Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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Isabelle Mamadou nació en República Democrática de Congo. Su familia se trasladó a España en los años 90 durante los episodios de violencia que precedieron a la primera guerra civil (1996-1997) que sufrió el país africano. A partir de 2009 comenzó a trabajar en la defensa de los derechos humanos, concretamente en el acceso a la justicia de personas migrantes y afrodescendientes. En la actualidad sigue vinculada al sector de las migraciones forzosas. En 2016 fue seleccionada por Naciones Unidas (ONU) para especializarse en la lucha contra el racismo y la discriminación racial en el mundo. Forma parte del equipo español de implementación del Decenio Internacional para los Afrodescendientes (2015-2024). Traspasado su ecuador, es un buen momento para hacer balance.
Porque las contribuciones de las personas africanas han sido borradas de la memoria histórica de muchos países y porque seguimos siendo invisibles en numerosos espacios. El Decenio no es un regalo de las Naciones Unidas a las personas afrodescendientes. En su programa de actividades se recogen una serie de derechos que son para todas las personas, pero que por cuestiones estructurales no están llegando a las personas afrodescendientes.
El origen está en la Conferencia Mundial contra el Racismo que se celebró en 2001 en Durban (Sudáfrica), bajo el auspicio de la ONU. Ahora estamos celebrando los 20 años de aquel encuentro histórico. Fue la primera vez que los Estados reconocían a los afrodescendientes como un grupo históricamente marginado. Y la primera vez que reconocían también que las secuelas de la esclavitud son la causa de la desventaja de la población afro con respecto al resto de la sociedad. Tuvo una fuerza simbólica importante porque se celebró en un país que había sido dividido y devastado por el apartheid durante más de 40 años, y contó con el apoyo y el patrocinio de Nelson Mandela. De ahí, años más tarde, nace el Decenio, un período que comenzó en 2015 y finalizará en 2024 en el que la ONU y sus 193 Estados miembros se comprometen a adoptar medidas legales y a llevar a cabo actividades para concienciar, visibilizar y erradicar el racismo y la discriminación racial que sufrimos como consecuencia de la esclavitud y el colonialismo. El programa que abarca el Decenio nos permite, por una parte, conectar con nuestras realidades, es decir, dar a conocer nuestra identidad y nuestra herencia cultural africana y, por otra, dar a conocer las necesidades que tenemos. Es una oportunidad para abrir los ojos y actuar frente a la realidad del racismo estructural, y para que los Estados rescaten y destaquen todas nuestras contribuciones al progreso de la humanidad.
Lo que más me impacta es el trabajo que hacemos en alianza con otras organizaciones, la conexión con activistas antirracistas de más de 30 países. La coalición internacional que trabaja en torno al Decenio está formada por organizaciones de Europa, América Latina, el Caribe y Estados Unidos. En España, y en el resto de países, no hay un programa de medidas que pretenda acabar con la larga historia de invisibilización de las personas afrodescendientes o que busque, por ejemplo, incluir la historia de África en los planes de estudio o reconocer a las víctimas de la esclavitud. Lo que me enamora del Decenio es que sí incluye esas medidas, entre muchas otras, para deshacer la estructura de discriminación que se creó durante la época de la esclavitud y que se mantiene en la actualidad. No hay ninguna estrategia global antirracista como esta en todo el mundo.
Espero que al final del Decenio las personas afrodescendientes estemos representadas en todas las instituciones y en todos los espacios donde se tomen decisiones políticas, económicas, de relaciones internacionales… que nos afectan directamente, porque mientras no estemos en esos espacios, seguirán siendo únicamente las personas que no sufren el racismo quienes definan qué es la discriminación y cómo hay que erradicarla.
