Pobreza y riqueza a vista de pájaro

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Makoko y Eko Atlantic, dos barrios sobre una laguna
La ciudad costera de Lagos, la más populosa de Nigeria, acoge entre sus interminables atascos una rica vida cultural y económica, pero también contrastes lacerantes. Fuimos testigos de uno de los más remarcables, el que existe entre el barrio popular de Makoko y el futuro megaproyecto de Eko Atlantic City.

La primera vez que vimos el barrio de Makoko, en Lagos, fue atravesando el Third Mainland ­Bridge que, con sus 11,8 kilómetros, es el segundo puente más largo de África tras el 6th October Bridge, de El Cairo (Egipto).

A pesar de sus cuatro carriles por sentido, el puente sufre atascos crónicos, lo que nos permitió recrear nuestra mirada y hacer algunas fotos de aquella aglomeración de casas de madera edificadas sobre la laguna. Se veían canoas, algunos pescadores y enormes balsas de troncos sobre las que caminaban las personas. Makoko era uno de los lugares que teníamos previsto visitar, aunque no sabíamos bien cómo, porque habíamos oído decir que no era un lugar recomendable para los extranjeros.

El origen del barrio se remonta a finales del siglo XIX, cuando ­grupos de inmigrantes, sobre todo de Benín –pero también de Togo y Ghana–, se asentaron en este lugar y empezaron a faenar como pescadores. Todavía hoy se hablan el francés, el fon y otras lenguas beninesas, incluso más que el inglés, que muy pocos manejan con fluidez. En los años 30 comenzó el negocio de los aserraderos con la madera que llegaba remolcada por mar desde los estados nigerianos del este, como Ondo, Delta, Bayelsa y Rivers. Hoy trabajan alrededor de 10.000 personas en torno a la madera, aunque la galopante deforestación no asegura un buen futuro para este negocio. Nadie supo precisarnos la población total del barrio. Un vecino de Makoko nos habló de más de un millón de personas, pero lo más verosímil es que vivan allí entre 150.000 y 300.000 personas.

Un vecino de Makoko repara sus redes de pesca. Fotografía: Sebastián Ruiz-Cabrera
Tierra y agua

En la archidiócesis de Lagos nos facilitaron el teléfono del sacerdote Mike Hunkuokue, párroco de Saint Paul y responsable pastoral de Makoko, que se brindó a acompañarnos. Su sotana blanca, su conocimiento de la zona y su amistad con muchas personas del barrio nos abrieron todas las puertas. Visitamos primero una de las capillas católicas del barrio, una humilde iglesia rectangular y no demasiado grande donde nos esperaban un grupo de catequistas y líderes de comunidad. Algunos se unieron a nosotros en nuestro recorrido por las tortuosas y estrechísimas callejuelas de tierra que solamente se pueden recorrer a pie y por donde un profano se perdería fácilmente.

Descubrimos pequeñas tiendas donde se vende casi de todo, peluquerías improvisadas, escuelitas en miniatura e iglesias evangélicas ocupando un mismo espacio. Pero también tugurios donde se vendían bebidas, aunque nos aseguraron que el alcoholismo en el barrio no es un problema. Era habitual escuchar el ruido de los generadores que compensan la falta de electricidad, pero mucho más la espontánea alegría de los niños y el recelo de los más pequeños, confundidos por nuestra piel blanca. Todo un espectáculo de vida empañado por la pobreza y la suciedad. En una estancia todavía en construcción fuimos invitados por Hunkuokue a conversar con un grupo de adultos que buscaban soluciones a los desafíos del barrio, como la alta mortalidad infantil por falta de servicios sanitarios o el fuerte absentismo escolar. En Makoko la gente se organiza por zonas por medio de jefes tradicionales, que son la única autoridad. Charlamos con Prosper Aivoji, un católico casado y padre de seis hijos que gobierna, juntos con otros jefes de comunidad, una de las zonas en la que viven cerca de 20.000 personas. Prosper nació en Nigeria pero tiene sus raíces en Benín, de donde es originaria su familia. «Aquí no hay policía ni organismos municipales, tenemos que ser nosotros los que organicemos la limpieza, los servicios sociales, las escuelas infantiles y últimamente también el servicio de seguridad, porque los robos son bastante frecuentes, muchas veces perpetrados por personas que no son del barrio», nos decía en perfecto francés.

