Publicado por Carla Fibla García-Sala en |
Dedos largos y esbeltos, las manos elegantes de las mujeres en Sudán son especiales. Cuesta no fijarse en ellas cuando las usan para expresarse, ayudándose de su movimiento para que el discurso sea contundente. Son manos que estudian, que organizan, que preparan bocadillos para los manifestantes, que conducen, con las que generan enérgicos aplausos cuando meten gol, que abrazan y arropan. Sin olvidar el dedo en alto de Alaa Salah, fotografiada por Lana Haroun, para advertir y dirigir.
Son la mitad de la población, pero solo ocupan el 31% de los escaños del Parlamento y únicamente un 10% es titular de una cuenta bancaria. Más del 86% de las mujeres entre 15 y 49 años ha sufrido la mutilación genital, y apenas llega al 15% las que han podido acceder a educación secundaria.
Es probable que estas cifras oficiales, las más recientes aunque tengan años, solo sean representativas en parte porque, además del profundo cambio que está viviendo el país desde diciembre de 2018, hace ya años que las mujeres sudanesas luchan en diferentes campos, desafiando a las estadísticas y cada vez más convencidas de que mientras no se les escuche y se tengan en cuenta sus opiniones, el país no saldrá adelante.
Para conocer esa pieza fundamental del cambio en el “nuevo Sudán” vamos a detenernos en diferentes lugares, a entrar en los despachos, las casas o acudir a cafés donde tuvimos el privilegio de conocerlas. Esta es la intensa radiografía femenina del Sudán actual.
Profesora de primaria expulsada por el régimen de Al Bashir a principios de los noventa. Fundó junto a sus compañeros la organización Teachers First for Trainning and Research (en la actualidad cuenta con mil maestros), mientras se formaba en el activismo educando a niños de la calle en Omdurman.
Desde una habitación modesta, invadida por un sol radiante, Zainab Benadrine, enumera los desafíos educativos del nuevo Gobierno: «Los que gestionan los colegios, institutos y universidades siguen siendo miembros de los Hermanos Musulmanes; hay que crear nuevos materiales porque el actual es fundamentalista; y combatir la pobreza y el analfabetismo de las propias familias, además de los problemas de seguridad en Darfur, Sur de Kurdofan y Blue Nile». Es consciente de que en le período de transición será imposible ejecutar el cambio radical que necesita el sistema, pero al menos recuperar la enseñanza en inglés y rehacer el contenido de lo que se estudia. La intención es que el presupuesto de apenas un 2% que ni siquiera se llegaba a gastar se multiplique por diez, como pedía el Comité de Maestros a la Coalición por la Libertad y el Cambio (FCC, en sus siglas en inglés). «Antes del Gobierno islamista había graduados en medicina e ingenierías que han trabajado en grandes universidades y en instituciones como la NASA. Los profesores sudaneses formaban a los de Yemen y los países del Golfo».
Pero, además, Zainab es madre: «Crie a dos chicos y una chica durante ese período. Nos apoyábamos ente nosotras como mujeres. Veía a los que tenían menos privilegios y les intentaba apoyar. Así empecé a trabajar en los grupos de mujeres, un espacio público para ayudar a las más discriminadas, las que eran atacadas, las que estaban con niños en la cárcel».
Participó en la revolución, emitía con fuerza el ulular en la cita diaria de los días más duros, los de la incertidumbre porque no lograban doblegar al régimen, para que la presencia de las mujeres impusiera. Detuvieron a sus hijos, uno de ellos durante 3 meses, permanecía cada día al menos un par de horas en la sentada, y vivió con angustia la masacre del 3 de junio. “Mi hijo estaba durmiendo allí. Intentaban mantener a las fuerzas de seguridad fuera de la zona. Aquella noche me despertaron los gritos: «Los han matado, los han quemado… una masacre. Cada vecindario estaba bloqueado. Nadie hablaba. La gente estaba traumatizada. Fue el día más triste de Sudán, una guerra callejera no anunciada». Zainab forma parte de un grupo que está documentando los asaltos a las mujeres durante el ataque del 3 de junio. «Hicimos entrevistas a las que estuvieron allí, algunas fueras violadas, otras amenazadas, la mayoría fue golpeada y detenía, todas las mujeres acusan a los yanyuid como los autores de la masacre».
