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Por Alicia Oliva González
Sea cual sea el libro y el tema, el objetivo es solo uno. Todos los libros y la literatura en general buscan mostrar la condición humana en toda su complejidad y con esto me refiero tanto a lo bonito y conmovedor como a lo horrible y trágico. Estas dos dimensiones son lo que llamo la condición humana. Personalmente, creo que el tema no es más que un pretexto, un escudo bajo el cual poder hablar de lo que quiere decir ser un ser humano. Para mí, la actualidad es muy importante. Oímos mucho hablar de las cuestiones que trato en mis libros pero casi siempre es en los medios de comunicación. Siempre me he preguntado si lo que los medios de comunicación dicen sobre estos fenómenos es la verdad…
Desde luego, por ello creo que la literatura puede llegar donde los medios de comunicación no llegan.
Sí, por lo menos eso es lo que yo busco. Intento llegar donde los medios de comunicación no llegan. Pueden ser muy buenos pero creo que, a la hora de retratar estos fenómenos, se quedan en la superficie de la condición humana. Para saber lo que sienten, lo que piensan hay que llegar hasta sus corazones y eso es algo que los periodistas no siempre pueden hacer. Sin embargo, la literatura tiene ese privilegio. Posee un espacio más amplio y mayor libertad de creación.
Tenemos la memoria muy corta y pensamos que es un fenómeno nuevo cuando la propia Europa se ha construido por movimientos migratorios. Creo que es muy grave que hayamos olvidado algo así. Es evidente que el aumento de los movimientos de extrema derecha en Europa alimentan este olvido.
Sí, estuve en un pueblecito de la Sicilia profunda antes de escribir la novela. Allí pude ver qué es lo que pasaba después, no solo la acogida de los migrantes sino el impacto que tenían todos en las vidas de todos. No todos los migrantes llegan a las grandes ciudades, la mayoría se inmersa en pequeños pueblos rurales no muy ricos. Cuanto más pequeño es el lugar, mayor es el impacto. El libro está dedicado a cuatro migrantes que conocí allí y que se abrieron conmigo al compartir sus inquietudes. Entre las historias de Ali, Bandiougou, Séni y Yves y lo que he podido vivir allí de primera mano buscaba escribir una novela muy realista que reflejase la situación tal y como es.
Sí, sin duda. Ya han comenzado e irán en aumento. De hecho, el final del libro es eso. La gente se va porque el medioambiente se enfurece. Todos los personajes se convierten en migrantes por algo sobre lo que no tienen ningún tipo de decisión.
Mohamed Mbougar Sarr el día de la entrevista. Fotografía: Alicia Oliva González
Es evidente que la literatura es mi forma de transmitir y reflexionar. No tengo una visión guerrera de la literatura, quiero decir que no hubiera empleado la palabra «arma». No la uso para pelearme ni defenderme de nada, sino para reflexionar profundamente en lo que soy como ser humano. Me gusta mucho el verbo transmitir. La literatura es mi manera privilegiada de relacionarme con el mundo. A través de la lectura y escritura intento decir lo que soy y lo que pienso.
No creo que exista una literatura africana como tal sino escritores africanos. Hubo una época en la que sí podíamos hablar de literatura africana. Emergió a principios del siglo XX, hacia los años 20-30, en una época en la que los escritores africanos estaban unidos por un mismo tema: la colonización. Fue entonces cuando surgió la negritud, un movimiento de valorización y liberación que marcó a los escritores y creó una unidad en la literatura pese a las diferencias entre unos y otros que inevitablemente existían. A partir los años 60-70, la cosa empieza a complicarse puesto que el tema que les ha unido, la colonización, termina. Es entonces cuando nacen nuevos escritores que ya no son los representantes de una población que tiene un objetivo común como la independencia y la soberanía sino que la figura del escritor pasa a ser individual, no colectiva. El autor como individuo se puede encontrar por ejemplo en Ahmadou Kourouma y Henri Lopès. Desde ese momento hasta hoy, diría que existen más bien escritores africanos que pueden no estar situados físicamente en el continente pero que poseen un imaginario africano.
Un buen escritor es ante todo un buen lector toda su vida y, pese a tener años de experiencia, debe volver siempre a sus referencias. Es importante tener escritores, maestros y obras de referencias que no dejen de humillarte para demostrarte que no eres nadie y que son muchos los que están por delante de ti. Si crees que por haber escrito o publicado vas a dejar una huella en la posteridad, te equivocas; siempre hay escritores que han dicho todo lo que querías decir y mejor. Esto es algo que hay que tener siempre presente.
