RDC: 20 años de inestabilidad en la región oriental

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Geopolítica de los Grandes Lagos
En este mes de se cumplen dos décadas de un conflicto que permanece silenciado internacionalmente y enquistado regionalmente. En este análisis se destila una obviedad cruel: el caos y la guerra tienen más rédito que la paz y la democracia.

Por Iván Navarro Milián

En este mes de julio se cumplen 20 años del inicio de uno de los conflictos armados más devastadores y complejos de la historia contemporánea africana: la Segunda Guerra de República Democrática de Congo (RDC). Un conflicto que ha visto cómo, con el paso del tiempo, sus dinámicas, motivaciones y actores se han ido transformando de manera exponencial sin dar tregua a la población que habita en el este del país.

Primer episodio: Primera Guerra de Congo (1996-1997)

La denominada Segunda Guerra de Congo se inició en julio de 1998 con la decisión del recién instaurado régimen congoleño de Laurent Desiré Kabila de romper las relaciones militares con sus hasta entonces aliados Ruanda y Uganda. La relación entre el nuevo Gobierno de Kinshasa y los Gobiernos ugandés (Yoweri Museveni) y ruandés (Paul Kagamé) se remonta a 1996, cuando estos enviaron sus tropas a República Democrática de Congo (entonces Zaire) en apoyo a la rebelión liderada por Kabila bajo la Alianza de las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Congo-Zaire (AFDL), con el fin de derrocar al régimen de Mobutu Sese Seko, quien, entre otros factores, estaba cobijando en la región de los Kivus a las milicias hutus acusadas de cometer el genocidio en Ruanda en 1994. Este episodio dio pie a la que se conocerá como la Primera Guerra de Congo (1996-1997) y supondrá la caída de Mobutu y la llegada al poder de Kabila el 17 de mayo de 1997, quien renombró el país bajo el nombre actual de República Democrática de Congo.

El estallido de la violencia en la región hunde sus raíces en diversas causas estructurales desde mediados de 1994 con la llegada a la región de los Kivus de alrededor de dos millones de personas refugiadas hutus tras el genocidio en Ruanda, entre ellas, las responsables del genocidio: las fuerzas del ya ex ejército ruandés Fuerzas Armadas Ruandesas (ex FAR) y las milicias hutus interahamwe. La presencia masiva de refugiados hutus incrementó las tensiones interétnicas existentes en la región, sobre todo entre los recién llegados con la población local autóctona y la población tutsi congoleña de origen ruandés (los banyaruandas y los banyamulenges), quienes habían sido expulsados de Ruanda hacía décadas asentándose en la región de los Kivus. Esto dio pie al inicio de la violencia, prolongando el conflicto ruandés en un nuevo teatro de operaciones en territorio congoleño.

Tropas del Ejército Patriótico de Ruanda atraviesan Bukavo, situada al este de RDC. Fotografía: Archivo Mundo Negro

Segundo episodio: La Segunda Guerra de Congo (1998-2003)

Tras la toma de poder de Laurent Kabila, la alianza entre Kinshasa, Kampala y Kigali se romperá –tan solo un año después– debido a diferentes factores: la expulsión de los tutsis del nuevo Gobierno congoleño; la negativa de Kabila de facilitar la integración económica y comercial de RDC en la Comunidad del África del Este; las acusaciones de Ruanda y Uganda a Kabila de seguir favoreciendo las insurgencias ugandesas y ruandesas en su territorio; o la acusación del Gobierno de Congo hacia sus aliados de saquear los recursos naturales nacionales y violar los derechos humanos, entre otros.

Las desavenencias dieron pie a la ruptura de la cooperación y a la orden de expulsión, decretada por Kabila en julio de 1998, de todas las tropas extranjeras en alusión a la presencia de los ejércitos de ambos países vecinos, lo que dio pie al inicio de la Segunda Guerra delCongo. El conflicto armado también se conoció como la Primera Guerra Mundial Africana o, como la define el profesor Mbuyi Kabunda, «Primera Guerra Panafricana», debido a su carácter de guerra continental en la cual participaron diez países africanos. Del lado del Gobierno congoleño estuvieron Zimbabue, Angola, Namibia, Chad, Libia y Sudán, así como diferentes milicias locales. Del otro frente se encontraban los ex aliados de Kabila, Uganda, Ruanda y Burundi, apoyados también por milicias de diferentes orígenes.

