Una batalla contra el estigma

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El desconocimiento sobre la menstruación lastra las zonas rurales de Tanzania



Texto y fotos: Pablo Feito Menéndez desde Moshi (Tanzania)



En zonas rurales de Tanzania, la menstruación es un problema oculto. Las jóvenes, por miedo a ser señaladas o prejuzgadas, la ocultan en sus casas y en la escuela. El absentismo y el abandono escolar son algunas de sus primeras consecuencias.

Hace ya unas horas que el sol calienta las calles y los caminos polvorientos de la ciudad de Moshi, situada a los pies del Kilimanjaro, a escasos kilómetros de la frontera con Kenia. Mariam sale de su casa en dirección a la parada de dala-dala, los autobuses locales que llevan a las aldeas de Msitu wa Tembo y ­Londoto. Mariam es una mujer corta de estatura, tosca de andares, gesto serio y corazón alegre. Al terminar la Secundaria trató de alistarse en el Ejército tanzano, pero su solicitud fue denegada porque Mariam y sus 152 centímetros no cumplían con los requisitos mínimos de altura para ingresar en el cuerpo. Desde hace más de 10 años forma parte de Kazi na ­Sala, –‘trabajo y oración’, en suajili–, un grupo de mujeres que, en colaboración con la ONG española TATU Project, tratan de combatir la pobreza y de­sigualdad en las aldeas de la zona.

Tras más de media hora de trayecto plagado de plantaciones de caña de azúcar y árboles de un rojo intenso, Mariam se detiene en la parada de Msitu wa Tembo y se dirige con paso firme a la escuela. Esa aura militar aún se percibe en su forma de de­senvolverse. Decenas de niños uniformados y de sonrisa transparente corretean en el patio durante el recreo. Uno de los prefectos de la escuela hace silbar una fina vara en el aire indicando sutilmente a las últimas estudiantes de la clase en la que Mariam va a dar la charla que aún están a tiempo de entrar impunes. En el aula, las alumnas saludan a la ponente mientras esta despliega un póster con una vagina y un útero impresos y lo coloca en el encerado. Se hace un silencio frágil que se interrumpe por algunas risitas ruborizadas.

–¿Alguien podría decirme qué es esto? –pregunta Mariam, señalando el útero con el índice.

El silencio se prolongó. Las niñas dejaron la pregunta sin contestar, algunas por vergüenza, otras por desconocimiento y otras, quizás, por ambas razones. La falta de educación menstrual en comunidades rurales tanzanas como Msitu wa ­Tembo o Londoto es uno de los problemas a los que TATU Project trata de poner solución desde hace años. En la actualidad, en la mayor parte de las familias es un tema tabú del que raramente se habla. En estos hogares, por lo general de educación tradicional, se tiene una idea de la menstruación salpicada de mitos y creencias populares provenientes de las comunidades, en esta zona principalmente masais y chaggas. No bañarse o mirarse en un espejo para no perder la fertilidad, o no tocar a los recién nacidos para no hacerlos enfermar son algunas de estas concepciones culturales arraigadas en las creencias locales.

Esto hace que todo lo relacionado con la menstruación no sea un tema de conversación natural entre madres e hijas. En muchas ocasiones, las niñas llegan a sus primeros períodos sin ser conscientes del proceso por el que están pasando: no comprenden los cambios que experimentan sus cuerpos durante la adolescencia y no encuentran en sus padres a personas con las que poder hablar de ello.

«¿Por qué a la mayor parte de las adolescentes nos cuesta controlar nuestros sentimientos?». «Tener flujo vaginal, ¿implica padecer ­una enfermedad?». Estas son algunas de las preguntas que el equipo de trabajo de la doctora Marnie ­Sommer recogió en 2009 de niñas y adolescentes estudiantes, de entre 9 y 15 años, en su investigación para la Universidad de Columbia (Estados Unidos) sobre la concepción de la menstruación en zonas rurales de Tanzania. En el estudio, más de la mitad de las chicas entrevistadas reconocieron que las primeras personas con las que compartieron información acerca de la regla eran las propias investigadoras. Muchas chicas la asociaban con haber mantenido relaciones sexuales prematrimoniales y, ante el miedo de verse repudiadas o expulsadas de la familia, optaban por esconder la realidad y enfrentarse a la situación por su cuenta.


Varias alumnas de la escuela de Msitu wa Tembo con comprensas reutilizables. En la imagen superior, Mariam durante uno de los seminarios sobre menstruación que imparte en centros escolares de la zona de Msitu wa Tembo. Fotografías: Pablo Feito Menéndez


El desconocimiento en la escuela

Las tasas de alfabetización en Tanzania han aumentado en los últimos años –en jóvenes de 15 a 24 años era del 88,1 % en 2021–, pero lejos de las grandes ciudades es común que las alumnas formen parte de la primera o segunda generación en Primaria en sus familias.

Aunque, sobre el papel, la educación menstrual forma parte del programa lectivo de algunos centros educativos, la realidad es que en muchos casos se omiten los temas relacionados con la regla, lo que provoca que las niñas tampoco puedan informarse ni compartir sus experiencias en la escuela. Al hablar con Mariam sobre este asunto, se refiere a la estrecha relación que existe entre las primeras menstruaciones, el miedo a ser juzgadas por otras personas y el abandono escolar.

