Publicado por David Soler en |
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Tienes que ser un descarado para plantarte con 16 años y 361 días a 30 metros de la portería y decidir hacer eso, dejar en ridículo a quien antes había intentado retarte, a un chico que podría ser tu hermano mayor, ese que te enseñan a respetar. Lamine Yamal metió un golazo a Francia en la última Eurocopa de fútbol porque es un descarado. Es parte de esa generación Z de jóvenes que ha perdido el miedo y se atreve a todo. En lo único que me veo reflejado en él es en la sonrisa con los brákets.
Lamine tiene 17 años, su madre es de Guinea Ecuatorial y su padre de Marruecos. Ambos países le quisieron para su selección, pero aquí para muchos solo era un mena. Porque esa sigla, que representa a los menores extranjeros no acompañados, se ha convertido en la coletilla para cualquier joven de origen magrebí o del resto del continente africano que vive en España. Decía el periodista Moha Gerehou que mena es la palabra más racista del momento en nuestro país, y no le quito la razón.
Me pregunto en qué momento una palabra que se refiere a niños y adolescentes que no tienen padres o que están a miles de kilómetros de ellos adquiere la connotación actual. Me pregunto en qué momento hemos pasado, como sociedad, a ver a los menores como una amenaza. En qué momento los problemas que tenemos como país se acaban focalizando en chavales y chavalas que simplemente buscan vivir mejor. ¿En qué momento la empatía, la solidaridad o la caridad cristiana dejaron de existir en nuestra sociedad?
Veo y escucho en los informativos noticias acerca de las batallas políticas por acoger a esos menores no acompañados. Veo a políticos romper gobiernos por 347 menores, diciendo que ese es el principal problema de España, que perdemos por ellos nuestra esencia, nuestra cultura y nuestra seguridad como nación.
Aquellos en contra de la acogida alegan que no debería ser una iniciativa pública. «Mételos en tu casa», dicen. Son los mismos que denuncian, sin datos fehacientes, que copan la criminalidad en España. En la sociedad actual se ha vuelto harto complicado demostrar cosas básicas. Hace poco, el futbolista Marcos Llorente decía que no hace falta ponerse crema protectora porque el sol no causa el cáncer de piel. Me pregunto si pronto tendremos que justificar que el oxígeno es necesario para respirar.
En Andalucía tuvo que salir el presidente autonómico, Juanma Moreno, a decir que no, que no iba a entrar al trapo de criminalizar a menores por estrategia política, que solo un 7 % de los delitos son cometidos por extranjeros, de los que la mayoría son europeos. Pero da igual lo que se diga, los datos están sobrevalorados cuando la verdad absoluta te la cuentan por Telegram y tienes el sencillo objetivo de culpar a otro de tus problemas económicos, laborales o de pareja.
Me encantaría decirle a esa gente –algunos de ellos cercanos–, que no, que no deberíamos acogerlos en nuestras casas porque entonces fallamos como sociedad. Si hacemos eso, España quedaría reducida a un cúmulo de individuos sin unos valores comunes de solidaridad y todo dependería de la caridad personal. Me encantaría explicar que esos niños pueden ser como Lamine Yamal con el fútbol, pero en campos como la ingeniería, la economía, la literatura o la ciencia. Niños que si cuidamos, formamos y educamos pueden ser lo mejor de este país. Niños que necesitamos para avanzar y rejuvenecernos como sociedad.
Me encantaría decir todo eso, pero no lo hago. Me callo. Me cansa explicar cosas obvias. Discutir con necios que luego van, aplauden a Lamine y le dicen, parafraseando a la famosa rumba flamenca, que cada día le quieren más.
Fotografía: Stu Forster / Getty
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