¿Racismo?

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Canarias experimenta un cambio social y modifica su mirada hacia las personas migrantes.

Angustia, miedo, frustración e indignación son algunos de los sentimientos experimentados en las islas Canarias durante los últimos meses. La mezcla de una mala gestión, falta de información y voluntad política, junto con los efectos económicos de la pandemia, fueron la bomba que terminó estallando en una tierra con tradición acogedora, formada por personas que saben lo que significa migrar y con una especial capacidad para comprender al que llega de fuera.

La palabra “angustia” viene del latín angus, que significa zozobra, desesperanza, no saber qué hacer, contradicción… Define lo que hemos vivido estos meses», explica de forma concisa y directa Teodoro Bondyale, secretario de la Federación de Asociaciones Africanas de Canarias (FAAC), insistiendo en la perplejidad con la que, una vez más, las islas vivían una crisis migratoria en la que la gestión política y humanitaria no estuvo a la altura. «Con la pandemia se juntaron el hambre con las ganas de comer, además de que en Madrid no tenían las ideas claras sobre qué hacer, ­porque el problema no es la recepción del otro sino resolver los problemas de los países que producen migrantes. Hay que cambiar el discurso porque el problema no son los emigrantes sino la gestión de los flujos migratorios», argumenta desde la reflexión de años de experiencia y la seguridad, como reconocerá más tarde, de haber pasado de la lucha radical a la acción más constructiva.

Teodoro Bondyale, secretario de la FAAC. Fotografía: Carla Fibla García-Sala



Bondyale pronuncia frases que se convierten en sentencias: «No sabemos recibir al otro. No acogemos, sino que recogemos», y no titubea al condenar al sur de Europa «a la zozobra» por decidir impedir que los flujos migratorios lleguen al norte.

La pregunta que encabeza este reportaje se centra en si la presión migratoria vivida por las islas Canarias desde agosto del año pasado –con 23.000 llegadas registradas al concluir 2020, lo que provocó el hacinamiento en condiciones inhumanas de más de 2.000 personas en los 400 metros cuadrados del puerto de Arguineguín durante 90 días–, ha provocado un cambio de actitud y de sentimientos en la población canaria. Las manifestaciones a favor y en contra de la presencia de personas migrantes en las islas, o los enfrentamientos, insultos y la inédita forma de increparse entre vecinos han llevado a una confrontación que partidos políticos de extrema derecha, sin presencia hasta el momento en el archipiélago, han aprovechado para avivar el fuego y hacerse un hueco. También es interesante saber si el poso de la violencia verbal vivida en un territorio donde se puede ver barrer las calles con enormes hojas de palmera, como ocurre en los países africanos, será mayor que las lecciones de la historia, una identidad construida en la experiencia de haber querido o tenido que migrar para sobrevivir o alcanzar una vida mejor, pero que hoy está en el «lado bueno» del relato.

«Los flujos migratorios son una bendición de la condición humana. El país que recibe fuerza migratoria de trabajo, juventud o energía, se desarrolla. Lo vimos en los pueblos de Almería, en el Maresme catalán. La cosificación de llamarles “­subsaharianos” porque son negros es como si a los españoles se les llamase “subpirenáicos, subalpinos o subcau­cásicos”. Necesitamos información y contacto», continúa Bondyale, lanzando un mensaje para los que están en la costa africana a punto de subirse a una embarcación: «Animo a los que emprenden la odisea de la inmigración a que sean coherentes porque están en plena lucha y morirán muchos, pero al final ganarán, lo hará la humanidad. Y no habrá excusas para el que tiene que tomar decisiones».