En 1999 se logró un alto el fuego que permitió la apertura de las negociaciones de paz. También significó el despliegue de la misión de mantenimiento de la paz de la ONU en el país, la MONUC, que fue en su momento la mayor misión del organismo a nivel mundial.

La guerra en su versión inicial, con Uganda y Ruanda como agresores principales, llegó definitivamente a su fin en 2002, con la firma de los acuerdos de paz de Pretoria (RDC-Ruanda) y Lusaka (RDC-Uganda) que significaron la retirada de las tropas extranjeras del país. Estos acuerdos fueron posibles en gran parte debido a la llegada al poder de Joseph Kabila, quien sustituyó a su padre Laurent Kabila al frente del estado después de su asesinato el 16 de enero de 2001 por miembros de su guardia presidencial. Estos hechos nunca han sido realmente esclarecidos.

Ilustración: Mundo Negro

Esta etapa de la guerra se caracterizó por el papel preponderante de los recursos naturales, principalmente el oro, los diamantes y el coltán, que pasaron de ser el combustible de la guerra a su principal objetivo. Al respecto, un dato significativo: como consecuencia de la intervención, Uganda se volvió un exportador mundial de diamantes sin haber producido un solo quilate en su territorio.

La participación de Uganda en la guerra fue denunciada por el Gobierno de RDC en el Tribunal Penal Internacional (TPI) que años después la condenaría, entre otros aspectos, por violaciones de los derechos humanos, reclutamiento de menores soldados, incitación a la confrontación étnica y, de manera específica, por saquear la riqueza del país.

La transición: 1+4 = 0

A nivel interno, el fin de la guerra se logró a partir de la apertura de un periodo de transición generado a través del denominado dialogo intercongoleño, que logró la firma del Acuerdo de Paz de Sun City (Sudáfrica) en el año 2002. En él se acordó adoptar un sistema de poder compartido: la famosa formula 1+4, según la cual Kabila mantendría la presidencia y se crearían 4 vicepresidencias: una para un representante del antiguo Gobierno, otra para el principal partido opositor no armado y las otras dos para dos líderes rebeldes (uno de ellos para Jean-Pierre Bemba, quien recientemente ha sido absuelto de crímenes de guerra en el TPI tras ser condenado a 18 años de cárcel). La fórmula colocó a la cabeza del aparato del Estado a aquellas figuras responsables del caos, quienes lejos de buscar la reconciliación y poner en marcha las medidas adoptadas en el acuerdo de paz durante la transición, se dedicaron a saquear el país y a rearmar a sus milicias. De ahí que en Congo se conociera popularmente como la fórmula 1+4=0.

En esta lógica de gobierno transicional, el país reformó la Constitución y celebró unas confusas elecciones presidenciales en 2006, que dieron una victoria ajustada en segunda vuelta a Joseph Kabila, con el 58,05 por ciento de los votos, frente a Jean-Pierre Bemba, quien obtuvo el 41.95 por ciento. En los comicios, se prohibió la candidatura del histórico líder opositor Étienne Tshisekedi. Unos resultados electorales que volvieron a poner en una situación compleja al país.

2004. Balance demoledor

El impacto de la guerra desde 1998 hasta el año 2004 en la población congoleña es difícil de medir con precisión. El Comité Internacional de la Cruz Roja estimó entre 3,4 y 4,4 millones las personas fallecidas debido a la violencia, aunque otras fuentes situaron las cifras entre 6 y 7 millones. Además, el conflicto armado generó 3,4 millones de personas desplazadas internas, a la par que otros 2 millones de personas que buscaron refugio fuera de las fronteras. Otra de las peores caras de la violencia fueron las violaciones de guerra, que sumaban alrededor de 40.000 casos en los últimos seis años según informes de 2004 realizados por Amnistía Internacional.

Milicianos Mai Mai en Baraka, en la provincia de Kivu del Sur. Fotografía: Archivo Mundo Negro

Tercer episodio: Inestabilidad en los Kivus e Ituri (2004-2009)

Sin embargo, ni el balance desastroso del conflicto para la población civil, ni la firma de la paz con Ruanda y Uganda, ni la constitución del nuevo Gobierno de transición, ni la celebración de elecciones, detuvo la violencia principalmente en las provincias de Kivu Norte y Sur, e Ituri.