A esta experta en derechos de la mujer con una larga experiencia en organizaciones no gubernamentales le sorprendió el movimiento que se generó en la calle, con mujeres cogiendo el micrófono y subiéndose al capó de un coche para liderar la revolución. Pero, recuerda que la revolución actual tiene su origen en el tesón de los movimientos de mujeres que comenzaron a luchar hace décadas, las mismas que aseguraron el voto en igualdad de condiciones para las mujeres tras la independencia. «Es un cambio real que no ha venido sólo por la revolución, estamos en un periodo de transición, tenemos 4 ministras, y 2 mujeres en el Consejo Supremo. Es el fruto del trabajo acumulativo hecho desde 1956 por las mujeres sudanesas. El resultado de las pioneras sudanesas que trabajaron duro para asegurar y proteger los derechos de las mujeres en Sudán», explica Entisar Abdelsajeh Ibrahim tras enumerar una lista de mujeres referencia del país.
«La deteriorada situación económica, con una alta tasa de inflación y la moneda local muy devaluada afecta al bienestar de la gente. Y en las zonas donde sigue habiendo conflicto es peor, porque existe una mayor presión hacia las mujeres, muchas de ellas son la cabeza de familia, y tienen que mantener a los niños. También sufrimos las estructuras desiguales en este país, con leyes y regulaciones que van en contra del empoderamiento de las mujeres, como la propiedad de la tierra, o la herencia que se rige por la ley islámica percibiendo la mujer la mitad que el hombre. Y por último el acceso a créditos en los bancos, muchas mujeres no pueden optar por carecer de aval, de una tierra o una casa. Tenemos que organizarnos mejor porque ahora hay representación, pero eso no conlleva una verdadera participación».
Apunta las dificultades para que las jóvenes no abandonen sus estudios en Secundaria, en el caso del mundo rural donde deben trasladarse a otro lugar y vivir en residencias, un opción que no suele ser del agrado de las familias por temor a que abusen o que se queden embarazadas. El consejo de esta sonriente y animada veterana: «Creer en ellas, aumentar el nivel de confianza, ser conscientes de que somos igual que los hombres, que ellos no son mejeros; trabajar en sus capacidades, nivel de educación, para ser independientes económicamente». Y destaca la visión de género y los esfuerzos ya realizados por el Primer Ministro, Hamdock, en la línea de los grupos de mujeres, teniendo en el horizonte esa representatividad del 50%.
Profesional altamente cualificada, la doctora Nahla Yafal habla deprisa con un perfecto inglés. Especializada en oncología trabaja desde hace casi 20 años en el hospital especializado de la capital y junto con los padres combonianos, dirigiendo los cursos de formación especializada de la Universidad de Ciencias y Tecnología Comboni. «Ayudan a completar la formación de los jóvenes, son baratos y duran un mes para que puedan adaptarlo a su tiempo libre. Es un buen servicio para la comunidad. Puede sacarse un título en idiomas (inglés, italiano, español y árabe para extranjeros), informática o en Cuidados Paliativos, que es el único que existe en Sudán».
A la espera de que el ministro de Sanidad del Gobierno de transición de prioridad a los Cuidados Paliativos, que tanto cambian la realidad de los pacientes de cáncer, Nahla asegura que es un recurso clave: «No creo que podamos acercarnos a un paciente sin conocer lo que son los Cuidados Paliativos. En Sudán los pacientes llegan en un estado muy avanzado, muchos no han sido sometidos a ningún tratamiento médico, y los que lo han logrado quizás no en las condiciones adecuadas. Los pacientes son diagnosticados cuando ya han desarrollado muchos síntomas, y debemos garantizar que el paciente tenga las mejores oportunidades».