Esta falta de conciencia también provoca que parte de los docentes, fundamentalmente los profesores, no piensen en la realidad que pueden estar atravesando las niñas y, por ejemplo, no las dejen ir al baño durante las clases, lo que agrava su sensación de miedo e incomodidad. Mariam piensa que el problema se hace más grave cuando los formadores no han recibido ningún tipo de educación sobre el tema.

Algo similar sucede con los compañeros de clase: al ser víctimas de esta falta de educación sobre el tema, los que podrían ser un apoyo a la hora de comprenderlas y ayudarlas a normalizar esta situación, se convierten en otro foco de estigmatización. Cuando pregunto a Mariam por la posibilidad de organizar charlas para estudiantes de ambos sexos, comenta que aquello acabó siendo un arma de doble filo, pues muchas chicas mostraban reparo a la hora de tratar el tema delante de sus compañeros de clase.

A pesar de entrar tarde después del recreo o de demorarse a la hora de llegar a casa durante los días que tienen la regla, algunas alumnas tienen miedo de contar la razón de su retraso; muchas prefieren ocultarlo y exponerse a castigos, en ocasiones físicos, antes de contar la verdad. A partir de ahí, comienza a aparecer el abandono escolar: empiezan faltando unos días cada mes y, con el tiempo, acaban abandonando, cansadas de hacer frente a una situación que no entienden, que pocos a su alrededor comprenden.

El abandono escolar tiene un gran impacto en Tanzania. Además de los conocimientos adquiridos y la posibilidad de aumentar sus índices de desarrollo, que una estudiante termine la Secundaria supone que va a estar alejada durante más tiempo de ambientes perjudiciales y las posibilidades de sufrir un embarazo adolescente se reducen, así como las de contraer VIH. También aumenta el acceso de los estudiantes a vacunas contra enfermedades como la tuberculosis, la poliomielitis o el virus del papiloma humano.


Monica, formadora del proyecto Kilipad, con una joven. Fotografía: Pablo Feito Menéndez

Mejoras estructurales en las zonas rurales

Además de los problemas de comunicación en los núcleos familiar y escolar, existen también carencias en las infraestructuras de las aldeas, lo que repercute en la salud menstrual de las niñas. Los aseos en gran parte de estas áreas, además de ser mixtos, no cuentan con agua limpia. Junto a la imposibilidad de asearse en unas condiciones mínimas de salubridad, muchas jóvenes no están dispuestas a hacer uso de aseos mixtos para cambiarse de ropa o lavarse. Unas infraestructuras que proporcionaran mayor privacidad y agua corriente a las niñas les ayudaría a permanecer en el colegio y mejorar su participación durante las clases.

En las áreas rurales es difícil conseguir compresas y otros productos sanitarios. En enclaves como Msitu wa Tembo o Londoto, las pocas tiendas que se pueden encontrar venden productos básicos como arroz o harina. Aunque hay dispensarios en los que se suministran medicinas y, en ocasiones, vacunas, no se ofrecen productos de higiene menstrual. Mariam confiesa que, en consecuencia, las mujeres tienen que ingeniárselas como pueden y, en ocasiones, se ven obligadas a utilizar trozos de tela de sus vestidos para las pérdidas de sangre.

Desde que TATU Project y el grupo de mujeres Kazi na Sala empezaron a desarrollar su actividad en la zona, ahora ven los frutos de su trabajo. Junto a los seminarios que imparten en las escuelas, han desarrollado Kilipad (kili de Kilimanjaro y pad de compresa, en inglés), una compresa ecológica y reutilizable que reparten a las niñas después de las charlas y que distribuyen a las mujeres de la comunidad en varios puntos de venta que han colocado en las aldeas. Su uso ha tenido un impacto directo en la zona.

Paulina y Misali, alumnas de la escuela de Secundaria de Msitu wa Tembo, tienen muy clara la repercusión que el proyecto Kilipad ha tenido en sus vidas. La segunda reconoce que gracias a la donación de compresas, muchas de sus compañeras pueden asistir a las clases con regularidad durante sus días de regla. Por otro lado, Paulina habla sobre el ahorro económico que supone para las familias, en su mayoría de bajos recursos, adquirir estas compresas reutilizables en vez de las convencionales de usar y tirar.

Los testimonios de Paulina y ­Misali coinciden con el final de nuestra charla con Mariam: gracias a un producto económico y duradero se logra reducir el absentismo escolar. La formadora se levanta de la mesa de costura donde, día tras día, las integrantes de Kazi na Sala confeccionan las kilipads y se marcha a una reunión con su grupo de mujeres. Hace más de 13 años decidió que quería ser militar y para muchas personas aquí ha acabado, siendo toda una «heroína de guerra», solo que su campo de batalla son las aulas de las escuelas, las mujeres de Kazi na Sala su regimiento, y su enemigo, una realidad que poco a poco va cediendo terreno en beneficio de la salud y bienestar de muchas mujeres y niñas en Msitu wa Tembo y ­Londoto.

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