Un negocio que no cesa

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El gasto en defensa en África subsahariana



Por Jaume Portell Caño




En la última década, el gasto militar en el continente ha descendido casi un 20 %. A pesar de ello, en varias naciones del continente la partida destinada a defensa supone una parte importante de sus presupuestos. El mantenimiento del negocio armamentístico, junto a la opción de las armas como vía para solucionar algunos conflictos, ayudan a explicar esta realidad.



En medio de una crisis ecológica y económica, el mundo ha decidido rearmarse. La invasión rusa de Ucrania ha contribuido a acelerar esa tendencia. La OTAN ha ganado peso e invita a sus miembros a gastar el 2 % de su PIB en defensa. Desde la Unión Europea (UE) se habla de la necesidad de tener una política de defensa propia, e incluso algunos líderes mencionan la posibilidad de crear un ejército europeo. China, con un rol creciente en los asuntos globales, intenta aumentar su inversión en defensa, algo que no ocurre en África subsahariana. En la última década, la región redujo su presupuesto militar un 18 %, y tan solo en el período 2021-2022 lo hizo un 7,3 %. Sin embargo, hay excepciones: algunos países asediados por la deuda gastan una parte importante de su presupuesto en ejército y armamento. En Chad, por ejemplo, el gasto militar supone un 15 % del presupuesto nacional, según el SIPRI, un laboratorio de ideas sueco especializado en el comercio de armas. Con todo, son cifras humildes a nivel global: EE. UU. gastó más de 800.000 millones de dólares en 2021; China, casi 300.000 millones. El gasto total de África, unos 40.000 millones de dólares, es menor que el de Francia (56.000 millones).

Un forense recoge restos de munición en el escenario de un ataque terrorista de Boko Haram a la prisión Kuje Medium, en Abuya (Nigeria), el 6 de julio de 2022. Fotografía: Kola Sulaimon / Getty




El caso nigeriano

En África subsahariana el país que más gasta en defensa es Nigeria. La seguridad se ha convertido en uno de los grandes retos del país: la presencia de Boko Haram y de grupos insurgentes en el norte, junto al aumento de los secuestros, han hecho que esta sea una cuestión recurrente a la hora de analizar los problemas nacionales. En Twitter, Oje Ilaboya creó una cuenta especializada en los asuntos de defensa de Nigeria que ya acumula casi 70.000 seguidores. Con sus tuits y en su blog explica qué helicópteros ha comprado el país, qué operaciones ha puesto en marcha el Ejército o las nuevas capacidades adquiridas para actuar por tierra, mar y aire. «África no tiene más remedio que aumentar su gasto en defensa, vistas las necesidades existentes. Es el continente peor equipado para lidiar con las amenazas a su seguridad», cuenta Ilaboya a MN desde el sur de Nigeria, donde reside: «Durante 15 años, el Gobierno invirtió menos de lo que debía en el Ejército: fue una forma de ahorrar a corto plazo que ha llevado a Nigeria a tener un gran problema. La falta de inversión es lo que nos ha llevado hasta aquí», concluye.

Desde su independencia, el país ha sufrido golpes de Estado constantes por militares. Su joven democracia, de hecho, ha sido gobernada entre 2015 y 2023 por otro exmilitar, Muhamadu Buhari, dictador en los 80. Buhari ganó las elecciones prometiendo una mejora en la economía y una lucha sin -cuartel contra Boko Haram para acabar con la inseguridad. Ilaboya reconoce que el país ha invertido en defensa hasta reducir la presencia del grupo, que llegó a controlar un territorio equivalente al tamaño de Bélgica, pero que ahora está debilitado: «Los grupos terroristas han degenerado hacia la criminalidad común, hay una gran diferencia. Los insurgentes siguen llevando a cabo ataques esporádicos, pero se limitan a las partes del noreste del país», dice. 

