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Por Hna. Isabelle Kahambu
Desde San Antonio (EE. UU.)
Después de haber trabajado durante casi 10 años en México, hace unos meses mi congregación, las Misioneras Combonianas, me pidió dar el salto al país vecino y ahora vivo en el estado de Texas (EE. UU.), concretamente en la ciudad de San Antonio, donde trabajo con personas migrantes. ¡Nunca antes había podido imaginar que un país tan grande y poderoso como este necesitara ser evangelizado!
En mi vida misionera, varias veces he afrontado el reto de la inserción en una nueva cultura. He tenido que dejar de lado lo mío y acoger costumbres y modos de hacer diferentes, haciendo el esfuerzo de empezar de cero, aceptando ser «ignorante» para dejarme enseñar y aprender a amar lo desconocido. No es fácil, y ahora en EE. UU. estoy reviviendo esa experiencia.
Trabajo en un centro de acogida para personas migrantes que llegan desde diferentes partes del mundo. El sufrimiento que han vivido en su periplo hasta llegar aquí es una realidad que destroza mi corazón. Solo ellos y Dios saben cómo pueden sobrevivir a tales experiencias. ¡Al escuchar sus historias se me encoge el corazón!
Cuando conozco su realidad, experimento una gran impotencia al no poder brindarles toda la ayuda que necesitan. Sin embargo, el tiempo compartido con ellos, la escucha, la acogida, la sonrisa que les brindo, alientan también mi esperanza. Frente a estas actitudes, ellos también, en confianza, abren sus corazones y comparten sus experiencias. Yo les correspondo ofreciendo mis oraciones. Esta relación me inspira esperanza, porque me permite contemplar su persistencia, sus luchas y su determinación en alcanzar sus sueños y lograr una vida mejor para sus familias.
Muchas veces me pregunto por qué tantas personas deben dejar sus tierras, sus costumbres y arriesgar sus vidas para llegar a un nuevo lugar donde nadie los espera y no encuentran ni casa ni trabajo. Muchas personas han sido empujadas a dejarlo todo en sus países con la esperanza de encontrar seguridad en otra tierra y recibir un trato digno para vivir en paz y empezar una nueva vida. ¿Y qué encuentran? Dificultades, incomprensiones, rechazo… ¡Es muy duro sentirse tratado de ese modo!
Soy africana y mucha gente me interpela diciéndome que no tiene sentido ir como misionera a Europa, América o Asia porque allí lo tienen todo. Algunos incluso llegan a decirme que no estoy en misión, sino que estoy de paseo por EE. UU. Desgraciadamente, muchas veces nos quedamos en las apariencias sin conocer la realidad. La verdadera riqueza no se limita a las cosas materiales, sino que se encuentra en la persona de Cristo que nos ama y dio su vida para salvarnos, y aquí no se le conoce del todo. No solo los países menos desarrollados necesitan ser evangelizados.
Mientras vivo estas incomprensiones, trato de encontrar fuerzas para seguir adelante en la oración y en aceptar el aprendizaje que me brindan los demás. He abrazado la vida misionera para servir a Cristo a través del prójimo, sea donde sea, también en este país. Como congregación internacional estamos dispuestas a entrar en la realidad del lugar donde nos encontremos, conocer su cultura, sus costumbres y tradiciones, incluyendo el idioma para insertarnos mejor. Todo esto me hace sentir feliz, realizada y me impulsa para seguir adelante.
Me siento orgullosa de contribuir a la evangelización allí donde he ido en misión, de compartir mi riqueza familiar, cultural, diocesana y nacional con otras razas, pueblos y naciones, pero también de aprender de ellos. He descubierto que cuanto más se comparte con los demás, más se aprende y se adquiere una mayor apertura al mundo. Mi felicidad está en compartir con lo demás los dones y talentos que Dios me ha regalado.
En la imagen, la Hna. Isabelle Kahambu, a la derecha, detrás de la pancarta, en una concentración en la que se pedía justicia climática. Fotografía: archivo personal de la autora.
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