Los cazadores de imágenes

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Pere Ortín y Nzé Esono Ebalé, autores de Diez mil elefantes


Diez mil elefantes narra cómo se desarrolló, en 1944, la expedición Hermic Films, en la que participó el fotógrafo Manuel Hernández-Sanjuán, que pretendía retratar la vida colonial de la España negra en África. Ortín y Esono Ebalé han optado por uno de los portadores de aquella aventura, Ngono Mbá, como narrador de la historia.




Aseguran que «se siguen construyendo las verdades inventadas» de un África «que no existe más que en la cabeza de los occidentales». ¿Por qué cuesta tanto hacer memoria?

Nzé Esono Ebalé (NEE): Por suerte hay hombres y mujeres que han escrito y querido contar relatos aunque no sean suyos, desde el respeto y el rigor; se han esforzado a pesar de vivir en un mundo en el que la historia ha sido quemada y cortada. Cuesta hacer memoria porque hay gente o estructuras que pretenden que la memoria no exista. En el libro hablamos de una memoria desmoralizada. Es difícil hacer memoria porque es difícil encajarla.

Pere Ortín (PO): Por la memoria colonial, por el dolor que hay detrás. La memoria exige un ejercicio de valentía, y cuando conlleva racismo, supremacismo o colonialismo, implica un doble dolor porque nos enfrenta a una memoria que exige ser revisada de manera crítica, que es lo que nosotros intentamos hacer. Un africano y un europeo, un ecuatoguineano y un español revisan esa historia de forma crítica, desde la hermandad profunda que tenemos en nuestra relación personal, y analizamos cómo esa memoria fue durísima. No podemos cambiar el pasado, pero sí edificar un futuro diferente para las próximas generaciones.

¿Cómo tienen que ser ese presente y futuro?

PO: Ese es un ejercicio de adivinación, no lo sé, pero sí puedo hablar del futuro que construimos nosotros dos. Es un futuro de igualdad en armonía, de ir más allá de los discursos, tópicos y clichés, de entendernos en nuestras dificultades, que son muchas, en nuestras diferencias y choques. Por encima de todo están los seres humanos, el ser humano Ramón [Nzé Esono Ebalé], el ser humano Pere, y a partir de ahí construimos algo diferente. Sin igualar, desde las diferencias, el cariño, el respeto, el amor, y desde las dificultades, porque son innegables y forman parte de nuestra relación.

¿Cómo fue el proceso?

NEE: Con una base de amistad, porque aquí hay una familia, unos encuentros, muchas vivencias en casa. Es un proceso largo que empieza cuando Hernández-Sanjuán y su equipo, Hermic Film, tienen la oportunidad de ver una Guinea colonial que nosotros, evidentemente, no conocimos. Esto luego pasó por varias manos, porque Pere ha trabajado la historia de Hermic Films durante 20 años, y llegó a mis manos a través de una buena amiga. Me metí en la historia leyéndola y a través de unos documentos que son como los cazadores de imágenes. Ahí soy consciente de que hay muchas cosas que he aprendido a través del trabajo de Pere.

PO: Yo descubrí esta historia por azar. En la localidad de Niefang (Guinea Ecuatorial), unos ancianos me comentan que hace muchos años, unos fotógrafos, cineastas como nosotros, ya estuvieron allí filmando. Cuando regresé a España me di cuenta de que era una historia real, que existió la expedición, y lo he investigado durante las últimas dos décadas en un trabajo sistemático, donde se van cruzando otros trabajos y encargos. Escribí un guion que no se pudo realizar y que hoy es este libro que solo podía dibujar Ramón por cómo representa el bosque, la selva… Un europeo, un blanco, no lo habría hecho así. Y es Ramón el que me obliga a meter los collages [en la imagen de la izquierda, uno de ellos].

NEE: Los collages son las fotos de Manuel Hernández-Sanjuán, retratan rostros de verdad, cosa que yo no hago porque no me atrevo.

