¿Qué pasa con la gran presa del Nilo?

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Retrasos y corrupción lastran el gran proyecto de Etiopía


Por Juan González Núñez desde Adís Abeba (Etiopía)


La primera piedra la puso el entonces primer ministro de Etiopía, Meles Zenawi, el 2 de abril de 2011, y su construcción debería haber finalizado hace tres años. Lleva retraso, bastante más del previsto, pero se empieza a perfilar su conclusión. Mientras, Etiopía, Sudán y Egipto discuten sobre el futuro de unas aguas de las que dependen millones de pescadores y agricultores.


Será difícil que algún lector de MUNDO NEGRO recuerde un artículo publicado en 2013, y menos aún que conserve las revistas de aquel año y se ponga a ojearlas para refrescar su memoria sobre lo que allí se cuenta en torno a la gran presa in fieri. El autor, que no es otro que el que ahora escribe, residía entonces por sus cercanías y la visitaba con cierta regularidad. Pasaron seis largos años y la oportunidad de visitarla de nuevo se la ofreció en bandeja la virgen y mártir Santa Bárbara, patrona de los bomberos, de los mineros, de los que usan explosivos… Porque mira que se han usado y seguirán usando explosivos en esta gran cantera al aire libre que es la presa. La Salini–Impregilo Costruttori, la empresa italiana que lleva las obras de construcción celebra Santa Bárbara con una Eucaristía en italiano para el personal allí destacado, que el autor tuvo el honor de presidir.

A quienes llevan el peso y la responsabilidad de la obra se los ve relajados y optimistas porque creen que lo peor ya ha pasado y que, si han superado ese «peor», los males que vengan también serán superables por más que una obra de las dimensiones de la que estamos describiendo esté siempre sujeta a imprevistos que la hagan zozobrar.

Fotografía: Eduardo Soteras / Getty

Carné de identidad de la presa

Las obras de la presa del Nilo Azul, la Grand Ethiopian Renaissance Dam (GERD), como se la vino a llamar tras dejar atrás su nombre inicial de Presa del Milenio, comenzaron en 2010 y se mantuvieron en secreto hasta el 2 de abril de 2011, fecha en que el entonces primer ministro, Meles Zenawi, puso la primera piedra. Desde ese momento, la presa pasó a ocupar un lugar central en la vida de la nación. Meles quiso hacer de ella todo un icono, definiéndola con frases tan rotundas como «el monumento que esta generación se hace a sí misma» o «la obra que sacará a Etiopía de la pobreza».

Ciertamente, el proyecto era colosal. Sería la presa más grande de África. Tendría 155 metros de altura en la parte más profunda, por 1.874 metros de larga. La cantidad de energía producida, los 5.600 megavatios calculados en aquel momento, sería más del doble de lo que producían todas las demás presas de la nación. Bien se podía afirmar que sería una enorme inyección de progreso, tanto porque remediaría la penuria crónica de electricidad en la nación, como por los ingresos que supondría la venta del excedente a países como Kenia, Yibuti, Sudán e, incluso, Egipto.

El 30 de marzo de 2011, un contrato del primer ministro con la empresa Salini Costruttori, adjudicaba a esta la realización de las obras por un valor de 4.800 millones de dólares. No había mediado ningún concurso público, lo que excluía automáticamente la financiación por parte de organismos internacionales, e implicaba que el Gobierno etíope asumía el peso íntegro de los gastos. Digamos mejor el Gobierno y el pueblo etíopes (Senatus populusque romanus), porque de inmediato se pusieron en marcha todos los mecanismos para escarbar en los bolsillos del ciudadano rico, medio y menos que medio, desde las inversiones en forma de bonos del Estado hasta los recortes al salario de los empleados públicos, el porcentaje sustraído al uso de los teléfono móviles, actos públicos diseñados para forzar la «generosidad» de los participantes… Si se trataba del bien futuro de la nación, ¿cómo no pedirle, pues, sacrificios?

Un agricultor sudanés compra adobes para la construcción de diques que protejan sus cultivos de las crecidas del Nilo. A la derecha, un pescador egipcio en Gabal al-Tear. Fotografía: Ashraf Shazly / Getty

Egipto, un escollo crónico

Por el mero hecho de su ubicación sobre el Nilo, la presa estaba destinada a ser polémica, porque para las naciones que están río abajo, Sudán y Egipto, sus aguas deberían ser intocables. El último tratado que se hizo sobre ellas data de 1959, y las naciones firmantes son precisamente Sudán y Egipto, que se las repartieron «equitativamente» entre las dos, 55,5 millones de metros cúbicos para Egipto, 18,5 para Sudán. Ninguna referencia a los demás países de la cuenca del gran río. Por supuesto que ninguno de ellos aceptaría un tratado en el que no tuvieron arte ni parte.