Empezamos en 2018 coordinando la primera visita de investigación del Grupo de Trabajo de Expertos sobre los Afrodescendientes de la ONU a España, y desde entonces no hemos dejado de denunciar y documentar la violencia racista. Hemos realizado campañas de concienciación, formamos a personas en la defensa de los derechos humanos y quizá nuestro mayor logro como equipo haya sido contribuir a la primera resolución que aprobó el Parlamento Europeo en 2019 sobre los derechos fundamentales de las personas afrodescendientes, donde se reconoce la responsabilidad de los países europeos en la discriminación racial estructural y que, además, pide que los Estados miembros de la Unión Europea (UE) reconozcan e implementen el Decenio. Lamentablemente, esos logros no serán determinantes mientras no se pongan en marcha acciones reales desde el Gobierno y, actualmente en España, más allá de alguna iniciativa puntual, no existe un plan de acción que recoja los compromisos de las administraciones de aquí a 2024. No sabemos qué se va a hacer, ni cuándo, ni cómo, ni el presupuesto que se va a dedicar, ni qué organismos se van a implicar, ni de qué manera se va a hacer partícipe a las comunidades negras, o el papel que van a jugar la sociedad civil, los medios de comunicación y las instituciones académicas. No sabemos nada.
Estamos encontrando muchísimas dificultades. Quizá la más grave es la negación del racismo institucional. En concreto, del racismo policial. Hay un silencio por parte de las instituciones frente a los abusos policiales, que no son casos excepcionales. Hay toda una estructura que promueve la violencia racista, no solo en España, sino a nivel global. Cuando el asesinato de George Floyd se convirtió en noticia internacional, muchos representantes del Gobierno condenaron en sus redes sociales la violencia policial en Estados Unidos. Sin embargo, no se está condenando la violencia policial en España de la misma manera, ni siquiera cuando la documentamos. Durante la pandemia de coronavirus hemos publicado el informe Racismo y xenofobia durante el estado de alarma en España, en el que están recogidos más de 70 casos de incidentes racistas, pero la respuesta institucional no ha sido la misma que con el asesinato de Floyd. Siempre es más fácil condenar la violencia racista fuera de nuestras fronteras. Todos los políticos con los que hemos hablado han sido muy receptivos y siempre hemos recibido una declaración de intenciones, pero el problema es que llevamos tres años con declaraciones de intenciones que no acaban de aterrizar en ninguna acción. Yo salgo a la calle y sigo siendo una mujer discriminada en todos los ámbitos de mi vida. Se necesitan unas acciones coordinadas más profundas y establecidas a largo plazo. Un seminario pasa, una campaña pasa, pero una política permanece en el tiempo.
Nuestro trabajo va a depender siempre de la voluntad política, y en este momento también de cómo evoluciona la emergencia sanitaria global, porque con la pandemia ha habido un retroceso importante en la lucha contra la discriminación racial. Es frustrante que en España estemos parados en este momento, pero estamos preparados para eso y, además, reconocemos que a nivel global se han conseguido muchos avances.
Tenemos más presencia y voz en los espacios internacionales y muchos países tienen ya una ley integral contra el racismo. Bélgica pidió perdón el año pasado por el daño causado durante el colonialismo en el antiguo Congo Belga –ahora República Democrática de Congo–. Desde la ONU se está recogiendo información sobre la historia de África y los desafíos a los que se enfrentan las comunidades afrodescendientes en la diáspora, con la intención de difundir después todo ese material. Muchos países se han comprometido a integrar estos contenidos en sus planes de estudio, que es uno de los objetivos del Decenio.
