Un diálogo posible en un país nuevo

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Intelectuales sudaneses reflexionan sobre Estado y religión en el período posBashir


Por P. Jorge Naranjo Alcaide desde Jartum (Sudán)



Sudán es una sociedad en transición que ha visto el fin de un régimen islamista-militar que ha gobernado el país desde 1983. Los medios de comunicación suelen contar los hitos de este proceso, pero aquí el autor del texto pretende ir más allá de los hechos para profundizar en las ideas que están promoviendo una nueva realidad.


El pasado 1 de septiembre los medios de comunicación celebraban el acuerdo de paz firmado en Yuba (Sudán del Sur) por el nuevo Gobierno de transición y los líderes de diferentes grupos armados agrupados en el llamado Frente de Revolución Sudanés (SRF, por sus siglas en inglés). El acuerdo incluía la creación de tres nuevos puestos para representantes de los firmantes en el Consejo Soberano –­órgano colegial compuesto por civiles y militares equivalente al presidente de la República–, la asignación de cinco carteras ministeriales –el 25 % del Consejo de ­Ministros–, y 75 de los 300 escaños del nuevo Parlamento.

Abdelaziz Al-Hilu, líder de una de las dos facciones del Movimiento de Liberación del Pueblo Sudanés-Norte (SPLM-N, por sus siglas en inglés), que lleva años combatiendo en la región de los Montes Nuba, rechazaba el acuerdo de Yuba y negociaba en Adís Abeba (Etiopía) con el Gobierno de transición una declaración de características muy diferentes. De hecho, más que un acuerdo se trataba de establecer por escrito una serie de principios sobre los que se aceptaba abrir un diálogo. El centro de la discusión no era sobre las cuotas de poder o representatividad sino sobre lo que para Al-Hilu representa la raíz de la crisis social y las guerras civiles que han asolado Sudán. El tercer punto de la declaración firmada el 3 de septiembre por el líder del SPLM-N y el primer ministro sudanés, Abdallah ­Hamdok, establecía que «para que Sudán se convierta en un país democrático donde se consagran los derechos de todos los ciudadanos, la Constitución debe basarse en el principio de separación de religión y Estado. Se garantizará plenamente la libertad de creencias, cultos y prácticas religiosas a todos los ciudadanos sudaneses. El Estado no establecerá una religión oficial. Ningún ciudadano será discriminado por motivos religiosos».

En Sudán rige la ley islámica desde septiembre de 1983, y durante los 30 años de gobierno (1989-2019) de Omar Hassan Al Bashir se había impuesto una identidad sudanesa basada en dos características: la cultura árabe y la religión islámica, lo que marginaba a los sudaneses que no se identificaban con ellas.

Mohamed Hamdam Dagalo, vicepresidente del Consejo Soberano, antes de la firma del acuerdo de paz rubricado en Yuba el 31 de agosto. Fotografía: Akuot Chol/Getty



¿Una separación real?

Pero no son solo los partidarios del SPLM-N los que defienden en Sudán la necesidad de separar religión y Estado para integrar la diversidad cultural y crear una paz sostenible; comparten la misma posición el Partido Comunista sudanés, los Hermanos Republicanos –fundados por Mahmoud Mohamed Taha– y miles de profesionales y jóvenes que protagonizaron la revolución que derrocó el régimen de Al Bashir y los islamistas.
Sin embargo, la cuestión no es fácil de abordar, pues con facilidad suscita reacciones viscerales en un pueblo profundamente religioso. De hecho, el foco de atención de las discusiones entre los diversos elementos de la revolución se había dirigido a la dialéctica entre gobierno civil y militar, donde es más fácil encontrar consensos. Hay que tener en cuenta que en árabe las palabras «laicismo», «secularización», «mundo» y «ciencia» proceden de la misma raíz (‘ilm), lo que genera una cierta confusión entre la gente sencilla.
Desde 1983, los islamistas han usado la religión como faro para iluminar el camino en medio de la penuria y como argumento para justificar su idoneidad para el gobierno de la nación, mientras esquilmaban los recursos del país en beneficio propio. Estos asocian el ateísmo militante y, por tanto, la blasfemia y la apostasía, a las posiciones que proponen la separación entre religión y Estado.

Un vendedor de libros de texto en Jartum. Fotografía: Ashraf Shazly/Getty




Intelectuales en acción

El espíritu de la revolución en curso en el país se ha expresado con tres palabras: «Libertad, paz y justicia». La cuestión ahora es cómo operar un cambio inspirado en este eslogan y cómo afrontar desafíos como la construcción de la unidad nacional y la gestión de la diversidad cultural y religiosa. Durante los años de la dictadura, centenares de intelectuales sudaneses tuvieron que exiliarse, maquillar sus ideas o renunciar a expresarlas en público. Ha habido también quien no ha callado y ha asumido las consecuencias.