Tras haber tratado a más de 500 pacientes oncológicos con Cuidados Paliativos, una experiencia que ha recogido en un informe, explica que es posible tener los recursos para ofrecerles algo que les alivie. «Los casos de cáncer están aumentando porque la gente vive más tiempo, tenemos una vida poco saludable, incluso el diagnóstico de cáncer ha cambiado. En la zona rural cuando alguien tiene tos y muere no se registra. En 2030, Oriente Próximo experimentará el aumento más alto de casos de cáncer de todo el mundo. También hay que mejorar las campañas de prevención porque mucha gente cree que lo provoca el diablo. Hay maridos que abandonan a sus mujeres porque creen que puede coger la enfermedad. El conocimiento de la gente es bajo, mucho analfabetismo. Es complicado que observen su cuerpo y pidan ayuda».
La propietaria del Café Maryl en el que nos da cita es una amiga de Nadine y Saire. Un espacio distendido con un pequeño jardín en el centro donde los jóvenes se reúnen para tomar zumo o té y se enfrascan en acaloradas discusiones en las que el nuevo Gobierno es el flanco de las críticas, habiendo quedado completamente relegado el antiguo régimen. También es un lugar de encuentro en el que organizarse, intercambiar información y seguir conectados con esa revolución que lejos de haber concluido está en pleno proceso de reivindicación.
«Mi participación en la revolución fue como la de todos los jóvenes en Sudán. Formé pequeños grupos e intentamos dar primeros auxilios a los manifestantes, máscaras y vinagre para protegerles de los gases lacrimógenos, hicimos carteles. La revolución es como una bola de nieve, actos acumulativos, empezó antes de 2013, puede que desde 1989. Cuando la gente encuentra la posibilidad de organizarse lo hace hasta logrado nuestros el objetivo», recuerda Nadine.
Sin perder el humor, los juegos cómplices que les provocan a menudo la risa, ni la seriedad inmediata cuando enumeran lo que se está haciendo mal y sobre todo lo que no se está haciendo, coinciden en que el gran error del Gobierno que dirige Hamdock es no haber involucrado a los jóvenes en las negociaciones con los militares, y en no estar haciéndolo tampoco en la transición.
Se sienten excluidas pero no se rinden, porque saben que tienen fuerza en al calle y que ahora su comunidad valora a los jóvenes por estar dispuestos a dar su vida por el cambio. Nadine, Saire y Jadiya han pasado por la cárcel. Un trauma que están superando como pueden y que en el caso de Jadiya le ha dejado secuelas físicas de por vida. «Sigo sin saber porqué me detuvieron. Fue el caos, cualquier persona que acudiera a las manifestaciones era sospechosa, por una fotografía en tu móvil te podían detener», explica Nadine tras resumir así el momento: «Fue el 31 de enero, nos detuvieron antes de que empezara la marcha. Tres coches con hombres armados. Fue ilegal. No nos informaron ni nos dejaron llamar a nuestras familias, no había abogados. 37 días sin ninguna acusación y tras empezar una huelga nos liberaron».
Junto a ella, Sarie asegura que las condiciones de detención eran humillantes y terribles. «Éramos 26 mujeres en un espacio para 10. Poníamos los colchones en medio para que no les llegara el sol durante el día. Luego nos trasladaron a un edificio lleno de bichos. El trato era muy cruel. Mi hermana me enviaba entre la ropa y algo de comida mensajes de ánimo, diciéndome que me querían, y cuando las encontraron les prohibieron seguir trayéndome cosas».
Salieron a tiempo para participar en la sentada del 6 de abril, que acabó logrando el anuncio de que Bashir dejaba el poder. «La salida de Bashir fue importante pero luego empezamos a luchar para que el país fuera gobernado por civiles, no por militares, por eso mantuvimos las manifestaciones. No creo que vaya a haber un traspaso del poder a los civiles, todos los signos demuestran lo contrario. No hay un cambio en el sistema judicial, ni siquiera una acusación por los crímenes horribles cometidos contra los manifestantes. ¿Dónde han quedado las exigencias por las que la gente salió a la calle?», se pregunta Nadine. Casi quitándole la palabra Sarie añade: «Hay que establecer una lista de verificación para nuestro actual gobierno. En ella figurará: Darfur, los asesinatos de los manifestantes, los arrestos políticos que se siguen registrando en todo país… no ha cambiado nada». Nadine le interrumpe: «Ni siquiera tenemos un gobierno tecnócrata porque no todos los ministros se han formado en lo que ahora tienen poder de decisión. El Gobierno sigue estando gestionado por el antiguo régimen».
