¿Un país secuestrado?

en |

La muerte del presidente Idriss Déby amenaza la estrategia de la Unión Europea en el Sahel

País estratégico en la lucha contra la expansión de los grupos radicales en el Sahel, su Ejército es la principal fuerza africana desplegada en la zona. La sociedad civil exige su legítimo espacio en el período de transición. Pero el continuismo impuesto desde el exterior mina un diálogo nacional que llevaría a un cambio en Chad.

Una franja que recorre 5.000 kilómetros, desde el Atlántico al mar Rojo, la transición entre el desierto del Sahara y la sabana africana. Incluye a Senegal, Mauritania, Malí, Burkina Faso, Níger, Chad, Sudán y Eritrea, aunque tiene efectos sobre países como Nigeria, Argelia, Libia o Etiopía. Es la franja del Sahel, también conocida como «el cinturón del hambre», donde se maceran desde hace más de una década conflictos interétnicos, pobreza, delincuencia organizada, tráfico ilegal de mercancías y terrorismo. Y es este último aspecto en el que la Unión Europea (UE) pone el acento, tanto con el despliegue de efectivos que realizan labores de formación e instrucción de los ejércitos y cuerpos policiales de la zona, como con una cooperación que acaba concentrándose en la seguridad, en lugar de apostar por la capacidad de desarrollo de las poblaciones locales.

Esta forma de actuar, señala a MUNDO NEGRO Jesús Núñez, -codirector del Instituto de Estudios de Conflictos y Ayuda Humanitaria (IECAH), «garantiza el mantenimiento del statu quo en casa mientras haya un dirigente afín que haga el trabajo sucio en primera línea, porque sus muertos no valen como los nuestros, que realice acciones militares asumiendo un riesgo mayor, porque no tiene una opinión pública que pueda protestar si murieran 20 soldados franceses; y, a cambio, se le permitan negocios que llenen su bolsillo. De esta forma se están concentrando en eliminar yihadistas, individuos, pero no en atender a las causas que explican la amenaza terrorista. En lugar de luchar contra los síntomas, se limitan a lo visible, y el problema es que detrás de esos vienen otros, porque las causas siguen siendo las mismas, las que llevan a que mucha gente se una a esos grupos». El refuerzo en el terreno militar no va acompañado de una inversión europea en lo social, político y económico. Una forma de actuar errónea que Núñez sitúa en una visión cortoplacista de la política europea: «Lo que me interesa como jefe de Estado europeo es lo que ocurre mientras yo esté aquí. ¿Que dentro de 10 años puede haber una población africana instruida, educada, demócrata…? Ya lo veremos, pero yo no estaré aquí. Lo que quiero es que ahora no se secuestre a gente, o que no me maten a -nacionales -cuando van por allí».

La situación en el Sahel es peor que en 2015, cuando comenzaron las operaciones europeas de supuesta contención del terrorismo. «Se está apoyando a Gobiernos escasamente legítimos, alimentando el -sentimiento antioccidental porque la población ve que no se la ayuda en sus problemas reales… Lo que perciben son siempre efectos negativos. Hoy la amenaza es mayor y lo que se ha emprendido no solo no ha terminado con ella, sino que ni siquiera se ha logrado mantener la situación de hace seis años».



Una de las últimas imágenes de Idriss Déby. El presidente saludaba a sus seguidores después de participar en las presidenciales de abril. Fotografía: Marco Longari/Getty. En la imagen superior, el general y entonces jefe de la Guardia Republicana, Mahamat Idriss Déby, el pasado 9 de abril. Pocos días después, su padre falleció en combate y él se colocó al frente del Consejo Militar que dirigirá al país durante un período de 18 meses. Fotografía: Marco Longari/Getty


Un aliado menos

El pasado 19 de abril, las autoridades chadianas confirmaban la muerte en el campo de batalla del presidente Idriss Déby. Tras 30 años en el poder y apenas 24 horas después de haber sido confirmada su victoria en las elecciones con las que alcanzaba un sexto mandato, la sorprendente -desaparición de Déby de la escena política y militar dejaba un vacío que Francia, como expotencia colonial, se apresuraba a llenar con mensajes y acciones indirectas que llevarían a que pocas horas después se disolviera el Gobierno y el Parlamento, se anunciase el toque de queda, se cerraran las fronteras y se estableciera un Consejo Militar para gobernar durante los siguientes 18 meses, con Mahamat Idriss Déby, hijo del difunto presidente, al mando.

