Refugiados en el palacio de Isabel II

State House, Somalilandia

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State House, un símbolo en el corazón de Somalilandia.

Texto y fotos Sara Cantos

Lo que debía ser un acontecimiento histórico para la Somalia británica, la visita de la princesa Isabel, se convirtió primero en una decepción y después en un símbolo. El palacio que se construyó para acoger a la futura monarca es hoy un campo de refugiados.

 

A mediados del siglo pasado los ciudadanos de la antigua Somalia británica (hoy Somalilandia) recibieron la noticia de que la entonces princesa Isabel II de Inglaterra visitaría la colonia. Sería la primera de la Corona inglesa en llegar a ese territorio del Cuerno de África sobre el que ejercía protectorado. Para la ocasión se ordenó construir en Hargeisa, la capital, una residencia para la estancia de la heredera al trono británico durante su visita al país. El resultado se llamó State House, un edificio imponente con ínfulas de fortaleza defensiva y diseño similar en algunos rasgos a un castillo. Corría el año 1952. Estaba todo preparado para la ocasión, pero el padre de Isabel II murió y ella tuvo que cancelar el viaje para asistir al funeral y ser coronada reina de Inglaterra. La visita, finalmente, nunca se produjo, pero la residencia ya estaba construida. Hoy, más de medio siglo después, viven en ella refugiados de la guerra de la independencia de Somalilandia.

«El edificio nunca llegó a acoger a Isabel II, pero pasó a ser la residencia oficial del gobernador británico en el protectorado de Somalia», relata Mohamed Hassan Djama, taxista y agente turístico en Somalilandia. Hoy State House es uno de los campos de desplazados internos más grandes del país, establecido hace más de un cuarto de siglo por somalíes que retornaron de campamentos de refugiados en Etiopía y Somalia tras la declaración de independencia de Somalilandia en 1991.

 

Chozas en los exteriores de State House

Un bool delante de los muros exteriores de State House. Fotografía: Sara Cantos.

 

Con el avance de los años, la pobreza y los conflictos bélicos, State House ha crecido fuera del edificio y se ha extendido hacia el centro de Hargeisa, dando nombre a un barrio entero de refugiados al que en los últimos tres años también se ha sumado un creciente número de familias desplazadas por la sequía. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) es uno de los barrios más pobres del país. «La mayoría de familias que viven aquí apenas pueden sobrevivir. Los hombres que encuentran trabajo consiguen hacer de conductores, limpiando o de camareros en bares gracias a la cercanía al centro de Hargeisa. Las mujeres se quedan en casa, no trabajan», apunta Mohamed. Alí tiene 20 años, vive en la State House desde niño y se lamenta de que no tiene trabajo ni dinero que aportar a su familia. Se queja de la falta de oportunidades, de la pobreza y de no tener nada provechoso que hacer cada día. «Los más pobres vienen a este barrio a vivir, cada vez somos más y la situación peor», reflexiona.

En la actualidad viven en el conjunto de State House (entre el edificio y el barrio) más de 30.000 personas, unas 4.5000 familias según datos del Gobierno. Todas tuvieron que huir un día de sus ciudades de origen y, en su conjunto, representan todos los problemas que han marcado (y lo siguen haciendo) la historia de Somalilandia, único país del mundo no reconocido como tal a pesar de contar con moneda, Constitución y cuerpo de seguridad propios.

 

Una mujer camina por el campo de refugiados. Fotografía: Sara Cantos.

 

Una parte de Hargeisa

Este gran campamento de refugiados y desplazados internos se ha consolidado ya como un distrito más de Hargeisa. Su apariencia es una suerte de laberinto de chabolas coloridas con forma de iglú y cuartuchos hechos con chapa que confluyen en un espacio central donde se encuentra la State House.

El barrio tiene todos los elementos de cualquier campo de refugiados, con la diferencia de que en el centro se erige ese enorme edificio en ruinas -vestigio de la frustrada residencia real- que marca el espacio y el tiempo de cada familia del distrito. Los que viven en el interior de esa especie de castillo son los desplazados más antiguos del lugar, llegaron hace 26 años, inmediatamente después de la independencia de Somalilandia. En anillos concéntricos, ya en el exterior, se disponen el resto de las familias que han ido llegando, cada vez más pobres.