Sarie niega con la cabeza, en una calmada desesperación, incapaz de seguir con las bromas y los juegos del principio de la conversación y sentencia: «Necesitamos sentir que valió la pena, que esta revolución sigue en marcha porque hasta ahora no ha cambiado nada y nosotros estábamos allí, lo vimos todo. Fue muy triste. Esta revolución nos ha enseñado que estamos preparados para la libertad porque hemos luchado por ella. Porque lo que sufrimos no fue solamente opresión, no solo se nos quito la libertad sino que también nos privaron de nuestra humanidad, de nuestra nacionalidad sudanesa, porque nos confrontaron, por eso exigimos que nos devuelvan nuestro Sudán».
Formar y aumentar el conocimiento del ciudadano medio, que conozca sus derechos es en lo que se están concentrando muchos jóvenes, colaborando con organizaciones locales y dejándose asesorar por entidades internacionales. «He creado un movimiento de mujeres en los barrios con formaciones, radio, talleres,… nos comunicamos en las redes sociales y difundimos los debates que organizamos. Nos mantenernos alerta porque no nos sentimos aún seguros en este ambiente, todo el mundo está convencido de que la próxima vez nos ejecutarán, que nos matarán».
Jadiya Eldewhi es una joven activista con algo más de experiencia que Nadine y Sarie, se declara feminista y comparte el pesimismo reaccionario de muchos jóvenes. «Recuerdo cuando decidí salir a la calle, al tercera día me detuvieron 24 horas, una semana después me volvieron a detener t esa vez nos golpearon. Me costó un mes recuperarme y ahora tengo un problema grave en la espalda. Pero volví a salir a la calle junto a otras mujeres. Necesitamos un cambio real, un nuevo Sudán, y no pararemos hasta conseguirlo».
La falta de miedo, percibir el poder de la fuerza del grupo, es un sentimiento que describen muchos de los que participaron en las manifestaciones y que ahora siguen reuniéndose en los comités de barrios o de resistencia. La clave, como recuerda Jadiya, es que «todos nos pusimos de acuerdo para lograr ese gran cambio y desafiar al régimen». «Nos organizamos mediante las asociaciones y con la coordinación de la FCC. Buscamos el punto más cercano a nuestra casa y allí nos daban las indicaciones. Enviaban las localizaciones por FB y las compartimos en WhatsApp. Y había voluntarios que mandaban los mensajes SMS, para los que no pudieran acceder a las redes sociales».
Jadiya tuvo suerte porque el 3 de junio fue el primer día que decidió no quedarse a dormir en la explanada frente al cuartel general de las Fuerzas Armadas: «Fue un día muy triste. Estaba dormida, me desperté con una llama de mi tía: «Jadiya, ¿Dónde estás?» Le dije que durmiendo en la casa. Y ella me dijo que los militares habían atacado a los civiles. Me quedé helada, me sentí muy mal, intenté llamar a mis amigos. Los móviles estaban apagados, luego bloquearon internet. Los militares estaban por todas las calles. Disparando. Aún no he sido capaz de volver a pasar por el lugar de la sentada».
Menos de un mes después volvían a estar en la calle. Se organizaron sin poder contar con internet, los Comités de resistencia jugaron un papel importante: «Decidimos salir para preguntarles qué quieren hacer con nosotros. La mayoría rechazamos el acuerdo con los militares pero sabemos que la situación es compleja y que debemos aceptar este periodo corto y seguir trabajando para alcanzar el cambio real».