PO: Buscan sacarte y meterte en la obra porque son las entradas a las cartas, las notas de los rodajes, las de las filmaciones de ese equipo, las contradicciones que ellos expresan cuando están en el bosque.

Es una historia basada en hechos reales que incita a la ensoñación y la imaginación.

PO: Le pasé un guion detallado por escenas, secuencias, trabajado para que pueda soñar e imaginar, y en ese punto surge la magia. Cuando él coge esas palabras y las lleva a otro universo. Nunca pensé que iba a estar en el lugar en el que está la obra, porque lo imaginé de forma racional, europea…, y Ramón lo ha llevado a otro lugar. Si la historia ya era loca con las palabras, cuando llega Ramón y la dibuja, la lleva a la vía láctea.

NEE: También está la parte que los fang definimos como el ebú, que puede ser bueno o malo. Es el que habla en los ríos, bosques, animales y en los seres humanos. La historia es Guinea Ecuatorial, que combina cinco etnias, pero también es fang, que combina nuestra propia cultura. Sobre todo en el branboronga, que es un personaje ficticio que habla desde la perspectiva fang. Sé que no puedo dibujar el ebú porque puede ser ­desde dibujar a Vladimir Putin a ­dibujar a Greta Thunberg. En este ­caso, el ebú entra en la selva con todos sus colores. Puede ser rosa, amarillo, blanco o negro. Hay escenas en las que Pere me pone el relato cocinado. No se puede retratar el bien y el mal, pero sí las constantes cosas que nos ocurren a los fang y que los blancos no pueden explicar.

PO: Y darte cuenta como europeo de que hay elementos de la narrativa a los cuales no puedes acceder si no eres africano, si no te han educado así. El dibujo de Ramón no es solo importante por su talento como artista, que es muy grande, sino que, además, imagina de otra manera, y al hacerlo, la historia va por otros lugares. Esto no lo podría haber dibujado un blanco, un occidental, un europeo, porque no habría tenido el mismo conocimiento ni la misma pasión.



¿Tienen una visión homogénea de la colonización?

NEE: Tengo una idea desde la perspectiva de un papá con la espalda destrozada como consecuencia de las políticas coloniales.

PO: Sí, compartimos una visión de lo que fue aquello, porque no fue algo razonable ni debió suceder jamás, un pueblo no tiene derecho a dominar a otro ni a ser supremacista con los otros. Una religión no es mejor que otra, como tampoco lo es una u otra cultura. Y eso sucedió. Pero coincidimos en que estar en la queja sobre lo que sucedió en el pasado es una pérdida de tiempo porque esas memorias las conserva su padre, don Tomás [padre de Nzé Esono], que tiene más de 80 años, los ancianos que estuvieron en Guinea, los colonizadores españoles, pero la queja no construye futuro.

¿La relación entre el cineasta y el porteador es aceptada desde la sumisión?

PO: Algunos porteadores y acompañantes de la expedición reducían sus penas de cárcel prestando ese servicio. En una situación difícil, trabajar para los blancos aseguraba comer y beber cada día. En el epílogo del libro decimos que «el pasado era otro país, y allí las cosas se hacían de otra manera». Criticar desde el presente las malformaciones y los análisis que se hacían en el pasado es revanchista y ventajista, y nosotros no lo queremos hacer. Los colonizadores habrían aguantado ni diez minutos si hubieran tenido que vestir, comportarse o comer como hacían los fang, los bubis o los ndowés, pero lo que hay que reconocer es que la colonización forzada se pudo sostener porque los africanos del momento lo decidieron así. Ellos decidieron no acabar con aquellos claretianos, curas y misioneros, ingenieros, monjas… La colonización española fue muy cutre en todos los sentidos, un poco manga por hombro.

NEE: Creo que el ser humano vuelve al mismo punto de donde salió y que nunca cambió, la selva sigue siendo la misma. Nosotros no teníamos que enseñar nada al extranjero, sencillamente decirle: «Esto es la tierra, partiste de aquí y te fuiste allí. El frío te cambió la piel. Lo único que has hecho es regresar al punto de partida… A lo mejor ya no te gusta ser simio, pero welcome back home».