Los últimos en llegar a este campo de refugiados urbano, cuenta Mohamed H. Djama, «son los que viven más lejos de la State House mientras que dentro del edificio viven los que vinieron primero, los que sufrieron la guerra civil». Viven sin saneamiento ni cobertura sanitaria, en calles de tierra, en pequeños cuartos o en cabañas redondas hechas con ramas de árboles y cubiertas de trapos y telas de colores. De esta manera ha ido creciendo State House hasta convertirse en el barrio más pobre de la capital de Somalilandia.

Recorrer el barrio y el propio edificio supone un paseo por medio de una amalgama de casuchas, cordeles con ropas tendidas y caminos embarrados por donde transitan las cabras. «Este escenario es muy diferente al pretendido cuando se construyó State House», irrumpe Mohamed. Puesto que Isabel II suspendió definitivamente su visita a Hargeisa, el edificio se habilitó como residencia del gobernador británico y también como casa de huéspedes para visitantes ilustres. Trasladar la State House de mediados del siglo XX –en cuyos jardines incluso se jugó al golf– al suburbio que es en la actualidad es un alarde de imaginación y una muestra del proceso sociopolítico que ha vivido esta región del Cuerno de África.

 

Tres niñas en la entrada de State House

Tres niñas en una de las entradas de la residencia fallida de Isabel II en Hargeisa. Fotografía: Sara Cantos.

 

Los efectos del conflicto

La guerra de finales de los 80 del siglo pasado –que enfrentó a los rebeldes de Somalilandia con el poder de Mogadiscio– destruyó casi todos los edificios de Hargeisa, acabó con la vida de más de 50.000 personas y casi borró a la ciudad del mapa. Quedó devastada a causa de los bombardeos y reducida a apenas un lugar de paso para las caravanas de camellos que atravesaban el desierto. Pese a ser antaño enclave estratégico como cruce de caminos y enlace directo entre Etiopía y la costa, hoy State House se parece más a un pueblo masacrado y abandonado a su desdicha. Está al suroeste de la ciudad, en una zona que, si no fuera por la sequía, podría ser considerada como una zona verde. Los senderos de tierra, las casas recubiertas de trapos, mantas y telas, las basuras, los escombros y la vegetación reseca ponen el atrezo. Los protagonistas son sus vecinos. Mohamed calcula que más de la mitad son niños y adolescentes. Ellas, cubiertas con el chador, son mayoría en el campamento. Juegan, cocinan, sacan a los animales a pastar, cuidan de los hermanos pequeños, reconstruyen las tiendas donde habitan y que se deshacen con el paso del tiempo.

Los alrededores de State House no regalan ninguna pista para adivinar que eso en su día fue un pequeño campo de golf. Ahora el verde inglés de la hierba es un secarral, los invitados ilustres de los años 50 no se atreverían a entrar en los bool (nombre que reciben las cabañas redondas –o iglúes– hechos con telas y plásticos) y el bienestar del que gozaba el gobernador en la zona hoy no está garantizado ni de lejos, sino más bien amenazado ante la propagación de la polio entre sus habitantes. Nadie recibe ayudas gubernamentales y la supervivencia es un ejercicio diario.

Según explica Mohamed, natural de Hargeisa y refugiado somalilandés en Yemen años atrás, ya son menos las familias que residen dentro del edificio. A pesar del estado de ruina de la fortaleza destinada a ser residencia de la hoy reina Isabel II, aún conserva la mayoría de los muros de su perímetro, algunos ventanucos e incluso el escudo de la Casa Real británica que, esculpido en piedra, preside una de las grandes entradas a una estancia. «La mayoría de los vecinos ahora prefiere estar fuera porque el edificio cada vez está más deteriorado». La mayoría del ­recinto está al aire libre, la piedra con la que se construyó está seriamente dañada por los bombardeos de los 90. Sin embargo, su interior es un bullir de vida y actividad doméstica. Mujeres que tienden, otras cocinan, niños que juegan, jóvenes que deambulan ociosos sin mucho destino en el que emplear las horas del día.

 

El avión que bombardeó Hargeisa.

El avión que bombardeó Hargeisa en 1988 es hoy un reclamo en una de las plazas de la ciudad. Fotografía: Sara Cantos.

