Un nuevo modelo que no acaba de nacer

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La dependencia del petróleo inmoviliza la economía angoleña



Por Alves da Rocha desde Luanda (Angola)



La población angoleña es cada vez más pobre y las proyecciones económicas no son halagüeñas. El país necesita continuar el proceso de diversificación en curso, disminuyendo su dependencia del petróleo, y también invertir más en educación, el factor decisivo para la transformación social.



Cualquier avezado observador que fije su atención en el sector del petróleo y el gas en Angola, será consciente de la necesidad de reducir su peso en el PIB nacional y de que la diversificación de la economía angoleña será más relevante a medida que el crudo ocupe un espacio menor en la contabilidad del país. 

La diversificación es un proceso del tejido productivo de un país en el que varían los porcentajes de participación de cada uno de los sectores y ámbitos de actividad económicos. Aquellos que ven reducidas sus ganancias contemplan también cómo disminuye su importancia relativa en el PIB nacional.

La diversificación, que en el caso de Angola –y según ciertos enfoques– debería suponer una menor incidencia del petróleo en el PIB, está directamente vinculada con la productividad, especialmente con tres factores: trabajo, capital y tecnología. Para que las actividades no petroleras adquieran una importancia relativa mucho mayor en el PIB angoleño, la productividad y todos los aspectos relacionados con ella tienen que combinarse de forma eficiente y armónica. Para ello, el factor primordial es la educación, única vía para cambiar las mentalidades y capacidades y, por ende, impulsar dichos procesos de diversificación.

Los tejidos económicos diversificados son mucho más resistentes a las crisis de todo tipo, incluidas las derivadas de cambios políticos externos. Angola, ya desde la época de la administración colonial portuguesa, nunca tuvo una economía suficientemente diversificada, sino que acumuló altas tasas de exportación que, a la larga, han resultado perjudiciales para su proceso de crecimiento. Primero fue el café, después los diamantes y, por último, el petróleo. En el caso de estos dos últimos, el desarrollo de la industria extractiva tuvo lugar en ese momento, en el que también el sector agrícola era suficiente para abastecer la mayor parte de las necesidades alimentarias de la población e, incluso, era capaz de generar excedentes dedicados a la exportación. La diversificación de la economía angoleña, como proceso, se remonta a esta época.

Refinería de la compañía estatal angoleña Sonangol. Fotografía: Getty




Un proceso global

La transformación y diversificación de la economía es un proceso que hay que observar globalmente en el contexto en el que se desarrolla. Analizarla desde un punto de vista económico y estadístico, o a través de las políticas públicas aplicadas a la agricultura y la industria es un error. La diversificación de los tejidos económicos y de los sectores productivos es un proceso de transformación de los diferentes elementos que conforman la sociedad de un país, lo que incluye las fuerzas productivas, las relaciones de producción y las maneras de obtener esa producción. Se trata de un proceso de transformación de las mentalidades que facilita y promueve cambios en los fundamentos y superestructuras de los sistemas económicos y sociales. Por eso, la educación es el factor decisivo, porque a través de ella se transforman las mentalidades y se crean élites de empresarios, gestores y trabajadores, con el consiguiente crecimiento del valor del capital humano.

Los grandes hitos del crecimiento económico, con diversificación de las estructuras económicas y de las matrices de producción, se han producido en contextos de reformas estructurales sostenidas de los sistemas educativos, ya sea en la Europa de las economías sociales de mercado –Noruega, Finlandia, Suecia, Alemania, Dinamarca, Países Bajos, Reino Unido o Francia–, en los países emergentes y desarrollados en los que coexisten democracias avanzadas y confirmadas –Corea del Sur, Japón o India–, o en regímenes políticos autoritarios –China es el ejemplo más citado de autocracia con crecimiento y desarrollo–. 

En estos países, la educación es el principal impulsor de los cambios que afectan al progreso social, teniendo como consecuencia un ajuste transformador de las mentalidades. En muchos de los países mencionados, la revolución educativa se inició hace más de 100 años –interrumpida en algunos casos por el impacto de las dos guerras mundiales–, pero nunca se consideró finalizada, sino que continúa vigente, sobre todo en un contexto mundial cada vez más competitivo y devastador para los sectores conformistas y las estructuras empresariales que demuestran poca iniciativa propia y una gran dependencia del Estado.

La diversificación es un proceso natural porque no existen sistemas económicos estáticos o que se repitan sin más. El crecimiento y la transformación a lo largo del tiempo son sus características esenciales, y la diversificación es, al fin y al cabo, su consecuencia más evidente. En este sentido, no hay principio ni fin para estos procesos en las economías de mercado, que funcionan sobre la base del comportamiento adaptativo y reactivo de los agentes económicos. También depende de su capacidad de proactividad, a través de lo que Joseph Schumpeter denominó «destrucción creadora». En otras palabras, el progreso tecnológico desempeña un papel fundamental en la creación de las condiciones para la competitividad económica.