Jadiya, igual que todas las mujeres con las que nos entrevistamos, está convencida de que «muchos de los líderes del cambio no ven a las mujeres como parte del nuevo sistema», y por eso han decidido encontrar y ocupar ellas solas ese espacio. «Las mujeres deben participar en un 50%, les dimos una lista de mujeres para entrar en el gobierno. Por ahora solo tenemos 4 ministras y 2 mujeres en el Consejo Soberano, hay que tener una mayor presencia en el Parlamento y estar presentes en el proceso de paz».
Entre los caballos de batalla de los movimientos feministas estaba la Ley de Orden Público (que coartaba la forma de actuar y vestir de las mujeres en público) que fue eliminada por el Gobierno de Hamdock en noviembre de 2019. Pero las organizaciones quieren que Sudán se adhiera a la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW), teniendo en cuenta que, según el PNUD, el 34% de la población (entre 15 y 49 años) justifica el maltrato hacia la esposa en el país.
«Nuestras prioridades son la construcción de la paz y la seguridad, en un proceso en el que participen las mujeres, un 50% de mujeres en todos los niveles del gobierno y la reforma legal para terminar con leyes discriminatorias o que violan los derechos de las mujeres», concluye Jadiya confiando en la “sensibilidad de género” de Hamdock.
El título de Reina Nuba no tiene nada que ver con la belleza, aunque Natalina Yacoub, licenciada en Administración y Empresas y Master en Género, Paz y Desarrollo, lo es. «Ser Reina Nuba es una gran responsabilidad porque represento a muchas personas y mi deber es mostrar quien somos realmente. Monte Nuba se asocia a conflicto, guerra, las bombas, sin ver lo bueno de mi pueblo. No es una cuestión de belleza, sino de lanzar mensaje fuertes».
A Natalina Yacoub le propusieron el puesto de ministra de Cultura y lo rechazó. «No era el momento. Hay gente con más experiencia para este momento preciso de Sudán. Yo estoy trabajando para tener las herramientas sólidas para servir a mi país. No quiero estar solo 3 años de transición sino el tiempo que haga falta para cambiar la perspectiva y la realidad cotidiana de la gente de forma acertada».
Del Gobierno de transición destaca la diversidad, haber logrado que nadie se apropie del país. «Aceptarnos entre nosotros, manejar la diversidad que tenemos, tener libertad de expresión. El Gobierno debe sentarse con la gente, escucharles y no tomar decisiones únicamente desde su perspectiva». Y coincide con muchos de sus conciudadanos en que la clave está en lograr la paz en todo el país: «Hay que reunir a todas las partes, escuchar sus planteamientos. En las negociaciones no se llega a conclusiones porque cada parte cree que tiene razón. Debemos unirnos y preocuparnos por la gente que ha sufrido durante 30 años. En los Montes Nuba, Darfur, Blue Nile, la paz es una prioridad».
Es una figura pública que representa a los nuba, pero ella siempre añade la coletilla de que se siente sudanesa. Unas semanas después de que Hamdock formara su ejecutivo hubo un brote de violencia en Port Sudan, al este del país. Natalina no se lo pensó dos veces y aprovechando al libertad de movimiento que existe en la país desde la caída de Bashir, se autoimpuso la misión de hablar con las partes, visitar a los heridos en los hospitales y conocer lo que había pasado a través de un taller en el que se habló de la paz. «La gente me decía que habían vivido juntos sin conflictos durante 20 años, pero hay una tercera parte, que es el antiguo régimen, está impulsando el conflicto. Hablé con la tribu de los Ben Amr y se sentían muy afligidos por las muertes, la quema de casas. El antiguo régimen quiere despertar problemas del pasado, que la gente no viva en paz, es su única baza para volver. Es un conflicto artificial entre tribus. Los nuba saben que cuando se reúnen pueden llegar a una solución».
Las mujeres en el este del país apenas tienen vida social, la costumbres las relegan al hogar, por lo que la acción de Natalina fue muy importante. «Es una zona del país en la que la voz de la mujer no se escucha. Creo que fui la primera mujer en lidera un encuentro. Hay que seguir trabajando con ellos y lograr que las mujeres se relacionen, que salgan de sus casas y opinen».
