Otro horizonte es posible

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Sudán del Sur reactiva la búsqueda de la paz con la vista puesta en las elecciones de 2024



Por Óscar Mateos



La reciente visita del papa Francisco ha vuelto a poner la realidad de Sudán del Sur encima de la mesa. Con unas elecciones aplazadas hasta 2024, la sociedad civil y las principales comunidades étnicas esperan que les permitan participar en el proceso de reconciliación nacional, igual que ocurrió en el Diálogo Nacional celebrado en 2016.



La historia de Sudán del Sur desde su independencia, en 2011, es una secuencia de expectativas frustradas. El nacimiento del último país soberano del mundo vino acompañado de una promesa de futuro para una sociedad que había sufrido las consecuencias de la guerra durante décadas. En 2013, sin embargo, con la independencia recién estrenada, el país se convirtió en el escenario de uno de los conflictos armados de mayor letalidad de la última década en el continente africano. El enfrentamiento entre la facción del SPLM (Movimiento de Liberación del Pueblo Sudanés, por sus siglas en inglés) liderada por el presidente del país, Salva Kiir, y la encabezada por el vicepresidente, Riek Machar, ha dejado más de 400.000 muertos y millones de personas desplazadas. Los esfuerzos diplomáticos de los últimos años han desembocado en dos acuerdos de paz: el de 2015, que naufragó en sus primeros compases, y el vigente en estos momentos, logrado en 2018, que establece el marco de la reconstrucción y reconciliación del país para los próximos años. A pesar de todo, Sudán del Sur no renuncia a escribir un futuro diferente del que augura el presente. La existencia de diversas iniciativas para impulsar la reconciliación y la convivencia, la posibilidad de celebrar unas elecciones democráticas –demoradas hasta 2024–, o el empuje de una generación de gente joven hastiada de la violencia y de unas élites políticas aferradas al poder, son algunas de las claves que pueden dibujar un horizonte diferente.

Un grupo de personas desplazadas a consecuencia de las inundaciones en Bor en 2020. Fotografía: Akuot Chol/GETTY


Historia de una frustración

El país quedó muy pronto marcado por una nueva etapa de protagonismo de las armas. Facciones que habían rivalizado históricamente en el seno del SPLA acentuaban sus diferencias y su desconfianza en el seno del nuevo Gobierno unitario. En este tiempo, además, todos los indicadores económicos y sociales han empeorado: el valor de la libra sursudanesa ha caído en picado, el índice de pobreza se ha disparado hasta el 82 % de la población y dos tercios de los sursudaneses necesitan algún tipo de asistencia humanitaria. El impacto de la pandemia y, sobre todo, de las inundaciones que en los últimos años han afectado a casi la totalidad del territorio han empeorado una coyuntura que, para el conjunto de la sociedad, es de una gravedad extrema. A ello cabe sumar las recurrentes denuncias por parte de numerosas organizaciones sociales de la existencia de un clima de impunidad y de falta de libertades. Con este telón de fondo, una idea planea en el ambiente: la independencia no ha comportado una verdadera libertad para el conjunto de la sociedad. O, dicho de otra manera, se constata cómo la libertad es algo mucho más amplio, complejo y multidimensional que la mera independencia política.

¿Qué motivos explican este escenario? Desde algunos medios de comunicación u organizaciones internacionales se ha insistido en narrativas demasiado simples, bien centradas en los conflictos identitarios –la rivalidad dinka-nuer–, o que responsabilizan de la situación a los egos personales de los líderes de las dos facciones enfrentadas –Kiir y Machar–, así como a la manifiesta incapacidad de la actual élite política para gobernar el país. Ambos aspectos –identidad y gobernanza– pueden ser importantes a la hora de entender la coyuntura actual si son debidamente contextualizados, pero por sí solos no explican nada. Una de las voces de referencia en el análisis de este contexto, el académico francés Gérard Prunier, ha insistido, por ejemplo, en no perder de vista factores estructurales que han condicionado la historia del país, como es la política colonial británica desde el siglo XIX. Otros análisis también aluden a la cultura de la violencia que se ha solidificado durante décadas de enfrentamientos armados, así como a la dinámica de división entre facciones del SPLA que el Gobierno de Al Bashir supo instrumentalizar y alimentar de forma magistral y que han dificultado la convivencia política desde el inicio. Lo que parece claro es que, más allá de las expectativas sociales, existen múltiples factores que ya desde un inicio planteaban enormes desafíos en la construcción de este nuevo Estado.