No toda la violencia procede de grupos insurgentes o islamistas. Los abusos policiales han generado protestas entre los nigerianos, como el movimiento #EndSARS, que acabó con el asesinato de, al menos, 12 personas que pedían la disolución de un sector de las fuerzas de seguridad locales. Según una encuesta del portal dedicado al análisis predictivo SBM Intelligence, el 31 % de los votantes nigerianos declararon que su mayor preocupación era la inseguridad. Para el 22 % era la economía, la segunda promesa electoral de Buhari, que nunca llegó a cumplir: la caída de los precios del petróleo ha hecho que su PIB se haya desplomado desde 2014. En un país con más de 216 millones de habitantes, la tarta a repartir es cada vez más pequeña. Para las elecciones de finales de febrero (ver MN 690, pp. 20-25), Peter Obi, el candidato de la tercera formación, el Partido Laborista, consiguió movilizar a millones de jóvenes en Nigeria y en la diáspora para romper con el bipartidismo imperante. Sin embargo, pese a unos resultados históricos, el candidato continuista del partido gobernante, Bola Tinubu, se convirtió en el nuevo presidente de Nigeria. Tinubu, de 70 años, empezará a ejercer como presidente a partir del 29 de mayo.

Ciudadanos malienses celebran, con un retrato de Putin, el anuncio de Francia de retirar sus misiones militares en el país. Fotografía: Florent Vergnes / Getty


El Sahel, en disputa 

Desde la pandemia, varios países de la zona occidental del continente han sufrido golpes de Estado. -Malí y Burkina Faso –ambos en dos -ocasiones– o Guinea tienen ahora a militares en el poder. En los tres casos, la población apoyó la acción de los militares ante presidentes desprestigiados o que intentaban permanecer en el poder más allá de los límites constitucionales. Tanto en Malí como en Burkina Faso, la presencia de grupos yihadistas ha contribuido al aumento de la inseguridad. Ilaboya considera que subcontratar a potencias extranjeras para garantizar la seguridad ha sido un error: «Francia lleva 11 años en Malí, y durante ese tiempo la situación ha empeorado». Es un análisis compartido por el periodista Nouhoum Keita. Este periodista residente en Bamako considera que la intervención francesa ha enmascarado el control que París quiere tener en sus antiguas colonias. 

La insurgencia ha obligado a malienses y burkineses a aumentar su gasto militar: en la última década, en ambos casos se ha doblado el porcentaje dedicado a defensa hasta llegar al 10 % del presupuesto anual. En Bamako, el principal gasto militar se ha destinado a comprar aviones y vehículos blindados. Desde 2017, mucho antes del golpe militar, Rusia ya se había convertido en el principal proveedor de armamento en el país. La presencia de los mercenarios del grupo Wagner, unida al apoyo diplomático que Malí ha dado a las posiciones rusas en las votaciones de la ONU, ha despertado las suspicacias de París. Los soldados franceses han sido expulsados de Malí y de Burkina Faso, y el rechazo a Francia es una realidad entre muchos jóvenes de toda la región. La guerra es, ahora, propagandística. 

El Africa Centre for Strategic Studies, un laboratorio de ideas financiado por el Departamento de Estado de EE. UU., difundió un gráfico a principios de marzo con un mensaje preocupante: desde la retirada de los efectivos franceses han aumentado los ataques yihadistas y las víctimas civiles, tanto por parte de insurgentes como del propio grupo Wagner. La entrada de los mercenarios rusos, según el citado laboratorio, no ha conseguido contener la escalada. La situación, según Keita, es más compleja sobre el terreno. El periodista maliense considera que este tipo de informes son parte de una estrategia de desestabilización del estado maliense, que ya fue bloqueado durante meses por sus vecinos de la CEDEAO, la comunidad de Estados de África Occidental. El Ministerio de Defensa de Malí publica periódicamente comunicados sobre sus fuerzas armadas. En ellos hablan de «santuarios terroristas destruidos», «terroristas neutralizados» y «sospechosos interrogados». Los comunicados también informan sobre cuántas armas han sido recuperadas –fusiles AK-47, sobre todo– o qué vehículos han conseguido tras sus ofensivas. En los últimos meses, los Gobiernos de Malí y Burkina Faso han hecho gestos de cara a coordinarse en materia de seguridad, pero también en asuntos vinculados a la economía.