Mame Cheik Mbaye. Fotografía: Carla Fibla García-Sala


Canarias es mi hogar

«Aquí me casé, nacieron mis dos hijas, mi padre vivió 40 años y yo llegué por reagrupación familiar. Me siento bien en este lugar, sin olvidar que soy africano y lucho contra las injusticias, porque lo que está pasando afecta a muchas personas», confiesa Mame Cheik Mbaye, presidente de la FAAC, en cuya sede hablamos. Llegó hace 12 años y trabaja como educador social con menores extranjeros a los que acompaña en su proceso de adaptación a un mundo en el que, además de que todo es diferente, experimentan el rechazo por el color de su piel. «El racismo existe en cualquier parte del mundo. A mí, si me llaman “negro” por la calle no me ofende, porque yo soy negro, pero hay personas que no saben qué contestar. En la sociedad actual vivimos un aumento de ese rechazo por lo que la ciudadanía ve en las redes sociales, la televisión… El problema es que no se hace un seguimiento del tema, qué les ocurre a estas personas después, si se quedan o siguen su ­camino. Carecen de esa información. Y si a eso le sumas el coronavirus… Están frustrados y buscan culpables. Una cuarta parte del racismo que hay en estos momentos, se debe a la pandemia», añade Mbaye, para el que la sensibilización en la que se implican los africanos, «que son los que lo han vivido, los que han tenido la experiencia y hablan de lo que saben, de lo que han sufrido», es la solución.


Fefi en el puerto de Arguineguín. Fotografía: Carla Fibla García-Sala


Sin rigor humano

«Se ha diluido lo humano. En esta cultura líquida, lo fundamental es nuestra dignidad. Además de la pasividad del pueblo, porque somos responsables de lo que ocurre. [Lo que ocurrió en Canarias] Fue un cóctel de crispación política, deshumanización y pasividad», sentencia Fefi, activista de derechos humanos. Meses después de que el puerto de Arguineguín –localidad en la que reside– dejara de estar ocupado por «personas tratadas como animales», sigue emocionándose al recordar las llegadas que vivieron durante los últimos meses de 2020. «Cuando los transbordaban y los veíamos encogidos y con la cabeza agachada, sentíamos su impotencia desde la distancia, porque no se permitió acceder a ellos o entregar ayuda en ningún momento».

Fefi asegura que jamás había visto el odio y percibido la violencia de los argumentos con los que les increparon en las acciones y marchas que organizaron desde la Red Canaria en Defensa de los Derechos de las Personas Migrantes, colectivo en el que también trabaja el Secretariado Diocesano de Migraciones. «Fue increíble, porque son personas sencillas, familias enteras y gente mayor que cuando la posguerra tuvo que emigrar para sobrevivir y sacar a la familia adelante. Nos gritaban que nos los llevásemos a nuestra casa. Yo no daba crédito. Está pasando algo que nos impide ver al otro como alguien que nos necesita, digno de ser acompañado para que no sufra», añade manteniendo la esperanza de que sea el miedo el que crea esa barrera que impide discernir, ver y comprender la situación. «Quiero creer que lo vivido no permanecerá, pero está haciendo mucho daño a nuestra sociedad, y el peligro es que quede un poso y que sea fácil que resucite. El discurso es muy insistente e incluso estando el puerto vacío es fácil que se reavive. La responsabilidad de todos es que no ocurra. Hay que utilizar sus estrategias, pero en sentido contrario, elaborar y enviar mensajes constructivos, de concienciación. Y si vuelve a ocurrir poder plantarnos y decir “no”».


Koldovike Velasco en Las Palmas de Gran Canaria. Fotografía: Carla Fibla García-Sala


Guerra en la frontera

La activista Koldovike Velasco Vázquez es una referencia por su implicación en causas relacionadas con los derechos humanos, el antimilitarismo y la acción directa no violenta, además de su participación en la campaña Regularización YA. «La guerra contra las personas migrantes genera muertes, desapariciones, tortura, violación de derechos y libertades en las que FRONTEX (Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas), la agencia de deportación con sede en Canarias, es responsable. Además, diez de las 21 operaciones españolas en el exterior están en el Sahel. Por eso decimos que la guerra empieza aquí, y es aquí donde debemos pararla».

