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Por Lwanga Kakule Silusawa
Las paredes de su despacho son toda una escuela de ética. En ellas están colocados pequeños carteles con frases para leer y pensar: «El que se burla de una mujer violada es tan culpable como el que la ha violado», «Todo el mundo debe actuar contra este fenómeno para proteger a su madre, su hermana, su vecina»… Si algo ha aprendido Marie Dolorose Masika de la guerra en Kivu (RDC) es la resiliencia y la lucha por los derechos de las mujeres. Enfermera de formación, fue la cuarta congoleña en recibir el premio Femme de Courage que otorga el Departamento de Estado de Estados Unidos. Casi 20 años después de la fundación en Butembo de la ONG que dirige, Mujeres Comprometidas en la Promoción de la Salud Integral (FEPSI, por sus siglas en francés), no duda de que su trabajo, para esta católica practicante, es una misión.
Es algo que no busqué. Este premio se otorga como reconocimiento a las mujeres que, por su compromiso con la promoción de la mujer, sostienen el mundo. Cuando vinieron a anunciarme que me habían concedido el premio no entendía de qué hablaba porque ni siquiera sabía que existía este galardón. Acordarme del premio me hace pensar en el esfuerzo que como mujeres hemos realizado para ayudar a las víctimas.
Porque soy una mujer y porque siento una gran compasión por las víctimas. En el año 2000, que era tiempo de guerra, había mucha inestabilidad en Kivu Norte, muchos desplazados, muchos casos de violación de los derechos humanos y, como ocurre tantas veces en zonas de conflicto, muchas víctimas de violencia sexual abandonadas a su suerte. Me afectaban mucho las noticias que recibía sobre esa violencia sexual. Entonces me pregunté qué podía hacer. Afortunadamente no fui la única. Había más mujeres a las que este problema les impactaba. Por ejemplo Josephine Kighoma, que ya falleció, nos convocó para reflexionar sobre esta realidad. Nos dimos cuenta de que la primera necesidad de las víctimas era la atención médica y, como la mayoría de nosotras éramos enfermeras, empezamos a trabajar juntas para atender a tres tipos de víctimas: mujeres que habían sufrido violencia sexual, personas portadoras de VIH y enfermas de sida y, por último, desplazados a causa de la guerra. Así comenzamos y así lo seguimos haciendo.
Empezamos con 12 camas y hoy tenemos 65; o sea, ahora tenemos una capacidad de acogida mucho más grande y disponemos de estructuras más adecuadas para atender a las personas. Al principio titubeábamos, pero ahora, tras muchas sesiones de formación, hemos obtenido una gran experiencia. Tenemos una sala de escucha en el centro, tenemos psicólogos, enfermeras, consejeras… También trabajamos con otras organizaciones locales como la Asociación de Defensa de los Derechos de la Mujer, que se encarga de ofrecer asistencia jurídica, o el Sindicato de Mujeres Trabajadoras, que se ocupa de la inserción socioeconómica de las víctimas. De este modo el acompañamiento es más completo. Hemos extendido la sensibilización a toda la región para que las mujeres no se sientan solas. A día de hoy, más mujeres se acercan a pedir ayuda. El mismo hecho de que vengan es muy positivo porque supone que quieren romper con el silencio y ser ayudadas. Primero llegan llorando y muy deprimidas, pero después del acompañamiento se reencuentran con su sonrisa.
Procedemos a la sensibilización de las mujeres en los pueblos, para lo que nos servimos de los medios de comunicación, especialmente la radio. Para no estigmatizar a las víctimas de violencia sexual, cuando abrimos el centro nos dijimos que no debía ser específico para este tipo de víctimas. Nos comprometimos a atenderlas gratuitamente gracias a nuestra aportación y la de nuestros socios que, a veces, nos traen medicamentos. Esto ya es una buena manera de atraerlas para que acudan a curarse. Decidimos atender también a otros pacientes, que pagarían algo por el servicio, lo que, además de evitar el estigma, nos ayudaría en el funcionamiento del centro hospitalario. Trabajamos también con estructuras sanitarias que ya existen en la región y formamos al personal sanitario que se encuentra allí, y que es el que trabaja sobre el terreno. Y si el caso es problemático, enviamos a las víctimas a profesionales especializados en un tipo de psicoterapia profunda y reparadora. Esta descentralización nos ha facilitado el trabajo de tal manera que, gracias a los profesionales sanitarios a los que formamos, podemos llegar hasta la base, que son los habitantes de los pueblos más olvidados.
