Publicado por Carla Fibla García-Sala en |
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Zahara trabaja limpiando en la Facultad de Ciencias Naturales y Estudios Medioambientales de Kordofán, que tiene su sede en El Obeid. Cada dos semanas intenta visitar a su familia en Um Sidir, una aldea a una distancia que en kilómetros no llega al centenar, pero que en tiempo se eterniza debido a los caminos de tierra, algunos casi borrados por la vegetación, que hay que atravesar. Antes de emprender el viaje hay que armarse de paciencia en una de las rutinarias colas para llenar el depósito de combustible después de haber recorrido varias gasolineras en las que el preciado combustible lleva tiempo agotado. Zahara aprovecha ese tiempo muerto para negociar el precio de unas botellas de zumo de mango y una bolsa de cacahuetes que quiere regalar a sus sobrinos.
Atenta a los baches de la carretera, le pide varias veces al conductor que aminore la marcha, y con una risa nerviosa le advierte de que no podrá ir a esa velocidad cuando se acerquen a las aldeas. La primera parada es en Um Dreisa Jeirat, donde viven 70 familias con una media de 4 hijos. Zahara realiza sin descanso el largo ritual del saludo, en el que hay que preguntar por la familia en general, la cosecha, los niños, las personas mayores, los animales, casi por cada posible preocupación de los habitantes del lugar.
En cada aldea hay un líder, un sheij, con el que se debe hablar primero, pero el viaje se ha demorado más de lo previsto. Ha llegado en torno al mediodía y, al ser viernes, todos los hombres están en la mezquita. Por eso Zahara aprovecha para hablar con las mujeres y jugar con los niños. Muchos la conocen por haber pasado largas temporadas con ellos junto a la antropóloga y fotógrafa Enikö Nagy para documentar el libro Sand in my eyes. Sudanese moments.
Alhadi Fadi Hirah se sienta con un té para contar que, por suerte, las recientes inundaciones, que han anegado la carretera que une El Obeid con Jartum, no les han afectado mucho. «Toda la aldea está volcada en el campo y la cosecha no se ha echado a perder, pero las casas se han deteriorado bastante porque no están bien construidas», explica el líder antes de pasar a mostrar las diferencias entre el maíz blanco y el rojo, y comentar los precios que han alcanzado en el gran mercado.
En la aldea destinan una parte de la producción para su dieta, centrada en el sorgo, el maíz, el sésamo y el foul (una especie de habas). «Hombres y mujeres trabajan juntos en el campo, hacen las mismas cosas. No hay distinción cuando se cultiva la tierra porque todos pertenecemos al mismo lugar. En el campo somos iguales».
Zahara asiente respetuosa, pero consciente de que esa afirmación no es exacta y que las jerarquías en la comunidad son estrictas. «El problema principal es el agua. Solo tenemos dos meses de lluvias en todo el año y el resto del tiempo sale muy cara porque tenemos que traerla con camiones. Hay escasez de agua potable en la aldea», continúa Fadi -Hirah.
El Gobierno ejecuta varios proyectos en colaboración con la población local; han intentado cavar pozos pero no hay suficiente nivel de agua. Además, debido a la sequedad del clima, esta acaba evaporándose.
El cambio climático está afectando a las cosechas y muchos agricultores se han reconvertido en ganaderos durante los meses en los que no pueden cultivar. «Ahora no tenemos muchos problemas con los nómadas porque algunos de nosotros también nos movemos con nuestros rebaños de ovejas en las zonas donde no se puede plantar», explica poniendo de relieve un viejo conflicto que en algunos momentos ha creado mucha tensión en la zona.
En Um Dreisa Jeirat son una sola familia –«vivimos de forma pacífica y nos preocupamos todos por todos»– y pertenecen a la comunidad de los sabaat, originarios de Darfur. En Um Sidir, con 120 familias, conviven los kinanas (la mayoría) con los beni yerad, que se asentaron en el lugar al casarse con mujeres de la aldea.
El sobrino mayor de Zahara no se separa de su padre y de un bote de zumo que el resto de niños miran con deseo mientras se distraen jugando con viejos aros o arrastrando con una cuerda algún objeto. Ahmed Bashir Al Zaki y Al Sadiq Bashir Al Zaki son los que monopolizan la conversación bajo el respeto y la aprobación del resto. «Los agricultores siempre hemos jugado un papel crucial en la historia de Sudán. Gracias a los cultivos se suministraron productos para salir de las crisis en épocas de hambruna. Tenemos una tierra muy rica que, con la inversión adecuada, puede dar mucho».