La vida no es fácil en Makoko. Muchos de sus habitantes no disponen de documentación y viven ilegalmente en el país. Las autoridades de Lagos siempre han visto con malos ojos la existencia de este barrio marginal tan cercano al centro de la ciudad. En 2012 hubo una tentativa para desmantelarlo, pero la brutal intervención de la policía provocó varios muertos y las operaciones se pararon hasta hoy, aunque siempre queda la duda de que algo parecido vuelva a ocurrir.

Cuando la tierra firme termina y el espacio es insuficiente para tantas personas, la solución es ganarle terreno a la laguna construyendo casas de madera sobre el agua. Así ha crecido el pintoresco barrio de Makoko, que algunos llaman la Venecia nigeriana, donde las calles se convierten en ríos y las canoas son el único medio de transporte. A pesar de su pobreza, el conjunto guarda una extraña hermosura que atrae a curiosos y periodistas como nosotros, a juzgar por los múltiples artículos y reportajes fotográficos de Makoko que se pueden ver en Internet. Mike y nuestros acompañantes nos invitaron a un paseo en canoa y pudimos apreciar esos contrastes obscenos del barrio. Aquí se mezclan la belleza de los paisajes y de los nenúfares multicolores con las pestilentes aguas negras que los bañan, donde los niños nadan alegres desafiando infecciones de todo tipo.

En nuestra estancia en Makoko pudimos ver hombres arreglando redes de pesca, mujeres ahumando pescado para su venta y personas transportando todo tipo de objetos destinados al comercio. No vimos a nadie ocioso. Es la dignidad del pobre que lucha cada día para sobrevivir. Terminamos nuestra visita compartiendo con Mike y nuestros acompañantes un refresco en una de las improvisadas tabernas del ­barrio.

Desarrollo urbanístico de Eko Atlantic City, a pocos minutos de Makoko. Fotografía: Sebastián Ruiz-Cabrera

A solo unos minutos

Dos días después visitamos Eko ­Atlantic City, el mayor proyecto inmobiliario de África. Aquí el terreno al mar no se ha conquistado con gruesas estacas de madera clavadas en el fondo de la laguna, como en Makoko, sino con millones de toneladas de piedra y arena que han creado un espacio de alrededor de 650 hectáreas donde se construye un grandioso complejo residencial y de negocios reservado exclusivamente para gente con dinero. Concebido por el grupo libanés Chagoury en 2007, la crisis económica que golpeó a Nigeria ralentizó los trabajos y solamente en 2018 han estado operativas las dos primeras torres. Otros edificios comienzan a despuntar y los inversores no faltan, incluidos EE. UU., que en mayo de este año adquirieron 50.000 metros cuadrados para su nueva embajada en Nigeria. El gas natural será la principal fuente de energía del complejo, el acceso al agua potable está garantizado y se apuesta por vehículos eléctricos, aunque habrá que esperar décadas para ver completado el proyecto. Cuando eso ocurra, la llamada Dubái africana albergará alrededor de 300.000 residentes y oficinas para unos 150.000 ­trabajadores.

No vimos lujo excesivo en Eko Atlantic City, nada que no se pueda encontrar en cualquier barrio de clase alta en una ciudad española, pero después de conocer Makoko, a solo unos minutos en coche, el contraste nos chocó. La tendencia de los más afortunados a encerrarse en complejos vigilados por muros y guardianes para llevar un estilo de vida muy por encima de la mayoría de sus conciudadanos no es exclusiva de Nigeria ni de Lagos, pero este país y esta ciudad constituyen buenos ejemplos del injusto mundo en el que vivimos y del que todos somos responsables.

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