La comunidad africana y afrodescendiente está más organizada y se moviliza más. Hay una mayor visibilidad de la lucha antirracista tras la muerte de George Floyd gracias a las manifestaciones que ha habido tanto a nivel global como aquí. También hay más denuncia. Pero aun así no podemos afirmar que haya disminuido el racismo. Insisto, para que podamos avanzar, aparte del gran trabajo que está realizando la sociedad civil, se necesita voluntad y apoyo de las instituciones políticas. Se siguen produciendo violaciones masivas de los derechos humanos en la frontera sur, identificaciones por perfil racial, hay mano de obra esclavizada de mujeres y hombres africanos bajo el plástico de los invernaderos de Almería, sigue habiendo una carencia de referentes históricos negros en los colegios, hay muy poca representatividad política, etcétera. Podemos ser optimistas, pero si de aquí a 2024 no hay voluntad política y las instituciones no empiezan a actuar contra el racismo estructural, no vamos a avanzar como teníamos planificado. Por mucho que nos movilicemos, por mucho que sensibilicemos y por mucho que gritemos, sin apoyo institucional no avanzaremos como deberíamos.
Para mí los tres pilares de la lucha antirracista son visibilizar, documentar y denunciar. Denunciar no solo en España, sino en los espacios internacionales, porque muchas veces la presión de estos organismos es más fuerte que la presión de la sociedad civil dentro del propio Estado. Denunciar ante el Defensor del Pueblo y ante organismos como la ONU o la UE es fundamental. Para las instituciones, lo que no se puede contabilizar no existe. Muchas oenegés tienen servicios jurídicos donde se puede denunciar cualquier acto racista, lo digo especialmente para las personas que se encuentran en situación administrativa irregular y corren el riesgo de que, al denunciar ante la Policía, las detengan y las deporten. Cualquier caso de racismo se puede también comunicar a los relatores especiales de la ONU para que sean ellos quienes se pongan en contacto con el Gobierno de España y le pidan explicaciones y reparación para las víctimas.
Sobre todo en las consecuencias de la pandemia y en la violencia policial. Además, vamos a seguir trabajando de aquí a 2024 para que se materialicen dos iniciativas a nivel internacional. Por una parte, el Foro Permanente para Afrodescendientes, un órgano de alto nivel dentro del sistema de la ONU que se ocupará exclusivamente de las cuestiones afrodescendientes, y en el que algunos de sus expertos serán directamente elegidos por la sociedad civil afro. Y por otra, una declaración mundial sobre los derechos de los afrodescendientes, que sería el primer instrumento jurídico internacional que recoja nuestro derecho a vivir con dignidad, a tener nuestras propias instituciones afrodescendientes y a mantener nuestras tradiciones y culturas independientemente de donde vivamos, ya sea en África o en la diáspora. Hay otras declaraciones generales sobre la lucha contra el racismo, pero esta sería una declaración completa específicamente sobre los afrodescendientes.
No. Y la primera responsable es la ONU. La estrategia de comunicación debería ser mucho más potente y destinar más fondos a la difusión. Los Estados tienen la responsabilidad de coordinar las actividades y difundirlas, pero el primer organismo que lo tiene que hacer es la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, y si ellos no dan visibilidad al Decenio, difícilmente lo harán los Estados. Incluso entre la comunidad afrodescendiente se desconoce la importancia que tiene. Cuando damos charlas en la universidad, las personas blancas tienen mucha confusión en torno al término afrodescendiente, pero muchas personas negras también. Hacen una distinción muy grande entre afrodescendientes y africanos. Piensan que ser afrodescendiente es ser mestizo, o haber nacido en España, pero los afrodescendientes son todas las personas de ascendencia africana que viven fuera del continente africano, no solo las personas que nacen en España, sino también las personas migrantes que residen en la diáspora. Es el término que eligieron los Estados en Durban justamente para englobar a todas las personas que viven fuera de África y sufren discriminación racial. El denominador común es que, después de muchas generaciones desde el fin de la esclavitud, todavía sufrimos sus consecuencias, tengamos la piel más oscura o más clara. Que no te hayan insultado o llamado «negro» por la calle no significa que no sufras racismo. El hecho de que no se estudie la historia de África en los colegios forma parte del racismo. Todos somos víctimas de él, y es importante identificarse como afrodescendiente. A la hora de combatir la discriminación que sufrimos queremos incluir a toda la diáspora, sin dejar a nadie atrás.
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