No me imagino

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Este 2 de junio se casa mi amiga Ángela en la localidad de Puente la Reina (Navarra). Hace tiempo me comentó que había invitado a nuestro amigo keniano Prince, a su madre y a su hermana pequeña. Los tres nos conocimos trabajando en el centro de investigación de la universidad hace ya unos años.

Ahora nos vemos menos: yo estoy en Valencia, ella en Navarra y él en Nairobi, pero siempre que viajamos allá quedamos para tomar algo. El pasado mes de agosto yo estaba en Nairobi con motivo de las elecciones en el país y Prince me llevó a su centro electoral para poder entrevistar a un perfil de votantes de clase media. No todos los africanos viven en slums y quería reflejar la diversidad en el voto. Esa misma noche, su madre me invitó a cenar nyama choma con ugali, kachumbari y unas cervezas Tusker bien frías en un bar cerca de su casa con unos amigos de la familia mientras comentábamos si ganaría William Ruto o lo haría Raila Odinga.

Han ido a la embajada española en Nairobi a la cita para obtener el visado de turista y a Ángela le ha entrado miedo ante la posibilidad de que se lo denieguen. Le he comentado que conozco a un diplomático y me ha pedido que le escriba a ver si puede hacer algo. Esta persona me ha dicho en privado que se suelen denegar visados de turista si hay sospechas de que pretenden quedarse, pero que no debería haber problema con Prince al haber viajado ya dos veces a España y haber vuelto a su país. Nuestro amigo es economista, trabaja en un centro de investigación internacional con un salario que ya me gustaría para mí y viaja a Zambia constantemente por trabajo. Pero es africano.

Mientras hablaba con Ángela, me he topado en Twitter con el discurso en el Congreso de los Diputados del portavoz de la campaña Esenciales, Lamine Sarr. Han recogido 612.000 firmas que les han permitido presentar una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para regularizar la situación de miles de migrantes. Solo quieren poder firmar un contrato, cotizar y tener Seguridad Social, cosas básicas… Vamos, no ser ilegales.

Su discurso me ha hecho pensar. «Vosotros podéis bajar ahora mismo a cualquier agencia de viajes, comprar un billete de avión y llegar a mi país y disfrutar de la hospitalidad que tenemos en África, y nosotros no». Sarr se quejaba de algo que sufre Prince: pidió la cita en febrero para su visado y se la dieron para tres meses después, y ahora tiene que esperar casi otro mes más a la resolución, que espera que sea positiva. No dan fechas, y puede que no llegue a la boda ni aunque la resolución sea positiva.

Sarr, senegalés, recordaba también una premisa básica de quienes vienen y se quedan: «No nos movemos porque queremos. Salimos de nuestros países porque aquí se han firmado contratos de pesca de barcos europeos que saquean el mar senegalés. Trabajo con muchísimos pescadores que no se pueden ganar más la vida en el mar allí. ¿Por qué no cancelan estos contratos para que esos jóvenes puedan vivir, residir y trabajar dignamente en su país de origen?».

No me imagino la impotencia de que te denieguen un visado solo porque sí, y mira que como periodista he tenido dudas de que me dejaran entrar en algún país africano. Pero no, no me imagino ser Prince, Sarr o el chico que me vendió una pulsera en San Fermín en Pamplona y me comentaba que era ingeniero, pero que no le convalidan el título. No me imagino querer ir a un país a la boda de una amiga y no saber si voy a poder porque un funcionario en una embajada teme que vaya a quedarme a vivir allí. Si nada cambia, este año me mudaré a Kenia a trabajar, y no, tampoco me imagino que me digan que no puedo.

Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



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