Sin fisuras en la crítica al «paraíso fiscal de la desigualdad y la ­desinversión social en políticas públicas» en el que asegura que se ha convertido Canarias, Velasco aporta datos: «Hay un militar por cada 145 personas, un agente de control o de represión por cada 116, una psicóloga contratada cada 17.000 y una trabajadora social cada 24.000 personas».
El racismo estructural en las políticas migratorias y la habitual respuesta represiva son un mantra que aparece en muchas conversaciones entre las personas que defienden los derechos de las personas migrantes. «Estamos viviendo una situación de shock, injusticia y precariedad, y ese es el sentido que tienen las fronteras, que no son un fenómeno natural, al contrario que la migración».

«Lo peor que nos puede suceder es olvidar nuestra historia, y eso ya está pasando. No se da información, sino que se construye un mundo de fantasía ajeno a nuestra realidad y que genera un miedo-ambiente potenciado por el fanatismo y la lucha entra las clases populares que acaban culpando al último que llegó al barrio…, el migrante», sentencia Koldovike Velasco.


José Antonio Benítez, párroco de Nuestra Señora de la Paz. Fotografía: Carla Fibla García-Sala


Dolor e impotencia

«En agosto [de 2020] empezaron a llegar a nuestras costas, y de septiembre a noviembre se hizo insostenible. Alcanzamos una cota de inhumanidad impensable. El culmen fue el vídeo de esas ratas llevándose trozos de pan de los que estaban durmiendo en el muelle. ¿Cómo hemos caído tan bajo? Y las autoridades nacionales sin hacer nada, a pesar de las denuncias del juez de vigilancia del CIE, del alcalde, del presidente del Cabildo de Gran Canaria, del defensor del pueblo», relata José Antonio Benítez, misionero claretiano y párroco de Nuestra Señora de la Paz. Benítez también trabaja en el CIE de Barranco Seco cuando le permiten prestar allí sus servicios. «No nos dejaron acceder en ningún momento al muelle, ni como parroquia, ni como Secretariado de Migraciones, ni como curas, ni como Cáritas. Tampoco podían acceder los medios… Prohibieron que pudiéramos empatizar con esa realidad, porque lo que no se ve no se siente. Y al carecer de información se fue alimentando el caldo de cultivo de los bulos y las noticias falsas, algo que no se había visto nunca en la sociedad canaria».

Benítez repite una coletilla que es imposible dejar de escuchar en estas tierras: «El pueblo canario siempre ha sido acogedor, ha emigrado y rara es la familia que no tenga a una persona que haya tenido que salir para buscarse la vida».

«Apareció un discurso muy racista y xenófobo, y lo peor eran determinados comentarios en personas de Iglesia, de comunión diaria. Gente que escucha determinados relatos y se los cree. Fue muy difícil desmontar un discurso tan visceral», añade mientras señala la gravedad de que en la actualidad estén viviendo en «una realidad opaca» porque las personas migrantes han sido distribuidas en las 7.000 plazas de los CATE (centros de atención temporal de extranjeros).


Farhana Mahamud Tish, abogada y vicepresidenta de la Asociación de Mujeres Africanas en Canarias. Fotografía: Carla Fibla García-Sala


Hay mucho ruido

«En una charla de sensibilización que hicimos en un instituto les puse dos imágenes: una de un inglés que viene de vacaciones a un hotel y otra de un muchacho negro de vacaciones. Sobre la primera me dijeron que era un guiri, y que la segunda se correspondía con un inmigrante que llegó en patera. Lo peor es que cuando les dije que ambos eran turistas se sorprendieron. Me dio miedo, ­porque tengo la sensación de que si se vulnera algún derecho de esas personas no se darían cuenta», explica Farhana ­Mahamud Tish, abogada y ­vicepresidenta de la Asociación de Mujeres Africanas de Canarias (AMAC).

Mahamud Tish también insiste en que el pueblo canario «es un referente en solidaridad y hermandad», y que con «la excusa» del coronavirus se han limitado mucho las acciones de sensibilización que pueden cambiar mentalidades. Al ser abogada de oficio, últimamente ha habido meses en los que la han llamado hasta seis veces. «Al hablar árabe me comunico con ellos sin problema y eso les da confianza. Les intento dar la mejor asistencia y sobre todo informarles bien de sus derechos, porque al turista se le recibe con champán, mientras que al que viene en una patera, sin seguridad y poniendo en riesgo su vida, no se les acoge, solo se le da el discurso de los requisitos para poder quedarse. El interés económico debe quedar de lado».


