo que da vida de lo que puede conducir a la muerte del ser humano y del planeta. Un tercer grupo intenta discernir, tanto en sus tradiciones culturales como en las nuevas propuestas, los valores que merece la pena mantener y que nos permitirán avanzar con esperanza hacia el futuro de este mundo en trasformación.
¿Cómo nos situamos en estos cambios como cristianos? Dios-Creador nos habla a través de su Palabra (la Biblia) y de la Creación. Miremos a esta para aprender de ella. Hoy sabemos que el universo creado por Dios y la vida están en constante evolución: se adaptan y se estructuran, pasando del caos al orden. Ese caos, en su abundancia y belleza, nos revela un universo abierto a nuevas posibilidades, a formas más complejas de vida. Esa transición es un proceso de crecimiento doloroso que va acompañado de pérdidas, ya que sin la muerte y la sucesión de generaciones no habría evolución.
La Creación nos indica claramente que la vida está en el cambio, en el futuro y que el pasado nunca volverá. Es importante mirar al pasado para detectar la presencia de Dios en los acontecimientos de la historia y de nuestra vida, aprender de ellos y dejar que esa sabiduría se transforme en energía para avanzar hacia el futuro con esperanza, porque la vida continúa en el cambio.
El universo en evolución es dinámico. Nada está acabado porque Dios sigue creando e impulsando la Creación hacia el futuro, mientras el Espíritu hace todo nuevo. Por la fe tenemos la certeza de que Dios cura el mundo natural y lo lleva a su plenitud. Dios es dinámico, es un Dios de futuro que continuamente hace surgir una nueva creación, de la que formamos parte los seres humanos. Pase lo que pase en el futuro, Dios, la fuente inagotable de amor que va más allá de lo que podemos entender o imaginar, ya está allí. Eso es para nosotros fuente de esperanza. Esto no nos redime de discernir lo nuevo con ojos críticos, para escoger aquellas posibilidades que dan vida a todos y rechazar las que llevan a la muerte.
Los cristianos entendemos este mundo emergente a la luz de la Resurrección y de la promesa de que todas las cosas son transformadas y salvadas en Cristo. Por eso entramos en los cambios con optimismo y esperanza.
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