En la región de los Kivus, en el año 2004 el conflicto armado se volvió a reactivar con el ataque a Bukavu por parte de las recién creadas fuerzas rebeldes del Consejo Nacional para la Defensa de los Pueblos (CNDP) de Laurent Nkunda, quien se autoproclamó nuevo defensor de la comunidad tutsi congoleña. Tras diferentes procesos de paz fallidos, en enero de 2009 el Ejército congoleño, con el apoyo del Ejército ruandés, desplegó una ofensiva contra el CNDP, que se saldó con la división interna del grupo y la deposición del liderazgo de Nkunda, que fue sustituido por el general Bosco Ntaganda. Nkunda fue detenido en Ruanda  el 22 de enero de 2009, y Ntaganda puso fin a las hostilidades firmando la paz con el Gobierno congoleño en marzo de ese mismo año.

Paralelamente, en la región de Ituri, fronteriza con Uganda, las milicias locales, así como los grupos rebeldes extranjeros, sobre todo los ugandeses Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés) de Joseph Kony y, en menor medida, las Fuerzas Aliadas Democráticas (ADF, por sus siglas en inglés) prosiguieron con las hostilidades. En 2008, y después de la ruptura del Acuerdo de Paz de Yuba entre el Gobierno ugandés y el LRA, este último volvió a incrementar los ataques en RDC, lo que dio pie al despliegue de la operación militar «Lightning Thunder» (trueno luminoso) que atacó las bases del LRA en el país, generando de nuevo un gran impacto en la población civil.

Cuarto episodio: El M23 y el ADF (2012-2017)

Ilustración: Mundo Negro

La paz en los Kivus nuevamente no durará mucho, y en el año 2012 ex miembros del CNDP, que se había integrado en el Ejército congoleño tras el acuerdo de paz, desertaron creando una nueva rebelión. Nacía así el M23, en alusión a la fecha de implementación del acuerdo de paz, 23 marzo de 2009, y cuyo incumplimiento los rebeldes denunciaban. Esta rebelión contaba con el apoyo indirecto de Uganda y Ruanda, según denunciaron la ONU y Human Rights Watch, y alcanzó su punto más álgido en noviembre de 2013, cuando fuerzas rebeldes tomaron la ciudad de Goma. La captura de esta ciudad fronteriza generó importantes presiones de la comunidad internacional, y en febrero de ese año se firmó un acuerdo entre los 11 países africanos de los Grandes Lagos para ayudar a estabilizar la región y retirar el apoyo a los grupos rebeldes.

Mientras tanto, en Ituri, a principios de 2013 la guerrilla de origen ugandés ADF volvió a iniciar una oleada de reclutamiento forzado y secuestros en la región, generando una nueva escalada de ataques contra la población civil que se mantiene hasta la actualidad. El LRA, por su parte, fue perdiendo con el tiempo capacidad militar, siendo hoy en día una fuerza residual.

La situación hoy

En el conflicto congoleño, una realidad ha estado latente hasta la fecha, y es que, para muchos actores internacionales, regionales y locales, la guerra y el desorden han sido durante mucho tiempo más lucrativos que la estabildiad y la democracia. Solo transformando esta terrible ecuación, la población congoleña podrá algún día alcanzar la paz, y esperemos que esta llegue con justicia y dignidad. 

 

La región en cifras
  • La población desplazada interna alcanza los 4,1 millones de personas en el conjunto de RDC, lo que sitúa al país a la cabeza en número de desplazados internos en África.
  • Más de 622.000 personas se encuentran refugiadas en países vecinos, 100.000 de ellos debido a la violencia producida solamente en 2017.
  • RDC alberga en su territorio a más de medio millón de personas refugiadas de los conflictos presentes en los vecinos Burundi, República Centroafricana, Ruanda y Sudán del Sur.
  • Alrededor de 7,7 millones de personas padecen inseguridad alimentaria grave y aproximadamente 13,1 millones de personas (en su mayoría mujeres y menores) necesitarán protección y asistencia humanitaria a lo largo de este 2018.

Fuente: Escuela de Cultura de Paz de la UAB.

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