Paiporta es Derna

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Llovía, llovía mucho. Ese martes 29 de octubre estaba en Turís, mi pueblo, la localidad en la que más agua cayó de toda España. Afortunadamente todos estamos bien, pero mientras veía la lluvia nunca pensé en las consecuencias que tendría esa tormenta que ahora todos conocemos por su sigla, DANA, una depresión aislada en niveles altos. 

Recuerdo que sí pensé, eso sí, en la gente que acababa de conocer en Liberia apenas un par de semanas atrás. Pensé en Promise y en su casa de chapa en un pequeño pueblo, Garpue, al que nos costó llegar una hora y media en un trayecto de pocos kilómetros porque la temporada de lluvias había dejado impracticable de barro la carretera. ¿Qué pasaría si esas lluvias cayeran así durante tanto tiempo allí? Si en mi casa habían aparecido goteras, ¿qué hubiese pasado en la suya?

Llevo años escribiendo sobre catástrofes causadas por el cambio climático en África y siempre sonaba lejano. He leído y escrito sobre el ciclón que sepultó bajo el agua la ciudad de Beira, en Mozambique, de inundaciones en el norte de Tanzania y de sequías extremas nunca vistas en un siglo en el sur de África, pero que están ocurriendo ahora mismo.

Por mucho que vi llover ese día, jamás pensé en la desgracia que mis ojos han podido contemplar después en pueblos vecinos. Simplemente pensaba en lo afortunado que era por tener una casa en condiciones que me diera un buen cobijo. ¿Qué sería de Promise si en lugar de en Turís hubiera diluviado en Garpue? Pensaba en ese mapa que mostraba el índice de vulnerabilidad climática y que tiñe África de rojo.

Mientras en Valencia se habla de las ayudas para personas que lo han perdido todo por la DANA, pienso en esos funcionarios africanos que trabajan desde Bakú (Azerbaiyán) en la COP29 para rascar unos euros que determinarán la hucha que habrá para las reparaciones de futuros ciclones, a ejemplo de lo que ocurrió con Freddy en Malaui, o de riadas como la de Derna en Libia. 

A los pocos días, cuando en mi pueblo se retomó la conexión a Internet y me pitaba el móvil de amigos y compañeros preguntando si estaba bien, seguía sin ser consciente de la tragedia. Pronto contemplé las imágenes de otros lugares y mis ojos no se creían lo que tenían delante. Paiporta era Derna. 

En ese alud de noticias pude ver algo que me alegró el corazón y conectó mi casa con el continente al que me dedico. Gracias a Sara Alonso y la radio, esa gran aliada en la oscuridad de la desconexión, conocí la historia de Kunle, un hombre que llegó con el Aquarius, el buque que acogimos en Valencia en el momento de máxima solidaridad con la inmigración irregular en España. Era 2018, pero parece otro mundo. Kunle vivía en Catarroja cuando llegó la lengua de agua. «Me he salvado por segunda vez», decía a pesar de haber perdido el coche y parte de su vida. 

Poco después se hicieron virales unos senegaleses cantando mientras limpiaban el barro en Alfafar. Se supo que vivían en Salou y que se habían cogido unos días libres para ayudar. También en Torrent unos senegaleses se pusieron a ayudar a las órdenes del párroco de Nuestra Señora de Monte Sión, que les pidió ir a Picanya. Estos son los que se han conocido, pero seguramente sean muchos más los anónimos que ayudan sin tener que salir en los medios. 

De todo, me quedo con esa tremenda solidaridad que hemos visto. Espero que a la hora de decidir dónde van nuestros impuestos, también pensemos que la lluvia que cayó en Turís y afectó a Paiporta lo hace también en muchos municipios de África que están mucho menos preparados. Para ellos espero que tengamos la misma solidaridad que hemos recibido.



Fotografía: Albert Llop / Getty

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