Luz al inicio del túnel

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Con seis millones de desplazados y refugiados, la guerra en Sudán se enquista



Por Mohamed Mustafa Al-Kasalawi


El estallido de la guerra interna en Sudán el pasado 15 de abril tuvo cierta presencia mediática en la prensa europea durante algunos días. Una semana después había desaparecido y el único conflicto en el mundo continuaba siendo el que enfrenta a Ucrania y Rusia. Sin embargo, los grandes medios de Oriente Próximo, como los canales televisivos Al-Jazeera TV, Al-Hadath o -Al-Ghad, seguían presentando una información completa de hasta 55 minutos al día sobre el progreso del conflicto sudanés con la presencia incluso de corresponsales sobre el terreno. Mi página de acceso a YouTube me presentaba los diferentes partes de guerra ofrecidos por estos canales que yo consumía con avidez. Pero el estallido del conflicto en la franja de Gaza el pasado 6 de octubre los ha borrado del mapa. Ahora ya no aparecen. Hay que sumergirse en cuentas de X (-ex Twitter) o portales web muy especializados para encontrar información.

Olas de refugiados y desplazados

Desafortunadamente, la desaparición del conflicto sudanés de los medios de comunicación internacionales no es un signo de la disminución de su intensidad. El número de desplazados y refugiados ya ha alcanzado los seis millones. Como suele suceder, alrededor del 70 % de los mismos –4,4 millones en este caso–, se han refugiado en localidades más seguras de Sudán, mientras que el resto lo hacen en los países limítrofes (Chad, Sudán del Sur, Egipto y Etiopía). Solo los más pudientes se han refugiado en países del Golfo.

Los desplazados llegan a ciudades como Wad Medani y Port Sudan, que no tienen las infraestructuras para acoger a este volumen de personas. El problema se agrava por el hecho de que los empleados públicos, y en particular el personal sanitario que trabaja en los hospitales, no han recibido su salario desde el inicio de los enfrentamientos. 

Los rostros de los huidos reflejan el dolor de haber tenido que dejar un hogar, de haber tenido que romper con los lugares conocidos y queridos y con los proyectos de futuro que tanto había costado tejer. Algunos llevaban el dolor de haber perdido familiares o amigos durante los bombardeos o en intercambios de disparos entre el Ejército Regular Sudanés (SAF, por sus siglas en inglés) y las Fuerzas de Apoyo RáPido (RSF, por sus siglas en inglés). El doctor Mohamed -Ghali perdió una pierna como consecuencia de la caída de una bomba en su casa; el profesor Ahmed Al-Siddiq ni siquiera consiguió salir de Jartum: falleció a causa de una bala perdida; el arquitecto Seif Al-Din recibió un disparo en el pie en su propia casa porque no tenía la llave de la caja fuerte de su mujer y los soldados de las RSF querían llevarse todo; a -Mohamed Ismail, artista, le rompieron un brazo en un control militar; Fatima llegó conmocionada por la manera en que una patrulla de las RSF mataba al conductor de un coche que se negaba a entregarles las llaves en Jartum y luego la echaba de su propia casa. Este paisaje de dolor lo componen también los rostros de decenas de mujeres que han sido violadas. Solo algunas han conseguido denunciar estas agresiones.

Tampoco lo tienen fácil las organizaciones internacionales como Cruz Roja Internacional o Médicos Sin Fronteras, pues los dos ejércitos enfrentados, las RSF y SAF, no facilitan corredores humanitarios que permitan el acceso a las zonas más golpeadas por la violencia. La ayuda internacional en forma de alimentos o medicinas es muchas veces interceptada por los soldados que deberían custodiarla para hacerla llegar a su destino.


Un grupo de niños desplazados a causa del conflicto ven la televisión en una habitación de la Universidad Al-Jazeera, al sur de la capital, reconvertida en centro de acogida. En la imagen superior, varios camiones con ayuda humanitaria en Gedaref, junto a la carretera que une Jartum con Port Sudan, el pasado 10 de julio. Fotografías: Getty


¿Hacia dónde va el conflicto?

Sería deseable ver una luz al final del túnel. Pero, en cambio, lo que se va atisbando es una luz en su inicio. Es decir, los motivos por los que comenzó este conflicto y las dinámicas que lo alimentan se manifiestan cada vez con más claridad. Osman -Mirghani, periodista del diario Al-Tayyar, explicaba que Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hameidti, líder de las RSF, había acordado un golpe de Estado con algunos miembros civiles de la Plataforma por el Cambio y la Libertad-Comité Central (PCL-CC) y algunos oficiales de las SAF. El plan consistía en capturar al presidente del Consejo Soberano y jefe mayor del Ejército, el general Abdelfatah al -Burhan, y que un portavoz de las SAF anunciase que se habían visto obligados a llevar a cabo el golpe, pues el citado general se oponía al proceso de transición hacia un gobierno civil democráticamente elegido. El grupo, apoyado por Emiratos Árabes Unidos, tenía preparado un gobierno con los nombres del nuevo primer ministro y los responsables del resto de -carteras.

Por otro lado, el abogado Taha Osman -Ishaq, miembro de la PCL-CC, explicaba en una entrevista al canal Al-Jazeera Mubasher cómo sectores islamistas de las SAF boicotearon el proceso de transición y rodearon el campamento de las RSF en Soba, al sur de Jartum, la mañana en que se inició la guerra. Según esta versión, las tropas de -Hameidti respondieron a la amenaza de las SAF en el citado campamento y tomaron el palacio presidencial, la sede de la televisión nacional e intentaron capturar al general Al Burhan, que logró resistir la embestida desde el cuartel general del Ejército.

El 30 de septiembre,el New York Times publicaba un artículo en portada con un título que no dejaba lugar a dudas: «Emiratos Árabes Unidos fomenta el conflicto en Sudán mientras habla de paz». En el mismo, se documentaba el envío de armamento a las RSF disfrazado de intervención humanitaria para apoyar a los refugiados en los campos de Chad. Este ejército enrola, además, a jóvenes de la confederación de tribus bagaras provenientes de Níger y Chad. Se les ofrece un buen salario y la posibilidad de saquear impunemente.

Las RSF, que ya controlaban el tráfico de personas, drogas, armas y coches robados y la explotación de grandes yacimientos de oro en Darfur, generan nuevos ingresos en las regiones que controlan a través de los rescates que reciben por el secuestro de personas, los permisos de entrada y regreso que exigen para acceder al territorio que controlan, los documentos robados que venden a sus propietarios, etcétera. Por lo tanto, las SAF, apoyadas por Egipto y Turquía, tienen un hueso difícil de roer. El conflicto cuenta con combustible para alimentarse durante años y las diferentes iniciativas internacionales de mediación parecen descoordinadas e impotentes.

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