En las zonas de conflicto formamos a las mujeres sobre violencia sexual. Les explicamos los factores físicos, psicológicos y sociales que son consecuencia de estas situaciones. Luego las escuchamos, les hacemos pequeñas preguntas para que hablen, aunque si encontramos resistencia por su parte no insistimos, dejamos que se vayan para escucharlas al día siguiente. Si constatamos que es muy difícil, dejamos pasar el asunto, creamos y fortalecemos el lazo de amistad con ellas y, a la larga, terminan abriéndose a nosotras. Pero también detectamos a falsas víctimas. Hay algunas mujeres que se inventan historias con el objetivo de beneficiarse de las ventajas que ofrece el centro.
En estos momentos, la asociación FEPSI cuenta con más de 50 empleados. Al principio era duro porque no teníamos dinero para pagar al personal. Recuerdo bien que pagábamos como mucho cinco dólares; es decir, casi nada. Hasta ahora es casi como un voluntariado, ya que los salarios que podemos ofrecer son más bajos que el coste de la vida. En una ocasión tuve una discusión con uno de nuestros socios porque dijo que el dinero del proyecto no era para repartirse entre los trabajadores. Le dije que, teniendo en cuenta la realidad de nuestro país, debíamos ser realistas: no podemos funcionar si no ofrecemos algo, aunque solo sea un pequeño salario, al personal. Debo reconocer que vivimos en fraternidad porque compartimos juntos lo poco que recibimos. Algunos reciben algo dentro de los proyectos, otros cobran del centro hospitalario… Esto está funcionando, aunque todavía no se trata de un salario normal. Y más teniendo en cuenta el coste de la vida, que está subiendo cada vez más.
Sí, empezamos a trabajar con una organización local femenina de la ciudad de Goma, Sinergia de Mujeres con las Víctimas de Violencia Sexual, que vino a apoyarnos en este campo y nos enseñó cómo atender a las víctimas de violencia sexual. Gracias a ellas empezamos a ir a los pueblos, a formar a las mujeres en los territorios de Beni y Lubero, ambos muy afectados por el conflicto armado. También hemos recibido muchas sesiones de formación que nos proporcionan nuestros socios. En 2016, de manera inesperada, fui invitada a participar en Nueva York en una conferencia sobre la violencia sexual en lugares en conflicto. Fue muy enriquecedor escuchar experiencias de otras personas que trabajan en el mismo campo que nosotras. También tuve la suerte de ir a Barcelona en 2009 para una conferencia sobre el movimiento feminista y los derechos de la mujer. Se habló mucho de la situación de la mujer en RDC en este encuentro. Más recientemente hemos enviado a una de nuestras médicas a tener una experiencia con el doctor Denis Mukwege, un ginecólogo congoleño conocido como ‘El hombre que cura mujeres’. La compañera después de esa experiencia ha venido a compartir sus conocimientos con nosotros y nos ha traído algunas novedades que nos están ayudando a mejorar nuestra atención a las víctimas.
Sí. Hace poco, una amiga que está en Bélgica, víctima de violencia sexual, ha ayudado en la escolarización de otras víctimas. Muchas veces, después de haber sido violadas, las mujeres tienen vergüenza de seguir estudiando para evitar la estigmatización y prefieren cambiar de residencia. Pero siempre las animamos. Una de las que continuó sus estudios ha terminado la formación universitaria y hace poco le dimos trabajo en el centro.
Al principio, cada una de nosotras aportaba su contribución. Éramos 15 mujeres. Pensamos que era importante partir de nuestros propios fondos. Buscamos una casa donde ubicar el centro hospitalario, compramos los materiales… Y poco a poco conseguimos a los socios. En 2005, la MONUSCO (Misión de la ONU en RDC) en Kinshasa, después de recibir información sobre el trabajo que estábamos realizando, vino a visitarnos y nos trajo agua, medicamentos y cerca de 10.000 dólares. Lo invertimos en comprar un terreno y en construir los cimientos. Como el marido de una de nosotras era ingeniero, nos ayudó en la construcción. Luego aparecieron FARMAMUNDI y Agro Action Allemande, que vinieron a ver nuestro trabajo y empezaron a colaborar con nosotros.
¿Cómo viven la situación actual del país?
Estamos traumatizados por la inseguridad que vivimos cada día en nuestra región. En un momento dado quise meterme en política, pero me eché para atrás porque vi que es una basura. Muchos que sí dan el paso, lo hacen para transformar su imagen personal. Algunos conocidos míos entraron en política siendo personas normales, pero al poco tiempo cayeron en los mismos errores y en la corrupción. Creo que con mi trabajo estoy manteniendo mi dignidad y quiero seguir trabajando con la gente de abajo, y lo haré con todas las consecuencias.
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