Salva Kiir, Al Bashir y Ali Osman Taha celebran la firma del acuerdo de paz entre Jartum y el SPLA en 2005. Fotografía: Adekunle Ajayi/GETTY



Del Diálogo Nacional a Wunlit

Por encima del pesimismo que impera sobre el presente y futuro del país, los últimos acuerdos de paz han incorporado el reto de la justicia transicional como un aspecto fundamental para superar las adversidades actuales. Los acuerdos de paz de 2015 y 2018 han contemplado la puesta en marcha de dos instrumentos que, sin embargo, en experiencias como la de Sierra Leona, han acabado siendo contradictorios y problemáticos. Por un lado, se contempla el establecimiento de una Comisión para la Verdad y la Reconciliación que logre esclarecer, desde la posición de las víctimas, las causas de fondo de décadas de violencia. Por otro lado, está prevista la configuración de un tribunal que juzgue a los principales responsables de la guerra. Mientras que la Comisión apuesta por una visión más sociocéntrica que parte del sufrimiento de las víctimas como forma de promover la reconciliación en el país, el segundo instrumento –impulsado especialmente por los actores internacionales– tiene como principal objetivo impedir la impunidad de los crímenes de guerra, una cuestión, por cierto, que preocupa al actual Gobierno por las repercusiones que para algunos de sus dirigentes podría tener. Está por ver el impacto de estos instrumentos en el proceso de reconciliación. Cunde la sensación de que ambas iniciativas acabarán siendo herramientas esencialmente diseñadas por las élites nacionales o internacionales y que contarán con poca participación de los actores sociales sursudaneses.

Existen, sin embargo, otras dos experiencias que han sido ensalzadas como iniciativas que podrían tener más potencial de transformación en el proceso de reconciliación. La primera ha sido el llamado Diálogo Nacional, convocado por el propio Salva Kiir en 2016 ante el clima de división y enfrentamiento existente. Destacan dos aspectos respecto a este proceso. Por un lado, aunque fue convocado por el propio Gobierno, las organizaciones sociales y comunidades locales se acabaron apropiando de espacios de deliberación, escucha, resolución de conflictos y visión sobre el futuro del país, convirtiendo la experiencia en una iniciativa mucho más de base de lo que se esperaba. Por otro lado, el informe final entregado al Gobierno a finales de noviembre de 2020 exigía, entre otros aspectos, la necesidad de impulsar un modelo federal que otorgue más poder a los estados; que la tierra sea «propiedad de las comunidades y gestionada por los distintos niveles de gobierno de acuerdo con la ley»; o que las actuales élites políticas del país den un paso al lado en la celebración de las primeras elecciones democráticas.

Una segunda iniciativa destacable es la que un think tank tan relevante en el Cuerno de África como es el Rift Valley Institute (RVI), y de la mano de uno de los expertos internacionales de más prestigio sobre la historia del país, Douglas H. Johnson, ha planteado sobre el modelo de reconciliación a seguir. Según estos, la clave del acuerdo de paz de 2005, que también implicó un Diálogo Sur-Sur que afrontó las graves divisiones internas dentro del SPLA –especialmente entre las ­comunidades dinka y nuer–, y que tuvo ­lugar desde 1999 hasta 2002 en la localidad de Wunlit (Bahr El Ghazal), se basó en espacios y mecanismos tradicionales que trenzaron sólidos lazos entre los líderes de comunidades fuertemente enfrentadas en ese momento. El «regreso a Wunlit», por lo tanto, significa volver a poner en el centro iniciativas comunitarias que partan de los enfoques tradicionales que tan buenos resultados dieron en el pasado. Para estos expertos «la paz de Wunlit “es” Sudán del Sur. Si no hubiera Wunlit, la bandera de Sudán del Sur no existiría hoy».

Dos jefes nueres, Isaac Magok (i.) y Kong Kual Kulong (d.) escenifican una danza ritual tras el Diálogo Sur-Sur de Wunlit. Fotografía: Michel duCille/GETTY



¿Qué futuro para el país?

En su reciente visita a Sudán del Sur, el papa Francisco fue contundente en su exhortación a los centenares de miles de personas que asistieron al encuentro convocado en Yuba: «Hermanos y hermanas […] estamos llamados a interceder por nuestro pueblo, a alzar la voz contra la injusticia y los abusos de poder que oprimen y utilizan la violencia para sus propios fines en medio de la nube de conflictos». Las contundentes palabras de Francisco recordaban también el gesto que el pontífice realizó en abril de 2019 ante Salva Kiir y Riek Machar, cuando se arrodilló y besó sus pies para pedirles el fin de la violencia. Y es que la necesidad de relevar a una generación de militares y políticos que ha crecido y vivido en un escenario de guerra y que hoy pilotan el destino del país, se entiende en muchos sectores como algo prioritario. Enfrente tienen a una generación de gente joven que ha crecido en contextos muy diferentes y que ansía poder construir un país libre de violencias, centrado en el ­bienestar de las personas. Las elecciones democráticas –las primeras que celebraría el país– podrían ser una buena oportunidad para impulsar ese relevo generacional que la nación necesita. No obstante, esta posibilidad se intuye como improbable. Es presumible que las viejas élites políticas sean reticentes a abandonar el poder a corto plazo o que teman represalias judiciales una vez estén fuera del cargo.