¿No puede ver los 10.000 elefantes porque el blanco no sabe mirar? ¿Ha evolucionado la mirada de Occidente sobre África y la colonización?

PO: Manuel Hernández-Sanjuán y su expedición eran racistas y supremacistas, se sentían superiores y según ellos lo eran. Lo que estaban viviendo se puede analizar en clave de una ignorancia brutal, porque eso mismo lo he visto en películas de la época que se conservan en Francia, Gran Bretaña o Bélgica. Aun siendo países tan diferentes, y sin estar bajo una dictadura como la española, las películas son iguales. A mí no me molesta, entre comillas, que las pelis de hace 80 años fueran así, sino que 80 años después el discurso de la mentalidad colonial de mis compañeros reporteros, de las oenegés, de los políticos, en general y salvo excepciones, siga presente y domine cuando se refieren al continente. Al final lo que vemos es la voluntad de mantener esa superioridad de la razón blanca frente a cualquier otra, y ese es un problema de los blancos, de los occidentales. Lo jodido es que 80 años después, la ignorancia sigue definiendo el racismo con el que nos enfrentamos a las sociedades africanas porque no queremos entenderlas y porque hay mucha gente que vive de los fantasmas de África que están solo en las cabezas de los blancos. No existen.
NEE: Imagínate que hace 80 años, en nuestro relato, llegaban a las chozas de nuestras madres y decían: «No tenéis nada». Porque lo que había en las casas que encontraron es lo mismo que hay ahora en las de nuestros pueblos. Son cosas que siguen sirviendo para lo que se usaban hace 80 años.

La colonización es una obsesión en África porque marcó su historia. ¿El libro puede ayudar a entender que también nos marcó a nosotros como sociedad?

NEE: Hay una comodidad por parte de los descendientes de los grupos de blancos. Por ejemplo, en España, cuando hablo con un español, facilito la situación hablando en su idioma y cambiando mi nombre. Así no tiene que esforzarse por saber de dónde vengo. Pero hay que aprender para ser capaz de defender el argumento de que no estabas allí hace 80 años.

PO: Es una memoria que no está memorizada, y en ese proceso de colonización lo que no se quiere recordar es el dolor y la destrucción que causó. Nuestros museos de antropología están llenos de obras de los fang. Nadie se plantea que eso es un robo. Es como si la imagen de la Virgen del Rocío se la llevan a Malabo. Una vez robado, ¿por qué no trabajamos para devolverlo?, ¿por qué no ayudamos a reconstruir lo que se hizo mal? Y no con las reglas de los occidentales, sino con las de los locales. No estamos dispuestos a asumir un discurso de igual a igual. Hablemos de arte, literatura, de la explotación de los bosques, del carbón, del petróleo, de las compañías occidentales que roban en África… ¿Por qué no lo hacemos? Porque nos seguimos sintiendo superiores. Podemos robar lo que nos dé la gana y no va a pasar nada.





Plantean la sabiduría del negro frente a la prepotencia e incapacidad de cuestionarse y comprender del blanco, pero acaban reconociendo cosas buenas de la colonización, ¿por qué?

NEE: Es una colonización en español de la que no se habla. Hay un personaje ficticio que podría ser yo reflexionando en la actualidad. Si la sociedad española leyera nuestro cómic vería que les empujamos hacia algo…
PO: La estrategia del dibujo era fundamental para llegar a Guinea. Sabemos que es un país no muy lector. Hubo una librería de César Mba, hay grandes dificultades de acceso a la cultura en general, y teníamos que construir un artefacto literario muy atractivo. Además, si trabajábamos la historia de forma típica, sería rechazada por los guineanos y los españoles. En una de las presentaciones, una mujer mayor se acercó y me dijo: «Me di cuenta de tantas cosas al leer vuestro cómic…». Lo resume todo. Ese es nuestro éxito total, que la gente se dé cuenta.

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