«Si no fue un golpe de Estado, sin duda fue un movimiento inconstitucional porque hay una Constitución que determina lo que se debe hacer en caso de muerte del presidente», sentencia Núñez tras comentar que se ha optado por el continuismo «que determina que los militares son los que mandan», a pesar de que Déby hijo, de 37 años y general del Ejército, tiene un recorrido menor y puede llegar a ser cuestionado. También deberá enfrentarse a un Frente por la Alternancia y la Concordia en Chad (FACT, por sus siglas en francés), al que se atribuye la muerte de su padre y que se ha visto reforzado al reclutar a simpatizantes de diferentes tribus.

«Las consecuencias son inevitables porque se vuelve a hacer patente el fracaso de la estrategia securitaria europea que consiste en taparse los ojos y la nariz respecto a los socios que busca en la zona para anteponer la estabilidad. Un vez más, (Déby)era una persona que durante 30 años reprimió a su pueblo, y ahora nos extrañamos de que la población sea pobre; además de que Francia apoya al general Jalifa Haftar en Libia –una de las partes de la guerra civil en el país magrebí–, quien da de comer al FACT, logrando así una capacidad de combate que no tenía», apunta Núñez para quien el reconocimiento del Ejército de Chad como el mejor de la región es una falacia si se tiene en cuenta su balance militar. «Una buena parte de las fuerzas chadianas volverán para consolidar el poder de los que lo han asumido, y dejarán desnudos algunos despliegues en el Sahel en los que esas fuerzas armadas, por muy malas y limitadas que sean, eran las principales», concluye.



Recuento en un centro de votación de Yamena ese mismo día. Fotografía: Marco Longari/Getty

La guerra continúa

En conversación telefónica desde Francia, Ahmat Brahim, portavoz del FACT en Europa, culpa con contundencia a Francia sobre la situación actual en Chad. «La solución no depende de los chadianos sino de Francia porque son ellos los que han puesto a los militares, los que les aconsejan cómo comportarse. Nuestra posición es clara: no reconocemos al nuevo Gobierno y tenemos las armas para seguir luchando contra el sistema. Nada ha cambiado».

Brahim explica que llevan un lustro exigiendo un Gobierno inclusivo que represente a todos los chadianos, y que con el nombramiento de Mahamat Idriss Déby la UE ha perdido una oportunidad. «Idriss Déby significaba la inestabilidad porque, aunque dijera que la combatía, estaba detrás de los problemas de Darfur, RCA, del problema con Boko Haram en el lago Chad». Relata que los combatientes del FACT que estaban en terreno el día que murió el exdirigente desconocían que este se encontraba entre los oficiales contra los que emprendieron la ofensiva. Y apunta a un error de cálculo –-además de a la escasa preparación de los oficiales que el Ejército chadiano situó en primera línea de batalla– como la causa de que Déby, distante a 10 o 15 kilómetros del frente, acabase involucrado. «No nos alegramos de la muerte de una persona, pero tampoco lloramos ni nos arrepentimos por él. Era un crápula que sumió a Chad en el caos durante 30 años».

El FACT acusa a Francia de haber bloqueado la alternancia pacífica en el país desde el cambio de la Constitución en 2005 con el que se permitió que el presidente ejerciera un número ilimitado de mandatos. «Los chadianos pueden luchar contra los terroristas, llevar a cabo una política regional, continental, hacer acuerdos… El problema es la antigua logística francesa que piensa que África les pertenece. El mundo ha cambiado, pero no la política francesa hacia África», sentencia.



8 de mayo. Un grupo de chadianos se manifiesta en Yamena contra las injerencias de Francia en el país. Fotografía: Djimet Wiche/Getty


Por un gobierno civil

El Consejo Militar de Transición –compuesto por 15 generales leales al difunto jefe de Estado– nombró a finales de abril a Albert -Pahimi -Padacké, ex primer ministro con Déby, como jefe del Gobierno de transición, una decisión criticada tanto por los partidos de la oposición, como por activistas y miembros de la sociedad civil en la diáspora.

Makaila Nguebla, bloguero y activista exiliado en Francia, cree que «las condiciones en las que murió Déby deberían permitir a los chadianos comenzar un diálogo político inclusivo, pero la confiscación del poder por su hijo complica la situación porque no se ha producido una ruptura». Se refiere a la represión con la que se han disuelto las manifestaciones pacíficas en Yamena, la capital del país, y la imposibilidad de que la oposición se movilice por el incremento de los arrestos.

Siguiendo el ejemplo de Sudán, Nguebla espera que sean capaces de movilizar a la población por barrios, extendiendo la protesta al exigir «el derecho universal a manifestarse». También considera que «la comunidad internacional ha perdido la oportunidad de favorecer que los civiles dirigieran la transición al no haberse desmarcado de Francia, que continúa apoyando, contra la voluntad del pueblo, al Ejército chadiano y a la familia Déby».