Los comicios, además, pueden incrementar el clima de división y crispación entre facciones a medida que se acerque su celebración. Todos los escenarios son posibles, pero también lo es uno en el que, tarde o temprano, se logre dejar atrás la violencia para escribir una historia diferente de este último país africano.


Para saber más

La guerra, sus causas y consecuencias, es la temática que subyace en buena parte de la producción académica, literaria o cinematográfica sobre Sudán del Sur. Este hecho es lógico si tenemos en cuenta que el país lleva prácticamente siete décadas de enfrentamientos armados casi ininterrumpidos que han tenido unas consecuencias humanitarias extraordinarias para generaciones enteras. Es muy difícil, por lo tanto, que sea cual sea el género que nos acerque a la realidad sursudanesa, pueda obviar el sufrimiento de millones de personas refugiadas, la búsqueda de la reconciliación entre comunidades enfrentadas o el papel históricamente controvertido de los actores internacionales.

En este sentido, uno de los mejores ensayos para aterrizar en un análisis exhaustivo, enraizado en años de experiencia en el país y bien documentado es, sin duda, el elaborado por el académico británico Douglas H. Johnson titulado The Root Causes of Sudan’s Civil Wars (James Currey/Oxford, 2003). Johnson, que acompañó durante años las negociaciones de paz previas al histórico acuerdo de 2005 entre el Gobierno de Jartum y el SPLA, desgrana magistralmente –tal y como su título indica– las raíces históricas y políticas de los múltiples conflictos y violencias que afectan a Sudán y Sudán del Sur desde el siglo XIX. Junto a Johnson, otro de los expertos internacionales sobre el país es Alex de Waal, del que vale la pena leer, desde una perspectiva regional y más amplia –con capítulos específicos sobre Sudán del Sur–, The Real Politics of the Horn of Africa: Money, War and the Business of Power (Polity, 2015).

Dos políticos y ensayistas sursudaneses que han escrito algunos títulos imprescindibles para entender la visión interna de los conflictos en este territorio son Francis Deng y Bona Malwal. De Deng, quien ha ocupado numerosos puestos políticos en Sudán y Sudán del Sur, así como en Naciones Unidas, puede destacarse, por ejemplo, War of Visions: Conflict of Identities in the Sudan (Brookings Institution Press, 1995), mientras que del segundo vale la pena poner de relieve Sudan and South Sudan: From One to Two (Palgrave Macmillan, 2015). En ambas obras se destaca la complejidad histórica de las relaciones entre las comunidades dinka y nuer, así como el papel siempre polémico de la comunidad internacional en la gestión de la violencia en el país. En cuanto a novelas escritas por autores sursudaneses, profundamente marcadas por historias vinculadas al desplazamiento y a los efectos de la guerra, pueden también señalarse En el infierno anida la ternura (Destino, 2011) de Aher Arop Bol; Beneath the Darkening Sky (Penguin Books, 2012) de Majok Tulba o Unknown: A Refugee’s Story (Text Publishing, 2022) de Akuch Kuol Anyieth.

En un registro muy diferente, y para acercarse a organizaciones dedicadas a la construcción de paz desde una perspectiva local y comunitaria, es muy importante, a la vez que interesante, conocer todo el trabajo que realiza el Rift Valley Institute en Sudán del Sur, así como en otros países de África del Este. El Rift Valley promueve investigaciones y estrategias de capacitación o de desarrollo fundamentadas en la participación de académicos, investigadores o profesionales sursudaneses. Esto lleva a que sus informes o análisis tengan siempre un enfoque diferente, claramente enraizado en la historia, en la complejidad de los diferentes aspectos que interactúan en la política y la sociedad del país, y que ofrecen pistas de comprensión muy genuinas. Vale la pena perderse por su página web en la multitud de publicaciones o, por ejemplo, en algunos de sus programas como el South Sudan Customary Authorities Project (SSCA) (que fomenta el papel de las autoridades tradicionales en los procesos de paz a nivel comunitario) o el South Sudan Women’s Research Network (que promueve la voz de las mujeres locales en el desarrollo de la investigación y la conservación del patrimonio).

Finalmente, es imprescindible el documental We come as friends (2014), dirigido por Hubert Sauper y Gabriele Kranzelbinder. Sauper, a quien ya conocemos por La pesadilla de Darwin (2004), presenta en esta ocasión las múltiples contradicciones –otorgando un papel especial a la presencia de actores como China o Naciones Unidas– a las que el joven país africano se enfrenta. En definitiva, nuevos y viejos actores que se mueven en las dinámicas de siempre.

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