En Burkina Faso, la degeneración de la seguridad ha provocado un cambio político. El civil Roch Marc Christian Kaboré, presidente elegido democráticamente, fue depuesto en enero del año pasado. Su sustituto, el militar Paul Henri Damiba, fue depuesto en otro golpe meses después, acusado de no haber podido lidiar con la situación. Ibrahim Traoré, el jefe de Estado más joven del mundo a sus 35 años, está ahora al mando. La situación sigue siendo precaria: el Gobierno no puede garantizar la seguridad en la parte del país controlada por los yihadistas, que representa la mitad del territorio. 

Un documento al que ha accedido MN muestra cómo el Ministerio de Comunicación convocó a principios de marzo a los corresponsales extranjeros de cara a discutir con ellos cómo estaban cubriendo la actualidad del país. En dicha reunión, los responsables políticos locales recordaron a los periodistas que debían ser «embajadores de la paz» y desaconsejaban coberturas que dejaran en mal lugar a Burkina Faso. «En ningún momento nos mostraron un ejemplo de mala cobertura o de información falsa», comenta uno de los presentes en la reunión. Considera que, de esta manera, el Ejecutivo ha sentado un precedente para mostrar a los periodistas un hecho simple: a partir de ahora los comunicadores estarán más controlados. 


Varios soldados chadianos esperan subidos a un vehículo militar delante de un retrato de Idriss Déby, presidente del país desde 1990 hasta su muerte en 2021. Fotografía: Getty


Recursos y armas 

En la compra y la venta de armas se observan los movimientos de las grandes potencias en el continente. Desde el año 2000, el país que más armas ha vendido en África es Rusia. Sin embargo, si establecemos una comparación con el bloque UE-EE. UU. a un lado, y el formado por China-Rusia en el otro, las ventas son ligeramente superiores entre los primeros 

Los países elegidos para el comercio armamentístico dependen de las prioridades de cada proveedor. Alemania fue el mayor vendedor de material de defensa a Sudáfrica, el país más industrializado del sur de África, territorio en el que la industria automovilística alemana tiene inversiones. Francia fue el primer proveedor de Senegal, país en el que el sector empresarial francés tiene intereses en sectores que van desde la distribución de gasolina hasta las infraestructuras, pasando por la distribución de alimentos o el sector bancario. Más allá de Senegal, solo Togo y Benín, dos países pobres en recursos naturales, siguen teniendo a París como principal lugar de origen de sus compras.

Rusia provee de armamento a regímenes autoritarios como los de Eritrea o Sudán, y gana terreno en antiguas colonias francesas o entre aliados tradicionales de Washington como Uganda. China, cuya industria necesita una cantidad creciente de recursos naturales, vende a Zambia, Zimbabue y Namibia. En los tres países hay compañías chinas invirtiendo en el sector minero (cobre; diamantes, oro y litio; y uranio, respectivamente), cuyas exportaciones son claves para mantener la economía de esos países. Además, Pekín también contribuye a la seguridad de Nigeria, Camerún y Chad, tres países que tienen un punto en común: su principal exportación es el petróleo. China necesita importar, cada día, diez millones de barriles de petróleo, y los asegura, casi literalmente, en África. Es un esquema en el que Europa también gana: gracias a la seguridad suministrada a Nigeria con armamento chino, España puede abastecerse de gas natural y petróleo nigeriano de forma regular y estable. EE. UU., siempre con un ojo en Oriente Próximo, centra la mayoría de sus ventas en Egipto y otros países del norte de África –cuya mayor capacidad adquisitiva les permite, también, gastar cantidades más importantes en armamento–. 

En un clima tenso por la inflación –debido, en parte, al aumento de precio de las materias primas–, las grandes potencias deben asegurar de dónde vendrán estas, que permiten que sus economías funcionen. La respuesta se halla, en buena parte, en el continente africano: tiene el 7 % de las reservas de petróleo, el 9 % de las de gas, el 11 % de las de uranio, el 24 % de las de bauxita, y el 49 % de las de cobalto. Las posibilidades de éxito de la transición verde hoy reposan escondidas bajo los suelos africanos. Quien suministre y garantice la supervivencia de los regímenes políticos tendrá futuro; quien no lo haga, se quedará atrás. La gran pregunta es qué rol quedará, en esta gran mesa, para los pueblos africanos. Y si será posible, en algún momento, que todas esas armas se utilicen contra ellos.   