 

Refugiados desde 1990

La mayor parte de las familias se instalaron en State House en 1990, cuando tuvieron que huir de diferentes zonas de ­Somalilandia en tiempos de la guerra que les enfrentó a la Somalia italiana. Algunos se refugiaron en la vecina Etiopía para escapar de las atrocidades del régimen de Siad Barre. Cuando este abandonó el poder, los refugiados regresaron poco a poco a un país destruido y se establecieron donde pudieron, por ejemplo, en la State House. Pasaron de ser refugiados de guerra en Etiopía a desplazados internos en Somalilandia.

El edificio fue seriamente dañado en 1988, cuando el Gobierno de Mogadiscio bombardeó Hargeisa y la ciudad colapsó, sobre todo los edificios oficiales y la sede del gobierno local. En la actualidad se puede ver el avión responsable de los bombardeos expuesto a modo de trofeo, como un monumento urbano más, en el centro de la ciudad, coronando una de las plazas más concurridas y de mayor paso de la urbe, justo antes de llegar al mercado.

La segunda gran oleada de personas que se asentó en State House llegó en 1999 a consecuencia de la hambruna que azotó Somalia y que provocó el desplazamiento de 70.000 personas por la escasez de alimentos y la reanudación del conflicto civil. La tercera y última se está produciendo ahora, a consecuencia de la sequía que amenaza desde hace tres años gran parte del Cuerno de África.

En el último año, este drama se ha intensificado. Miles de familias dedicadas al pastoreo han visto morir todo o parte de su ganado y se han visto forzadas a cambiar el mundo rural por la ciudad para intentar ganarse la vida. Este éxodo demográfico, además de despoblar las regiones del interior de Somalilandia, está saturando de flujos migratorios tanto Hargeisa como su entorno. Aquí se concentran los más populosos asentamientos de desplazados internos por la sequía, como el campo de Digaale (casi 1.000 familias) y el Campamento A (unas 500 familias); y los campos de refugiados de guerra más longevos, como el de Nasoo Xabloode, donde desde hace más de 20 años viven sin acceso a electricidad, agua, sanidad, educación o a unas mínimas instalaciones de saneamiento un millar de familias de Mogadiscio, con heridas físicas y secuelas de la guerra.

En State House están representados todos los tipos de desplazados forzosos que se dan en Somalilandia. Por un lado, los ciudadanos que llegaron a principios de los 90 tras la escisión de la región de Somalilandia de Somalia. Por otro, los que huyeron del conflicto bélico en Mogadiscio y, en último lugar, los desplazados internos por la sequía.

Joven tendiendo ropa.

Una de las refugiadas en State House tiende la ropa junto a varios muros ruinosos del edificio. Fotografía: Sara Cantos.

 

Un país inexistente

Precisamente después de una guerra civil que duró una década, el pueblo de la zona noroccidental de Somalia estableció unilateralmente en 1991 un nuevo Estado llamado República de Somalilandia. Hargeisa se convirtió en el centro político y económico de un país que, a día de hoy, sigue sin ser reconocido internacionalmente. Esta ciudad en la que no llegó a poner ni un pie Isabel II, cuenta con casi un millón de habitantes y su economía depende principalmente de las remesas y la exportación de ganado. Esta coyuntura es similar en el resto de Somalilandia. No obstante, la inauguración el pasado mes de mayo de la ampliación del puerto de Barbera, en el nordeste del país –que generó gran expectación y presencia de medios de comunicación occidentales y asiáticos– da cuenta del peso que el Gobierno de Somalilandia está depositando en la logística y el comercio marítimos como sectores para apuntalar su maltrecha economía. Su condición de país no reconocido por ningún otro le impide el acceso al crédito internacional e incluso a la ayuda humanitaria. La razón: en el terreno legal, Somalilandia no existe.

Con un presupuesto propio muy limitado para atender poco más que a lo irrenunciable (más de la mitad del dinero se destina a seguridad, no en vano pese a la frágil estabilidad del Cuerno de África, Somalilandia es segura y se está abriendo poco a poco al turismo), las circunstancias adversas creadas por la sequía ponen en jaque a un territorio eminen­temente nómada y dependiente hasta ahora del ganado.

El Observatorio de Prevención de Conflictos y Violencia de Somalia, con base en la Universidad de Hargeisa, está investigando la vulnerabilidad y las oportunidades del creciente número de personas desplazadas, gran parte de las cuales viven en la State House, el palacete de Isabel II cuyos inquilinos son refugiados.

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