El activista rechaza la solución armada del FACT: «Lo único que nos une a ellos es que reclaman un diálogo inclusivo. Nuestro combate es una reconciliación en la que no haya enfrentamiento armado. Aunque todos luchemos contra las injusticias o la imposición del poder de Idriss Déby, no compartimos su manera de ejecutarla, porque enfrentará a las familias y provocará muertos».

Y se refiere al Sahel como «un lugar donde la población local no tiene derechos básicos como la educación o la sanidad, y donde la población es cortejada por movimientos terroristas, lo que hace que el territorio esté minado por grupos radicales que reclutan a personas sencillas». Coincide Nguebla con Núñez en que Europa, con Francia a la cabeza, ha fracasado y pronostica que «si la UE no pone los derechos humanos en el centro de sus preocupaciones, se encontrará atrapada por estados como Chad, Togo o Guinea Ecuatorial».



Dos mujeres trituran piedras el pasado 13 de abril en una calle de la capital chadiana. Fotografía: Marco Longari/Getty


La UE sin careta

«La muerte de Déby es un doble y duro golpe: uno, porque Francia y la UE pierden a su gendarme en el Sahel; y el más importante, el recibido por la oposición de la sociedad civil chadiana que reclama desde hace tiempo un cambio de régimen y ha visto que, con este golpe de Estado, amparado por instituciones internacionales como la Unión Africana  (UA) y la UE, a corto o medio plazo no se producirá porque se ha ratificado el statu quo del régimen de Déby», explica a MUNDO NEGRO Oriol Puig, investigador de CIDOB especializado en Sahel.

Josep Borrell, Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, visitó el Sahel tras la muerte de Déby. Con su presencia, «la UE se ha quitado la careta», indica Puig, quien añade que «Europa no va a dejar que caiga Chad, como apuntó Macron en las exequias del presidente Déby, “Ni ahora ni nunca”. Y suavizó la posible presión internacional que pueda denunciar la connivencia de Europa con un régimen militar impuesto».

La muerte del chadiano no plantea un escenario nuevo. El equilibrio en la relación de la UE con los regímenes del Sahel se ha visto antes amenazada en Malí, Níger o Burkina Faso. «Es un juego de naipes: cayó Malí, los esfuerzos se desviaron a Níger, y ahora están viendo desbordada su capacidad. Lo que debemos preguntarnos es si a la UE le interesa realmente que no caigan estos regímenes. E, incluso, cuestionarnos si a la UE le interesa que el Sahel esté estable».

No son pocos los analistas que señalan que en la última década el Sahel se ha convertido en un «santuario terrorista» con una compleja geografía y cuyos efectos directos sobre la población local, en muertes y ataques, no han dejado de aumentar. Las fronteras no coinciden con la división demográfica de los Estados de la zona, y los conflictos internos han aumentado potenciados por la pobreza y el crecimiento demográfico.

Yihadismo y crisis locales

Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) –en Argelia, Malí, Mauritania y Níger desde 2007–, Boko Haram –en Nigeria, Níger, Chad y Camerún desde 2002–, Al Shabaab –en Somalia–, o más tarde, la incursión de Estado Islámico –en Libia desde 2016– han generado un tráfico de grupos armados que se han mezclado con movimientos reivindicativos contra regímenes autoritarios. Una amalgama que la UE pretende resolver mediante acciones centradas en la seguridad. Para Puig, «si la UE quiere un Sahel estable, debe dejar de aplicar ciertas políticas que provocan la violencia intercomunitaria que está desangrando el Sahel, o dejar de ampararse en milicias de corte étnico fomentadas por los propios Gobiernos regionales». Y añade: «Hay efectos contraproducentes de sus propias políticas de control migratorio, en cuanto al acceso a los recursos naturales, a priorizar ciertas políticas agrícolas sedentarias en detrimento de los pastores nómadas históricos, intentar desde un punto de vista colonial, neocolonial o -poscolonial fortalecer o promover unos estados nación de los que no se han apropiado las sociedades locales, y que el único vertebrador sean las administraciones militares como ocurre en Malí, y ahora Chad. Hay que dejar de securitizar la vida en el Sahel». 

La responsabilidad de la comunidad internacional en lo que ocurre en esta zona no tiene marcha atrás. Puig es contundente: «Níger es un estado sustentado por los donantes internacionales, Malí menos pero está en descomposición, Burkina ha caído sin caer y Chad no caerá, pero lo que pase allí repercutirá en toda la zona».   


Colabora con Mundo Negro

Estamos comprometidos con la información sobre África

Si te gusta lo que hacemos, suscríbete a nuestra revista o colabora con nuestro proyecto