Anhela regresar a Omdurein, situado en una de los 99 montes Nuba, que no ha pisado en los últimos 12 años. «Hay muchas instituciones y leyes que deben cambiarse, porque las mujeres han perdido sus derechos en Sudán, el derecho de hablar, hacer lo que quieran, de vestirse como les plazca, están subordinadas al sistema contra el que nos hemos enfrentado, debemos ayudarlas».
Es una intrépida porque se desplaza por Jartum, donde muchas calles siguen siendo de tierra, repletas de baches y agujeros, en bicicleta. Nuha Adelmashi da clases de inglés en un colegio católico y desde muy pequeña es una apasionada del fútbol. «Empecé a jugar cuando tenía 12 años con los chicos en la calle, luego tuve que dejarlo por las costumbres de la comunidad, al llegar a la adolescencia nos lo prohibían».
Además de la ardua tarea de gestionar la administración para intentar conseguir fondos para el equipo de fútbol femenino Atahadi, Nuha forma parte del equipod e entrenadores compuesto por hombres y mujeres. «Nuestro equipo se formó en 2001 pero sólo nos dejaban participar en festivales, nada de competición. Empezamos en el patio de recreo del Comboni College, con una pelota y 52 mujeres de diferente sedades corriendo detrás. Hoy es uno de los equipos favoritos en la primer Liga Femenina de Fútbol Profesional que empezó a disputarse en septiembre de 2019 en Sudán».
Apenas encuentra las palabras para describir lo que sintió durante el partido que inauguró la primera Liga Profesional de Fútbol Femenina de Sudán. «Estaba extremadamente feliz. Me apasiona este deporte y ver a las chicas jugar con público, en esta situación de transición en la que estamos, fue impresionante. Esperemos que llegue pronto la nueva vida democrática, llena de libertad, justicia e igualdad. Para mi las chicas corriendo detrás del balón fue la independencia de las mujeres deportistas en este país». Y añade: «El deporte puede jugar un papel importante porque fomenta la sociedad acogedora que respeta a los demás, a hombres y mujeres como iguales. Una sociedad capaz de perdonar… la gente se está asentando para disfrutar de la espléndida sociedad que tenemos en Sudán».
Sudán está cambiando, ¿lo ha hecho también la autora de la icónica foto de la revolución?
Mi forma de pensar es la misma, sé lo que quiero hacer, cuál es mi camino, pero la foto que hice de Alaa Salah multiplicó mis conversaciones, las llamadas de teléfono, las invitaciones… Aunque lo importante para mi es centrarme en ayudar a mi país.
¿Por qué no quiso vender la foto de Alaa Salah?
Fue la foto más icónica del mundo en 2019, pero preferí, y así lo dije en las redes sociales, que perteneciera a todos. Reuters la puso en la entrada de su exposición anual. Eso es bueno para Sudán, ahora todos saben que existe mi país.
¿Cómo fue el momento que captó?
Estábamos en la sentada como cada día. Hacía mucho calor. Fuimos a la improvisada cocina central para dejar los zumos y ayudar a preparar la comida. En uno de los descansos al final del día nos dimos una vuelta, yo llevaba mi nuevo móvil, un Huawei, y quería comprobar qué tal era la cámara. Hice algunas fotos y el resultado era bueno, me gustaba la luz, el ángulo, la concentración de gente. De repente me giré y vi a una chica, Alaa Salah, mientras sus amigos la ayudaban a subirse a un coche aparcado. Ella empezó a aplaudir y mucha gente se unió. Era alta e iba vestida con una ropa tradicional blanca, el reflejo del sol en su pendiente… todos se acercaron para escucharla. Yo también fui corriendo porque era una imagen potente. Hice varias fotos porque se movía y era complicado captarla. Finalmente conseguí una, se la enseñé a una amiga que estaba junto a mi, y le dije: “Esta foto es diferente”.
Y al llegar a casa la subió a las redes sociales.
Colgué la foto en mi cuenta de FB y a la media hora había 500 “likes”. Después recibí en Messenger un mensaje de una mujer a la que no conocía, me dijo que había subido mi foto en su twitter y que era una locura, todo el mundo preguntaba quién es la mujer de la foto y quién la fotografió.