En Um Sidir sí que reconocen que la relación con los nómadas puede ser complicada. «Tienen que respetar los caminos para el pastoreo, que deben estar bien señalizados para que no entren en los campos cultivados. Últimamente están viniendo grupos desde Darfur camino a El Obeid para vender sus animales, y vemos que son más conscientes e impiden que sus ovejas y camellos se metan en nuestros campos. Pero si no lo hicieran tendríamos que hablar con la autoridad para que les obliguen a emprender un camino más largo, lejos de nuestros campos».
La tierra de estas aldeas no se hereda sino que pertenece a quien la ocupa y la cuida. «Antes sí que pasaba de padres a hijos, pero la gente educada en las ciudades dijo que era preferible que de forma oficial perteneciera a quien las ocupa, asegurándose de que todo el mundo tiene un terreno que cultivar en la aldea. Les pertenecen por formar parte de esta comunidad y de este lugar», concluye el sheij.
En un despacho amplio, los principales expertos del departamento de Bosques y Recursos Naturales de la Facultad de Ciencias Naturales y de Estudios Medioambientales de la Universidad de Kordofán responden a las preguntas de MUNDO NEGRO. Son especialistas en reforestación, cambio climático, agua y recursos naturales dirigidos por el doctor Abdalla M. Abdalla, decano de la facultad, quien subraya la naturaleza única de la región de Kordofán. «En esta parte del país se ha sufrido mucho el deterioro medioambiental. Con la sequía del Sahel perdimos miles de hectáreas por el avance del desierto. En 30 años hemos pasado a ser una zona muy seca. Desde la universidad ayudamos a combatir este severo deterioro del medioambiente y a restablecer nuestro ecosistema», explica Abdalla.
La acción se basa en actividades medioambientales de proximidad que evitan un impacto negativo en el terreno, incrementan la producción, y son comprendidas y ejecutadas por los trabajadores del campo. «Esta región está sufriendo el impacto del cambio climático, pero también cuenta con productos agrícolas particulares. Tenemos sésamo o cacahuetes, además de ser los principales productores del país de ovejas del desierto y de camellos que, en un porcentaje elevado, son exportados a países árabes», analiza antes de advertir que debido a sus escasos recursos, los agricultores de Kordofán desarrollan una agricultura orgánica, sin pesticidas ni fertilizantes.
Entre los principales desafíos de una región básicamente agrícola, los expertos señalan lo «errático del clima», con estaciones secas prolongadas, además de la necesidad de expandir las zonas agrícolas en detrimento de los caminos y tierras de pastoreo, y de la necesidad de dejar atrás el monocultivo tradicional para combatir el efecto de la sequía en la tierra y las plagas, como la langosta, que tienen un efecto devastador en los cultivos. «La solución pasa por un buen acuerdo entre las partes implicadas en la agricultura del país. Desde la universidad podemos proporcionar la investigación y la experiencia en el terreno porque nuestros licenciados pasan dos años con los agricultores, recopilando información y viendo lo que le ocurre a nuestra tierra. Además de implicar a la empresa privada para que facilite semillas sanas y limpias», añade Abdalla.
También se está observando cómo los nómadas se asientan cada vez en mayor número, lo que acarrea dificultades de integración con la población estable. El director de Calidad y Estrategia de la Unidad de Planificación, Wail Mohammed -Haroun, advierte que Kordofán es una zona muy amplia que incluye un sur desértico, la sabana, zonas semihúmedas, y grandes movimientos trashumantes de nómadas que buscan agua. «Al principio de la temporada de lluvias van al norte porque empiezan las enfermedades y los mosquitos molestan a sus animales. Tenemos una legislación vinculante entre los propietarios de las tierras y los nómadas que permite esos movimientos, con corredores para los animales. Cuentan, incluso, con un servicio veterinario, clínicas móviles, que minimizan los conflictos entre ambas partes. Desde la temporada de lluvia hasta el final del cultivo, los agricultores pueden trabajar el campo, pero cuando recogen la cosecha es el turno de los nómadas».
Para Hassan Emar Adam, especializado en bosques y reforestación, «en las zonas afectadas por el cambio climático ha habido una transformación en el almacenaje de los recursos, pero debemos incrementar el conocimiento en la población local porque la gente no puede abandonar la zona». Y Abdalla concluye: «Europa ya está sufriendo el cambio climático, por ejemplo con los incendios y las tormentas de polvo que cruzan el meridiano. Pero Kordofán puede funcionar como una zona de amortiguación si logramos restaurar la capa vegetal con la reforestación, y se regenera la capacidad del ecosistema. La estrategia consiste en crear una zona de reserva».
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