El Comboni College of Science and Technology (ver MN 611, noviembre 2015, pp. 42-48), el único centro universitario cristiano en Sudán, acogió entre el 18 y el 20 del pasado mes de enero un simposio que ha involucrado a más de 50 profesores universitarios e intelectuales sudaneses provenientes de algunas de las principales universidades del país –University of Khartoum, Ahfad University for Women, Nilein University, Al-Ahlia University of Omdurman– para reflexionar sobre los desafíos antes mencionados y en particular sobre la relación entre la religión, la sociedad y el Estado.

El simposio fue organizado por dos instituciones, el Centro Cultural Mahmoud Mohamed Taha y el Centro de Estudios e Investigaciones sobre Democracia y Esfera Pública. El primero fue fundado por Asmà ­Mahmoud Mohamed Taha, hija de Mahmoud Mohamed Taha. Esta licenciada en Derecho, veterana activista por los derechos humanos –trabajo por el que ha recibido diversos premios internacionales–, y secretaria general del Partido Republicano, continúa el mensaje de su padre y propone una versión tolerante del islam que concibe la ley islámica como una alteración del verdadero islam. La sudanesa propugna también una visión de la sociedad basada en el concepto de ciudadanía en lugar de una visión de la persona como sujeto de derechos en función de su religión o cultura.
Por su parte, el Centro de Estudios e Investigaciones sobre Democracia y Esfera Pública está presidido por el escritor y profesor universitario Magdi Eizz Al-Diin, decano de Estudiantes de la Universidad Al-Nilein y profesor de la Facultad de Filosofía. Magdi Eizz Al-Diin ha profundizado de manera particular en los escritos de san Anselmo o el papa Benedicto XVI sobre la relación entre fe y razón.

Asmà Mahmoud Mohamed Taha (a la izquierda) a su llegada al simposio celebrado en el Comboni College. Fotografía: Martina Lowis Ebra


Identidad y libertad

No solo los ponentes del simposio fueron personas de particular relieve. También algunos de los miembros del público asistente, como el arzobispo de Jartum, monseñor ­Michael Didi Mangoria, el ex secretario general del SPLM-N, Yasir ­Arman, y el director nacional de Currículum Académico del Ministerio de Educación, Omar ­Al-Garray.

Arman está involucrado en la creación de una comisión para estudiar la cuestión de la libertad religiosa en Sudán, si bien todavía están por definir sus competencias así como su relación con el Consejo Soberano o el Consejo de Ministros.

En los días precedentes al simposio, los islamistas habían exacerbado la campaña de presión contra Al-Garray, lo que llevó al primer ministro a suspender la aplicación de los nuevos currículums. Este discípulo de Mahmoud Mohamed Taha había sido encargado por el propio Hamdok de renovar el currículum escolar (ver MN 659, mayo 2020, p. 62). Entre las novedades que había introducido hay que señalar la inclusión de asignaturas desterradas por el régimen islamista como Lógica, Filosofía, Educación para la democracia, Música o Teatro. El nuevo currículum intenta, además, integrar la diversidad cultural del país y romper con la simplificación de que «un sudanés es árabe y musulmán».

Contra el extremismo

Las sesiones del simposio se organizaron alrededor de 12 ejes: la identidad sudanesa y los problemas de identidad; los problemas de marginación en Sudán; laicismo y neutralidad estatal; dialéctica entre el Estado religioso y el civil; el desarrollo de la ley del estatuto personal; la posición de las instituciones islámicas en el proyecto de la nueva comprensión del islam; la blasfemia y su amenaza a la libertad de pensamiento en Sudán; la construcción de la paz y la transición democrática; o la reconciliación social y la justicia en el período de transición. Tres de los temas sobre los que reflexionaron los participantes partieron de la mirada y el magisterio de Mahmoud Mohamed ­Taha: sociedad e igualdad económica, política y social; libertad individual y justicia social; y, por último, la constitución humanista.

Una de las conferencias fue defendida bajo un título un tanto provocativo: «Comparación de la jurisprudencia islámica posmoderna… El Corán: ¡Palabra de Dios! ¿Para ser explicada o interpretada?». El lingüista que la presentó, Mohamed Jalal Hashim, aplicó el método ­histórico-crítico al texto coránico. Una exposición de estas características seguramente no habría podido tener lugar en los años precedentes a la revolución.

En el manifiesto final del simposio se pidió la creación de una comisión de lucha contra el extremismo y la capacitación de los imames para servir a la paz y la convivencia religiosa. En la misma línea, se exigió que el Estado promulgue leyes que criminalicen las declaraciones de apostasía y el discurso del odio.

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