Las reclamaciones de Egipto comenzaron apenas tuvo noticia del proyecto y se han hecho recurrentes a lo largo de estos años, a veces de forma moderada, a veces tan explosivas como la del presidente Mohamed Morsi cuando afirmó que «todas las opciones» estaban «abiertas», lo que en el contexto se entendía que podía incluir un ataque armado. Otras menos contundentes incluían ayudar a los grupos disidentes refugiados en Eritrea, campañas internacionales de desprestigio… Su escaso éxito provocó que el mismo Sudán acabara por ponerse más del lado de Etiopía que de Egipto. En octubre de 2019, Egipto pidió reanudar las conversaciones interrumpidas en abril. Sudán y Etiopía no se mostraron favorables a volver a sentarse a dialogar: acusan a Egipto de haber hecho descarrilar las de la primavera.

Al ser difícilmente defendible que Etiopía no tenga derecho a construir la presa, las objeciones de Egipto se han centrado en el impacto negativo que esta producirá en su país, en particular durante el período de llenado, en el que necesariamente se reducirá el caudal de agua. ¿En cuántos años? Tras ir reduciendo, la última propuesta de Egipto cifra ese período en siete años con algunas condiciones acerca del caudal de agua a retener, una propuesta que Etiopía rechaza. Desde Adís Abeba se insiste en que el impacto de la presa sobre Egipto es más positivo que negativo, pues ayudará a regular el caudal de agua y reducirá la evaporación.

Al sonido de las trompetas de guerra egipcias, Etiopía respondió poniendo dispositivos antiaéreos en las montañas que rodean la presa. Pero todo parece una puesta en escena, pues un ataque armado, más que improbable, es casi impensable, dadas las repercusiones internacionales que tendría, sin mencionar los gravísimos daños a las dos naciones directamente implicadas. A fin de cuentas, Egipto ni fue ni previsiblemente será un obstáculo para la feliz culminación de la presa.

Un pescador egipcio en Gabal al-Tear. Fotografía: Khaled Desouki / Getty

La crisis de METEC

Mucho menos aparatosa –pero mucho más dañina en tiempo y dinero perdidos que el contencioso con Egipto– fue la crisis creada por Metals and Engineering Corporation (METEC), un conglomerado de empresas controlado por el Ministerio de Defensa, a la sombra del Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF, por sus siglas en inglés). METEC se creó en 2010 y creció de forma desmesurada durante el período anterior a la llegada al poder de Abiy Ahmed. Fabricaba tanto material militar como otros productos de uso civil –transformadores, paneles solares…–. El Gobierno le confió macroproyectos como plantaciones y fábricas de azúcar, pero también la parte eléctrica de la presa, incluida la adquisición de las turbinas, claves de todo el proyecto. Con la llegada de Abiy al poder y la caída del TPLF, en abril de 2018, los responsables de METEC fueron inmediatamente llamados a capítulo, lo que abrió la sospecha de que más que una empresa competente se trataba de una tapadera para la evasión de capitales por parte de la clase militar gobernante. Ninguno de los grandes proyectos había sido llevado a cabo, mientras que el dinero se había esfumado.

En agosto de 2018, tras la muerte en circunstancias extrañas del ingeniero jefe del proyecto de la presa, Simegnew Bekele, el Gobierno de Abiy canceló con METEC el contrato de la presa. Abiy comentó: «Se confió el complejo proyecto de la presa a gentes que no habían visto en su vida una presa y, si continuamos por este camino, el proyecto jamás verá la luz». Meses después, el brigadier general Kinfe Dagnew, ex director ejecutivo de METEC, fue arrestado con otros 40 altos cargos de la empresa. Kinfe fue detenido en la frontera con Sudán, mientras intentaba escapar de incógnito. Pero el mal estaba hecho y sus efectos negativos son irreparables: un largo retraso en las obras a la espera de las turbinas y otros equipos que fueron pagados pero que nunca llegaron.

Espacio que deberán ocupar dos de las turbinas de la presa. Fotografía: Eduardo Soteras / Getty

Presente y futuro

Los cinco años de construcción previstos en los comienzos se han convertido ya en nueve, y podrían faltar otros tres más. Pero nunca es tarde si la dicha es buena. Etiopía y su nuevo Ejecutivo siguen apostando por una obra en la que ponen grandes esperanzas. La empresa Salini–Impregilo sigue el día a día de los trabajos con empeño y optimismo. Parecen creer en el proyecto. El cometido confiado a METEC, y conducido al naufragio, ha sido ahora puesto en las manos de una empresa china. Tener a los asiáticos cerca es algo que siempre conviene, porque pueden venir al rescate de problemas mayores. En efecto, parece que no solo se limitan al aspecto técnico, sino que serán los bancos chinos los que financien las nuevas turbinas y todo el material eléctrico, lo cual supone un tercio de todo el coste de la presa. Salen así al encuentro de las dificultades económicas etíopes, que se están haciendo crónicas. Con el calendario de los trabajos notablemente retrasado, los 4.800 millones de dólares presupuestados al inicio no son suficientes, y alguien tendrá que venir a echar una mano.