Aboubakr Dram. Fotografía: Carla Fibla García-Sala


«No es el pueblo canario»

Esther Santana y Aboubakr Drami son trabajadores sociales. La primera es canaria y religiosa dominica de la Congregación Romana de Santo Domingo. Vivió un año en Benín, donde entendió lo que significa sentirse extranjera. El segundo es maliense, llegó hace 13 años en patera, y trabaja en el centro de menores que le acogió.

Los dos personifican experiencias migratorias completamente diferentes. En la primera hubo seguridad y confort durante el viaje, mientras que en la segunda la vida estuvo en juego y su protagonista tuvo que buscarse un hueco en una cultura nueva, con un idioma y un entorno completamente ajenos. «Para las personas que están encerradas sin haber cometido ningún delito es importante poder hablar, aunque las condiciones de visita en los CIE no son las adecuadas porque tenemos que estar en el patio, incluso dar la clase de español sin poder acceder a un lugar con mesas y sillas. Ellos valoran que se les escuche, poder contar sus historias», explica Santana, a la espera de que la evolución del coronavirus les permita volver a los CIE. Por su parte, Drami concentra sus esfuerzos en que a los chavales que han sobrevivido al viaje «les vaya bien, insistiéndoles en que deben adaptarse a la vida de aquí y ser buenas personas».

«Me produce mucho dolor cuando veo en las redes sociales comentarios xenófobos y racistas. Me preocupa porque pienso: “Esta no es mi gente, no somos nosotros, no es el pueblo canario”, ¿qué nos está pasando?», comenta la religiosa dominica, quien confiesa haberse sentido a ratos como en una pesadilla, y busca una justificación en la situación económica del archipiélago canario, que es una de las regiones más pobres de España. «Hay que decir la verdad, el racismo está aumentando mucho. Cuando voy a comprar algo, al enseñar mi tarjeta en la que dice que soy de Malí, empiezan a increparme y a hablar de “toda esa gente que no para de llegar”. Hay veces que me dan ganas de salir corriendo al leer determinadas cosas en las redes sociales», dice Drami.

Esther Santana. Fotografía: Carla Fibla García-Sala



Santana no esconde su preocupación por el futuro migratorio en las islas: «Lo peor viene ahora, porque el foco está en otro sitio y la vulneración de derechos se hace a escondidas. La transparencia es incluso menor y siguen improvisando y permitiendo la “caza” al magrebí, la persecución a las personas migrantes. Hay que estar con las antenas muy atentas». Y Drami pide que no olvidemos lo que somos: «Los valores europeos incluyen el respeto de los derechos humanos. Sé que cuando venga, el Estado los cumplirá. Por eso pido a la gente que resista y no se deje llevar por el odio».

El escritor canario Alexis Ravelo, autor de De fuera vendrán, es un interesante observador de esta transformación –por el momento provisional– de la sociedad canaria. «No me reconozco en lo que está pasando, ni tampoco la idiosincrasia de los canarios. Siempre hemos sido acogedores y tolerantes. Los que vienen a vivir y trabajar siempre han enriquecido esta sociedad», comenta Ravelo tras presumir de pertenecer a uno de los pueblo más tolerantes de España. «Ciertos mitos de cerrazón aquí nunca pudieron calar porque decaen al estar en contacto con el otro. Ese discurso funcionó así hasta que empezaron las primeras “oleadas de inmigrantes ilegales”. El que convierte en un delincuente a un inmigrante es el que pone la ley que le impide ser un inmigrante».

Ravelo confirma lo expuesto: «Hay un cambio a peor en la sociedad canaria, sobre todo en los más humildes», y no cree que esos sentimientos contrarios a la presencia migratoria en las islas, a los que quizás se les esté prestando demasiada atención mediática, sean mayoritarios. Apunta, eso sí, una posible fórmula mágica: «Si no prohíbes la inmigración, deja de ser un problema».

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