La foto obligo a situar la revolución sudanesa en el mapa.
La situación ha cambiado al cine por cien, el antiguo Gobierno destruyó Sudán hasta unos niveles inimaginables. Vendieron edificios tradicionales a extranjeros, la situación actual es un desastre, nuestra economía es nula, intentamos empezar desde cero.
¿Confía en el Gobierno de transición?
Creemos en el nuevo gobierno pero no lograrán hacer nada solos. Cada ciudadano de este país debe implicarse. Cuando cada uno ayude, será increíble. Y tenemos esta energía y esta fe en nuestro país y en nosotros mismos para construir nuestro Sudán. La foto de Alaa Salah fue una señal para que el mundo viera lo que estaba pasando en Sudán. Es el momento de ayudar.
¿Cómo ve la situación actual?
La situación es muy dura. No es solo por la economía, también la educación, la sanidad, al agricultura, industria… antes había muchas leyes que controlaban todo, para obtener el máximo dinero para el ex régimen. El nuevo Gobierno tiene experiencia y, lo más importante, creen en Sudán y quieren a su país.
Sudán es un país rico en recursos.
Sí, tenemos oro, hierro… El próximo nivel será la industria, las empresas de alimentación que puedan exportar a todo el mundo. Hay gente con grandes ideas, que quieren ayudar, incluso sin cobrar. Hay que proyectar a 10 años vista, como lo está haciendo el Ejecutivo de Hamdock, aunque ellos se vayan a ir en tres años.
¿Cuánto del antiguo régimen se sigue sufriendo?
Están en todas partes y siguen teniendo poder. Deshacernos de ellos va a llevar tiempo.
¿Teme que las dificultades permitan volver a la situación anterior?
Imposible. Hay una cuestión emocional en juego: la libertad. Lo digo como mujer, porque antes lo pasaba muy mal. Decidir estar soltera, conducir sola en una carretera, trabajar hasta tarde y volver a casa sola… todo eso era imposible porque el régimen tenía a personas en todas partes que lo impedían. Pero ahora somos ciudadanos viviendo en paz. Hay libertad. Cuando empezaron las protestas hicimos una canción que ni siquiera pudimos firmar, la lanzamos en internet. La llamamos “Para mi país”, y contaba la situación económica, que no hubiera pan, gasolina, nada y que la gente estaba muriendo porque no hay tratamientos o porque son muy caros. Después salimos a las calles, empezamos las protestas. Ahora tenemos dos nuevos proyectos de canción, uno se llama “Nosotros lo construiremos”, habla de lo que cada uno puede hacer dependiendo de su profesión, y la otra canción se lama “Hope”, sobre lo que se vivió en la explanada donde convivimos millones de personas.
Sudán pasó por otras revoluciones, ¿por qué es esta la definitiva?
En 2013 no todo el mundo creía en ellos mismos, y eso es lo que utilizó el antiguo gobierno, lavado cerebros, diciéndoles que no eran nada, que les necesitan para todo y que sin ellos no sobrevivirían. Intentaron meter ese razonamiento a nuestros hijos en las escuelas, controlaban los temas de estudio.
¿Quién es responsable de la masacre del 3 junio?
Hubo muchas complicaciones, no puedo decir que fuera Hameti, Burham… El antiguo régimen está presente, tienen a gente en todas partes. Estoy convencida de que estuvo involucrada su gente de la seguridad. Esperamos el resultado de la investigación
¿Es posible construir el nuevo Sudán con Hameti o Burham en el poder?
El pasado es el pasado, estamos en una nueva generación. Sabemos que están aquí. Hameti para algunos es una asesino y para otros ha traído la paz, y puede que sea ambas cosas. Todavía no tengo una decisión formada sobre ellos. Tienen el control pero nosotros creemos en Hamdock. Ahora existe una igualdad de poder entre ellos, y lo importante es que Hamdock tiene el conocimiento para conducir la reconstrucción de Sudán. El conocimiento nos llevará por el camino correcto.