Para saber más


Por Óscar Mateos


El continente africano afronta una paradoja importante. En la última década es la única región del mundo que ha registrado un descenso del gasto militar pero, a su vez, es una de las regiones en el mundo que más se ha militarizado. ¿Cómo se explica esta contradicción? Fundamentalmente porque a nivel doméstico, los países subsaharianos que mayor gasto militar efectuaban (Nigeria y Sudáfrica) se han visto obligados en los últimos años a reducirlo al tener que priorizar en sus presupuestos otros aspectos internos como consecuencia de las crisis alimentarias o económicas, entre otros aspectos. En el otro extremo de esta situación, algunas subregiones del continente, como el Sahel, el Cuerno de África o la cuenca del lago Chad, han sido construidas por actores como EE. UU., China, Rusia o Francia como amenazas para la seguridad internacional, especialmente por la creciente actividad de grupos yihadistas, lo que ha llevado a un proceso de securitización de los discursos internacionales hacia el continente africano y a la consiguiente militarización de las estrategias en toda la región, mediante el establecimiento de bases militares, la proliferación de empresas de seguridad privada o el despliegue, entre otras medidas, de un importante número de misiones militares.



Para acercarnos a estas tendencias en el continente, existen algunas fuentes que pueden ser de especial relevancia. La primera y más importante de todas ellas es el SIPRI (sipri.org). Este instituto de investigación sueco es la principal referencia desde hace décadas en el análisis del gasto militar a nivel mundial. Sus informes anuales diseccionan con todo detalle las tendencias mundiales en este ámbito, permitiéndonos, además, un análisis comparado entre regiones. En nuestro contexto, dos organizaciones de referencia realizan una valiosa contribución a la comprensión y sensibilización sobre el problema del militarismo, a escala global y africana: por un lado, están los informes del Centre Delàs de Estudios para la Paz (centredelas.org), encargados de analizar, en particular, el gasto militar español; por otra parte, los trabajos de la organización Fundipau (­fundipau.org), que, entre otras cuestiones, se encarga de traducir, al español y al catalán, los informes anuales del SIPRI. Más específicos sobre África, merece la pena destacar el trabajo de varios centros, especialmente relevantes en sus análisis relacionados con la seguridad y el militarismo, a saber: el Institute for Security Studies (issafrica.org), con base en capitales africanas como Adís Abeba o Pretoria, y que ya hemos recomendado en alguna ocasión; el African Security Sector Network (africansecuritynetwork.org), una prestigiosa red panafricana de centros y expertos africanos en seguridad; el Africa Center for Strategic Studies (africacenter.org), basado en Washington; o, entre otros muchos, el Armed Conflict Location & Event Data Project (acleddata.com), un portal de datos sobre tendencias en el ámbito de las violencias y la seguridad que ofrece gran cantidad de información actualizada y detallada sobre los principales contextos africanos. 

Para complementar todas estas fuentes, vale la pena tener presentes otras dos referencias de muy diferente naturaleza. La primera se trata de una estrategia regional, concretamente la que la Unión Africana (UA) impulsó en el año 2013 y que tituló «Silencing the guns». Dicha estrategia plantea –inicialmente con el objetivo de lograrlo en 2020, y ahora con el horizonte del año 2030– favorecer aspectos políticos, sociales y económicos que contribuyan a la erradicación de los conflictos armados en el continente. Se trata de un documento que es importante analizar ya que se enmarca en la aspiración de la UA desde su refundación, en 2002, de construir «soluciones africanas a los problemas africanos», dando un mayor relieve al papel del regionalismo africano en la gestión y transformación de la violencia armada. La segunda y última recomendación es un libro de reciente publicación, muy sugerente para entender la creciente relevancia que los Estados africanos otorgan a las misiones de mantenimiento de la paz: African Peacekeeping, de Jonathan Fisher y Nina Wilén (2023, Cambridge University Press), es una importante contribución al debate de la securitización y militarización del continente que pone de relieve el peso de la historia y también de las aspiraciones geopolíticas de los países africanos en el actual contexto global securitario.

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