Una estudiante en la Universidad Católica de Angola, en Luanda. Fotografía: José Luis Silván Sen



Pobreza y desempleo

Además de las razones explícitamente económicas y productivas, las estructuras diversificadas ayudan a combatir ciertos fenómenos sociales, como la pobreza y el desempleo, ambos elevados en Angola. Transformar la pobreza en potencial de desarrollo ayuda a estructurar el componente de demanda final del sistema económico y a aumentar el valor de las rentas del trabajo. Los elevados niveles de pobreza de muchos países africanos –relacionados con importantes tasas de desempleo– son un claro obstáculo para el proceso de diversificación, que generalmente conduce a la exclusión cuando los modelos de crecimiento se basan en el capital y la alta tecnología. La defensa del empleo depende de la calidad de la mano de obra, única forma de generar salarios medios elevados. Las relevantes tasas de pobreza, los deficientes niveles de cualificación empresarial y los bajos salarios conforman la tormenta perfecta que impide o retrasa la diversificación de las economías.

La dependencia del petróleo sigue siendo una de las rutinas del sistema económico angoleño. Con una participación media en el PIB del 35 % entre 2018 y 2021, este sector sigue siendo el mayor proveedor de divisas e ingresos fiscales del país. Las tasas de dependencia de esta actividad extractiva son elevadas: en torno al 94 % de los ingresos por exportaciones y el 60 % de los ingresos fiscales (60,2 % en 2019 y 50,5 % en 2020), de ahí la gran exposición del país a las crisis externas.

Con todo, Angola está experimentando un proceso de diversificación en el que el crudo empieza a tener una menor incidencia. Aunque en comparación con los impuestos sobre el trabajo y los beneficios empresariales sigue siendo una fuente importante e imprescindible de financiación del gasto y la inversión pública, la actividad extractiva está disminuyendo su peso relativo y empieza a dejar de ser la principal fuente de ingresos para la hacienda angoleña –ha llegado a suponer cerca del 80 % entre 2003 y 2013, mientras que en 2021 se quedó en el 35 %–. A esta realidad se añaden los préstamos externos, de dudosa eficacia a pesar de las astronómicas cantidades de deuda pública.

Varios ciudadanos se hacen un autorretrato delante de la sede del Banco Nacional de Angola, en el paseo marítimo de Luanda. Fotografía: José Luis Silván Sen




Perspectivas

Es probable que la pobreza en Angola aumente en 2024 y esa tendencia se proyecte hasta 2030. Si aceptamos la cifra del 41 % estimada por el Instituto Nacional de Estadística en 2018-2019, estaríamos hablando de más de 12,3 millones de angoleños cuyo ingreso medio diario era inferior a un dólar americano en ese período. Bastaría que el valor fuera de tres dólares para que el potencial de crecimiento de la economía aumentara en 13.530 millones de dólares al año. Esta cifra nos da una idea aproximada del agujero económico causado por la pobreza, al que habría que añadir el despilfarro social, es decir, el menor apetito y voluntad de ser productivos, y el daño psicológico, considerado como el tiempo que las personas tardan en recuperar la voluntad de volver a vivir integrados en la sociedad.

Las relaciones entre pobreza, crecimiento económico y distribución de la renta están demostradas por la teoría de desarrollo económico y por una gran cantidad de pruebas empíricas. Sin un crecimiento importante de la economía, una mejora significativa de las pautas y modelos de distribución de la renta nacional y un aumento del empleo, la inmensa mayoría de la población angoleña se mantendrá en niveles inaceptables y socialmente peligrosos de indigencia económica y marginación social.

La situación del país es el resultado de casi seis años de recesión económica continuada, cuyos efectos siguen desgarrando el tejido social del país. Para 2024-2030, el Centro de Estudios e Investigación Científica (CEIC) ha calculado una tasa media anual de crecimiento del PIB del 3 %, inferior al 3,3 % que sería el mínimo necesario para hacer frente a la variación anual de la población. Esto se traduce en un deterioro de la renta media anual por habitante y en un empeoramiento de las condiciones de vida de la población. 

El laboratorio de ideas de la revista The Economist proyecta una tasa media de crecimiento anual para el período 2023-2030 del 3,2 %, mientras que la renta media por habitante apenas subirá un 0,3 %, lo que supone que la población angoleña oscilará esencialmente entre la pobreza y la miseria en esta década. Esto se producirá a la vez que emerge una nueva clase media, basada en la transferencia de parte de la renta nacional a través de mecanismos poco transparentes e incluso violando algunas de las leyes vigentes. 

Son datos y cifras que solo políticas incisivas e integradoras pueden cambiar. El Plan Nacional de Desarrollo tiene algunos capítulos dedicados a estrategias y políticas encaminadas a paliar este fenómeno social y económico, pero otros planes, al menos desde el año 2000, nunca han producido auténticas transformaciones estructurales: el crecimiento del PIB no fue el necesario para generar empleo e ingresos, las políticas sociales no tuvieron un sesgo social transformador y la educación, que es el soporte esencial para consolidar los cambios, no se ajustó de la manera más eficiente y eficaz a este objetivo.

Toda esta realidad hace temer que en 2030 Angola tenga una población pobre de más de 18 millones de personas.

 

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