Pero el 70 % hecho es ya bien visible y su aspecto impone. Un buen trecho del muro, por sus dos extremos, está ya concluido. Puedes caminar por un pavimento de cemento bien liso hasta que una valla te cierra el paso para no precipitarte al vacío. Desde allí puedes contemplar la parte central del muro, todavía mucho más baja. Puedes ver incluso sus entrañas, pues no es ni mucho menos un muro compacto, sino con muchos «agujeros», que solo un técnico en la materia sabría explicar. Luego desvías un poco la mirada y la diriges hacia el cauce del río, por donde las aguas del Nilo todavía circulan íntegras, para consuelo de Egipto, y casi te da vértigo: 155 metros de profundidad, vistos desde lo alto sin más protección que una ligera barandilla, impresionan.

Lo más precioso de la presa son la turbinas. No se aprecian, claro. De momento, ni siquiera están. Se ven los espacios preparados para ellas, adosados a la cara posterior del muro. Inicialmente se pensaban instalar 15 turbinas de 350 megavatios cada una. En 2017 se decidió instalar 16, 14 de 400 megavatios y dos de 375. Estas dos últimas se instalarán antes y podrían comenzar a producir electricidad a caballo entre 2020 y 2021. Las restantes comenzarán a funcionar solo cuando toda la presa esté concluida. En total, se calcula una producción de 6.350 megavatios.

Más datos curiosos: el lago creado tendrá una superficie de 1.874 km2, la mitad aproximada del lago Tana, el más grande de Etiopía. Pero acogerá 74 km3 de agua, es decir, el triple que el Tana: este no pasa de los 15 metros de profundidad, frente a los 140 de la GERD en el cauce del Nilo.

La reubicación de los habitantes de la zona inundada por el nuevo lago ha sido ya realizada sin mayores dificultades. Se trataba de un número que no llega a 20.000 personas. Para un pueblo que vive de una agricultura de subsistencia y cuyas casas se construyen en un par de días, el tema de la reubicación es algo practicado con frecuencia. Dada, además, la todavía abundante disponibilidad de tierras, las que han sido ofrecidas a los desplazados son probablemente mejores, al mismo tiempo que se les ha dado la posibilidad de un mejor acceso a la escuela, el agua o la electricidad.

Para una nación que, como reconoció la presidenta de Etiopía, Sahle-Work Zewde, en la sede de Naciones Unidas el pasado octubre, todavía cuenta con un 65 % de personas sin acceso a la electricidad y con cortes crónicos allí donde existe el acceso, la GERD será sin duda ese salto hacia adelante que permitirá a Etiopía «dejar atrás la pobreza», tal como afirmó el primer ministro Meles Zenawi en su inauguración, y tal como sigue afirmando el actual mandatario Abiy Ahmed y, con él, toda una nación que quiere caminar con paso firme por la vía del progreso.

ACUERDO PARA EL LLENADO

Por Javier Fariñas Martín

La GERD se ha convertido, desde su concepción, en un foco de conflicto entre los países ribereños, y la batalla se libra ahora sobre su llenado. Habida cuenta de su magnitud, el reto es alimentar la presa. El temor de los egipcios era un llenado rápido, lo que tendría consecuencias imprevisibles para el suministro humano, los cultivos y el ecosistema ribereño. Frente a eso, Etiopía abogaba por llenar la presa cuanto antes. Mientras que desde Adís Abeba dejaban caer que en seis años podrían completar el proceso, los egipcios pedían ralentizarlo hasta los 18 o 21 años. Diferencias sustanciales, en definitiva.

Después de años de negociaciones, donde las posiciones se acercaron pero nunca llegaron a coincidir, la reunión celebrada en Washington a finales del pasado mes de enero, en la que participaron los ministros de Asuntos Exteriores y Recursos Hídricos de Etiopía, Egipto y Sudán, alumbró un principio de acuerdo que prevé que el llenado «sea ejecutado por fases», de forma «cooperativa» y «teniendo en cuenta las condiciones hidrológicas en el Nilo Azul y el impacto potencial del llenado en los embalses río abajo». Además, no se ha estipulado un volumen fijo de agua por año, sino que se tendrán en cuenta factores coyunturales vinculados a la evolución del caudal. La firma definitiva de este acuerdo –que, en realidad, manifiesta la dificultad para ponerse de acuerdo– estaba prevista para finales de febrero, después del cierre de esta edición de MUNDO NEGRO.

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