Esa pregunta nunca me gusta responderla. Es muy difícil. Son muchísimos. Incluso las obras que no te gustan acaban inspirándote de una manera u otra, un libro siempre deja posos en ti. Algunos de mis referentes son africanos pero la mayoría son europeos por la educación que he recibido. Me suelo negar a citarlos todos porque siempre se me olvida alguno y no me quiero meter en ese compromiso, pero diré que hay un autor que leí con quince años y que supuso un punto de inflexión en mi vida: Balzac y en particular un libro, Père Goriot. Sentí que algo iba a cambiar, una especie de revolución en mí. Realmente sentí que entraba en lo que podemos llamar la gran literatura.
Son muchos los que me han marcado como escritores y personas pero si tuviera que citar a una persona contemporánea, que aún vive y escribe, es Sami Tchak. Es un escritor togolés que me parece muy interesante, exigente, humilde y culto. Es un verdadero maestro.
Creo que la palabra escritor ha conservado un cierto prestigio, pero es un prestigio muy simbólico. Hoy en día, cuando decimos “es un escritor” siempre parece impresionarnos. Sin embargo, el peso de su palabra ha disminuido mucho y es sobre todo porque la cultura ya no ocupa el mismo lugar que antes. Dicen que ahora leemos mucho más que antes, pero ¿qué leemos? ¿Acaso lo que leemos nos dice algo y permanece en nosotros? No lo creo. Con Internet y las redes sociales parece que la gente está más informada o por lo menos dispone de más medios para estarlo. La gente ya no tiene la necesidad de ir a buscar respuestas a sus preguntas existenciales en los libros. Si es que todavía hoy hay alguien que se haga preguntas existenciales, que no lo tengo muy claro. Creo que a día de hoy un escritor se equivocaría si de verdad pensase que puede cambiar el mundo. Yo antes incluso pensaba que podía cambiar la vida de una persona pero ni de eso estoy seguro ya. Tengo una opinión más bien pesimista del lugar del escritor en la actualidad.
Boubacar Boris Diop defiende que escribamos en las lenguas nacionales porque considera que es en estas lenguas como de verdad uno consigue trasmitir a su pueblo. Por lo tanto, yo —senegalés— debería escribir en uno de los idiomas nacionales de mi país: wolof o serer, que es mi lengua materna. Estoy totalmente de acuerdo con este planteamiento. De verdad creo que escribiendo en wolof o serer podemos alcanzar el imaginario profundo de los pueblos de los que hacemos parte; es más, creo que un escritor para llegar a ser importante debe primero dirigirse a su pueblo, aunque después su mensaje se universalice. Su pueblo debe reconocerle primero. Sin embargo, el gran problema es la lectura. Yo escribo en francés porque si escribo en serer o en wolof, no me leerán más por la simple razón de que la gente en Senegal no sabe leer un texto en wolof o serer. Es un problema de alfabetización. Paradójicamente, los que saben leer en las lenguas nacionales suelen leer también en francés. La solución pasa primero por educar. Una vez que el pueblo esté educado, entonces sí creo que el escritor africano ya no tendrá excusas para no escribir en su lengua materna. Una solución intermediaria a la que le he dado muchas vueltas podría ser escribir obras de teatro en lenguas nacionales para así transmitir al pueblo de una manera que comprendan.
Sí, desde luego que sí. Es uno de mis planes de futuro.
Sí, es un planeamiento muy interesante. Sin duda requiere tener los medios para hacerlo pero me parece una buena solución. El problema es que con esto nos alejamos de la lectura clásica y nos metemos en la pedagogía. Creo que es algo que desborda al escritor.
Cada vez soy más consciente de que pese a dominar el francés desde un punto de vista intelectual e incluso cerebral, no me expreso de manera plena. Aquello que debe expresarse desde mi imaginario profundo, mi corazón y mis tripas aún me cuesta hacerlo en francés. Es algo de lo que me he dado cuenta recientemente y la razón es muy simple: en la historia de la lengua francesa, soy —como africano— el último en haber aprendido este idioma. Senegal habla francés desde hace unos 150 años, lo cual comparado con los al menos cinco siglos que tiene la historia del francés no es absolutamente nada. Hay toda una tradición y una estructura que se me escapa. Aunque sea mi idioma y aunque lo domine, no lo aplico de manera plena o no me aplica a mí plenamente.
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